El monasterio nepalí donde reside un sacerdote de 10 años y otras historias curiosas en templos sagrados

En Patán, una ciudad ubicada a pocos kilómetros de la capital de Nepal, en el templo de Hiranya Varna Mahavihar se alternan menores de edad que durante el mes de su sacerdocio no pueden consumir carne ni cambiarse la ropa. Los detalles de esa curiosa situación y el recorrido cultural por santuarios de China y de Camboya

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El templo es considerado una
El templo es considerado una de las diez estructuras religiosas más extremas del mundo. Allí estuvo de visita el viajero argentino Andrés Salvatori (en instagram @correcaminosmundo)

Datong, China

Un país tan populoso y tan extenso como China presenta innumerables joyas por descubrir. Para develar una de ellas, me movilizo hasta el centro norte del gigante asiático. Tomando como epicentro a la ciudad de Datong, me desplazo más o menos una hora y media en un transporte público hasta llegar a Heng Yang, una de las cinco montañas sagradas de toda China, la que, al igual que las otras, es objeto de peregrinaje, en especial para aquellos que practican el taoísmo y el budismo. Situado en la provincia de Shanxi, el Monte Heng es la más alejada de las montañas sagradas. Si bien su lejanía conlleva a que su importancia religiosa sea un poco menor, tiene a su favor que su superficie se encuentra menos expuesta a la moderna comercialización que existe en las otras, y un claro ejemplo de ello es que no existen hoteles ni alojamientos, ni en la montaña ni en los alrededores.

Después de pasar por la taquilla de ingreso y abonar veinte dólares, me enfrento con una pared rocosa natural interminable que se muestra bien vertical, un muro de cientos de metros, en cuya superficie advertimos una construcción que, colgada en lo alto, al instante llama la atención, desafiando a la gravedad y al paso del tiempo. Es la principal atracción de la montaña, un espectacular templo colgante, que se encuentra nada menos que a setenta y cinco metros respecto del nivel del suelo y que fue construido hace más de mil quinientos años. Mucho tiempo atrás, los wei del norte, que gobernaron en el norte de China entre el 386 y el 534, fueron los primeros en instalarse en este lugar, pero se encontraron con que el río Hang arrastraba sus viviendas. Así fue que tiempo después, durante la dinastía Jing, se levantó el complejo actual, que hoy en día consta de cuarenta pabellones que ocupan cavidades y cuevas naturales, comunicadas entre ellas con puentes y pasarelas, albergando divinidades confucianas, budistas y taoístas, hechas en piedra, hierro y bronce. Al verlas desde abajo, las estructuras suspendidas en la pared transmiten una sensación de aparente fragilidad, hecho que contrasta con su longeva permanencia a través de los siglos, siendo en la actualidad visitadas por los practicantes de las religiones en ellas expuestas y por turistas que llegan a hasta este sitio alejado de las grandes ciudades.

En los alrededores del Monte
En los alrededores del Monte Heng, donde se sostiene un templo colgante construido hace mil quinientos años, no hay hoteles ni alojamientos

Ascendiendo a través de empinadas pendientes llego al acceso del remoto monasterio, que brota como una saliente del acantilado oeste del desfiladero. Erigido en el año cuatrocientos noventa y uno, ha permanecido a lo largo de las décadas, siendo mantenido y reconstruido en diversas oportunidades, especialmente durante las dinastías Ming y Qing. El día que elijo para recorrerlo presenta un clima bastante inhóspito, situación que ayuda a que la visita sea más tranquila, sin gran cantidad de personas. Ya en el templo, mirando hacia el vacío, tomo conciencia de la increíble estructura sobre la cual me estoy desplazando a través de angostos pasillos y múltiples escaleras que comunican los diferentes niveles. A medida que avanzo, distingo algunos detalles ocultos. Por ejemplo, muchas columnas de madera, que aparentemente sostienen al edificio, no tienen en realidad función estructural e inclusive fueron agregadas tiempo después para dar una mayor sensación de seguridad, porque quienes arribaban no se animaban a subir. La estructura está unida a la pared vertical a través de una serie de vigas en voladizo hechas en roble, empotradas en huecos cincelados en la dureza del acantilado, trasladándose de esta manera todo el peso a la roca que da forma a la montaña. Su particular geografía ha llevado a que el templo sea considerado una de las diez estructuras religiosas más extremas del mundo. Tampoco su ubicación es casual, ya que el emplazamiento en lo alto del acantilado buscaba protección ante las crecidas del río, las lluvias, la nieve y los rayos del sol.

En el interior del santuario
En el interior del santuario hay columnas de madera que sirven solo para aparentar mayor seguridad: hay quienes no se animan a subir porque temen un colapso del edificio

Pero también el interior tiene su atractivo. Una sala exhibe a los fundadores de las tres principales religiones de China; Lao Tsu, Confucio y Sakyamuni Sidharta Gautama, pioneros del taoísmo, el confucionismo y el budismo, todos ellos pregonando sus religiones entre los siglos V y VI ac; muchos otros espacios también muestran objetos, y de hecho en el templo pueden encontrarse más de ochenta estatuas, construidas con una técnica especial que las hacía huecas y resistentes, con el fin de no agregar kilos a la estructura general.

Miro hacia abajo y no puedo dejar de sentir admiración por la construcción que me permite observar desde lo alto la profundidad del valle. Imagino a un grupo de personas, hace más de mil quinientos años, colgadas de alguna manera del acantilado, perforando con paciencia la dureza de la roca para instalar los primeros soportes sobre los cuales crecería luego el resto de la estructura. Cierro los ojos y los imagino resistiendo tempestades, o apreciando desde arriba con temor alguna crecida fuera de lo común del río.

Vuelvo al nivel del ingreso, tomo distancia y aprecio una postal completa del entorno. Arriba, como un apéndice de la montaña que lo cobija, el templo colgante es una muestra de la gran sabiduría de la civilización china, combinando elementos que oscilan desde la simpleza de su arquitectura a las múltiples enseñanzas que pregonan sus ancestrales religiones.

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El lugar sagrado fue construido
El lugar sagrado fue construido en honor a la diosa Baglamukhi, quien según reza la leyenda mató al demonio Bagala que amenazaba en la zona

Patán, Nepal

Casi como una continuidad de Katmandú, me interno en las calles de Patán, situada a pocos kilómetros de la capital nepalesa. Hay varios detalles que la hacen singular. En primer lugar la calma y tranquilidad que se respira en el aire, más si uno, como era mi caso, viene de un lugar tan intenso como la India. Casi contrapuesto a esto, el movimiento es incesante, pero de una manera armónica y poco invasiva. Y también llama mucho la atención la arquitectura, con muchas edificaciones centenarias construidas en madera con techos de tejas. Al hablar de construcciones llamativas, lo que más se destacan son algunos de sus templos. Como por ejemplo el de Shiva, con una arquitectura del tipo de pagoda con sus techos con pendiente o el de Baglamukhi, situado a pocos metros, bastante más pequeño y que tiene la particularidad de que cada jueves frente a él se forma una cola muy larga de personas que llega hasta el sitio a adorar a la diosa, permaneciendo en el sitio dos o tres horas para que de esa manera los deseos que piden sean cumplidos. Dice la leyenda que un demonio llamado Bagala torturaba y amenazaba la existencia del lugar. Fue entonces cuando los pobladores veneraron y rezaron a la diosa Baglamukhi, quien satisfecha con sus plegarias acudió a rescatarlos, matando al demonio. De esta manera la gente construyó el templo en su honor, adoptando éste su nombre que perdura en el tiempo. Al visitarlo vemos devotos que encienden varillas con incienso, otros, lámparas enmantecadas, que por supuesto, se venden en los alrededores, vistiendo ropas y portando flores amarillas o púrpuras, que ofrecen a la diosa, porque éstas son consideradas sus flores favoritas.

La sonrisa que el niño
La sonrisa que el niño sacerdote devolvió mientras estaba a upa de su cuidadora

Dejo atrás el templo de Baglamukhi caminando por angostas calles de piedra en pleno contacto con lo que me rodea. En las calles periféricas conviven peatones, motociclistas y autos con volantes a la derecha, fruto de un pasado británico, todos en perfecta armonía, sin grandes ruidos ni movimientos ampulosos. Minutos después llego a otro de los imperdibles de Patán. Dos estáticos guardianes, dos figuras mitológicas de leones, flanquean la puerta de ingreso y me introducen al Golden Temple, es decir el Templo Dorado, un recinto budista, que sobrevive desde el año 1409. En realidad el nombre es más complicado, el templo de Hiranya Varna Mahavihar y lo que sucede adentro es muy particular. En el templo reside un niño, de menos de diez años, cuyo deber es de hacer de sacerdote durante un mes, sin poder, durante ese lapso, consumir carne, aceite cocido o algo salado, ni tampoco cambiarse su ropa durante ese periodo de tiempo. Es conocido como Bapsa y su función es cuidar a uno de los nueve principales gantas, el libro religioso de los budistas, escrito con letras de oro. El chico que veo al visitarlo, no tiene más de cinco o seis años, y es asistido por unas personas mayores que lo siguen y cuidan. Un mes cada chico y luego es reemplazado por otro, elegido por un selecto grupo de miembros, entre los varios miles de postulantes que las familias proponen. El chico, en su inconsciente función de guardián, viste una remera y un short de un marrón claro, y juega y se desplaza por cada rincón de su transitoria cárcel de oro. Me detengo casi frente a él, relajado en brazos de una mujer, quizás su madre. Me regala una amplia sonrisa, una mueca limpia y clara de la esencia de un niño que desconoce la función sagrada que se le ha encomendado.

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El templo de Ta Phrom,
El templo de Ta Phrom, denominado originalmente Rajaviyara, poseía entre otros tesoros quinientos kilogramos de oro, cuarenta mil perlas y miles de piedras preciosas

Ta Phrom, Camboya

Estoy situado en el que es quizás el principal punto a conocer si uno recorre Camboya. Me movilizo desde la ciudad de Siem Reap en una moto taxi, dirigiéndome hacia el núcleo y epicentro del Antiguo Imperio Jemer. El vehículo en el que me desplazo posibilita un transporte rápido y refrescante, al tiempo que permite un íntimo contacto con el entorno que me rodea. A uno y otro lado del camino se suceden construcciones que llaman la atención, insertándome en un sitio declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1992. Estoy en el Complejo de Angkor, amplia superficie que abarca numerosos templos y construcciones, entre ellos, el más conocido, el de Angkor Wat. El complejo de Angkor alojó sucesivas capitales del Imperio Jemer durante su época de esplendor como centro de un territorio que abarcaba desde el Mar de la China hasta el Golfo de Bengala entre los siglos IX y XV de nuestra era. El templo de Angkor Wat es mundialmente reconocido, pero no es el único presente en la zona. Hoy en día visitar el lugar permite recorrer múltiples sitios arqueológicos de gran importancia como Angkor Thom, Ta Phrom o Baphuon, entre muchos otros que se destacan en medio de la selva que los rodea, a través de construcciones relacionadas con el budismo y con el hinduismo. Con la excepción del mencionado templo de Angkor Wat, que se ha mantenido ocupado a través del tiempo, sólo recientemente el resto del área que abarca el complejo ha sido recuperada de la selva. En tiempos modernos varios países han participado en las tareas de reconstrucción, en una labor que se remonta a 1908, habiéndose individualizado desde ese entonces novecientos ocho monumentos.

La Escuela Francesa de Estudios
La Escuela Francesa de Estudios Orientales es la encargada de su conservar el estado original de la estructura: no permiten el avance descontrolado de los árboles

Hecha la introducción que nos ubica geográfica y cronológicamente, me dispongo a visitar el destino elegido, que no es Angkor Wat, sino Ta Phrom, el mayor templo del rey Shawayarman VII, aunque en realidad más que un templo, es un monasterio que en su momento llegó a albergar más de doce mil personas, formado por galerías concéntricas rematadas con terminaciones en las esquinas. Ingreso en medio de zonas que están relativamente erguidas, apreciando la complejidad de su disposición, situación que al pasar los años se ha intensificado, ya que con el tiempo numerosos árboles de la selva que lo rodea, se han entrelazado con las construcciones. Décadas atrás, este templo fue elegido por la Escuela Francesa de Estudios Orientales, la encargada de su conservación, para dejarlo en su estado original, es decir, en él no se limpian los árboles invasores, sino que se los mantiene a raya para que no sigan avanzando. De esta manera uno puede apreciar como lucía Angkor cuando fue redescubierto en el siglo XIX.

El complejo de Angkor fue
El complejo de Angkor fue declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1992

El templo de Ta Phrom, denominado originalmente Rajaviyara, fue construido sobre finales del siglo XII, dedicado a la madre del rey, y era mantenido por unos ochenta mil súbditos, poseyendo entre otros tesoros quinientos kilogramos de oro, cuarenta mil perlas y miles de piedras preciosas. Durante el siglo XV la zona fue abandonada y Ta Phrom no fue la excepción. A partir de ese momento el paciente y constante avance de la selva la llevó a colonizar progresivamente lo edificado, en particular mediante dos especies arbóreas dominantes, el ficus vivosa y el tetrameles nudiflora, que puede llegar a los veinte metros de altura. Avanzo con lentitud y en forma instantánea, la presencia de los frondosos árboles se evidencia cualquiera sea el sitio hacia donde eleve la mirada; sobrepasando muros, envolviendo columnas, las gigantescas figuras de la naturaleza no parecen tener prisa en su intención de devorar todo lo que las rodea, Y a pesar de esta sensación de avance, se realizan constantes tareas de mantenimiento y estabilización, hecho que se plasma en algunos carteles que describen los procesos de restauración. Continúo recorriendo las amplias instalaciones y no dejo de asombrarme por la increíble interacción de los árboles que no parecen encontrar obstáculos en su incansable ambición de expandirse hacia lo alto y hacia lo ancho. Con todo el tiempo a su disposición, sin duda alguna, devorarían todo lo que los rodea, sólo detenidos por la conservadora mano del hombre. Originalmente el templo abarcaba unas sesenta hectáreas destinadas a uso residencial, delimitadas por un muro y entradas monumentales. Otra muralla rodeaba la zona central, que a su vez albergaba una galería encolumnada, en donde se encerraba el núcleo del templo, demarcado por un último recinto cuadrado con una torre central y que se cree que contenía hasta treinta templos piramidales.

Me lleva un día entero recorrer el complejo de Angkor, desde el amanecer con el sol levantándose por detrás del Templo de Angkor Wat, hasta que ya de noche, el paciente guía de la moto taxi que me acompañó todo el día, emprende el camino de vuelta al hotel en Siem Reap. Cuando el ser humano canaliza sus esfuerzos en la creación, hace cosas increíbles. Acá, en Angkor, en combinación con la naturaleza, acabo de transitar por una de sus obras más imponentes.

* El autor, ingeniero, docente y estudiante de historia, narra sus vivencias de viajes a través de su cuenta de instagram @correcaminosmundo

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