Alejandrina Pérez Bravo siempre está volviendo a su pueblo en el sudoeste de la pampa bonaerense. Se fue a los 18 años a vivir un año a Europa y volvió. Se fue otros casi dos años a Buzios, Brasil, y volvió. En Huanguelén conoció a su actual pareja, se enamoró y se casó. “Fuimos novios hace unos 10 años y nos reencontramos después de la pandemia”, cuenta la chica en diálogo con Infobae.
La pareja ahora está en Colorado, Estados Unidos. Pero desde allí, Alejandrina, de 35 años, mantiene sus lazos. En ese sentido, tener una casa es eso. Tener una raíz en un lugar que hace que se vuelva a ese sitio, pese a pasar meses o años de viaje por el mundo. Esta joven, que estudió hotelería en Buenos Aires, convirtió una vieja estación de servicio de YPF, que luego fue la gomería de su papá, en un coqueto hostel de dos habitaciones.
El local funcionó desde la década del 40 del siglo pasado y tiene el estilo de las primeras estaciones que se construyeron durante el inicio del gobierno de Juan Domingo Perón. En ese momento, la petrolera estatal empezó a extender sus redes para abastecer de nafta a los autos que empezaban a viajar en forma más continua por las incipientes rutas argentinas.
En esta nota se publican fotos históricas de la estación de servicio en los momentos en los que era una especie de oasis de nafta en la pampa bonaerense. Los autos o camiones que llegaban hasta estos sitios, muchas veces se aventuraban y corrían el riesgo de quedarse sin combustible en el camino.
Reciclar el pasado
Alejandrina pasó su infancia en la vereda de ese edificio de la década del 40 que su padre convirtió en gomería, una vez que YPF cerró la estación. “Tengo el recuerdo de los juego entre las cubiertas – relata Pérez Bravo-. Por eso, cuando necesité una casa en Huanguelén no lo dudé ni un minuto y le pedí la propiedad a mi abuela”.
Así, en una de sus vueltas a su pueblo Alejandrina comenzó con el proyecto. “Lo dibujaba en mi cabeza y luego un maestro mayor de obra con los albañiles lo ejecutaba”, cuenta la chica vía telefónica desde Colorado, Estados Unidos.
Pérez Bravo arregló el baño de abajo que era el de la gomería y que tantos recuerdos le traía de chica. Integró la cocina con un living pequeño. Y agregó una escalera caracol para construir en el primer piso dos habitaciones y una pequeña terraza que tiene vista aérea de todo el pueblo.
Alejandrina se casó con Agustín y juntos emprendieron el viaje a Colorado. “Estaba en mi casa de Huanguelén y nos reencontramos, luego de 10 años. Habíamos cortado cuando me fui un tiempo a vivir a Buzios, a la playa. Y cuando nos volvimos a ver todo se dio otra vez de manera natural. Y acá estamos ahora casados y viviendo en Estados Unidos”.
Desde que está en Estados Unidos, Alejandrina alquiló su casa reciclada un promedio de 100 días al año. “Hay algo de turismo regional y poco de Buenos Aires, porque estamos a unos 500 kilómetros de la capital del país – sostiene Pérez Bravo-. Otro público al que apuntó es al que necesita venir al pueblo por trabajo. Ya sean viajantes o de gestiones ligadas al campo. En el pueblo no hay hoteles y esta casa puede ser una buena opción”.
La chica, además, mantiene un trabajo que hace desde su casa de campo en Colorado, mientras ve pasar los conejos silvestres por el jardín. Pérez Bravo está a cargo de la balanza de camiones del pueblo. “Primero lo hacía presencial y tenía que ir cada vez que aparecía un camión. Cuando surgió la posibilidad de viajar, vi la opción de hacer el trabajo en forma remota. Ahora, mediante una app atiendo al chofer que llega y le doy su comprobante en forma electrónica”, resalta Alejandrina.
La disputa por Huanguelén
El músico José Larralde es de este pueblo del sudoeste de la Provincia de Buenos Aires. En la actualidad en sus calles está la casa de su infancia y una peña en la que se lo homenajea todo el tiempo. “Es un lugar clásico de campo en el que se come asado y después hay música hasta la madrugada los fines de semana”, explica Alejandrina.
La chica mantiene sus raíces en Huangue, como llaman a la localidad los pobladores para evitar el nombre más largo. Quizás, de niña muchas veces escuchó los versos que canta Larralde sobre su ciudad. “Huellones de tierra y tosca, que de chico recorrí/arroyos, montes y vientos ellos allá y yo aquí/Un día me fui del pago, pero Dios ha de querer/que no se me manque el zurdo sin llegar a Huanguelén”, canta el artista.
En tanto, el pueblo vive dentro de un laberinto burocrático cotidiana. Las casas de Huanguelén están repartidas en cuatro distritos: Coronel Suárez, Guaminí, Daireaux y General Lamadrid. Los trámites municipales o judiciales más sencillos, a veces, implican movilizarse unos 200 kilómetros hacia una u otra localidad de cabecera de la localidad.
Si bien la división implica problemas generalizados, hay desigualdades al interior del territorio. Por ejemplo, hay calzadas que por pertenecer a Coronel Suárez cuentan con alumbrado público, agua corriente y otros servicios necesarios. En cambio, las que pertenecen a otros municipios, como Guaminí, pueden registrar deficiencias serias en algo tan básico como una cloaca o el suministro eléctrico. Por eso, no es extraño que vecinos cambien su domicilio para acceder a los beneficios de las veredas opuestas.
En 2018 hubo una marcha histórica en el pueblo para pedir por la autonomía, pero hasta ahora no hubo grandes avances en esa dirección. En la localidad todos hablan de la situación de la calle 22. Esta zona clásica de pueblo bonaerense con veredas angostas árboles pelados por el avance de temporada de frío en la región, es una muestra de la división de Huanguelén. El margen sudeste de la calzada corresponde al municipio de Coronel Suárez: tiene alumbrado público, agua corriente, gas y cloacas. El correo y el servicio de recolección de basura llegan con regularidad hasta la puertas de las casas de los vecinos de ese lado de la calle. El margen noreste pertenece a Guaminí: no tiene postes de alumbrado, ni red de agua corriente, ni gas, ni cloacas.
Mientras espera para volver a un trabajo como moza en Colorado, Alejandrina se mantiene pendiente de lo que pasa en Huanguelén. “Mi objetivo es vivir con una mochila en la espalda”, afirma sin titubeos. Sin embargo, la chica encontró el amor en el pueblo y plantó sus raíces allí, en la vieja estación de servicio del pueblo que convirtió en su casa alternativa y en un hostel para los visitantes. Quizás en su corazón quedó grabada para siempre la frase de la canción de Larralde: “Que no se me manque el zurdo sin llegar a Huanguelén”.