Desde la pantalla de un tótem, una anciana responde preguntas. Tiene 93 años, se nota que aprendió a hablar castellano de grande, pero su voz es firme. Está muy lúcida. Puede contestar cualquier pregunta. Hasta ahora, puede replicar unas tres mil. Sobrevivió al horror de los campos de exterminio nazis y al dolor de la desaparición de su hijo durante la dictadura militar argentina.
--¿Cómo te llamas?
–Mi nombre es Sara Rus.
–¿En qué campos estuviste?
–Auschwitz. Birkenau. Freiburg. Mauthausen.
–¿Cómo fue la experiencia en Auschwitz?
--De noche nos tenían en las barracas tirados en el piso. A veces levantándonos a medianoche y otra vez a la barraca porque teníamos que ser contadas continuamente, nos contaban cuándo se les antojaba y de día había un patio, había un baño, había un lugar de duchas, pero ducharnos desnudas para volver a poner el vestidito sobre el cuerpo mojado. Mi madre estaba en un momento muy difícil. Tenía mucho frío en los baños. A veces encontraba pedacitos de papel o algo y yo le metía en la espalda a ver si le puedo ayudar un poco por el frío.
Lo que más conmueve al escuchar su testimonio es que Sara murió el 24 de enero de este 2024. Y que llegó justo a colaborar, a responder preguntas para contar su historia en este proyecto del Museo del Holocausto de Buenos Aires, llamado Dimensions in Testimony (DiT), una propuesta interactiva que va a revolucionar el concepto de historia oral.
Quién fue Sara
La biografía de Sara Rus dice que nació en 1927 en Lodz, Polonia, como Schejne María Laskier. Iba a la escuela judía y estudiaba violín. El primer soldado alemán que vio en su vida ingresó a su casa y, a propósito, le rompió el instrumento. En 1940 la familia fue obligada a vivir en el gueto de Lodz en condiciones infrahumanas. Allí conoció a Bernardo Rus, quien se convertiría en su esposo.
En 1944 la trasladaron a Auschwitz, donde la separaron de su padre, a quien nunca más volvió a ver. Más adelante, la obligaron a trabajar en la fábrica de aviones en Freiberg. Y más tarde a Mauthausen, donde ella y su madre fueron liberadas el 5 de mayo de 1945. Ambas sobrevivientes pesaban menos de 30 kg. cuando recuperaron la libertad.
Al terminar la guerra se casó con Bernardo y emigraron a la Argentina, donde tuvieron dos hijos, Daniel y Natalia. El 15 de julio de 1977, Daniel fue secuestrado en la puerta de la Comisión Nacional de Energía Atómica, donde esperaba recibirse de físico, y permanece desaparecido. Sara formaba parte del programa de sobrevivientes de la Fundación Tzedaká.
Cómo se tomó el testimonio
Por el momento, el tótem de Sara se encuentra en una sala del primer piso del museo, junto a un piano que pertenecía a su hijo Daniel, que no está abierta al público en general. Su proyección aún está en fase “Beta”. El Museo ya posee una biografía interactiva, que funciona para todos los asistentes: la de Lea Zacaj de Novera, otra sobreviviente de la Shoá. Para que la de Sara esté aceitada del todo, y pueda responder a cualquier pregunta sin dudar ni equivocarse, debe someterse a unas diez mil preguntas.
Fabiana Mindlin, Secretaria General y Directora del Museo, explica cómo llegó este sistema interactivo a Buenos Aires: “Cuando iniciamos el proyecto de renovación el Museo del Holocausto de Buenos Aires liderado por Marcelo Mindlin, el entonces secretario general Ariel Shapira, viajó a conocer los principales museos de la temática en el mundo. En ese momento, en el museo de Nueva York, Ariel vio el testimonio interactivo (DiT) que recién estrenaba la Shoah Foundation. En ese momento supimos que tenerlo en nuestra nueva exhibición y con sobrevivientes que habían venido a la Argentina. Ya tenemos dos en funcionamiento, el de Lea Novera que fue el primero en idioma castellano y el de Sara Rus que lanzamos hace algunas semanas”.
El proceso de grabación de Sara se llevó a cabo en 2022. “Fue muy intenso y lindo a la vez -explica Mindlin-. Tanto Lea como Sara fueron unas heroínas a la hora de filmar durante 4 días seguidos casi 5 horas por jornada, teniendo que responder unas 1500 preguntas. Hay que entender que los sobrevivientes tienen discursos con sus historias muy armadas. Esto era diferente, tenían que responder a preguntas puntuales a las que no estaban acostumbradas. Muchas veces, a raíz de una pregunta, se disparaba en ellas todo un relato muy largo, y ahí teníamos que recordarles que fueran más concretas con las respuestas. Fue muy emocionante verlas tan comprometidas con el proyecto”.
“Por eso la fase beta es tan importante -añade Federico Treguer, vocero del Museo del Holocausto-. A todos los grupos escolares que vienen al museo los traemos aquí para que hagan preguntas. Porque el sistema tiene que aprender”. Y revela un tercer testimonio en marcha: “Hay otro que ya se filmó en Córdoba y está en posproducción. Se trata del sobreviviente Edgard Wildfeuer, que lamentablemente ya falleció”.
La más emocionada al oír la voz de Sara es su hija Natalia, que estuvo presente en todo el proceso de grabación, que se hizo en 2022, y está ahora en el Museo para hablar con Infobae. “La voz que es lo que más me impresiona, uno se olvida si no. Ella siempre tuvo una voz y un decir muy claro, muy lindo, como una forma de hablar maravillosa. Y se ve un gesto de ella, que era entrecerrar los ojos…”.
“Mamá tenía una mirada muy inteligente sobre las cosas -explica sobre el proceso de grabación-. Mientras hablaba, paraba y después retomaba, esa cosa de regular. Yo soy informática y entiendo lo que pasa detrás de los sistemas. Vi que la gente del Museo fue muy inteligente en dejarla hablar, aunque por momentos le decían ‘no, Sara, después te pregunto’. Porque el sistema después toma todo lo que ella dice, las palabras claves y busca las respuestas en función de la palabra clave que tiene la pregunta”.
Prueba, error y un testimonio estremecedor
Detrás del micrófono se encuentra Treguer, el vocero. Él pregunta, Sara responde. A veces, todavía, la requisitoria apunta a un lugar, y la respuesta va hacia otro. Pensamos, por ejemplo, en conocer qué comían en los campos de concentración. La pregunta fue:
--¿Qué comían durante la guerra?
Pero Sara contestó:
–Me encantaban las salchichas con chucrut.
Sara tampoco se priva de corregir al entrevistador cuando intenta interrogarla de otra manera:
–¿Cómo se alimentaba en los campos?
--¿Me podrías hacer la pregunta de diferente manera?
O también:
--Estuviste mucho tiempo separada de tu mamá en los campos.
–Ayudaría que hagas preguntas más cortas.
Pero, por lo general, la charla fluye y el relato de Sara pone los pelos de punta:
--¿Te separaste de tu mamá en algún momento?
–La primera vez, cuando llegamos a mi tienda, vimos a un alemán. Un nazi con un rebenque. Nos hicieron poner en fila y empezaron a separarnos las mujeres. ‘Usted a derecha, a izquierda, a derecha’. Separaban a las mujeres y entre ellas que fueron a la izquierda le llevaron a mi madre y yo me quedé a la derecha. Y los años que tenía, casi 17 años ya. Parecía una nenita muy flaquita y de un aspecto bastante malo, pero todavía me mandaron a la derecha. Yo sufría terriblemente que estoy separada de mi madre. Entonces me atreví a acercarme al alemán, ante las mujeres que estaban al lado mío, me decían ‘nena, no te vayas de acá, te van a matar, te van a pegar’. No me importa nada. Voy a hablar con mi mamá y me acerco al alemán y el alemán me mira con una cara y me dice: ‘¿Cómo te atreves a parar acá, frente a mí?’ Me habla en alemán. Yo le contesto en alemán. ‘Vos me sacaste a mi mamá’. No podía entender eso, que me atreví a eso. Y lo que me pregunta ‘¿Y cómo hablas alemán?’ Le digo que toda mi familia habla alemán. Teníamos clientes alemanes en Polonia. Así. ‘¿Y cuál es tu madre? Llévatela’. Y fue la gran felicidad mía que la pude llevar al lado mío.
Natalia Rus, la hija de Sara, admite que “teníamos miedo de que no llegara a verlo. Pero el Museo fue a su casa a finales del año pasado. Ella ya no estaba bien, pero le pudieron mostrar de qué se trataba el trabajo que había hecho”.
--¿Cuando lo hizo, tu mamá sabía de la importancia que tenían sus respuestas?
--En un momento, empezó a hablar y a contar su vida y a dar testimonio. Todo lo que fuera sentarse, hablar y contar para ella era como su trabajo, hasta que se murió. Y yo creo que es muy difícil entender esto que vemos acá para una persona de 90 años. Pero ella de joven fue actriz. Ya tenía muy incorporada la parte histriónica, le gustaba. Mi vieja fue muchas veces a la tele para entrevistas. Aparte siempre fue muy dulce, muy conquistadora. Lo tenía muy incorporado. Pero era un trabajo. Sabía que lo tenía que hacer. Y lo tomó con mucho compromiso. En realidad, se comprometía mucho con todo lo que hacía.
--Decís que un día empezó a hablar. ¿Al principio no contaba?
--No. Mi papá y mi mamá, los dos, sobrevivieron a campos de concentración. Y cuando llegaron a la Argentina en el 48, no se hablaba tanto. En mi casa nunca se ocultó el tema del Holocausto. Pero en un momento acá hubo un trabajo muy interesante, un mega proyecto de Spielberg con los sobrevivientes de la Shoá en los 90. Ahí empezaron a dar testimonio. Fue como un quiebre. Mi viejo ya no vivía. Mi mamá habló, los testimonios fueron de seis horas. Y no paró. Siempre fue fundamental contar su historia y esto es una manera de continuar haciéndolo después de su muerte. O sea, no en cuerpo presente, pero sí a través de sus relatos, a través de sus respuestas, a través de su imagen, con su voz. Para mí es maravilloso venir y seguir escuchándola, porque seguramente hay cosas acá que yo no sé. No estuve en los cinco días de grabación todo el tiempo, entonces tengo la sensación de que por ahí todavía puedo llegar a encontrar partes de su historia que nunca me contó”.
Su hijo desaparecido
Otra vez Federico se acerca al micrófono, ubicado en un estrado, lo presiona y hace la pregunta:
--¿Cómo conociste a tu marido?
--... Con el poco lugar que teníamos, venían amigos. Y también venía este amigo, que era amigo de papá. Y después se hizo amigo mío. Y a todos los amigos míos que venían a verme, que éramos amigos antes de la guerra de chiquitos y después ya éramos todos grandecitos de 15 años, este muchacho, bueno, no quería ver a ninguno de ellos en mi casa y de a poquito los sacó a todos mis amigos de mi casa.
–¿Cómo llegaste a la Argentina?
–Teníamos que presentarnos a un cónsul paraguayo, creo que en Francia. Y de Francia directamente viajamos para Paraguay. Pero hubo dos probabilidades. Apareció una probabilidad con el avión y otros viajaron mucho tiempo con los barcos que podían llevar más cosas. Ya uno tenía algo propio, cosas así. Y claro, mi esposo dijo vamos a ir por avión. Dejamos algunas cosas a la gente que va con el barco y nosotras, con lo que está prohibido viajar con una valija, dos por persona. Viajamos por avión y llegamos a Asunción. Los tres por avión.
--¿Cuántos hijos tuviste?
-Hoy podemos ver al primer hijo (Daniel) que nació en el 51. Un hijo soñado. Porque me dijeron en el tiempo de la guerra que nunca voy a tener hijos. Así que el hijo que nació primero fue un regalo de Dios y después nació Natalia, que fue con un amor tan grande que la tuvimos. Mi esposo estaba todavía. Pero de lo que no pudo disfrutar era de los de los nietos.
–¿Qué pasó con tu hijo?
–Una semana antes que desapareció mi hijo, desapareció su mejor amigo. Nosotros todavía no sabíamos. Era en el año 77. El muchacho que desapareció el 10 de julio del 77. Ahí nos enteramos de los desaparecidos porque estábamos en un ambiente completamente que no se hablaba de desaparecidos. Pero cuando a uno le toca, empieza a hablar, y ahí nos enteramos por mi hijo que había desaparecido un amigo de él. Entonces mi esposo empezó a averiguar qué es lo que está pasando y nos enteramos que están desapareciendo jóvenes y personas no tan jóvenes, familias. Y queríamos salvar a nuestro hijo para que viaje a otro país. Pero el dijo ‘¿Qué hice yo?’ Yo estoy donde soñaba estar. Y no me voy de este país porque el país me necesita. Él se creía indispensable acá en Argentina. El 15 de julio del 77, mi hijo no volvió a casa.
La importancia de saber Historia
Fabiana Mindlin explica cómo se implementaron las biografías interactivas en el Museo del Holocausto: “El de Lea comenzó a funcionar desde la reinauguración del Museo en diciembre de 2019. La pandemia dilató un poco su uso presencial, pero en su momento habíamos logrado utilizarlo en algunas de las cientos de visitas virtuales que funcionaron durante el confinamiento. Recién en 2022 comenzó la normalidad para que los visitantes pudieran usar masivamente el testimonio de Lea y el de Sara Rus, que se inauguró en abril pasado, se encuentra en una etapa de testeo y está disponible para los grupos de escuelas. Vale mencionar que el de Sara Rus, además de su experiencia en el Holocausto, tiene también la historia de la desaparición de su hijo Daniel por parte de la última dictadura cívico-militar y su condición de activista como Madre de Plaza de Mayo”.
Natalia Rus, que es parte del directorio de Organismos de Derechos Humanos del Espacio de la Memoria y los DDHH en forma ad honorem, dice que en la ESMA se evaluó un sistema similar para que los visitantes tengan acceso a la historia. Y compara lo que sucede entre la decisión del Museo del Holocausto y nuestra propia tragedia histórica: “Lo pensamos para las Madres de Plaza de Mayo como proyecto. Pero es caro. El museo asume un compromiso, pero creo que el gobierno argentino, y menos ahora, no lo va a asumir. Son voces que se van a perder. Es tremendo”.
Sara Rus fue víctima dos veces. La primera de los nazis. La segunda, de la dictadura argentina. Su biografía dice que murió hace cinco meses. Pero cobra vida y se hace eterna en el Museo del Holocausto de Buenos Aires, cuando alguien se para frente a su imagen y quiere saber qué fueron el horror y la crueldad. Ese ejercicio vital de conocer la verdad de la misma boca de los sobrevivientes para educarse y no repetir errores.
Video: Diego Barbatto. Fotos: Gustavo Gavotti