Pablo Buchbinder todavía no puede cree lo que logró. El hombre que lleva unos 40 años ligado al montañismo logró llegar hasta la cima del Everest, la montaña más alta del mundo. No fue sólo eso, el escalador tiene 62 años y fue el argentino de mayor edad en lograr la hazaña y también tiene el récord entre todos los que subieron este año en busca de la cima del mundo en Nepal. “Mis ex esposas y mis hijos siempre me dicen que nunca me ven más feliz que cuando me voy a una expedición o cuando apenas vuelvo y todavía me dura la emoción de la aventura”, explica el hombre en diálogo con Infobae desde Chile, su país de residencia actual.
Buchbinder tiene un lema que lo convirtió en ley para su vida. “La herencia es un error de cálculo financiero”, sostiene mientras muestra una sonrisa pícara. “A mis tres hijos ya les di la mejor educación posible, son todos profesionales, y hasta propiedades. Ahora, el resto es para cumplir mis sueños. Muchas veces ellos me dicen que parezco el hermano menor, antes que un padre”, explica Buchbinder.
Pasión por las montañas
Pese a su espíritu aventurero, Pablo no le escapa a las responsabilidades. “Por suerte desde que eran chicos mis hijos predique con el ejemplo. A todos les encanta la montaña y fueron de campamento desde muy chicos a Bariloche y otras zonas de la Patagonia”, sostiene el montañista. Tanto fue así, que los Buchbinder llegaron a la cumbre del Aconcagua juntos en el 2018.
El montañista nació en Mar del Plata y estudió geofísica en la Universidad de esa ciudad balnearia. Buchbinder se crió junto al mar y pasaba su tiempo entre los primeros pasos en el surf, como todo chico de la costa atlántica bonaerense, y su amor por las rocas. “Muchos no lo tienen en cuenta, pero en Mar del Plata hay colinas que se pueden escalar y hasta acantilados para practicar”, explica Pablo entusiasmado.
Desde ese momento de la juventud que ascendió las primeras colinas en su ciudad natal, Buchbinder nunca más paró. Hizo cursos de escalada en hielo en Bariloche y fue asumiendo diferentes riesgos en los picos de todas las dificultades posibles. “Hay que estar muy concentrado para no fallar. La montaña siempre te presenta dificultades y peligros. Hay que evaluar cada paso, para poder seguir adelante. Y muchas veces, es necesario dar un paso atrás para no arriesgar la vida”, sostiene el escalador.
Tras escalar casi todos los picos de Argentina y muchos de américa del sur, Buchbinder se propuso cumplir su sueño de llegar a los “techos del mundo”. Así, planeó el ascenso a alguna de las llamadas “montañas del grupo de las 14″. Se trata de los picos más altos del mundo, todos por encima de los 8.000 metros, ubicados en Nepal, China, El Tibet o Pakistán.
Pero no fue fácil la aventura para Buchbinder. Antes, tuvo que pasar por dos travesías en las que no logró llegar a la cima. Sin embargo, el escalador no se desanimó y siguió intentando. Fue por más. “Lo que quiero demostrar es que a una persona de 62 años no se le terminó la vida. Todavía puede estar activa y cumplir sus sueños - dice el montañista-. No todos tienen que subir al Everest que es algo muy riesgoso. Pero se puede mantener actividad y cumplir deseos que en otros momentos por las obligaciones es más difícil, por ejemplo”.
La tercera es la vencida
La primera vez que intentó subir un pico de los 14 más altos, un amigo sufrió una quebradura tras una caída. “Me quedé a acompañarlo porque no hablaba inglés e iba a ser muy difícil la comunicación con los rescatistas - recuerda Pablo-. Hice lo que tenía que hacer que era no dejar a mi amigo solo. No me arrepiento. Sabía que iba a tener otra oportunidad”.
Buchbinder no se desanimó y volvió a Asia por más. Su sueño era llegar a esos más de 8.000 metros. Esas montañas que están casi a la altura en la que vuelan los aviones comerciales a velocidad crucero cuando surcan los continentes. La segunda vez, una tormenta le impidió llegar a la cima de otros de los picos más altos del mundo. “No quise correr riesgos innecesarios. Sabía que mi chance ya iba a llegar”, explica el amante de las montañas.
Entonces en este 2024 llegó la tercera chance. Buchbinder empezó a prepararse para el Everest en enero de este año. Hizo expediciones en el desierto de Atacama y escaló montañas menores en Chile y Argentina para adaptar su cuerpo a la altura. El mes ventana para subir al pico de 8.848 metros era mayo. La única opción en el año. La que esperan decenas de montañistas habilitados cada año para la aventura.
Antes de viajar, Pablo le dejó a sus hijos una lista con sus bienes para evitar problemas posteriores. El escalador sabe que este tipo de expediciones al techo del mundo pueden ser mortales para muchos escaladores. “Mis hijos siempre me dicen, ‘no jodas papá'. Pero tengo que ser realista porque los riesgos en la alta montaña tienen mucho riesgo”, admite Buchbinder.
Ya en Nepal, Pablo se encontró con los dos sherpas que lo iban a acompañar en el viaje de su vida. Además, junto a él iba el alma de Nacho Lucero, un amigo que murió en la montaña el año pasado en una expedición en el monte Marmolejo, en la Cordillera de los Andes. “Nos conocíamos desde 1990 con Nacho y compartimos la pasión por las escaladas. Por eso, siento que mi amigo me acompañó en la ascensión al Everest”, se emociona Buchbinder. Pablo estaba en la misma travesía pero se tuvo que volver a su casa por temas laborales.
El aventurero pasó unos 40 días en el campo base del Everest a unos 5.400 metros de altura. Buchbinder esperaba su oportunidad para subir. Esa ventana de clima que le permita llegar hasta el pico más alto del mundo. El momento llegó. Fue el 21 de mayo que la expedición de unas 36 personas partieron rumbo a la cima. “Arrancamos a las 22 horas con luna llena. Fuimos de campo 3 al 4. Todo el viaje yo sentía que esa vez se me daba. Que lo iba a lograr”, explica.
La aventura de Pablo
La travesía tuvo sus obstáculos. “Adelante mío murió un escalador inglés con el que había compartido la estadía en la base de la montaña. Fue un shock muy grande porque sucedió poco tiempo antes de que yo pasara por el mismo lugar. No lo vi caer, por suerte, porque eso hubiera sido muy traumático”, admite Pablo.
Buchbinder siguió adelante, siempre acompañado por el alma también aventurera de su amigo Nacho. Primero llegó al balcón del Everest. Desde allí pudo ver la curvatura de la Tierra. “Es algo único. Estás a una altura demasiado loca para ponerte a pensar. Lo hacés y listo. Además, tenés que ir concentrado para evitar los riesgos de caídas”.
Por ejemplo, en el video que acompaña esta nota se lo puede ver a Pablo cruzar un precipicio helado con una escalera tan fina como su pie. “No podés ponerte a pensar mucho, tenés que mirar cada paso, porque una distracción puede ser mortal”, cuenta el escalador. La escalada siguió y cuando estaba por cumplir las 24 horas de caminata en la mañana del 21 de mayo, Buchbinder llegó al Paso de Hillary, la antesala de la cima. “Me habían hablado de esa pared que era muy vertical y el momento más complejo, porque se suma el cansancio y la emoción de estar tan cerca -recuerda el amante de la montaña-. Lo pasé casi sin darme cuenta y ya estaba camino a la cima”.
Buchbinder llegó a la cima y estuvo casi una hora allí sentado en el techo del mundo. Por su mente, habrán pasado los recuerdos de las primeras escaladas en Mar del Plata, los abrazos con su amigo Nacho Lucero y las veces anteriores que se quedó muy cerca de la cima. “No estaba solo, éramos unas 20 personas en el pico del Everest. Igual me pude dar mi tiempo para emocionarme por lo que había logrado”, relata.
Luego de la cumbre, quedaba un descenso que también es muy peligroso. Y la decisión de pasar la noche en el campamento 4, a una altura que lo hacía muy peligroso. “No dormí en toda la noche, porque sabía que si me quedaba sin oxígeno me podía morir. Recién pude descansar cuando llegué a la base”, cuenta Buchbinder. Ya de vuelta en Chile, Pablo confiesa que les prometió a sus hijos que iba a dejar este tipo de expediciones cuando nazca su primer nieto. El bebé llegará en los próximos meses. Sin embargo, el aventurero empieza a dudar si cumplirá con lo pactado. “Amo mucho las montañas”, se sonríe Buchbinder. Y queda picando cuál será su próxima aventura en las alturas.