El mes de junio está tradicionalmente lleno de fiestas y solemnidades que cada comunidad celebra con la devoción y dignidad que le son propias. Después del Corpus Christi, celebramos el Corazón de Jesús (no escribimos sagrado porque en realidad la santidad ya es Cristo). La costumbre de consagrar el mes de junio al culto del Corazón de Jesús surge en 1833 en París, en el “Convento de los Pájaros”, desde donde se extendió luego por toda Francia. A partir de Pío IX, varios papas aprobaron esta costumbre, que llegó hasta nuestros días, aunque reducida a una mera devoción privada e íntima.
Antes de profundizar en la reflexión, creemos que es significativo, aunque sea brevemente, ver cómo se expresa espiritualmente la palabra ‘corazón’ en la Biblia. La palabra “corazón” es una de las más utilizadas en la Biblia: se menciona 876 veces. Al intentar saber qué es el corazón en la Biblia, en la tradición de la sabiduría de Israel y luego en los escritos del Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que el término “corazón” tiene resonancias que no son idénticas a las de nuestro lenguaje actual. Cuando en nuestro contexto sociocultural hablamos del corazón, nos referimos en primer lugar a la vida afectiva, a las emociones, a los sentimientos que tienen su asiento en el corazón: “Nuestro corazón ama u odia, nuestro corazón es tierno o cerrado, nuestro corazón acoge o rechaza”, solemos decir. Pero es obvio que no nos referimos al músculo cardíaco, sino al sentimiento.
En el lenguaje bíblico, sin embargo, el corazón tiene un significado mucho más amplio, porque designa a toda la persona en la unidad de su conciencia, su inteligencia y su libertad; el corazón es sede y principio de la vida psíquica profunda, indica la interioridad del hombre, su intimidad, pero también su capacidad de pensar. El corazón es la sede de la memoria, es el centro de las operaciones, de las elecciones y de los proyectos del hombre. En una palabra, el corazón es el órgano que mejor representa la vida humana en su totalidad.
El corazón es el ‘lugar’ espiritual de la presencia de Dios. Por eso se llama en la tradición bizantina “tópos toû theoû” y en la tradición latina se lo define como “domus interior”; es el lugar donde los sentimientos hablan, educan, juzgan, etc. Es donde se hace presente el amor. Precisamente, quien “abre su corazón” está abriendo toda su existencia a algún acontecimiento. Antoine de Saint-Exupéry escribió: “Sólo se puede ver claramente con el corazón”. La Biblia presenta esta misma verdad aplicándola más bien a los oídos, o más bien a los ‘oídos del corazón’: todas las acciones, sentimientos y pensamientos del hombre surgen del corazón; por lo tanto, es al corazón al que primero debe llegar cualquier sentimiento para ser, luego, amado. Volviendo a la Biblia, es acá donde el corazón de todo judío se abre al escuchar y rezar cotidianamente el Shema’ Jisra’el, “¡Escucha, oh Israel!” (Dt 6,4), que ha adquirido una importancia teológica incomparable, convirtiéndose en la confesión de fe cotidiana del creyente judío.
En el Nuevo Testamento, es Jesús, manso y humilde de corazón (Mt 11,25-30; Lucas 10,21) el hilo conductor de todo el Evangelio: mansedumbre y humildad son dos adjetivos con los que caracteriza su forma de ser. Humilde de corazón significa que es humilde no sólo de palabra, sino íntimamente, en la raíz misma de su existencia. Jesús es el Salvador de corazón traspasado (Jn 19,33-37). La espiritualidad del Corazón de Jesús, en la liturgia y en las reflexiones de los Padres de la Iglesia, deriva y se nutre de la contemplación del Señor en la Cruz, de cuyo costado traspasado manan sangre y agua.
Luego de dar un pantallazo de lo que decimos cuando hablamos del corazón y su sentido en el Antiguo Testamento y el Nuevo, podemos ya ingresar a la fiesta propia. ¿Cómo surgió esta devoción, hasta el punto de celebrarse como fiesta?
De hecho, se trata de una fiesta móvil, que cae el viernes después del Corpus Christi y está estrechamente vinculada al día siguiente, es decir, el sábado, dedicado al “Inmaculado Corazón de María”. Aunque la primera celebración se remonta al siglo XVII, probablemente en 1672 en Francia, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene orígenes mucho más antiguos. En la Edad Media también se produjo un impulso considerable de figuras como Matilde de Magdeburgo (1207-1282), Matilde de Hackeborn (1241-1299), Gertrudis de Helfta (1256-1302) y Enrico Suso (1295-1366).
La verdadera difusión del culto hay que atribuirla a San Juan Eudes (1601-1680) y sobre todo a Santa Margarita María Alacoque (1647-1690). Esta última, monja visitandina en el monasterio de Paray-le-Monial, tuvo apariciones de Jesús, quien le pidió una devoción particular a su corazón durante 17 años. La primera visión se remonta al 27 de diciembre de 1673, fiesta de San Juan Evangelista, y la santa en su autobiografía lo cuenta así: “Y así, me parece, fueron las cosas. Me dijo: Mi divino corazón está tan apasionado de amor por los hombres y por ti en particular, que, no pudiendo ya contener en sí las llamas de su ardiente amor, siente la necesidad de difundirlas a través de ti y manifestarse a los hombres para enriquecerlos con los tesoros preciosos que descubriré para vosotros y que contienen las gracias de santidad y salvación necesarias para sacarlos del precipicio de la perdición. Para llevar a cabo este gran plan mío, te he elegido, abismo de indignidad y de ignorancia, para que parezca claro que todo se realiza a través de mí”.
En el centro de un acalorado debate teológico, la fiesta del Sagrado Corazón fue autorizada en 1765, limitada a Polonia y a la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón. Sólo con Pío IX, en 1856, la fiesta se volvió universal, acompañando inmediatamente la dedicación de congregaciones, universidades, oratorios e iglesias, la más famosa de las cuales es probablemente la Basílica de Montmartre en París. El Papa León XIII (nacido Gioacchino Pecci, 1810-1903) ordenó con la encíclica “Annum Sacrum” (1899) que el Año Santo de 1900 se dedicara al Sagrado Corazón. El 21 de julio de 1899 aprobó las letanías y la práctica del primer viernes, mientras que el 31 de diciembre de 1899 consagró la humanidad y el mundo al Sagrado Corazón.
Juan Pablo II se expresó así en una audiencia: “Los elementos esenciales de la devoción al Corazón de Cristo pertenecen permanentemente a la espiritualidad de la Iglesia, a lo largo de su historia. Porque desde el principio, la Iglesia elevó su mirada al Corazón de Cristo traspasado en la cruz... ¡Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia se puede construir la tan deseada civilización del amor, el Reino del Corazón de Cristo!” (Mensaje a los jesuitas, 5 de octubre de 1986).
Santa María Faustina Kowalska (1905-1938), monja y mística polaca, tuvo numerosas visiones en su corta vida en las que se le aparecía el corazón de Jesús como expresión de la misericordia de Dios. En febrero de 1931 escribió en su diario: “Por la tarde, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con un manto blanco: una mano levantada para bendecir, mientras la otra tocaba el manto sobre su pecho, que al abrirse ligeramente dejaba salir dos grandes rayos, uno rojo y el otro pálido. […] Jesús me dijo: Pinta un cuadro según el modelo que ves, con la escritura debajo: ¡Jesús en ti confío! Quiero que esta imagen sea venerada […] en todo el mundo. Prometo que el alma que venera esta imagen no perecerá. […] Quiero que la imagen […] sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua: este domingo debe ser la fiesta de la Misericordia”. En el año 2000, el Papa Juan Pablo II implementó el pedido que el Señor había hecho a Sor Faustina, estableciendo la fiesta de la Divina Misericordia en el primer domingo después de Pascua (Domenica in albis).
Sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, merecen ser recordadas las cartas encíclicas “Miserentissimus Redemptor” de Pío XI, del 8 de mayo de 1928. Recordamos que, para que el culto al Corazón de Jesús penetrara también en la vida social de los pueblos, por exhortación del Papa Pío IX en 1876, se inició todo un movimiento de “Actos de consagración al Corazón de Jesús”, comenzando desde la familia hasta naciones enteras; por Conferencias Episcopales, pero también por gobernantes ilustrados y devotos, entre ellos el presidente del Ecuador, Gabriel García Moreno (1821-1875). El fervor fue tan grande que a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del XX surgieron numerosas congregaciones religiosas, tanto masculinas como femeninas. Entre las principales recordamos: la “Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón”, fundada en 1874 por el Beato León Dehon (Dehonianos); los “Hijos del Sagrado Corazón de Jesús” o Misiones Africanas de Verona, congregación fundada en 1867 por San Daniel Comboni (combonianos); las “Damas del Sagrado Corazón”, fundada en 1800 por Santa Magdalena Sofía Barat; las “Siervas del Sagrado Corazón de Jesús”, fundada en 1865 por la Beata Caterina Volpicelli. Varios institutos de mujeres llevan el mismo nombre.
En nuestra América Latina, son varios los monumentos dedicados al Corazón de Jesús. Comenzando por el más notorio y recordado: El Cristo del Corcovado en Río de Janeiro. La obra fue del arquitecto Paul Landowski y el jefe de obra Héctor Da Silva. El monumento se realizó en Francia y se trasladó a Brasil cortado en cientos de trozos. Con un peso total de 1.445 toneladas, a pesar de estar completamente hueca a excepción de los brazos, el material usado en esta monumental obra es el hormigón armado, que está revestido con piedras de estalactita, otorgando a la imagen la luminosidad adecuada y la resistencia a la meteorología que necesita. Es de estilo art-decó y en el centro de su pecho se observa su corazón.
En nuestro país, hay varios monumentos dedicados al Corazón de Jesús, el más notorio es el que se encuentra en la escollera norte del puerto de Mar del Plata: el monumento a “San Salvador”. La comunidad religiosa de la Parroquia Sagrada Familia encargó la escultura al escultor Emilio Manescau, quien recreó la imagen de San Salvador, patrono de los pescadores, para que los trabajadores del mar tuvieran una referencia en el ingreso al puerto. Cuando iba por la mitad de la obra, que tiene unos 14 metros, el cura desapareció con el dinero destinado a terminarla y nunca más se supo de él. Emilio Manescau no era una persona adinerada y sacó de sus ahorros, trabajando un año para terminar el Cristo. Cada 29 de enero, se realiza la “fiesta de los pescadores” en la cual, en uno de los barcos pesqueros, llevan la imagen del Corazón de Jesús (aquí llamada San Salvador) repleta de arcos de flores y es seguida por todas las embarcaciones del puerto, lo que genera un espectáculo increíble. Al llegar a cierto punto del mar, se reza por el eterno descanso de los que fallecieron en el mar, arrojando cientos de coronas de flores, y se regresa en los sonidos de las sirenas de los barcos al puerto.
En la ciudad de Buenos Aires, el templo más grande de esta metrópoli está dedicado al “Sagrado Corazón de Jesús”, ubicado en el barrio de Barracas. Es obra del ingeniero Rómulo Ayerza, ubicada en el cruce de las avenidas Iriarte y Vélez Sarsfield. Las tierras habían sido cedidas por la familia Pereyra Iraola y fue esta familia la que financió toda la obra. Las dimensiones de esta iglesia en Barracas, con 90 metros de largo y 30 metros de extremo a extremo del crucero, son impresionantes.
Hoy en día, la devoción al Corazón de Jesús no ha menguado y permanece en el espíritu de los fieles católicos.