Alina Lee Askarova aterrizó en Buenos Aires en octubre de 2022. Bajó con su pelo de colores, su cuerpo tatuado y su valija a cuestas. Subió a un taxi y lo primero que se dio cuenta es que no iba a poder comunicarse en la Ciudad en forma sencilla. “El ruso ni lo intenté, pero tampoco hay mucha gente que hable inglés en la vida cotidiana – cuenta la chica en diálogo por videollamada con Infobae-. Primero me comunicaba con el Google translate pero muchas veces salía cualquier cosa hasta cuando pedía una gaseosa o un café en el bar”.
Imaginen como en una película esos ojos de rasgos asiáticos viendo todo con cierta extrañeza. Los carteles en castellano, los remiseros que abordan a los turistas apenas traspasan la puerta de arribos en Ezeiza y el sol fuerte de la primavera que hacía brillar todo de una manera distinta. Ese sol del sur de América que la enamoró a Alina y la hizo elegir a Buenos Aires para vivir.
Cada porteño que le preguntaba de dónde venía abría los ojos bien grande al escuchar la respuesta. Alina es de Siberia, pero no tiene el aspecto tradicional de las jóvenes rusas. Lee Askarova tiene rasgos orientales y muy pocos le creen cuando dice dónde nació.
Los orígenes de Alina
El papá de Alina es de Corea del Sur y fue a estudiar a Siberia. Allí conoció a la madre de la chica. Pese a extrañar a su mamá e intentar que en algún momento llegue a Buenos Aires a visitarla, la chica cuenta que no está en sus planes volver a su país natal, “sólo volvería a Rusia para morir –afirma la joven-. Fui muy discriminada por ser distinta de aspecto, por eso me fui”.
Sólo hay algo que extraña de Siberia y es algo de las comidas típicas de esa zona de Rusia. “Me encantaría volver a comer caviar y los pescados frescos de calidad –recuerda Lee Askarova-. También se come carne de oso que es muy rica y nutritiva”.
Buenos Aires, su lugar en el mundo
Alina primero paseó por el sudeste asiático. Pasó por playas paradisíacas en las que cualquier mortal decidiría quedarse para siempre. Sin embargo, se enamoró de Buenos Aires y decidió dejar de ser turista y saltar de país en país cada 3 o 4 meses. “En Argentina me sentí muy cómoda, como en mi casa. Siento que puedo caminar por la calle sin que nadie me mire raro”.
Ahí llegó su necesidad de aprender el idioma como una forma de zambullirse en la cultura porteña. Así, arrancó de a poco mientras escuchaba hablar al mozo de un bar, al negocio donde compraba los alimentos o a su vecina de 60 años que la “adoptó como a una hija” y fue su primera amiga en la Ciudad.
La chica siberiana es una nómade digital. Hasta hace poco trabajaba para una empresa rusa en diseño. Ahora, abrió su propio emprendimiento con otros amigos de su país que trabajan desde Buenos Aires o Moscú.
Además, la chica hace contenidos para sus redes sociales. En los posteos de Instagram se pueden ver sus viajes y los cambios en su color de pelo. En distintas imágenes pasa del rubio, al violeta o el rosa en muy pocas semanas.
Pasión por la Scaloneta
Alina llegó al país en la primavera del 2022. Un mes después de su llegada, cuando ya podía hablar algo en castellano, llegó el Mundial de fútbol de Qatar. La siberiana lo vivió como una argentina más. “Tenía cábalas, como por ejemplo ver todos los partidos con los mismos amigos y cada uno sentados en los mismos lugares de siempre”, recuerda la chica en un castellano con acento gutural.
Después llegó la final y los festejos con millones de personas en las calles de Buenos Aires. “Es algo único que creo que no voy a vivir en ningún lugar del mundo que me vaya a vivir. La forma que se festejó va a quedar para siempre grabada en mi corazón”, cuenta Alina, mientras se le dibuja una sonrisa en el rostro como una argentina más que recuerda el momento. Así, en los clips se la puede ver a la siberiana en plena zona del Obelisco con la camiseta de la Selección. Para describir el momento, Lee Askarova usó una palabra en su idioma Wakhanalia (bacanal). “Es imposible mirar esto y mantenerse alejado”, escribió en su posteo.
Otras de las transformaciones que se pueden ver en las redes sociales de Alina son los cambios de su piel. Desde que inició su viaje fue sumando tatuajes a su cuerpo. En Argentina, claro, se subió a la ola de la Scaloneta y agregó uno a su piel dedicado a Lionel Messi. Se escribió el apellido del Diez junto a una palabra en ruso que significa “algo muy cool”.
Si algo elige de la comida Argentina que no puede dejar de comer son las empanadas. De hecho, en uno de los videos de su Instagram se pregunta cuántas pueden comer los argentinos, mientras se le chorrea el queso después de morder una de las masas. Alina también elige el malbec, el fernet y “el asado con amigos”, afirma con ese acento pero con las palabras argentinas exactas para describir esos momentos. “Me encanta la vivacidad y la capacidad de los argentinos para siempre tener tiempo para reunirse y charlar - resalta la siberiana-. Eso es algo que no se ve en otro lado del mundo”.
El mate, asignatura pendiente
Lo único que no pudo adoptar del ADN argentino es el mate. “Probé varias veces y no me gusta. No puedo acostumbrarme a su sabor”. Pese al lugar común que se piensa sobre los rusos, a Alina no le gusta el vodka. Otra de las cosas que la alejaron de Siberia es el machismo de los hombres de esa zona. “En general son familias con muchos hijos en las cuales el hombre trabaja y la mujer se queda en la casa”, afirma Alina.
“No se si será por las crisis económicas, pero siento que los argentinos viven mucho más el momento. No planifican tanto la vida a futuro. -admite Lee Askarova-. Eso los hace más empáticos y con más ganas de divertirse en general con amigos”. Además, la chica asegura que el clima siberiano no ayuda. “Cada familia permanece mucho tiempo en su casa con la calefacción central en vez de salir a la calle con temperaturas que pueden llegar a 50 grados bajo cero en pleno invierno”, sostiene Alina.
Pese a que elige Argentina para quedarse, Alina tiene en cuenta la realidad que la rodea. El aumento de los precios por la inflación y la pobreza que ve a diario por las calles de Buenos Aires. “Estudié trabajo social en Siberia y me duele ver tanta gente durmiendo en las calles de la Ciudad -admite la joven, a la que se la ve conmocionada por la situación-. Cuando pienso en esas cosas me pongo muy mal”.
Entonces, la siberiana aún emocionada y sensibilizada por la situación cuenta que participa en campañas para conseguir ayuda para la gente que necesita y llevar alimentos a los comedores. “Tengo amigos que trabajan en organizaciones sociales y a partir de ellos me conecté con todo ese mundo”, cuenta Alina. Así, la siberiana lejos de la carne de oso, el caviar y el vodka, eligió Buenos Aires para sentirse una más. Esto incluye la fiesta popular por el campeonato de la Scaloneta y sufrir como propias la pobreza con la que la joven se cruza a diario por las calles de la Ciudad. Allí va Alina, como una porteña más. Recorre las góndolas, compara precios y ya piensa en el asado con amigos del fin de semana. Lejos de la nieve y el frío polar de su Siberia natal, ya hace rato que dejó de ser una turista.