Para que hubiese un primer gobierno patrio, un 25 de mayo de 1810, debieron sucederse una secuencia de situaciones que no surgieron en el virreinato del otro lado del Atlántico, sino en las propias tierras europeas los meses y días precedentes. El rey de España Fernando VII había sido depuesto por las “abdicaciones de Bayona”: el francés José Bonaparte, hermano de Napoleón, había ocupado su sitio. El 14 de mayo llegó a Buenos Aires la noticia de la caída de la Junta Central de Sevilla, último bastión de la monarquía española, que había ocurrido el 13 de enero. La noticia del hecho llegó bastante tiempo después a las costas de la ciudad de la Santa Trinidad y el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros la ocultó lo más que pudo. Pero no pudo contener la fuerza del dato: la población se enteró y lo que no querían que sucediera, empezó a gestarse a un ritmo acelerado. En la gran aldea donde nunca pasaba nada, pasó todo en una semana.
“En América española subsistirá el trono de los Reyes Católicos, en el caso de que sucumbiera en la península. (...) No tomará la superioridad determinación alguna que no sea previamente acordada en unión de todas las representaciones de la capital, a que posteriormente se reúnan las de sus provincias dependientes, entretanto que de acuerdo con los demás virreinatos se establece una representación de la soberanía del señor Fernando VII”, anunció el Virrey Cisneros a modo de advertencia el 18 de mayo. Su pronunciamiento tenía un inconveniente de base: Fernando VII estaba preso.
La situación contribuía a que grupos de intelectuales y comerciantes empezaran a reunirse en distintos puntos de la ciudad. Los encuentros eran asiduos y lo integraban Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Eustoquio Díaz Vélez, Feliciano Antonio Chiclana, José Darragueira, Martín Jacobo Thompson y Juan José Viamonte. Al día siguiente, Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano se reunieron con el alcalde Lezica y Castelli con el síndico Leiva. Le solicitaron al Virrey que convoque a un cabildo abierto para tratar lo acontecido en España y sus repercusiones en las orillas del Río de la Plata. Cisneros accedió porque no tenía otra alternativa. Le habían advertido que no ser así, “lo haría por sí solo el pueblo o moriría en el intento”.
21 de mayo
Un grupo de hombres armados, conocidos como la «Legión Infernal», ocuparon la Plaza de la Victoria y exigieron a gritos la convocatoria de un cabildo abierto y la destitución del virrey Cisneros. Al frente de este grupo estaban French y Beruti. Aunque dudaban de que Cisneros cumpliera su palabra de convocar el cabildo abierto, fueron tranquilizados por Cornelio Saavedra, quien aseguró que el día 22 se enviarían las invitaciones. Efectivamente, eso sucedió: “El Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir, precisamente mañana 22 del corriente, a las nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al cabildo abierto que con anuencia del Excmo. Sr. Virrey ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela a las tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente” (sic).
22 de mayo
A las ocho de la mañana del 22 de mayo, la campana del Cabildo sonó cuarenta veces para convocar a todos los participantes. La famosa campana fue golpeada con fuerza, ya que el badajo había sido retirado por orden del virrey Liniers tras la asonada de Álzaga de 1809.
La “Guardia Infernal” de French y Beruti, armados con cuchillos, palos y fusiles, controlaron el acceso a la plaza para asegurar que solo los criollos ingresaran al cabildo abierto. Los frailes dominicos, encabezados por Fray Ignacio Grela, con facón al cinto, bloquearon el paso a los españoles realistas por el lado sur, mientras que los mercedarios se encargaron del lado norte. La distribución de escarapelas por parte de French y Beruti está en discusión; algunos historiadores afirman que repartían cintas blancas, otros lo niegan.
Ese día fue largo, la asamblea se extendió hasta la medianoche. Se enfrentaron dos posturas: los que apoyaban mantener a Cisneros como virrey y los que abogaban por formar una junta de gobierno en su reemplazo, al igual que en España. El Obispo Lué y Riega defendió el statu quo: “No solamente no hay por qué hacer novedad con el virrey, sino que aun cuando no quedase parte alguna de la España que no estuviese sojuzgada, los españoles que se encontrasen en la América deben tomar y reasumir el mando de ellas y que éste sólo podría venir a manos de los hijos del país cuando ya no hubiese un español en él. Aunque hubiese quedado un solo vocal de la Junta Central de Sevilla y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como al Soberano”. Juan José Castelli sostuvo que los pueblos americanos debían asumir la dirección de sus destinos hasta que Fernando VII pudiera regresar al trono. También hablaron Pascual Ruiz Huidobro y Manuel Genaro Villota, pero fue el padre Juan Nepomuceno Solá, un español, quien propuso que el mando se entregara al Cabildo de forma provisional hasta la formación de una junta gubernativa con representantes de todas las poblaciones del virreinato. Cornelio Saavedra propuso que el gobierno recayera en el Cabildo hasta la formación de una junta de gobierno, dejando claro que “el pueblo es el que confiere la autoridad o mando”.
Luego de los discursos, se procedió a votar por la continuidad del virrey. Las opciones eran dos: solo o asociado, o la destitución. El resultado fue 155 votos a favor de la destitución y 69 en contra.
23 de mayo
El pregonero del Virreinato se dirigió a los atrios, plazas y espacios públicos de la ciudad de la Trinidad, anunciando con el sonido de un redoblante y la voz de “Oíd, Oíd” que “… el poder del virrey de las provincias del Río de la Plata ha caducado, y el cabildo reasumía el mando supremo del virreinato por la voluntad del pueblo”. Sin embargo, no todo era una manifestación patriótica de la población; Cisneros y el “establishment” representaban una resistencia difícil de vencer.
24 de mayo
A propuesta del síndico Leyva, se conformó la Junta, que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del virreinato. El presidente de la Junta sería don Baltasar Hidalgo de Cisneros y de la Torre, el ex virrey, y los vocales serían Cornelio Saavedra (militar, criollo), Juan José Castelli (abogado, criollo), Juan Nepomuceno Solá (sacerdote, español) y José Santos Incháurregui (comerciante, español). La propuesta fue del obispo Lué. Cuando la noticia se divulgó, todo se volvió un polvorín y reapareció la “Guardia Infernal”, comandada por French y Beruti. El cabildo del 22 había votado por destituir a Cisneros y su permanencia en el poder, aunque con un cargo diferente al de virrey, era vista como una burla a la voluntad del voto emitido.
La controversia generada por esta decisión fue tal que la ciudad se paralizó completamente. Se cerraron las pulperías y tabernas, cesó el comercio y se suspendieron los oficios religiosos del día en todos los monasterios, conventos y parroquias. La ciudad de la Trinidad, donde las campanas solían convocar a los templos, quedó en un silencio que anunciaba una tempestad política. Solo se escuchaba el viento frío del sur soplando entre las celosías. Las tropas estaban sublevadas y un pequeño chispazo político haría que todo estallara. La noche del 24 de mayo, Saavedra y Castelli se presentaron ante Cisneros informando sobre la agitación popular y la sublevación de las tropas, exigiendo su renuncia. Cisneros renunció verbalmente y, al mismo tiempo, otro grupo se dirigió a la casa del síndico Leyva para convocar a otro cabildo abierto el día 25 de mayo.
25 de mayo
La invitación llegó de boca en boca y volvieron a sonar los consabidos cuarenta campanazos, tocados a mazazos, desde la torre del Cabildo. La “Legión Infernal” arengaba a la gente reunida frente al establecimiento, reclamando la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de una nueva junta de gobierno. El día transcurría y los cabildantes no daban señales de vida. A la orden de French y Beruti, algunos miembros de la “Legión Infernal” ingresaron a la sala capitular exigiendo la renuncia del virrey y la anulación de la resolución previa. En la plaza, los ánimos estaban exasperados. Cisneros no quería firmar la renuncia que había ofrecido verbalmente: “verba volant, scripta manet…”. Tras un largo tiempo, llegó la renuncia firmada.
Existen controversias sobre quiénes redactaron la nómina para la composición de los miembros de la nueva Junta de gobierno. Algunos historiadores sostienen que fueron French y Beruti; otros, que fue por aclamación popular; y otros, que fue la conjunción de los tres partidos: los carlotistas, los juntistas y los alzaguistas.
La junta de gobierno de criollos quedó constituida por el presidente Cornelio Saavedra; los vocales Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea; los secretarios Juan José Paso y Mariano Moreno. Cuando se concluyó y aceptó la configuración de la junta de gobierno, ya era muy tarde, hacía frío y llovía. Casi nadie quedaba en la plaza. Según las actas del Cabildo, el síndico Leyva propuso: “Se oyen entre aquellos las voces que si hasta entonces se había procedido con prudencia porque la ciudad no experimentase desastres, sería ya preciso echar mano a los medios de violencia; que las gentes, por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas; que se tocase la campana del Cabildo, y que el pueblo se congregase en aquel lugar para satisfacción del ayuntamiento; y que si por falta del badajo no se hacía uso de la campana, mandarían ellos tocar generala, y que se abriesen los cuarteles, en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar”. El nuevo gobierno ya tenía forma y nombre: “junta provisional gubernativa de la capital del Río de la Plata”. No se hablaba aún de la independencia, aunque la inquietud ya estaba planteada.