¿Se puede ser hincha de dos clubes de fútbol y convivir con los dos sentimientos?

De las influencias de los familiares al cosquilleo por un equipo que se convirtió en un amor imposible para no ser desleal al club elegido para toda la vida. La batalla interna entre pasiones que parecen excluirse una a la otra

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Su tío Raúl fue la inspiración para convertirse en hincha de Independiente mientras que su familia paterna simpatizaba con el club archirrival, Racing (Imagen ilustrativa Infobae)
Su tío Raúl fue la inspiración para convertirse en hincha de Independiente mientras que su familia paterna simpatizaba con el club archirrival, Racing (Imagen ilustrativa Infobae)

Cuando tenía cuatro años el tío Raúl fue mi inspiración para hacerme hincha de Independiente. No sé ni cómo me volví fanático porque a mi padre no le interesaba el fútbol y nunca me llevaba a la cancha.

En aquellos tiempos el club salía campeón seguido así que era fácil llevar la pasión con orgullo. Irónicamente, mi familia paterna simpatizaba con el club archirrival: Racing. Por eso buscaban la forma de seducirme con tal que no fuera la oveja negra de la familia.

—¿No te das cuenta de que todos somos de Racing?, me decía el tío Humberto, presidente de ese club. Dale, hacete de Racing y te llevo conmigo al palco de honor…

—¿Pero si ustedes no le ganan a nadie?, lo desafiaba sin siquiera saber qué era ese palco.

Cuanto más me presionaban para que me cambiara, más quería a mi club. En esa batalla mi único soporte emocional era el tío Raúl, que me contaba todas las hazañas del equipo a lo largo de la historia.

Aunque yo amaba a Independiente con todo mi corazón tenía una inquietud que no me animaba a compartir con nadie: algo me pasaba con Boca.

Un día el tío abuelo que era presidente de Racing nos invitó a ver un partido contra Chacarita. Fuimos con papá y mi hermano que sabían tanto de fútbol como yo de física cuántica. Mi padre estaba exultante como si hubiera conseguido algo espectacular, cuando en realidad era una modesta invitación a ver un partido que no le importaba a nadie. Así y todo yo estaba movilizado porque era mi primera vez en un estadio.

Por aquellos tiempos, mi abuelo materno, -otro agnóstico del fútbol-, me provocaba diciendo que yo tenía que hacerme de un club serio como Boca. Nada de ser hincha de clubes más chicos, me decía. Una tarde que volvíamos de una quinta vio algo que le vino como anillo al dedo.

-Mirá ese paredón, -dijo codeándome.

‘Me hice de Boca’, decía el graffiti. Aunque él lo hizo solo con la intención de molestarme yo sentí un cosquilleo en todo el cuerpo. Por suerte el paredón quedó atrás, porque yo no tenía ningún margen para plantearme semejante deslealtad con el club que había elegido para toda la vida.

El tiempo pasaba y mi única posibilidad de ir a la cancha dependía de que alguien nos invitara y obviamente, propusiera el partido que él quisiese. Mis pobres padres no estaban muy enterados de mis intereses. En ese contexto, algunos años después de haber visto el irrelevante Racing-Chacarita, otro familiar nos invitó a ver el superclásico River-Boca. Eso ya estaba mejor. Aunque no se trataba de Independiente, no dejaba de ser el partido más importante del campeonato. Igual, como el pariente que nos invitó era de River, me preparé anímicamente para estar en la tribuna de un club que no me gustaba.

Ese día quedé impresionado con la hinchada de Boca. No les importaba nada: ni jugar de visitantes, ni ser minoría, ni siquiera ir perdiendo. Gritaron los noventa minutos del partido con un fervor religioso, más propio de evangélicos que de católicos. Me conmovieron. Ratificaron el mito de que Boca era un sentimiento.

A los 17 años fue descubriendo esa religión que es cantar, gritar, y criticar con la impunidad que solo ofrece el fútbol (Imagen ilustrativa Infobae)
A los 17 años fue descubriendo esa religión que es cantar, gritar, y criticar con la impunidad que solo ofrece el fútbol (Imagen ilustrativa Infobae)

A los diecisiete años empecé a ir a ver a Independiente por las mías. Fui descubriendo esa religión que es cantar, gritar, y criticar con la impunidad que solo ofrece el fútbol. Un rito de varias horas en el que me sentía valiente, me fundía con la masa, y desahogaba mis frustraciones de la vida insultando a los futbolistas y réferis que inevitablemente cometían errores.

Un día fuimos con amigos a ver una final en la que Independiente visitaba a Boca. Esa experiencia también me marcó. Estar en la Bombonera sintiendo el griterío, los saltos y la energía de esos hinchas, me partió la cabeza. Aunque Independiente ganó el partido y el campeonato, algo volvió a moverse adentro mío.

Años después cuando nació mi primer hijo surgió un dilema: ¿de qué club hacerlo? Como en nuestra sociedad machista esa es una potestad paterna, lo lógico era que lo hiciera de Independiente. Tal vez por esa extraña atracción que desde chico sentía por Boca me permití pensarlo. Encima, por esos entonces, Boca ganaba todos los campeonatos, mientras que Independiente estaba en un tobogán que parecía no tener fin. Mi mujer puso el dedo en la llaga:

— No le arruines la vida a nuestro hijo; hacelo de un club que pueda festejar. La vida ya tiene bastantes amarguras para que vos les sumes más.

Movido por el comentario de mi esposa pero también por esa misteriosa inquietud que sentía desde chico, decidí hacerlo de Boca. Sin imaginarlo mi vida estaba tomando otro rumbo. Nuestra segunda hija fue mujer pero como el camino ya estaba allanado fue más fácil. Con alegría le compré una remera azul y oro para ponerle de bebé. Lo mismo pasó con el último, otro varón.

Sin que los estimulara en lo más mínimo se volvieron fanáticos. Así que después de décadas sin ir a la cancha me encontré yendo a ver a Boca con ellos. ¿Cómo mi vida había venido a parar acá? Aunque estaba contento de que mis hijos fueran hinchas de un club tan emocionante, sentía un malestar interno. Quizás algo de culpa por no haberlos hecho de Independiente.

Cuando tuvo su primer hijo, su mujer le dijo "hacelo de un club que pueda festejar" (Imagen Ilustrativa Infobae)
Cuando tuvo su primer hijo, su mujer le dijo "hacelo de un club que pueda festejar" (Imagen Ilustrativa Infobae)

Cuando ya estaban un poco más grandes me hicieron un comentario incómodo:

— Pa, ¿por qué no te dejás de joder con Independiente y te hacés de Boca?

Esa pregunta inofensiva me movió el piso. Como cuando tu pareja te descubre un amor platónico del que no sos del todo consciente. En el fondo yo también tenía ganas de compartir ese sentimiento con mis hijos. Tantos recuerdos de esa antigua pasión que había reprimido durante años. Me hice de Boca, el graffiti que había visto con mi abuelo tres décadas atrás volvía para interpelarme.

Comprendí que en cierto sentido era de Boca sin saberlo. Esa conciencia me dio culpa y alegría. Finalmente me animaba a ser lo que siempre había querido ser. La vida me daba una nueva oportunidad con ese amor imposible cuando yo estaba convencido que terminaría mis días siendo fiel y correcto.

Así y todo, el sinceramiento no borraba un montón de experiencias vividas con Independiente durante años. Alegrías, tristezas, y emociones no desaparecían por decreto. Y yo tampoco las quería hacer desaparecer.

¿Volvería a ser de Independiente alguna vez? ¿O sería como esos tipos que se van con la amante y después que se les pasa la calentura vuelven a su casa con el rabo entre las piernas? Durante toda una sesión de terapia intenté explicar mi dualidad. El terapeuta se mantuvo callado hasta el final y mientras me despedía, me dijo:

Usted es de Boca.

Me fui de su consultorio con sentimientos encontrados. Por un lado estaba aliviado porque me acababan de habilitar a vivir mi pasión. Pero a su vez me sentía incómodo porque algo no me cerraba. Mi vida no entraba en esas categorías; en el fondo era un poco de ambos clubes. Disfrutaba ser de Boca porque lo había sentido desde chico y ahora encima lo podía compartir con mis hijos. Necesitaba blanquear ese amor prohibido y que de una vez por todas pudiera ser el oficial.

Sin embargo, no quería borrar a Independiente de mi vida. Era mi historia y mi identidad. ¿Por qué tendría que erradicar mi pasado, que encima había sido maravilloso? ¿Acaso no estamos hechos de pasado, y pretender destruirlo es en cierto sentido destruirnos a nosotros mismos?

Con el tiempo fui aprendiendo a ponerme cómodo entre mis dualidades y contradicciones. La realidad se expresaba como era, sin los conflictos innecesarios que nos inventamos. ¿Se puede ser hincha de dos clubes a la vez? ¿Está mal?

Un día mi hijo menor hizo la pregunta crucial:

— Y cuando Boca juega contra Independiente; ¿quién querés que gane?

Después de pensarlo unos instantes, con sinceridad le contesté:

— Boca.

Mi hijo sonrió aliviado.

Ahora vamos a la cancha una vez por mes y siento gratitud con la vida por poder disfrutar ese programa. Me regalan la oportunidad de vivir un amor que creía imposible y que encima comparto con las personas que más amo.

Pero también sigo hinchando por Independiente, que es parte de mí. Y estoy contento que así sea.

La vida nunca entra en los rígidos, arbitrarios y mutilantes parámetros de hombres.

*******

Somos como ese señor que encuentra un halcón y convencido de que es una paloma descuidada, decide emprolijarlo. Con un alicate le corta las garras y el pico, dejándoselo corto y recto. Después con una tijera le poda las alas. Ahora sos una paloma como Dios manda, piensa orgulloso.

Ese halcón, -al igual que nuestros hijos, pareja, o nosotros mismos-, no necesitan ser “arreglados”. Porque las “correcciones” suelen ser mutilaciones. Lo que requieren, en cambio, es ser recibidos, aceptados, amados tal como son.

Juan Tonelli es escritor y speaker https://linktr.ee/juan.tonelli

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