El pueblo de 104 habitantes con una “triple frontera”, una capilla sin cura y un aniversario de bodas

La localidad de 16 de Julio se encuentra en el partido de Azul, Provincia de Buenos Aires. Su nombre se debe a la fecha en que el fundador contrajo nupcias, y desde entonces se han gestado muchas historias de amor, sentido de comunidad y una vida serena que atrae visitantes

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El cartel de bienvenida a
El cartel de bienvenida a la localidad que pronto cumplirá 112 años de historia (Crédito: Rocío Pichirilo)

“Patria chica de esfuerzo y trabajo”, reza el escudo representativo de la localidad de 16 de Julio, que se encuentra en el partido bonaerense de Azul, a 370 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los 104 habitantes le hacen honor a ese lema, que se mantiene hace más de un siglo y, cada vez que llegan viajeros curiosos, los reciben a pura hospitalidad, con una gastronomía campera exquisita y muchas anécdotas sobre los tiempos dorados. La fecha que le da el nombre al pueblo recuerda las nupcias del fundador, don Eladio Pastor Otamendi, y las historias de amor también componen la esencia del lugar. En diálogo con Infobae, brindan su testimonio Juan Ángel Muerza, delegado municipal, y Marcelo Daffara, quien atiende el único almacén, donde todavía funciona el surtidor de combustible original.

A raíz de un video que se viralizó en el canal de YouTube @PaísTurístico, los residentes capturaron muchas miradas, y recibieron una gran cantidad de consultas sobre terrenos disponibles para comprar y alquilar. La paz que transmiten, la tranquilidad, y también la simpatía de quienes viven allí, conquistaron a más de un interesado en un cambio de vida. En auto se llega a través de la Ruta Nacional 3, hasta Chillar, y desde ahí son 22 kilómetros de tierra, que se recomiendan hacer a baja velocidad, hasta llegar al destino. “Estamos dentro del partido de Azul, al lado del partido Benito Juárez, y el partido de Olavarría está a 40 kilómetros”, cuenta Juan Ángel, y explica que cuando dicen que tienen “tres fronteras”, en realidad se refieren a la condición tripartita de la ubicación geográfica.

"Alguna que otra vez nos
"Alguna que otra vez nos pasó que vengan a preguntar por algo que en realidad corresponde a otro partido, pero no tenemos problema, nos ayudamos entre todos", cuenta el delegado Juan Ángel Muerza (Crédito: Rocío Pichirilo)

Desde un primer momento agradecen por el interés en sus amados pagos, y se ponen a disposición, entre sonrisas, amabilidad y el orgullo de ser portavoces. Es tanto el cariño que le tienen a la localidad donde ambos formaron sus respectivas familias, que sienten que esta es la oportunidad de retribuir un poco de la constancia y laboriosidad que conllevó la existencia del pueblo. Incluso conservan un libro donde están asentadas las fechas de los eventos históricos más importantes, recortes de diarios, y se han encargado de preservarlo para que exista un registro escrito.

El tren, la escuela y la capilla

Fue después de la Campaña del Desierto que la zona empezó a poblarse. Transitaban carretas de dos ruedas, tiradas hasta por ocho bueyes, que recorrían tres leguas por día, cargadas de cereal, cuero, y lanas. También era común que pasaran por allí algunas galeras, carruajes con cuatro caballos, acompañado por laderos, que transportaban mercadería y correspondencia, y cabían hasta ocho pasajeros. “Así se vivía en plena llanura, cuando no había alambrados, solo ansias de hacer en miles de hectáreas de tierra fértil, aguadas, y pasturas para el ganado, que años más tarde, con la llegada de inmigrantes se convertiría en fértil lecho de cultivo”, se describe en uno de los párrafos del escrito que confeccionaron para rescatar la historia de 16 de Julio.

El escudo de 16 de
El escudo de 16 de Julio lleva el mensaje que representa a la comunidad: "Patria chica de esfuerzo y trabajo" (Crédito: Rocío Pichirilo)

Todavía se conserva un cartel oxidado que dice “Cuidado con los trenes”, que despierta una profunda nostalgia en los vecinos. Desde 1980 el tren de pasajeros ya no pasa, y en 1983 dejaron de circular los de carga. La inauguración había sido los primeros días de mayo en 1912, que se toma como año fundacional, y el recorrido incluía las estaciones de Chillar, 16 de julio y Tedín Uriburu. Las vías, que todavía pueden verse entre la vegetación, fueron hechas por polacos, italianos y vascos, bajo la supervisión de un ingeniero inglés, Ernesto Francisco Simona.

El fundador del pueblo, Eladio Otamendi, familiar del coronel Nicanor Otamendi, donó parte de su campo para la construcción de la estación. En la década del ‘70 el servicio era semanal, y la llegada de cada tren era una verdadera fiesta. Los pobladores se ponían sus mejores galas para recibir cartas y mercadería fresca. Muchos recuerdan el oficio de “los bolseros”, que se encargaban de cargar y descargar bolsas de frutas y verduras, una changa que sostenía a numerosas familias. “Es una verdadera lástima que ya no funcione, porque era muy rentable económicamente, por todo lo que conectaba y lo que generaba”, se lamenta el delegado comunal, y cuenta que aún está en pie la estación, aunque bastante devenida por el paso del tiempo, junto a algunas casitas de los exempleados ferroviarios, y la que era la antigua comisaría.

Aunque no hay una fecha
Aunque no hay una fecha exacta, se cree que el tren pasó por primera vez en la localidad en mayo de 1912 (Crédito: Rocío Pichirilo)

“Mi abuelo recibía el diario en 1955, que se lo tiraban desde el vagón de cola dentro de un tubo. Él se ponía al lado del alambre de la vía, a esperar que lo tiraran, y después una vez por mes iba otro tubo de vuelta con el dinero de los diarios”, rememora Juan Ángel. Marcelo, por su parte, comenta que su abuelo llegó a la localidad en 1969, y se dedicó a ser almacenero. “Desde chico yo lo ayudaba, iba con él a hacer los mandados a Olavarría, porque en esa época vivían más de 500 personas acá, y en los campos de alrededor muchas más familias grandes, que tenían hasta 20 hijos, algo impensado ahora, que está todo vacío en los alrededores”, indica. Los pedidos se tomaban con un mes de anticipación, a veces hasta dos, porque la demanda era alta. “Había montones de gente, muchos habitantes, pero principalmente se fueron cuando se fue el tren, porque eso mata a los pueblos”, expresa el delegado.

Otra de las instituciones que tiene un gran valor para varias generaciones de residentes es la Escuela N°20 Juan José Paso. El precedente fue “la escuelita de chapas”, tal como llamaban al primer edificio, que se inauguró el 19 de septiembre de 1916. Concurrían a partir de los ocho años de edad, y solo había hasta tercer grado. Recién una década después se incorporó cuarto grado. Los docentes se trasladaban en tren, y durante la temporada escolar se quedaban en casas de las familias de los alumnos. Frente a la falta de recursos, las maestras rurales apelaban a la creatividad y la vocación para generar igualdad de oportunidades. En 1979 se construyó el Jardín de Infantes “Candilejas”, gracias a un grupo de padres, y el esfuerzo de toda la comunidad, que recaudó dinero con festivales solidarios.

La Capilla Nuestra Señora del
La Capilla Nuestra Señora del Carmen fue pintada por los propios vecinos: antes de eso nunca habían acondicionado la fachada (Foto: Gentileza Marcelo Daffara)

Un poco antes, en 1966, abrió sus puertas la capilla Nuestra Señora del Carmen, considerada la patrona del pueblo, y aunque no hay cura, los vecinos se acercan igual para rezar. “Nunca hubo cura, siempre nos manejamos con la ayuda de Chillar, pero una vez el cura se enfermó, ya no pudo venir más, y ahora hay un diácono, solamente que no da abasto con toda la zona”, revela el delegado. “El domingo pasado trajimos un obispo de Azul que dio la misa, y nos vamos manejando así, como podemos, para mantener las tradiciones en todo lo que hace a lo cultural y religioso”, agrega.

El amor

El nombre del pueblo recuerda el 16 de julio de 1880, día en que se celebró el casamiento de Eladio Otamendi. Aunque no se tiene mucho registro de su familia, se conservan algunos recortes de diarios, que demuestran que tanto él como su descendencia fueron promotores del crecimiento de la zona. “Ernestina y Palmira Otamendi solicitan autorización para fundar el pueblo ‘Eladio Otamendi’ frente a la estación 16 de julio del Ferrocarril del Sud”, decía la noticia que publicó el diario El Popular de Olavarría el 22 de diciembre de 1912, debajo del titular “Nuevo Pueblo”. Se cree que esa petición quedó sin efecto porque ya había otras estaciones del mismo nombre, y para evitar confusiones se decantó por el aniversario de bodas del fundador de la localidad.

En una de las esquinas,
En una de las esquinas, de fachada verde y blanca, el edificio donde funcionó la primera fonda del lugar, que actualmente es una veterinaria (Foto: Gentileza Marcelo Daffara)

“Yo también me casé un 16, pero no de julio, sino de abril, un 16 de julio de 1993″, dice Marcelo, con humor. Él es nacido y criado en la localidad, al igual que su esposa. “A los 12 años empezamos a andar de novios, ya llevamos 32 de casados, y lo terrible es que tres días antes que nos casáramos, un martes 13 de abril de 1993, vino un tornado que se llevó todo puesto; no quedó nada en el pueblo, ni luz siquiera”, relata. Entre risas recuerda que tuvieron que ir a buscar algún motor para obtener energía, y que contra todo pronóstico, la fiesta se hizo igual.

“Él con tornado y todo iba a firmar, nada se lo iba a impedir, porque es un romántico”, acota el delegado, gran amigo de Marcelo, entre carcajadas. “Es que es mi compañera de toda la vida, íbamos a la escuela juntos, solo que ella iba a un grado menos; después en la secundaria fuimos a Olavarría, yo en colegio de curas y ella en colegio de monjas como pupila”, narra quien heredó el oficio almacenero, que mantiene desde 1994, cuando su abuelo se jubiló, y quedó a cargo del comercio junto a su padre. “Teníamos que esperar el fin de semana para vernos con mi señora, y nada de mandar mensaje o llamar por teléfono, no existía nada de eso, así que iba a la casa, y si estaba bien y sino también”, dice entre risas.

Las calles de 16 de
Las calles de 16 de Julio llevan el nombre de diferentes flores: Las Azucenas, Los Jazmines, Los Lirios, Las Camelias, entre otras (Foto: Gentileza Marcelo Daffara)

Durante todo su secundario se la pasaba de lunes a viernes en Olavarría, y sábados y domingos en el almacén, para ayudar a su familia. “Ni bien terminé de estudiar, entré a la delegación como empleado administrativo, y ya hace 33 años que hago papelería”, indica. Con su esposa fueron padres de tres hijos, y actualmente ninguno vive en la localidad. “Mi señora es docente jubilada, enseñó en la escuela primaria de acá, y después en otra escuela rural, a 20 kilómetros, donde se jubiló; hoy mi hija Florencia sigue sus pasos en la docencia, porque es profesora de matemática, maestra de grado y bibliotecaria, y ahora está trabajando en Olavarría y en Chillar”, comenta. Y agrega: “Nicolás se recibió de técnico de seguridad e higiene, está trabajando e una empresa que instala Internet en Olavarría, y Franco está haciendo la misma carrera, y trabaja en Chillar”.

Antes de enfrentar el desarraigo, que se ha vuelto una tradición en la mayoría de los pueblos bonaerenses, sus hijos también atendían el almacén, y lo reemplazaban cuando tenía que ir a hacer compras. “Acá no hay carnicería ni panadería, no viene ningún proveedor, así que me voy a 45 kilómetros a traer verdura fresca, pollo, milanesas, pan, y también para traer suficiente combustible para abastecer a los habitantes, porque aunque a veces los viajeros que pasan ven la surtidora en la esquina y piensan que ya no anda, todavía funciona”, revela.

En la esquina la estación
En la esquina la estación surtidora original, que todavía funciona, y al lado el almacén de Marcelo (Foto: Gentileza Marcelo Daffara)

Juan Ángel también tiene su propia historia de amor. Lleva 40 años de matrimonio con la mujer de su vida, y eligió 16 de Julio como su lugar en el mundo, porque ahí conoció a su esposa. “Nací en Azul y crecí en Chillar, pero mi familia tenía un pedacito de campo acá, y vinimos a cosechar; resulta que la familia de mi señora tenía las máquinas que necesitábamos y así fue como coincidimos”, confiesa. Desde que asumió la delegación comunal se siente aún más orgulloso, y asegura que lo disfruta mucho. “Se realizan tareas como el mantenimiento de calles, porque los caminos son de tierra, la recolección de residuos, poda y corte de pasto, jardinería, y nos ayudamos mucho entre todos, porque a veces somos pocos para tantas cosas que queremos hacer”, reconoce.

“Si bien uno está lejos de todo, con caminos que se ponen un poco complicados con la lluvia, al mismo tiempo es difícil irse de acá, casi nadie se quiere ir, porque 16 de julio te atrae. La manera en que se vive, con tanta paz, sin robos, sin inseguridad, con una población en su mayoría de adultos mayores, una matrícula pequeña de niños en el jardín y en la escuela, se combina con que se respira un aire puro, se siente el respeto de unos por otros, porque todos conocemos la historia de nuestros vecinos, por lo que han pasado cada uno, y se valora mucho la palabra”, asegura.

En los alrededores se puede
En los alrededores se puede disfrutar de caminatas y descubrir edificaciones llenas de historia ferroviaria (Foto: Gentileza Marcelo Daffara)

La gran fiesta

La fecha más esperada es la que le da el nombre al pueblo, el 16 de julio, pero el fin de semana que le sigue genera aún más expectativas, porque ahí es donde se hace una gran fiesta para homenajear a todos los habitantes, exresidentes, y también a la patrona del pueblo. “Este año cae un martes, y ese día se va hacer todo lo protocolar, pero después, generalmente el sábado siguiente, el jardín de infantes organiza una cena y baile, con el uso de las instalaciones del Club Atlético 16 de julio -inaugurado en 1930- , y se pone muy bueno, se celebra a lo grande”, indica el delegado. Los platos típicos son el lechón arrollado, asado, cordero, variedad de postres y tortas caseras.

“Hay un sentimiento muy fuerte de pertenencia, de mucha gente que no cambia este lugar por nada, y eso quedó demostrado cuando se cumplieron los 100 años de la localidad y vinieron más de 1500 personas, que crecieron acá en su momento”, comenta. Además del éxodo porque dejó de pasar el tren, otro de los motivos por los que muchos tuvieron que mudarse fue para que sus hijos pudiesen estudiar. “Cuando tienen que ir a la secundaria se empiezan a ir, porque acá los jóvenes no tienen salida laboral sino es dentro de la agricultura y la ganadería; entonces se van para poder profesionalizarse en otras carreras”, detalla. “A su vez el tipo de trabajo también cambió, porque antes para una cosecha había uno que manejaba la máquina, otras tres personas que rociaban, y capaz que tardaban hasta 20 días en cosechar, pero ahora con dos personas que sepan manejar maquinaria se hacen un montón de tareas al mismo tiempo y a más velocidad”, explica, acerca de la combinación de factores que se profundiza con el correr de los años.

Las bicicletas sin cadena, descansando
Las bicicletas sin cadena, descansando en el pasto, como suele ocurrir en muchos pueblos bonaerenses (Foto: Gentileza Marcelo Daffara)

La salud solía ser otro aspecto que pesaba en la balanza. Hoy cuentan con un centro de atención primaria, a cargo de un equipo de médicos, enfermeras y vacunadoras. Cuentan con servicio de agua potable, Internet, luz, cable, y se cocina a garrafa o la leña, porque la red de gas natural se levantó hace un tiempo porque estaba desgastada. La calefacción en los crudos inviernos y las heladas suele ser a salamandra, y la vida social se agita más los sábados y domingos a la noche, en el Club Atlético 16 de julio, donde arman bailes, cenas de socios y también es a donde suelen hacer alguna parada los viajeros. “Vienen cada tanto ciclistas y motociclistas, que por ahí me encuentran a mí en la delegación, porque vivo al lado y si bien abre tipo 7, yo a las 5 o 6 ya ando por ahí; y sino lo buscan a Marcelo, que está en el almacén todos los días hasta la una, cierra al mediodía y vuelve a abrir a las 16.30 hasta las 10.30 de la noche, que se quedan algunos jugando a las cartas”, indica.

En las inmediaciones a la localidad existe un yacimiento arqueológico en la Estancia La Moderna, a orillas del Arroyo Azul, donde se hallaron restos de 10.000 años de antigüedad, entre los que se destacan algunos huesos y parte del caparazón de un gliptodonte, asociados a instrumentos de piedra. Se estudió su composición y se encontraron elementos de hasta 12.330 años antes del presente, lo que comprueba la coexistencia del hombre pampeano con la fauna del Pleistoceno. “En línea recta de vuelo, a 25 kilómetros, también tenemos un mojón que indica el centro de la provincia de Buenos Aires”, agregan Juan Ángel y Marcelo, como dos buenos promotores de su tierra, atentos a cada uno de los datos que ayuden a que sus pagos se conozcan más. “No tenemos museo ni cosas como esas, pero tenemos esencia y amor por nuestro pueblo”, expresan con orgullo y emoción.

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