El 30 de abril de 1974 los diarios publicaron grandes espacios invitando a la ciudadanía a concurrir a la “Fiesta de la Unidad” que se iba a realizar al día siguiente en la Plaza de Mayo. Se podían leer innumerables solicitadas de los gremios y los gobiernos provinciales de homenaje a Juan Domingo Perón e Isabel. También informaron que el presidente se presentaría ante la Asamblea Legislativa, junto con sus ministros, para informar sobre la gestión del Poder Ejecutivo. Más tarde, en Plaza de Mayo, Perón saldría al balcón de la Casa de Gobierno para hablar a la multitud y festejar el Día del Trabajo después de 19 años. El país era distinto, lo mismo que el mundo que lo rodeaba. Él lo sabía e iba dispuesto a enfrentar cualquier desafío. Estaba a horas de la ruptura pública y definitiva con los Montoneros. Todo estaba dicho y lo que se publicó al respecto en los años posteriores es solo un “relato” falso: cuando Perón hablaba de volver al país para poner “orden” se refería a la organización armada, lo mismo que cuando aludía a “los infiltrados”. Un año antes había sido testigo de la feroz pugna en Ezeiza; luego había echado a Héctor Cámpora y los gobernadores de Buenos Aires y Córdoba. Los diputados que se oponían a sus reformas del Código Penal para enfrentar al terrorismo tuvieron que dejar sus bancas. En ese mayo de 1974 Perón ya había sufrido por los asesinatos de José Ignacio Rucci y Dirck Henry Kloosterman, secretario general de SMATA, mientras que el jefe montonero le dijo que su poder pasaba por la boca de sus fusiles, o en la intimidad sobre Rucci: “Creímos que tirándole al viejo un fiambre sobre la mesa íbamos a poder negociar en mejores condiciones”.
El día anterior, 30 de abril, hubo una reducida concentración convocada por las FAP-PB (Fuerzas Armadas Peronistas – Peronismo de Base) no integradas a Montoneros, en el pequeño estadio cubierto de la Federación Argentina de Box, en la calle Castro Barros. Fue una última expresión de la que había sido la “CGT-A” (“CGT de los Argentinos”) o “de Paseo Colón” de neto corte izquierdista, clasista y combativo. Hablaron el gráfico Raimundo Ongaro y el farmacéutico Jorge Di Pasquale, analizando la conflictiva situación general, sosteniendo que al día siguiente no había “nada que festejar”. Como anticipando los hechos, el jueves 25 de abril, representantes de la juventud peronista de diferentes orígenes visitaron al presidente en Olivos. Durante la reunión el vocero de Montoneros planteó su queja por la reincorporación de los comisarios Alberto Villar y Alberto Margaride y Perón no tuvo otra salida que responder: “La Policía es un aparato del gobierno y debe defenderlo. Villar y Margaride no son más que policías que cumplen con esa función, por lo tanto aquél que ande armado que se cuide. Mientras los demás no cambien de actitud la policía no va a cambiar la suya. Los que hemos sido delincuentes sabemos que muchas veces se infla para llamar la atención.” Y, para rematar el desafío, les dijo a los presentes: “No serán peronistas pero son buenos policías.” Al final de la cita el coronel Vicente Damasco les entregó a los jóvenes su marcha de la Juventud que decía: “Hermanados y Unidos marchamos hacia un limpio horizonte de sol, y mirando al futuro luchemos por un mundo de paz y de amor.”
Por lo tanto, en previsión de desórdenes fueron desplazados efectivos policiales y acuarteladas tropas de las FFAA, la Gendarmería y Prefectura Naval. Una amplia zona que rodea la Plaza de Mayo sería cerrada al tránsito vehicular. Antes de marchar sobre Plaza de Mayo las columnas de Montoneros se concentraron principalmente en la avenida 9 de Julio, Retiro y la facultad de Derecho.
La jornada del 1° de Mayo de 1974 comenzó cuando el presidente se presentó ante las dos Cámaras del Congreso para inaugurar su 99° período de sesiones, con un discurso acerca de la marcha de la Nación, con párrafos claros e inequívocos que demuestran que antes del conflictivo acto de esa tarde “el escarmiento” era una decisión inmodificable. Ante la Asamblea Legislativa el Presidente declaró: “Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los argentinos. Agentes del caos son los que tratan, inútilmente, de fomentar la violencia como alternativa a nuestro irrevocable propósito de alcanzar en paz el desarrollo propio y la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos encuentre sometidos a cualquier imperialismo.” (…) “Superaremos también esta violencia, sea cual fuere su origen. Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la ley. Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente.”
Mientras el general Perón pronunciaba su discurso, distraídamente, “los aludidos” se iban congregando en el costado norte de la Plaza de Mayo (el de la Catedral y el Banco Nación) estando el centro y sur colmado desde hora temprana por sindicatos y agrupaciones peronistas ortodoxas, así como de simples adherentes al oficialismo. Tal como supuestamente habían acordado con los demás sectores convocados, los de la Tendencia concurrieron sólo con banderas o pancartas celestes y blancas, pero superados los controles policiales aparecieron aerosoles y pintaron sobre los colores patrios Montoneros, JP, JUP, JTP, La sangre derramada no será negociada, e inscripciones por el estilo. Abundantes lemas y cánticos agresivos eran coreados incesantemente desde ambos sectores enfrentados. La izquierda proclamaba “¡Perón, Evita, la Patria socialista!” contestándole la ortodoxia “¡Perón, Evita, la Patria peronista!”; retrucaba la Tendencia “Vamos a hacer la Patria peronista: vamos a hacerla montonera y socialista!” y resucitaban los históricos su vieja definición “Ni yanquis ni marxistas: peronistas.” Unos amenazaban “Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical.” y los otros replicaban “Se va a acabar, se va a acabar, los Montoneros y las FAR.”. El dudoso aserto “Si Evita viviera sería montonera.” fue modificado por “Si Evita viviera, Isabel sería copera.”, “No rompan más las bolas: Evita hay una sola.” y “Evita, Evita: Perón te necesita.”
Cuando el animador Antonio Carrizo anunció que la vicepresidente Isabel coronaría entre 24 princesas provinciales a la Reina Nacional del Trabajo, María Cristina Fernández (cualquier semejanza en nombre y apellido con una futura presidente que dijo haberse ido de la plaza con su pareja aquel histórico día, es pura coincidencia). También reclamaron “No queremos carnaval: ¡Asamblea Popular!” hasta que Carrizo pidió un minuto de silencio por la compañera Evita y los caídos en la lucha de liberación, contestándole “Evita ¡Presente! en cada combatiente” y un redoble de tambor lo interrumpió. A las 17.05, cuando el Perón quiso iniciar su discurso, también lo interrumpió la interpelación montonera “¿Qué pasa, qué pasa General, que está lleno de gorilas el Gobierno Popular?...”
Con el enojo inocultable que le provocó la transformación del clásico diálogo con la gente en una retahíla de reproches y repudios a su gestión e insultos a su mujer, Perón entre otras cosas dijo: “Hace hoy diecinueve años que, en este mismo balcón y con un día luminoso como éste, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones porque venían días difíciles. No me equivoqué ni en la apreciación de los días que venían ni en la calidad de la organización sindical… [corean “Rucci traidor: saludos a Vandor!”] …que se mantuvo a través de veinte años pese a estos estúpidos que gritan. Decía que a través de estos veinte años las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles y, hoy, resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años. (…) Quiero que esta primera reunión sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica y han visto caer a sus dirigentes asesinados sin que todavía haya tronado el escarmiento. (…) Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conformes con todo lo que hemos hecho. [Gritos: “Conformes, conformes, conformes General, conformes los gorilas; el Pueblo va a luchar.”
Ante el papel tan deslucido que los Montoneros estaban protagonizando ante la TV nacional e internacional, su jefe en el lugar, El Vasco o El Lauchón Horacio Alberto Mendizábal Lafuente (luego jefe del Estado Mayor montonero) dio orden de plegar sus pancartas y usarlas para defenderse de las contrarias que esgrimían sus agresores y retirarse por donde habían venido (Facultad de Derecho, Plaza San Martín y Retiro). Al comenzar la retirada, cada vez más presurosa, las alicaídas huestes de “estúpidos e imberbes” coreaban: “¡Boludos, imberbes y boludos! Servimos a una muerta, una puta y un cornudo…” y “Aserrín, aserrán, es el Pueblo que se va…”.
Como si todo hubiera sido sorpresivo o no previsto, la revista montonera “El Peronista” afirmo días más tarde: “A cada párrafo la fractura se agudizó, algo que nunca conoció el peronismo en sus treinta años de historia. Increíble desencuentro entre el pueblo y su líder […] Más allá de que el General se haya jugado por la burocracia sindical, como lo venía haciendo cada vez con más energía, en los últimos meses, Perón perdió la calma, llamó a la represión, a la guerra interna.” Más equilibrado, José Amorín, uno de los fundadores de Montoneros, se atrevió a comentar: “En mayo de 1974, a mis veintiocho años, yo era un hombre experto en insensateces y muertes gratuitas. Y también sabía que los suicidios heroicos están en las antípodas de cualquier revolución” y abandonó la organización armada. En medio del desorden y luego de aguantar lemas coreados como “Mon-to-neros: el pueblo te lo pide: queremos las cabezas de Villar y Margaride.” La policía se llevó a 25 detenidos que –previa identificación- fueron liberados al día siguiente.
El padre Carlos Mugica Echague estaba en la plaza y se negó a retirarse y diez días más tarde fue asesinado por Montoneros. “El cura villero” fue velado en su capilla y homenajeado con coronas costosas y humildes ramilletes, suscitándose un problema con una enviada por “Montoneros” que los villeros querían destruir y que derivó en una paliza al diputado Leonardo Bettanin y a Juan Carlos Añón de la JP de las Regionales, al grito de: “¡Traidores!... ¡Asesinos!... ¡Que se vayan!”.