Durante la pasada semana santa, pudimos ver por la TV las ceremonias desde la basílica de San Pedro del Vaticano, y sobre el altar se pudo observar una enorme construcción de andamios cubiertos con mediasombra color beige y debajo de ella el altar papal llamado “de la confesión de san Pedro”. Pero no porque san Pedro se confesó allí, se denomina así porque fue el lugar donde dió testimonio de su fe hasta el martirio e indica donde, unos cuantos metros debajo, se encuentra su tumba.
Lo que estaba cubierto era el “Baldaquino de San Pedro” uno de los monumentos más espectaculares que se pueden admirar en el interior de la Basílica de San Pedro. Un suntuoso ejemplo de arte barroco, admirado por millones de visitantes que llegan cada año de todo el mundo.
El Baldaquino de San Pedro se encuentra situado en el mismo corazón de la Basílica dedicado al patrón de la iglesia. Habitualmente, en el contexto de la arquitectura barroca, es un elemento en forma de palio colocado sobre el altar mayor. Los baldaquinos pertenecen en todos los casos a la categoría de mobiliario religioso. Estos elementos de la arquitectura se basan en los palios procesionales que, generalmente, son grandes piezas de tela cuadradas o rectangulares, sostenidas por cuatro o más postes con flecos y frisos, utilizadas para proteger a los cardenales, obispos y al Papa durante las procesiones.
Como muchos de los elementos litúrgicos, los palios suelen formar parte del tesoro de la iglesia. De hecho, muy a menudo se confeccionaban con mucho cuidado y atención, utilizando tejidos preciosos y adornos en oro y piedras preciosas.
El Baldaquino de San Pedro es mucho más que un palio de bronce. En efecto, en este caso, no sólo el altar mayor - erigido por Clemente VIII en 1549- está coronado por el baldaquino, sino también la tumba de San Pedro, que se encuentra debajo de él. Además, la majestuosa cúpula diseñada por Miguel Ángel delimita aún más este lugar de inconmensurable solemnidad y devoción. Una vista verdaderamente impresionante, diseñada para despertar asombro y asombro reverencial en cualquiera que la vea, tal como lo pretendía la arquitectura y el arte barrocos. Con razón, el baldaquino de San Pedro es reconocido como uno de los monumentos más sorprendentes de este movimiento artístico, que entre 1600 y 1700 enriqueció Roma con palacios y monumentos únicos en el mundo.
En particular, el Baldaquino de San Pedro fue diseñado y construido por Gian Lorenzo Bernini entre julio de 1624 y 1633. Pero no fue la primera vez que la iglesia se movilizó para rendir homenaje a la tumba del santo. Ya cien años después de la muerte de Pedro, a finales del siglo II d.C., el presbítero Cayo hizo erigir un pequeño santuario funerario, conocido como el “Trofeo de Cayo”, que rápidamente se convirtió en un lugar de peregrinación, incluso antes de la llegada de Constantino. Este último tenía el “Trofeo de Cayo” encerrado en un relicario de mármol. Luego, se erigieron el altar de Gregorio Magno (590-604), el altar de Calixto II (1123) y, finalmente, en 1594, el altar de Clemente VIII para marcar y honrar el lugar de enterramiento del Apóstol. Fue encima del altar de Clemente donde se instaló el baldaquino de Bernini. Esta serie de increíbles monumentos nos cuenta acerca de dos mil años de historia de la iglesia y nos permite imaginar la devoción de millones de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, llegaron a este lugar sagrado, impulsados por su fe.
El Baldaquino de San Pedro tiene veintiocho metros y medio de altura, ¡más que un edificio de diez pisos! Posee una base cuadrada y toma la forma del palio papal que se sostenía sobre el Santo Padre durante las procesiones. De las cuatro esquinas de la base de mármol se elevan cuatro altas columnas de bronce veneciano, inspiradas en la fusión de las vigas de los pronaos del Panteón de Agripa, que se elevan en espiral y parecen envolverse sobre sí mismas como en el Templo de Salomón, hasta los suntuosos capiteles. Las columnas, de 11 metros de altura, están íntegramente recubiertas de ramas de laurel para rendir homenaje a la pasión poética de Urbano VIII, entre las que vuelan las abejas, símbolo de la familia Barberini que encargó el monumento, y corren los lagartos, que con su capacidad de cambiar de piel simboliza el renacimiento, la resurrección. Además, el primer lagarto de la columna noroeste mira hacia el sol y significa la búsqueda de Dios, mientras que el segundo lagarto de la columna noreste tiene un escorpión en la boca, símbolo del mal en el Apocalipsis. Cabe notar que las columnas llamadas “salomónicas” copian el estilo de las que se encuentran en las 4 logias de la basílica las cuales, narra la tradición, pertenecieron al templo de Salomón en Jerusalén, de ahí su nombre.
Un detalle interesante: en una de las columnas, más precisamente en la columna trasera izquierda, está moldeado un rosario (bastante diferente al que usamos hoy día). Este es el homenaje a Bernini, que quiso declarar que su obra estaba dedicada a la Santísima Virgen. Observamos en un extremo el crucifijo y en las otras tres medallas devocionales. Al otro lado de la columna podemos ver otra medalla, que representa al propio Papa Urbano VIII.
Las columnas emergen de bases de mármol policromado esculpidas con rostros de mujeres que representan las fases del parto, desde el momento de la concepción hasta el nacimiento del niño, el cual es el último friso. Parece que esta elección particular para la decoración de la base fue dictada por una sobrina del Papa Urbano VIII que había tenido un embarazo difícil. O tal vez ésta fue la manera en que Bernini mostró su devoción a la “Madre Iglesia” que pare a luz a sus hijos.
Los capiteles, en cambio, son del tipo compuesto, con cortador. El ábaco o ábaco es un elemento arquitectónico con forma de pirámide truncada invertida. Típico de la arquitectura bizantina, estaba colocado entre el capitel y el arquitrabe y a menudo estaba decorado con motivos ornamentales en relieve o con volutas. En este caso, los capiteles compuestos sostienen las volutas jónicas de los arcos y están decorados con hojas de acanto, típicas de los capiteles corintios.
La portada, de madera dorada, con forma de lomo de delfín, ricamente decorada, confirma la excelencia de este monumento, auténtica síntesis entre arquitectura y escultura barroca. En particular, encima del baldaquino se encuentran cuatro estatuas de ángeles colocadas en las cuatro esquinas, y otras de amorcillos, diseñadas por Francesco Borromini, que sostienen los festones. Unos putti sostienen en sus manos las llaves de San Pedro y la corona papal. Además, un putto eleva hacia el cielo un enorme cuerpo de abeja boca arriba, recordando nuevamente el símbolo de la familia del Papa. Justo encima está el globo terráqueo con la cruz.
Acá vale abrir un paréntesis. Esos “angelitos” regordetes con alitas muy pequeñas y cabellos rizados; en el arte la forma más común de referirse a estas representaciones es “putti”, en plural de la palabra italiana “putto”, que a su vez procede de la palabra latina “putus” que significa “niño”. Hoy, en italiano, “putto” significa niño con alas, angelote o, rara vez, niño pequeño. Puede haber sido derivada de la misma raíz indoeuropea de la palabra sánscrita “putra” (que significa “niño”, en contraposición a “hijo”)
La grandeza de la obra se combina con la ligereza y el dinamismo de las formas, obtenidos por el artista gracias a su inigualable capacidad para tratar los materiales duros como si fueran flexibles y ligeros. ¡Incluso los flecos de tela sintética que decoran la cubierta, aunque están hechos de bronce, parecen ondularse al ser acariciados por las brisas!
Bernini no trabajó solo en este grandioso monumento. Con él colaboraron Francesco Borromini, el cual era diestro en cálculos matemáticos y cuestiones de física y también fue su asistente en la parte arquitectónica, y muchos otros artistas, fundadores y canteros.
Bernini tardó diez años en terminar el Baldaquino, que fue inaugurado en 1633 por el Papa Urbano VIII. Con su particular estructura arquitectónica y su impronta predominantemente escultórica, el Baldaquino de San Pedro puede considerarse un verdadero manifiesto del arte barroco.
¿Por qué se encuentra en ese lugar esta obra tan inmensa? Cuando la nueva Basílica de san Pedro se inauguró, era un inmenso espacio completamente vacío, solo paredes, capillas laterales y bóvedas. De alguna manera había que marcar donde estaba el altar mayor y donde se ubicaba la tumba de Pedro, por eso se realizó el baldaquino. Lo mismo se encuentra en muchas basílicas de Roma y de todo el mundo, para marcar donde se encuentra el altar principal.
En la catedral de la Santísima Trinidad de la ciudad de Buenos Aires, en la capilla del Santísimo Sacramento se encuentra una copia del mismo baldaquino de Bernini a escala.