Ramiro Simón nació en Villa Ortuzar, ciudad de Buenos Aires, hace 44 años. Es director, guionista, escritor. Trabaja también de administrativo en el área educativa. Le dedicó una tarde a ver ocho capítulos de media hora de la serie Bebé reno, de Netflix, una adaptación dramática al acoso sufrido por Richard Gadd, quien experimentó un perturbador seguimiento por parte de una admiradora tras una actuación suya. Gadd protagoniza una ficción que retrata su propio trance por el acoso y que aborda aspectos corrosivos como la identidad sexual, los traumas psicológicos y los abusos.
Hubo un tiempo en que Ramiro dejó de ver producciones que lo interpelan. Dice que le hace mal, que le da repulsión. Invierte ese tiempo en difundir el proyecto de ley de protección a víctimas de abuso psicopático y personalidades narcisistas, del que es coautor, y en contener a quienes hayan atravesado el mismo drama que él. Hizo una excepción. Interpretó que el éxito de la serie podría catapultar su propia causa, revivirla, propagarla. Había escrito un libro donde desnuda su degradación. Se llama Sobreviviendo a una psicópata. Se asume con un ser depredado.
En él habla de su relación con Noel. En la serie de Netflix, Donny Dunn (el personaje de Gadd) es un comediante de discreto talento oriundo de Escocia. Martha Scott (interpretada por Jessica Gunning) lo conoce en un pub. Él está solo y desahuciado. Ella se enamora y se obsesiona. Lo persigue: le manda 41.071 correos electrónicos, 350 horas de mensajes de voz, 744 tweets, 46 mensajes, 106 páginas de cartas y crea cuatro perfiles falsos de Facebook. “En el afán de generar algo comercial, dista mucho de lo que es la interacción entre un psicópata integrado y una víctima”, concluye Ramiro, en el piso del programa Nadie dice nada, que se emite por Luzu.
Cuenta su historia porque -dice- quiere que nunca más le pase a nadie. “Estaba separado hace nueve meses de la madre de mi hija. Tenía 33 años. Trabajaba en el Congreso de la Nación con Pino Solanas: filmaba y editaba muchas películas de él. Una noche salí a un boliche con un amigo, que me presentó a una chica que él tampoco conocía. ‘Esta es Noel’, me dijo”. Ese día cualquiera su vida tomó un vuelco inesperado y dramático.
Ella le preguntó a qué se dedicaba. Él estaba por venderle un guión a Estados Unidos y ya había ganado un premio por un cortometraje. Ella le contó que escribía canciones para Diego Torres y otros artistas. “Cuando creés que vos estás conociendo al amor de tu vida, en verdad están preparando lo que te van a hacer a futuro. Hacen algo que se llama almagemelización: copian todos tus gustos para que sientas empatía”, define Ramiro. Él es creyente y ella le decía que había trabajado con la madre Teresa de Calcuta. Rezaba a cada rato. Lo llevó a conocer a una persona en una villa de emergencia a la que le había pagado la cañería de su casa. “Era como estar con un ángel”, ilustra. Eran todos artilugios.
“Son un camaleón, van tomando la forma que necesitan”, dice de los psicópatas, quienes para doblegar emocionalmente a sus presas hacen un minucioso trabajo de investigación y estudio. La primera etapa es la del enamoramiento: “Te escuchan, te traen regalos, son súper atentos. Quieren saber qué es lo que te pasa, qué es lo que sentís, cuáles son tus miedos, cuáles son tus sueños”.
Es como un juego de ajedrez -dice Ramiro- en el que siempre están un paso adelante. “Arman como una red de historias simultáneas. Son como máquinas militares: están todo el tiempo planeando lo que van a hacer”, describe. Él quedó atrapado en esa trampa. El sexo es un recurso de captura y manipulación. Noel tenía un plan para absorberlo: “Me dice ‘alguien importante de la televisión quiere volver con una serie nueva, nos gustaría que fueses vos el que escriba el guión’’. Tenía solo un mes y medio para hacerlo, por lo que le dije ‘no hay manera, es muy poco tiempo, te voy a hacer quedar mal’. Y me dice ‘no, ¡tenés que ser vos!’”.
Lo convenció. Todos los días, luego de trabajar en el congreso, iba a su casa a escribir el guión de una serie inventada. “Me empezó a drogar, pero de eso me di cuenta después. No me podía levantar de la cama, veía todas las cosas en cámara lenta. Me sentía raro. Como me había hecho vegetariano hace poco, ella me decía que era por eso”, grafica. Noel era el nexo con los productores del nuevo lanzamiento televisivo. Lo mantenía entusiasmado, proactivo. Le nombraba gente que él conocía. Le recreaba un marco de idoneidad, de legitimidad, de normalidad. “Tienen una manera de mentir que no podés imaginarte porque no tenés una mente tan perversa. Es como Los Simuladores”, dice.
El plan incluía la segunda trama de una falacia para tenerlo coaccionado. “Me dice que el ex marido de ella, un militar de carrera, la estaba acosando y la quería matar. Hasta salió en los medios, en televisión, y convenció a un juez que le dio un botón antipánico. Me empieza a enloquecer a mí y me dice que nos quería matar a todos, a mí y a mi hija”. A su hija ya no la podía ver porque Noel la maltrataba a sus espaldas y la madre de la menor no dejaba que lo viera. A los dos meses y medio de relación, ella ya disponía del manejo de sus redes sociales y de su teléfono celular: ya lo había aislado de su entorno.
Ver a su hija significaba un peligro para ella. Aceptó que la mejor opción era resignar esos encuentros. El riesgo para su integridad física crecía los fines de semana, en los ratos de ocio del ex marido de su actual novia. “Todos los fines de semana íbamos a un hotel distinto a escondernos. Ahí es donde me empezó a vaciar: yo tenía una productora chiquita y tuve que vender cámaras, luces, micrófonos, hasta mi auto. Y todo para huir de un supuesto militar que quería matarme. Mi familia me hacía comida y me la traían a casa. Yo ya no tenía más contacto con nadie. Me fue limpiando de a poco. Y le creía todo”, narra.
No era amor lo que sentía, pero no podía separarse. “Te genera una adicción más potente que la cocaína. Es algo químico. El psicópata, como te mantiene en un estrés constante, te hace segregar mucho cortisol que te va a deteriorando el cerebro: empezás a perder la memoria a corto plazo, a perderte y eso ayuda a que el otro te domine. Por ejemplo: dejás la llave del auto, ella te la agarra y la esconde. Van manipulando la realidad para que sientas que te estás volviendo loco”. Ya había pasado la segunda etapa del plan: la devaluación del ser. “Primero te lleva allá arriba con el enamoramiento, después te lleva allá abajo quitándote todo lo que tenés. Al final, un día te trata bien, al otro día te trata mal. Te desquicia”.
El proyecto del guión se deshizo definitivamente. La prioridad estaba en la supervivencia. En una nueva fase del aislamiento, ella le dijo que una abogada le recomendó que se fueran a vivir lejos para que nos los mataran. Ramiro se rapó la cabeza, se compró anteojos, cambió su fisonomía y alteró su identidad para escapar de algo que suponía real. Fueron a la casa de un familiar de ella en Chilecito, La Rioja. Durante esa convivencia inventó dos nuevos engaños: se tiraba al piso, actuaba convulsiones, le decía que estaba enferma de cáncer y que era, indirectamente, su culpa porque la enfermedad se activó luego de que su ex marido la persiguiera al enterarse de que estaba saliendo con él; y le plantó en la cabeza la idea de que se hiciera un examen de ADN porque su hija era en verdad de otro padre.
Ramiro lo creía todo. Ahorraba plata para costear por un análisis genético que nunca llegó a hacer. Era un recurso de ella -sugiere la víctima- para que él consiguiera dinero, dado que cada vez que estaba cerca de pagarlo, aparecían gastos extraordinarios que cubrir. “Ella me pegaba, me hacía de todo, una vez me clavó un cuchillo. Después se tiraba a convulsionar y decía ‘cómo vas a dejar a una mujer con cáncer’”, recuerda. Sus amigos organizaron un operativo de búsqueda pero no sabían dónde estaba porque ella no había dejado rastros de su paradero.
De Chilecito se trasladaron a la capital de Córdoba. “Empecé a limpiar autos y a comer de la basura. Todo lo que conseguía se lo daba a ella. Terminé hecho pelota, se me veían las costillas, era piel y huesos”, cuenta. Ramiro se había despersonalizado. Había perdido su identidad y su voluntad. Había dejado de sentir pena cada vez que ella convulsionaba. Le había dejado de importar la vida: “Estaba muerto por dentro: había perdido a mi familia, a mi hija. Ya no quería vivir y jugaba a que me atropellen”. “Los psicópatas solo disfrutan de generar dolor en terceros. Es su placer”, dice Ramiro. Él dejó de abastecer su cuota de placer cuando el dolor le era indiferente. Noel había consumido toda su pulsión de vida.
“Se aburrió. Por eso, generalmente los psicópatas integrados tienen varias víctimas. Cuando no le serví más, cuando vio que ya no me podía sacar más nada, me dijo que me volviera a Buenos Aires”, relata. Ramiro regresó a su casa. Lo recibieron su mamá y su hermano: “No podían creer en el estado en el que estaba”. La situación no mermó de inmediato. Le siguió mandando dinero. Ya había perdido su auto. Ya había explotado a su familia. De a poco, ya sin la asfixia ni la influencia de ella, empezó a despertarse. Se le prendieron alertas. Lo que lo terminó de despabilar fue ver la serie que estaba por comercializar al mercado estadounidense y que había entregado un mes antes de conocerla, convertida en película, vendida a más de veinte países, con el mismo guión que él había escrito. “Ahí fue cuando caí -recuerda-. Desaparecí cinco años del mundo y de repente vi lanzada en las plataformas la serie que yo había escrito”.
Advirtió, en simultáneo, de que la habían separado de su hija. Una noche, fumando en el balcón de su casa, comprendió no haber advertido el rumbo incierto que había tomado su vida. “Empecé a investigar, a juntar pruebas, charlas por Whatsapp con mis amigos. Hablé con el militar que me quería matar. El psicópata no había sido él, sino ella. Le había hecho lo mismo que a mí. Casi pierde el trabajo y tampoco pudo volver a ver a su hijo”, reconstruye.
El calvario duró cinco años. La denuncia penal contra Noel radica en los tribunales de la justicia. Él sabe que ella tiene cinco víctimas más y que subsiste por sus estafas. Desconoce si sigue viviendo en Córdoba o si se mudó a Miami. Valora que el proyecto de ley del que es coautor gane adeptos en los órganos institucionales. Prefiere, por ahora, dejarse los tatuajes que ella presionó para que se hicieran. En el antebrazo izquierdo, en letras cursivas, conserva la frase “Noel Endless Love”: “Noel, amor sin fin”.