La familia argentina que dio media vuelta al mundo en barco y llegó a la Polinesia Francesa: “Fue maravilloso”

Juan y Constanza son papás de Ulises, de ocho, y Renata, de tres. En 28 días navegaron 4000 millas náuticas, y cumplieron su sueño de atravesar el Océano Pacífico. Acompañados por tres amigos hicieron toda la travesía y desembarcaron en una isla paradisíaca, la primera de muchas que recorrerán los próximos seis meses

Postales antes de zarpar rumbo a la Polinesia Francesa (Fotos: Instagram, @el_barco_amarillo)

—Mamá, no tengo nada que pedir porque yo ya tengo todo lo que necesito acá.

Esa frase, dicha por Ulises, de ocho años, a punto de soplar las velas mientras celebraba su cumpleaños a bordo del Cambobia, el barco de 50 pies donde navega junto a su familia, es un fiel resumen del viaje que emprendieron. La proa, la cubierta, el timón, los mástiles, y los camarotes, son su hogar desde que zarpó por primera vez antes de cumplir dos. Es un gran protector de su hermana menor, Renata, de tres, y un divertido compañero de juegos de su perra Lula. Sus papás, Constanza Coll y Juan Manuel Dordal, están juntos hace casi dos décadas. Hicieron un curso de timonel que cambió sus vidas, y se animaron a vivir muchas aventuras. Esta gran travesía comenzó en el archipiélago de las islas de San Blas, en pleno Caribe de Panamá, con una meta muy clara: no parar hasta soltar el ancla en la Polinesia Francesa. Tras 28 días de navegación ininterrumpida, y más de 8000 kilómetros recorridos, hoy es un sueño cumplido para todos los integrantes de la tripulación.

“Fue maravilloso en todos los sentidos. Se dio una convivencia perfecta, nunca sentimos falta de comida ni de nada, y en las 4.000 millas náuticas que hicimos el barco no tuvo ningún problema, se comportó espectacular; navegamos entre 7 y 8 nudos durante casi todo el trayecto, y nos trajo a puerto seguro”, comenta Constanza en diálogo con Infobae. Se percibe en su voz la alegría, la convicción y las vivencias, todavía a flor de piel, que además están muy bien relatadas en su cuenta de Instagram, @el_barco_amarillo. Periodista de profesión, ella escribe con el corazón en la mano, atrapa con sus palabras, invita a sus seguidores a trasladarse a cada uno de los paisajes y situaciones, y hace que la narración se vuelva una necesidad.

Constanza y Renata, disfrutando de la danza de delfines en el Océano Pacífico

Durante sus guardias, que empezaban cerca de las cinco de la madrugada, cuando el océano y su energía se lo permitían, aprovechaba para conectarse durante al menos una hora con su faceta de escritora y registrar las experiencias del día. Ese hábito le brindó la posibilidad de recopilar mucho material, y puede revivir una y otra vez los momentos cuando más lo necesita. También es un regalo para la comunidad de casi 100.000 personas, que están atentas a su itinerario desde hace seis años. “La distancia que hicimos es la navegación más larga que se puede hacer entre puertos, y cuando llegamos a tierra firme, desembarcos e la isla Fatu Hiva, que fue impresionante, parecía que habíamos navegado hasta el espacio y habíamos encontrado otro planeta”, revela. Era como en las películas de ciencia ficción, con vistas que superan la imaginación. Los peñascos, las piedras volcánicas con picos de más de 1.000 metros de altura, la gran cantidad de arcoíris por el clima tropical, y una cascada de agua de 70 metros, los dejó anonadados.

Entre amigos y olas

Antes del Cambobia -un barco de 50 pies que data de 1986, diseñado por el argentino Germán Frers, una eminencia en la industria naval-, habían navegado en otras tres embarcaciones más pequeñas. Las nuevas dimensiones les brindaron la posibilidad de invitar a tres amigos a acompañarlos en la misión de dar media vuelta al mundo. “Juan y yo somos un buen equipo, él más en cubierta, y yo en la cabina, con guardias cada dos horas, los chicos, las comidas, las maniobras, todo de a dos, pero este viaje iba a ser diferente, y sabíamos que nos iba a venir muy bien la ayuda y compañía de otros navegantes”, indica. Ya lo presentían antes de iniciar, pero ahora puede afirmar que la tripulación no podría haber sido mejor. Fueron las personas indicadas, y aunque nunca habían convivido ni se conocían hacía tanto tiempo, todo fluyó durante los más de 40 días que permanecieron juntos.

En familia, Constanza y Juan junto a sus dos hijos y su perrita Lula

“No hay reclamo posible, nada podría haber sido mejor”, asegura la periodista que también se formó como timonel. Belén y Nicolás, una pareja de biólogos argentinos, aportaron sus conocimientos, tanto en navegación como en las clases de anatomía que le brindaron a Ulises y Renata, además de las charlas sobre las diferentes especies de aves, lobos marinos, tiburones y delfines, que avistaron en el camino. Ellos viven en su velero en Panamá, reciben huéspedes a bordo -en Instagram @navegacionynaturaleza-, y no titubearon cuando Juan les propuso formar parte de la travesía. “Belén sabe tanto de mecánica como de cocina, y ella nos hizo budines, galletitas, tortas y panes; una tarde amasó medialunas de manteca y ahí se subió al podio de los mejores tripulantes de nunca jamás”, cuenta Constanza, entre la admiración y el agradecimiento.

Vale destacar que el menú a bordo fue muy variado y sabroso, en parte porque se abastecieron lo más que pudieron de mercadería antes de zarpar, y también porque supieron organizarse con las comidas. El listado es más que tentador: guiso de lentejas con chorizo, tira de asado con salsa barbacoa al horno, spaghetti con crema de brócolis, arroz con salsa de berenjenas, aceitunas y mozarela, panqueques con dulce de leche, chipá, hamburguesas de lentejas, cerdo a la mostaza y miel, sándwiches de morcilla y plátano dulce, picadas con berenjenas al escabeche, morrones asados, jamón crudo, salamines, quesos, rabanitos en vinagre, risotto de lomo y vegetales, curry de pollo con leche de coco, limonadas, jugos de maracuyá, cerveza con un gajo de limón al atardecer, ron con naranja y vinos varios. Y a eso se suman los gigantescos dorados y atunes que pescaron en el generoso Pacífico.

Juan es psicólogo y Constanza periodista, pero hace más de seis años dejaron la vida en Buenos Aires y se reinventaron en un velero

Andrea fue otra de las tripulantes, médica emergentóloga, pediatra y cirujana, también con experiencia como navegante. La conocieron cuando fue huésped del barco anterior donde solía viajar la familia, y cuando le preguntaron si quería unirse, tampoco titubeó. “Trajo hasta Panamá una valija entera de botiquín, con todo lo que esperábamos no tener que usar en el viaje, hasta polvo para hacer yeso, tubos de tórax y todo el equipo para operar, pero por suerte no tuvimos que usar sus dotes médicos porque nadie se enfermó ni se lastimó en todo el viaje”, aclara.

La colaboración que caracterizó al equipo fue clave para mantener un buen ritmo de navegación. Las guardias comenzaban a las nueve de la noche, después de acostar a los niños. “Nico y Belén iban a su camarote para aprovechar las cuatro horas de sueño, mientras Andy y Juan se quedaban en cubierta, siempre de a dos, uno despierto y atento al timón y al horizonte, y otro acostado en la cucheta de sotavento, en guardia pasiva, listo para activarse si su compañero lo necesitaba”, detalla. Los biólogos los relevaban de 1 a 5 am, y luego subía Constanza hasta las 7. “Juan me hacía compañía dormido, hasta que se despertaran los chicos al amanecer, y ahí compartíamos un momento los cuatro, con nuestra perra Lula, que se portó de diez también, y recibió mimos y abrazos de todos”, agrega.

En plena jornada de tareas escolares a bordo del Cambombia
"El Pacífico fue muy generoso con nosotros y pescamos atunes y dorados enormes", cuenta Constanza

Viajar con sus hijos

“Los chicos iban caminando por la costa chochos, ansiosos por descubrir qué había, y lo que más nos está gustando de las marquesas es que en cada lugar que desembarcamos las islas están llenas de frutales, por donde vayas, hay frutas, incluso especies de las que ni sabemos el nombre”, relata. Mangos, carambolas, toronjas, bananas, distribuidas en la arena, disponibles para recolectar, completamente gratis. “Son riquísimas, muy suculentas, carnosas y jugosas, y también está lleno de flores, hay muchos jazmines, entonces vamos explorando y sentimos ese olorcito a fruta y a jazmín; realmente cuando íbamos caminando entre los árboles, juntando fruta, pensábamos: ‘Nos dormimos y aparecimos en el Edén porque este es el paraíso’”, dice con humor.

Ya pasaron por las islas Tahuata y Hiva’Oa, dos lugares que les encantaron, y este es solo el comienzo de los seis meses que tienen por delante para recorrer, antes de que inicie la temporada de ciclones. “Hay muchos barcos de todo el mundo, alemanes, franceses, americanos, pero hasta ahora no nos encontramos con ningún barco argentino ni conocimos familias de habla hispana, capaz más adelante sí”, proyecta. Para sus dos hijos, que han tenido contacto con diferentes idiomas, culturas, y tradiciones a lo largo de cada viaje, cada puerto es una oportunidad para socializar. “Ellos son los que mejor la pasaron, los que más se divirtieron, realmente para ellos fue una fiesta, y no hubo ningún momento en el que se sintieran mal, nunca se marearon, ni tampoco se aburrieron, que era nuestro miedo; pensábamos cómo iban a hacer para estar 28 días en medio del océano, sin poder desembarcar, ir a la playa, ni ver a otros niños”, confiesa.

La familia tiene una gran colección de atardeceres, guardada en sus retinas y cientos de fotos

Creyeron que tendrían que ser creativos y pensar actividades que los entusiasmaran, pero se sorprendieron gratamente por la reacción y el buen humor que mantuvieron a bordo. “Mantuvimos la rutina de uso de tablet a la noche, solamente entre el atardecer y la cena, y después el resto del día no tenían límite de tiempo para jugar; Ulises decía: ‘No me da el tiempo para hacer todas las cosas que quiero hacer, los días se me pasan demasiado rápido’”, comenta enternecida. La dupla de hermanos suele construir casas y robots con bloques de madera y masas. También les gusta dibujar y tienen actividades escolares durante la semana. “Ulises está cursando sus estudios a través del sistema de educación a distancia del Ejército Argentino, y eso no se interrumpió en ningún momento, siguió con las tareas y además tuvo otras clases extra de los biólogos y la médica, que le enseñaron sobre el cuerpo humano y los animales”, detalla Constanza.

“Siempre pueden jugar una hora y después hacemos otras cosas, pero acá fue puro tiempo libre, horas y horas que jugaron, así que ellos tuvieron algo único, que creo que no se van a olvidar nunca: 28 días de juego libre”, expresa. La experiencia marcó un antes y un después para la familia. “Ulises se dio cuenta de qué tan grande es el océano, y al mismo tiempo de qué tan chico, porque en menos de un mes lo atravesamos, y para todos fue así, pudimos dimensionar el tamaño de un buen pedazo de planeta”, explica.

Sin dudas, el diálogo que mantuvieron durante el cumpleaños de su primogénito quedará grabado en la memoria de todos. “Ya veníamos preparados con un regalo para él, le hicimos una torta brownie, un barco amigo que venía cerca le cantó el feliz cumple por radio, y la pasamos re bien; pero cuando me dijo que no tenía ningún deseo para pedir porque todo ya se le había cumplido, y que no necesitaba nada más, confirmamos lo bien que hicimos en traer a los chicos, que fue mi duda hasta último momento, por los miedos que cualquier persona tendría de irse a atravesar el océano con sus hijos”, confiesa.

En la isla Fatu Hiva, llena de arcoíris, cascadas y frutales
Luego de 28 días, desembarcaron en la Polinesia Francesa y disfrutaron de un día de playa todos juntos

Los paraísos que siguen

Este estilo de vida los llevó a ser personas más abiertas al cambio, a trabajar su capacidad de adaptación a las circunstancias, y a confiar más en el porvenir. “Nos gusta ir navegando con la mayor libertad posible, pero también nos acomodamos a lo que la naturaleza dicte, se navega cuando se puede, y se deja de navegar cuando no se puede. Si hay que guardarse en puerto porque el clima no lo permite, eso hacemos, porque por encima de todo priorizamos estar seguros, y siempre decimos lo mismo: ‘Esto va a durar lo mismo que dure nuestra felicidad; el día que alguno de nuestros hijos tenga miedo a algo, cancelamos el viaje’”, sentencia.

“Haber hecho toda esta travesía, sin que ninguno de los miembros de la tripulación haya tenido miedo nunca, fue algo espectacular, y nos hace saber que estamos haciendo las cosas con precaución y cuidado, así que estamos súper contentos”, agrega. Ya hicieron los trámites correspondientes en los respectivos departamentos de migraciones, y disponen de medio año para ir en búsqueda de más paraísos. “Estamos planeando ir a las Islas Tuamotu-Gambier, después a Samoa, Fiyi, Tonga, Australia y Nueva Zelanda, pero lo vamos a ir definiendo en función de nuestras posibilidades”, asegura.

La cuestión económica la tienen muy presente, y cuidan cada detalle para mantenerse dentro del presupuesto, que se nutre de dos emprendimientos: la recepción de huéspedes a bordo -los interesados les pueden escribir a su Instagram @el_barco_amarillo- y el alquiler de las casas sustentables que construyeron con sus propias manos en Ilha Grande, Brasil -en Instagram @casascoral_ig-. “El lado B de las marquesas es que en en las islas del Pacífico es todo muy caro, e hicimos muy bien en abastecernos con una compra grande en Panamá, porque acá sale todo tres o cuatro veces más”, revela. Pone como ejemplo el precio de un sobre pequeño de mayonesa a 4 dólares, y una cerveza a 3.5 dólares. “Cuidamos nuestra economía, comemos muy sano, las frutas y los pescados que nos brinda la naturaleza, y complementamos con las idas a los supermercados cuando vemos que vale la pena reabastecernos en algunos puertos”, explica.

La familia está planificando sus próximos destinos, y pasarán por varios paraísos los siguientes seis meses
Lula, una gran compañera de travesía para toda la familia (Fotos: Instagram, @el_barco_amarillo)

La tripulación por ahora es de seis personas, porque después de 45 días a bordo, la médica regresó a Buenos Aires para retomar su trabajo en los hospitales, mientras que la pareja de biólogos se quedará un tiempo más en el Cambombia. “La verdad es que salió mejor de lo que esperábamos, y ya lo había dicho Juan, que fue nuestro capitán: ‘Quiero que el cruce del Pacífico sea una fiesta, que todos los días cocinemos algo rico, que estemos de buen humor, y fue así”, dice con gratitud.

Juan y Constanza han cumplido muchos sueños, tanto en tierra como en mar. Desde hace 20 años se acompañan y se eligen en todo tipo de vivencias. Crecieron en el mismo barrio, en Ciudad Jardín Lomas del Palomar, se conocen desde jardín de infantes, y a los 19 se pusieron de novios. Se fueron a vivir juntos, más adelante fueron padres de Ulises, y antes de que empezara la salita de dos, dejaron el departamento de Núñez donde vivían en Buenos Aires, y reconstruyeron sus vidas a bordo de un pequeño velero. Transitaron el segundo embarazo en altamar, a la espera de la llegada de Renata en plena pandemia, y supieron reinventarse una vez más. Hicieron oídos sordos a las críticas y los prejuicios, y fueron fieles a su sentir. Se merecen este triunfo, este presente, y todas las aguas turquesas que quieran navegar. Allá van.