Pentecostés, el día que el Espíritu Santo llegó a los apóstoles, nació la Iglesia y los cristianos a menudo olvidan

Este domingo 19 de mayo, todas las iglesias cristianas celebrarán el Día de Pentecostés, cuando los apóstoles reunidos luego de la resurrección de Jesús fueron coronados con lenguas de fuego y descubrieron el don de hablar otros idiomas. Se trata del “cumpleaños” de la Iglesia, pero no tiene el mismo reconocimiento que la Navidad o Pascuas

Pentecostés, obra de El Greco que se exhibe en el Museo del Prado (Photo by Francis G. Mayer/Corbis/VCG via Getty Images)

Mañana, domingo, los cristianos de todo el mundo celebrarán Pentecostés. Esta festividad se honra en las iglesias católica romana, anglicana, luterana, ortodoxa oriental, en las iglesias pentecostales y carismáticas, y también en muchas otras iglesias protestantes. Pentecostés no es tan conocido ni tan popular como la Navidad y la Pascua, aunque conmemora un acontecimiento decisivo en la historia cristiana. En muchos sentidos, Pentecostés es el cumpleaños de la iglesia.

Es la festividad en la que conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre los primeros seguidores de Jesús. Antes de los acontecimientos del primer Pentecostés, que se produjo unas semanas después de la muerte y resurrección de Jesús, había seguidores, pero no un movimiento que pudiera llamarse significativamente “la iglesia”. Así, desde un punto de vista histórico, Pentecostés es el día en que se inició la Iglesia.

La palabra “Pentecostés” es una transliteración de la palabra griega “pentekostos”, que significa “cincuenta”. Proviene de la antigua expresión cristiana “pentekoste hemera”, que significa “quincuagésimo día”.

Pero los cristianos no inventaron la frase “Pentecostés”. Más bien, la tomaron prestada de los judíos de habla griega que usaban la frase para referirse a una festividad judía. Esta festividad se conocía como la Fiesta de las Semanas o, más simplemente: Shavuot en hebreo. Este nombre proviene de una expresión en Levítico 23:16, que instruye a las personas a contar siete semanas o “cincuenta días” desde el final de la Pascua hasta el comienzo de la siguiente festividad (“pentekonta hemeras” en la traducción griega antigua de las Escrituras hebreas).

Shavuot fue la segunda gran fiesta del ciclo anual de días santos de Israel. Originalmente era una fiesta de la cosecha (Éxodo 23:16), pero, con el tiempo, se convirtió en un día para conmemorar la entrega de la ley en el monte Sinaí. Este día se volvió especialmente significativo para los cristianos porque, siete semanas después de la resurrección de Jesús, durante la celebración judía de Shavuot/Pentecostés, el Espíritu Santo fue derramado sobre sus primeros seguidores, fortaleciéndolos así para su misión y reuniéndolos como una iglesia.

"La llegada del Espíritu Santo", obra de Galloche que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Nantes (Getty images)

Este evento está registrado en el libro del Nuevo Testamento conocido como Los Hechos de los Apóstoles. El capítulo 2 comienza: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran.”

Los idiomas hablados por los primeros cristianos fueron escuchados por miles de peregrinos judíos que habían llegado a Jerusalén para celebrar Shavuot. El contenido de los mensajes milagrosos tenía que ver con las obras poderosas de Dios (2:11). Muchos de los que escucharon estos mensajes en sus propios idiomas quedaron asombrados, aunque otros pensaron que los cristianos simplemente estaban borrachos (2:12).

Otro tema a tener en cuenta es que estaban reunidos con miedo, escondidos, con temor a ser perseguidos, y ese día de Pentecostés erradica el miedo y el temor. Los libera, los hace libres de toda parálisis que causa el miedo. Quedan embriagados de vida a tal punto que salen como expulsados de esa casa. Acá hay otro ejemplo para nuestros días: si dejamos paso al miedo, no podremos salir a la vida; quedaremos encerrados, mientras el existir pasa por delante de nuestra puerta, pero para nuestro sentir, estamos mejor encerrados en nosotros mismos; en no decir lo que pensamos, en no articular nuestros sentimientos por temor a los demás, al qué dirán; por temor a los jefes. Pero en este día es la liberación de todo esto. Es el viento de la gracia y el fuego de la vida que nos expulsará hacia la calle, es decir, hacia el existir; con todos sus problemas, claro, pero es la vida sin temor.

Algunos estudiosos de la Biblia han cuestionado la historicidad de Hechos 2. Observan que este evento aparece en el Nuevo Testamento solo en el libro de los “Hechos de los Apóstoles” y que describe eventos milagrosos que están más allá del alcance de la investigación histórica. Estos eruditos tienden a ver Pentecostés como una poderosa metáfora del derramamiento del Espíritu Santo sobre la iglesia primitiva, más que como un evento que dio origen a la iglesia. Si creemos o no en el relato bíblico de Pentecostés tiene mucho que ver con nuestra estimación de la confiabilidad histórica de los Hechos de los Apóstoles y la posibilidad de que realmente sucedan eventos milagrosos.

Fragmento de "El Pentecostés", obra pintada en 1315 por Giotto di Bondone (Photo by Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)

Las iglesias que emplean colores litúrgicos generalmente usan el rojo en Pentecostés como símbolo del poder y el fuego del Espíritu. Algunas iglesias reciben nuevos miembros en esta celebración, conmemorando así la primera “clase de nuevos miembros” que se unió a la iglesia después del sermón de Pentecostés de Pedro. Hace siglos, en Gran Bretaña, quienes se unían a la iglesia vestían de blanco para el bautismo. Por eso el domingo fue llamado “Domingo Blanco” o “Domingo de Pentecostés”.

Lo que sucedió en el primer Pentecostés le continúa pasando hoy a los cristianos en todo el mundo, aunque generalmente no de manera tan dramática. Convengamos que casi nunca lenguas de fuego invaden las cabezas de los fieles. Sin embargo, Dios derrama el Espíritu sobre todos los que ponen su fe en Jesucristo y se hacen sus discípulos (ver Romanos 8:1-11).

Los cristianos deben vivir en la presencia y el poder del Espíritu de Dios. El Espíritu Santo nos ayuda a confesar a Jesús como Señor (1 Corintios 12:3), nos da poder para servir a Dios con poder sobrenatural (1 Corintios 12:4-11), nos une como el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12-13), nos ayuda a orar (Romanos 8:26), e incluso intercede por nosotros ante Dios Padre (Romanos 8:27). El Espíritu nos guía (Gálatas 5:25), ayudándonos a vivir como Jesús (Gálatas 5:22-23).

En teoría, el Espíritu Santo podría haber sido derramado sobre los seguidores de Jesús cuando no estaban reunidos. Seguramente hay momentos en que el Espíritu Santo toca a una persona que está sola en oración, adoración o ayudando a otros. Pero el hecho de que el Espíritu fuera dado a una reunión de creyentes no es accidental. El Espíritu Santo no solo se da a los individuos, sino al pueblo de Dios reunido. Reunidos para compartir, para crear y para ayudar. Vale la pena recordar que la palabra Iglesia proviene del latín ecclesia (“asamblea”) y este del griego antiguo ἐκκλησία (ekklēsía, “asamblea”), es decir, que no hay cristianismo sin gente en común-unión.

Pentecostés, el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, ilustración de Julius Schnorr von Carolsfeld, de 1860 (GettyImages)

La comunidad del pueblo de Dios es central para la obra de Dios en el mundo. Por tanto, Pentecostés nos invita a considerar nuestra propia participación en la comunión, la adoración y la misión de la iglesia. Es un momento para renovar nuestro compromiso de vivir como un miembro esencial del cuerpo de Cristo, usando nuestros dones para construir la iglesia y compartir el amor y la justicia de Cristo con el mundo.

En Pentecostés, simbólicamente, este milagro refuerza la misión multilingüe, multicultural y multirracial de la iglesia. Debemos ser una comunidad en la que todas las personas se sientan unidas por el amor y abiertas a la participación de todos. Como escribe Pablo en Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego, ya no hay esclavo ni libre, ya no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Aunque hay algunas excepciones gloriosas, parece que la iglesia, en general, no ha vivido su misión multilingüe. A menudo estamos divididos según el idioma, la raza y el origen étnico. Pentecostés nos desafía a todos a examinar nuestras propias actitudes al respecto, a rechazar y arrepentirnos de cualquier prejuicio que acecha dentro de nosotros, y a abrir nuestro corazón a todas las personas, incluso y especialmente a aquellas que no comparten nuestra lengua y cultura. Sí, sé que esto no es fácil. Pero es fundamental para nuestro llamado. Y es algo que el Espíritu de Dios nos ayudará a hacer si estamos disponibles.

De suyo, el texto nos dice que los que: “Cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa. Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia, Panfilia, Egipto y de la parte de Libia que limita con Cirene. Hay forasteros que vienen de Roma, unos judíos y otros extranjeros, que aceptaron sus creencias, cretenses y árabes. Y todos les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios.” Es decir, que cada uno que pasaba por ahí oyó el mensaje en su lengua y no que cada uno que pasaba debió esforzarse para entender lo que decían. Esto es muy importante porque declara que el mensaje debe ser claro para todos, sin distinción de raza. Todos son invitados a escuchar y el que desea participar es bienvenido.

Por eso este día es tan importante, aunque pase inadvertido para el calendario civil: en Pentecostés nació la Iglesia.