Fue todo al mismo tiempo. El golpe en la cabeza y en la rodilla contra el respaldo del asiento de adelante, la nariz de una nena que empezó a sangrar con potencia, los gritos de los grandes pero sobre todo de los chicos, la ceja de una señora grande partida en dos. Facundo Cantos nunca se asustó tanto como este viernes apenas pasadas las diez y media de la mañana, cuando el tren en el que viajaba, de la línea San Martín, chocó contra otra formación. Es uno de los noventa heridos reportados por el SAME y uno de los dos que viajó en helicóptero hasta el Hospital Santojanni, que preparó su shock room para recibirlos.
Su mano izquierda resume su historia clínica de las últimas horas. Dice, con fibrón negro, “T. tórax T. rodilla”. La “T” es de traumatismo. Tiene la remera partida en dos porque lo que más sintió, todavía más fuerte que el dolor de la cabeza y el dolor de la rodilla, fue un dolor punzante en el pecho que lo atravesó y le hizo acordar a la muerte de su papá, por un episodio cardíaco.
También sintió que, porque el choque fue sobre un puente y porque en un momento tuvo la sensación de que el vagón se ponía de costado, que iban a caerse de ese puente. Que se iban a estrellar contra el cemento.
“Fue horrible, pensé que nos caíamos del puente y que me podía morir. Fue horrible. Los gritos de las criaturas, había señoras mayores. Enseguida una pareja se puso a ayudar. Había gente ensangrentada y algunos más atrapados que otros. Fue horrible. Lo primero que sentí fue un susto como nunca, que nos podíamos caer, y ahí me agarró ese dolor tan fuerte en el pecho”, le dice Facundo a Infobae, sentado sobre una camilla en el pasillo de la guardia del Santojanni.
Tiene el pantalón levantado por encima de la rodilla porque más de una vez tuvo que mostrarle a un médico si podía doblarla o no. Tiene la camiseta de algodón rota: se la rompieron para revisarle el pecho, se le ensangrentó por sus golpes y, tal vez, los de sus compañeros de choque ferroviario. Tiene un algodón pegado en el brazo del que le sacaron sangre para controlarlo y la radiografía que le hicieron para medir el impacto de esos traumatismos.
Tiene la panza vacía. Este viernes, salió de su casa a eso de las siete y media de la mañana. Tomó el Roca en la estación Glew, se bajó en Constitución, tomó la línea C del subte y en Retiro se subió al tren que, acercándose a la estación Palermo, chocaría. Tenía que bajarse en La Paternal: lo esperaban en la casa en la que estaba comprometido a hacer un trabajo de electricidad que le encargó su hermano.
Había llegado a tomar dos mates en el tren, al que se había apurado para no llegar demasiado tarde a ese trabajo. Otros cuatro compañeros llegarían con retraso: llegaron juntos a Constitución pero, como Facundo vio que tenían cada vez menos margen de tiempo, apuró el paso más que los demás y llegó al tren al que no se subieron los otros. Tiene un alfajor que alguien le convidó sobre la camilla pero, dice, lo va a comer en un rato. “Tengo la panza rara, como revuelta. Debe ser el susto”, dice. Y tiene cara de que sí, de que debe ser el susto.
“Me subieron al helicóptero porque el dolor en el pecho era muy muy fuerte y entonces me trajeron así. Yo creo que tardaron diez minutos en sacarme del tren, no sé, pero fue larguísimo. Se hacía larguísimo porque los gritos seguían, el susto seguía y a mí me dolía cada vez más”, cuenta Facundo.
No sabe dónde está su teléfono. Cree que quedó en la campera que le sacaron para prepararlo para su traslado en helicóptero, junto con la bolsa en la que tenía el termo y el mate. En el Santojanni, un bombero lo ayudó, a través de una búsqueda en Facebook, a dar con el teléfono de un vecino y, así, contactar a su esposa, Isabel, para que alguien se acercara a buscarlo.
El traumatólogo pasa una última vez a verlo: “¿Mejor? A ver, mové la pierna… Estás bien, vas a estar bien. Hielo e ibuprofeno para cuando duela. Ya pasó el susto”, le dice. Facundo agradece, pero sabe que el susto no pasó. Se le nota apenas empieza a repetir esa sensación de que después del choque venía la caída hasta el cemento. Y que detrás de ese dolor que le atravesó el pecho -se agarra el tórax del lado izquierdo, lo sacude- había un destino parecido al de su papá.