Sharm el Sheik
Egipto es conocido por ser una antigua civilización que ha legado increíbles pirámides e innumerables historias de faraones que prolongaron un imperio a lo largo de varios milenios. Sin embargo, al visitar el país árabe, llego hasta las costas del Mar Rojo para descubrir a un enclave que es conocido por otra característica: sus hermosas playas. Estamos en Sharm el Sheik y sin perder tiempo, comenzamos nuestra jornada temprano en la mañana partiendo desde nuestro alojamiento en dirección a Naama Bay, el rincón con las playas más concurridas de la ciudad. Para hacerlo usamos unas pequeñas combis azules, medio de transporte elegido por lugareños y turistas para ir de un lugar a otro, que cuesta apenas unos centavos de dólar y que se utiliza con mucha frecuencia, lo que nos permite llegar rápido a nuestro destino. Otra vez a pie, tomamos por una avenida principal y desde ella enfilamos hacia una de las calles de ingreso, observando en el trayecto una faceta occidental de Egipto, con grandes hoteles entremezclados con negocios de todo tipo, atractivos casinos incluidos para quienes disfrutan del juego. Nuestra recompensa está al final del camino cuando una playa de arenas claras y aguas transparentes sale a nuestro encuentro en medio de la tranquilidad de la mañana. En el frente costero, los paradores se suceden uno al lado del otro, ofreciendo todas las comodidades que podrían imaginarse en cualquier centro turístico de primer nivel del mundo. Observamos, anclados en la bahía, numerosos barcos que se esparcen en las tranquilas aguas del Mar Rojo y entre ellos distinguimos algunos con fondo vidriado, preparados para que los turistas puedan observar debajo de la superficie a las formas del mar con sus coloridos habitantes. Caminando sobre la arena encontramos, fuera del agua, una medusa, que a simple vista parece inofensiva por su falta de filamentos, alejándonos luego de la costa por un muelle particular, construido con unas piezas plásticas de grandes dimensiones que, ensambladas, copian el ondular del agua y dificultan un poco el andar sobre ellas. Al profundizarse el mar, desde arriba distinguimos peces multicolores, los cuales, atraídos por el alimento que les dan algunos turistas, se acercan en cardúmenes a comer sin esfuerzo. Desde el pontón plástico entramos a uno de los barcos vidriados y pese a que no zarpamos, porque no es el horario correspondiente, logramos apreciar a través de las grandes superficies traslúcidas sobre las que nos agazapamos, el suave fondo arenoso de la costa. Otra vez en la playa pedimos permiso a uno de los guardavidas y nos subimos a uno de sus espigados miradores, percibiendo desde allí un panorama distinto, en medio de una temperatura que se va tornando más cálida. El clima oscila entre 15 ºC y 35 ºC en invierno y entre los 20 ºC y 45 ºC en verano, a la vez que el agua se mantiene entre 21 ºC y 28 ºC, razones que colaboran para que Sharm el Sheik pueda ser visitado durante todo el año
Es momento de cambiar de aire, por lo que nuevamente tomamos una de las combis azules y nos desplazamos hacia la otra punta de la ciudad, hasta llegar a Palm Beach y a Hadaba, una zona un poco más tranquila, un área en donde se realizan deportes acuáticos como el wind surf, kite surf, canoismo, snorkeling y por supuesto buceo. Para la práctica de este último se despliegan grandes superficies de plástico como las que transitamos hace un rato para llegar al banco transparente, que ingresan al mar cientos de metros, de manera que los bañistas lleguen a aguas más profundas sin dañar a los delicados corales, ecosistema muy frágil y de lenta regeneración. Siguiendo la línea costera llegamos ahora a la playa de Fanara. En un primer momento descubrimos el sitio desde un acantilado; la transparencia del agua nos asombra, permitiéndonos descubrir en detalle el coralino fondo que atrae a todo tipo de personas que ansían practicar el buceo.
Situada en el sur de la Península de Sinaí, Sharm el Sheik fue tomada por Israel en 1956 y recuperada por Egipto un año después. Tras sucesivos vaivenes luego de la guerra de los Seis Días de 1967, fue retornada definitivamente al país de los faraones en 1982. De ahí en adelante, el Golfo de Áqaba en el cual se encuentra, fue dividido en cuatro partes; Sharm el Sheik ocupó una de ellos, abarcando 42 kilómetros cuadrados, con un 50% de esta superficie directamente destinada al turismo, que pasó a ser la actividad principal de la región.
Decidimos bajar del acantilado para ver el agua más de cerca en una playa bastante estrecha y muy concurrida, ratificando la estadística que nos habla de la importancia del turismo. Nos apartamos hacia un extremo en un rincón más tranquilo y sin dudarlo nos sumergimos en la calidez de las aguas del Mar Rojo. A pasos del desierto, el agua parece reforzar su carácter refrescante.
Islas Phi Phi, Tailandia
El avión de una aerolínea local emprende vuelo desde Bangkok, la capital del país que alberga más de diez millones de habitantes, en un vuelo de poco más de una hora que tiene como destino a Phuket, una de las provincias meridionales de Tailandia. Miro por la ventanilla y veo en directo lo que había percibido en los mapas. Tailandia es como una gran península que se desarrolla de norte a sur, y Phuket es un apéndice de esa península que se desprende paralelo, siempre de norte a sur, sobre la costa oeste. Ya en tierra firme nos movemos hacia la costa para desplazarnos por el agua precisamente entre ese apéndice y la parte continental, un área que es conocida como el Mar de Andamán. Nosotros tomamos un speed boat, un bote ligero, pero también puede hacerse el trayecto en ferry, dependiendo específicamente al sitio al que se vaya.
Navegamos alrededor de una hora por aguas que en esta época del año están tranquilas, hasta divisar al archipiélago, que está compuesto por cuatro porciones de tierra: Koh Phi Phi Don, Koh Phi Phi Leah, Koh Yung -la Isla Mosquito- y Koh Pai -la Isla Bamboo-.
Nos detenemos en la de mayor superficie, Koh Phi Phi Don, que es la única poblada con apenas poco más de dos mil habitantes, haciendo escala en la capital Ton Sai. Muy chiquita, pintoresca, por supuesto al borde del mar, la transitamos en apenas unos minutos, llamándonos la atención enseguida un detalle: no hay autos. Sí se ven algunas pocas motos y muchas, muchísimas bicicletas, la mayoría del tipo de las antiguas Aurorita, esas que usan un rodado de poco diámetro. Calles estrechas, algunos hoteles intercalados entre negocios de souvenirs y muchas agencias desde donde se pueden contratar tours para salir a bucear o para hacer excursiones.
El resto de los hospedajes está en el perímetro de la isla alejados de Ton Sai. En unos de estos sitios nos establecemos, en una especie de resort, que se encuentra a unos cuatro o cinco kilómetros de la parte urbana, frente a una playa increíble, muy extensa, con muy suave pendiente, agua transparente y cálida y con una temperatura ambiente que ronda los 25ºC a 30ºC grados durante todo el año. El complejo, y todos los hospedajes en general, están casi aislados, es decir que no se llega por tierra, excepto por senderos por los que circulan bicis, siendo la comunicación mayormente por mar. Y la hacen con unos vehículos muy particulares: los long tail boats, es decir los botes de cola larga. Son unos lanchones de uno seis, o siete metros de largo y la particularidad la tienen en el motor. Son motores de autos, que se montan sobre una base de madera en la parte trasera del bote y están conectados mediante un caño metálico largo de unos cuatro metros a la hélice que va bajo el agua. El conductor maniobra entonces el bote a través de ese caño, e inclusive muchas veces saca a la hélice del agua, lo cual viene a ser una especie de punto muerto. El que nos lleva a nosotros durante nuestra estadía tiene en la proa la emblemática foto del Che Guevara. Dudo que sepa quién era, aunque mirándolo con detenimiento, es bastante parecido a él en sus rasgos generales, pero en versión asiática.
En uno de estos botes vamos hasta dos de las otras islas, la Isla Mosquito y la Isla Bamboo. Hacemos snorkel en ambas, especialmente en la Mosquito frente a unos acantilados que tienen un hueco por donde penetramos y en donde el agua se aquieta, permitiéndonos sumergirnos sin dificultad.
Nos queda pendiente la vista a la más famosa de las islas, la Koh Phi Phi Leh. Su minúscula superficie de tierra tiene la forma de una letra “C”, con la boca de entrada a la bahía interior muy expuesta al mar abierto, siendo muy peligroso maniobrar en dicha condición tan ventosa. Ésta es la isla donde se filmó la conocida película de Di Caprio, La Playa, en el año 2000. El lugar es paradisíaco, pero en la actualidad va tanta gente que dicen que caminar por la playa es como caminar por la Bristol, por lo que pierde mucho del encanto que posee.
Retornamos a la zona de nuestro alojamiento charlando con el Che Guevara tailandés, quien nos recuerda que las Phi Phi fueron golpeadas por el tsunami de 2004, con una pérdida del setenta por ciento de las construcciones y con un saldo de alrededor de cuatro mil muertos. Después de eso se instaló un sistema de alarma contra tsunamis.
Nos relajamos un rato en la paradisíaca playa, casi en soledad, tranquilidad que sólo se ve interrumpida con el paso de un grupo de escolares que retornan a sus casas después de clase. Son muy simpáticos e intentan decir “Correcaminos” con la traba fonética y cultural que representa la “R” fuerte al querer pronunciarla. Se alejan y mientras se pierden en el horizonte de arena y agua, me pregunto si tendrán idea del paraíso por el que transitan cada día.
Cayos, Cuba
Procediendo desde Ciego del Ávila y de Morón, nos movilizamos por la zona costera norte de Cuba, accediendo a la región conocida como los Jardines del Rey, en donde se destacan más que nada dos Cayos, el Cayo Guillermo y el Cayo Coco. Hasta hace unos años se accedía a ellos por vía marítima, pero hace poco tiempo se construyó una extensa autovía, por la cual ahora transitamos, de diecisiete kilómetros por sobre el agua, que se formó acumulando piedras y recubriéndose el trayecto con una terminación asfáltica, facilitándose entonces en gran medida el acceso a esta zona tan turística. La región tomó el nombre de Jardines del Rey cuando en 1514, el conquistador español Diego Velázquez la bautizó de esa manera por su exuberante vegetación y hermosas playas. El extenso pedraplén por el que avanzamos fue terminado en julio de 1988, tardándose dieciséis meses en su construcción y necesitándose tres millones de metros cúbicos de rocas y piedras.
Minutos después de circular por él, hacemos nuestra primera escala en Playa Larga, una de las más selectas de Cayo Coco y al igual que otras personas presentes, nos ponemos en contacto con la naturaleza, que en parte se expresa en estos cayos a través de veintisiete kilómetros de diversas playas separadas por pequeños tramos de rocas. Nuestra escala dura apenas un instante y tras retomar la ruta que se dirige hacia el oeste avanzamos hacia otro de los paradisíacos rincones de Cayo Coco; el vehículo que nos moviliza interrumpe su andar en la solitaria Playa Prohibida, quizás la más tranquila del frente marítimo de los cayos que estamos visitando, un sitio en el que existe sólo un bar, que se especializa en platos con langostas. Decididos a conocer al área en toda su extensión, optamos por continuar el recorrido pasando ahora de Cayo Coco a Cayo Guillermo, siempre avanzando por la conectiva banda de asfalto que se dibuja longitudinalmente por el angosto espacio de tierra. El Cayo Guillermo es mucho más diminuto ofreciendo sobre su cara norte a dos tentadoras opciones antes de llegar a nuestro destino final, como las Playas del Paso y del Medio. Nuestro auto se detiene donde se termina la ruta y llegamos a Playa Pilar. Es momento de relajarnos pero antes de hacerlo, ya a pie, cruzamos una extensa superficie medanosa, intercalada con vegetación, utilizando un prolongado corredor de madera, que se hace interminable, ansiosos por conocer a la playa que ostenta el título de ser una de las más hermosas no solo de la región sino de Cuba entera. Todo el viaje tiene su recompensa, al final de la pasarela accedemos a un verdadero paraíso, la última extensión de los cuatro kilómetros de playa de Cayo Guillermo. Parece increíble recordar que toda la zona hasta 1990 era un extenso manglar poblado de mosquitos, deshabitado, que hoy en día se ha transformado en arena blanquísima y agua transparente, cálida, que toma tonalidades que oscilan entre el verde y el azul. Fue en esa época que se construyó el primer hotel, precisamente en Cayo Guillermo, y desde allí hasta el presente las urbanizaciones no han parado. Las temperaturas de la región también hacen su aporte, con medias que oscilan entre 25 ºC y 27 ºC durante todo el año, mientras que la del agua no se aleja nunca de los 24 ºC.
Caminamos a lo largo de la línea costera apreciando las sencillas pero confortables instalaciones que colaboran para relajarse aún más dentro de un entorno de ensueño. La gente, la fauna e inclusive el tiempo no parecen tener prisa en la amplitud de la Playa Pilar, como lo demuestran un grupo de flamencos, apenas una muestra de las más de dos mil especies de aves presentes en la región. Alguna embarcación, sombrillas, guardavidas, reposeras, algo de sombra para refugiarse del implacable sol.
No hacen falta muchos recursos materiales para disfrutar de lo que nos rodea. Agua tibia, una arena blanca que enceguece, un cielo bien celeste. Lo que nos habían dicho es cierto. Playa Pilar, en el norte de Cuba, es la más bonita de todas.
* El autor, ingeniero, docente y estudiante de historia, narra sus vivencias de viajes a través de su cuenta de instagram @correcaminosmundo