Es librero hace 20 años y fundó uno de los primeros locales de su barrio: “Nuestro oficio sigue vivo”

El 26 de abril es el Día del Librero. La primera vez que Martín Lanzón entró a una librería fue para pedir trabajo, en plena crisis económica. Tiempo después se convirtió en pionero del rubro en Liniers, cuando abrió su negocio junto a su esposa. Un recorrido por su día a día, la reinvención tras la caída de ventas y la vocación como motor de cambio constante

Frente a la Plaza Larrazabal, Martín Lanzón y Natalia Miranda abrieron una librería independiente hace siete años (Fotos gentileza Libros del Arrabal/Sol Polansky)

Cada 26 de abril se conmemora el Día del Librero, un oficio que Martín Lanzón ejerce hace 20 años. Junto a su esposa y socia, Natalia Miranda, fundaron una librería independiente en Liniers, cuando había muy pocas propuestas similares en el barrio. Muchos les dijeron que no tenía sentido ser pioneros en un rubro para el que aparentemente no había clientes en la zona. Esas voces quedaron muy atrás, porque se convirtieron en uno de los íconos de la comunidad, con una vidriera llena de bibliodiversidad, y construyeron un vínculo con los vecinos que va mucho más allá de la venta de libros.

“Estaba estudiando la carrera de letras en el 2000, había salido del secundario y me habían inspirado mucho las bandas de rock que escuchaba, que siempre me llevaron a investigar; The Doors por ejemplo, que el nombre en sí mismo es una referencia bibliográfica a un libro de Aldous Huxley, Las puertas de la percepción”, relata Martín. Así empezó a leer, cada vez más, invadido por la curiosidad. Le siguieron obras de Les Poètes maudits (Los poetas malditos franceses), y después se adentró en la discografía de Los Beatles.

“Quería saber de dónde venía el nombre, que resulta ser un juego de palabras entre beetle, que es ‘escarabajo’ en inglés, y los Beatniks, una generación de escritores norteamericanos de la contracultura de los ‘50 y de los ‘60″, explica. Mientras iniciaba su formación, lo golpea una de las crisis que atravesó Argentina y no conseguía trabajo. “Todo estaba muy difícil, durante seis años prácticamente estuve de changa en changa, sin nada estable, y la primera vez que fui a una librería fue para pedir trabajo, en el 2003″, revela.

La dupla de socios que apostó al barrio de Liniers para cumplir su sueño

Trabajó en una librería especializada en psicoanálisis, y pasó por varias cadenas de renombre, una vivencia intensa que funcionó como una escuela para aprender el oficio. “Ahí me hice librero, empecé de cero, y se trabaja muchísimo porque son caudales enormes; hasta el día de hoy sigo utilizando conceptos que incorporé en ese entonces, como ‘entran tres cajas, se van tres cajas’, porque uno de los problemas en las librerías es el espacio físico, que hay un montón de libros y estanterías limitadas, entonces hay que tomar decisiones que definen la esencia de ese lugar”, indica. También trabajó en editoriales, y la experiencia lo hizo descubrir cuál era su pasión.

“Me gusta mucho más trabajar en una librería porque siento que tiene más diversidad. En una editorial llega un momento que la cabeza está limitada a unos 3000 títulos, mientras que en la librería eso no pasa nunca porque siempre hay miles de libros, autores con diferentes miradas y ópticas, sobre todo en el rubro de lo nuevo, que se diferencia del librero de usados, que tiene otra dinámica”, señala. Y agrega: “Si bien el oficio es muy parecido, en la librería de usado se compran por lotes los libros, hay que hacer todo lo posible por venderlos para comprar otra tanda, entonces el stock se mantiene por largos períodos de tiempo; en cambio en la librería de nuevos la lógica es otra, las editoriales te dan algunos libros y otros se compran, los ejemplares van y vienen, están constantemente cambiando y rotando”.

La búsqueda del equilibrio

Define ese universo de estantes repletos divididos en sectores y otro montón de pilas acomodadas en varias mesas, como “un organismo vivo”, porque la transformación es continua. “Siempre hay que tener un Don Quijote de la Mancha, un Cien años de soledad, Las venas abiertas de Latinoamérica, definir qué tiene que estar sí o sí según la impronta de cada librería, pero también hay que saber equilibrar entre lo bueno, lo comercial, lo que se vende y lo que no se vende”, expresa. La relación entre la calidad del libro y la venta no es simétrica, sino más bien todo lo contrario.

"Se piensa que los libreros y los bibliotecarios nos la pasamos leyendo, pero nuestro trabajo tiene una carga administrativa y física que muchos desconocen", comenta Lanzón

“Los buenos libros no son los que más se venden, y parece paradójico, pero si hacemos un listado de 100 grandes libros y solo vendemos eso, nos fundimos, porque hay que ofrecer un capital simbólico, lograr que los libros tengan un interés para los lectores, que le den prestigio al lugar, les brinde confianza, para que el negocio pueda subsistir, y ahí está lo difícil”, indica. Muchos de esos aprendizajes los incorporó durante un viaje a Colombia, donde él trabajó como librero, y Natalia se desenvolvió como gerente de la librería del Fondo de Cultura Económica de Bogotá.

“Las librerías colombianas son espectaculares, los libreros son como caballeros del siglo XIX, con una cultura y una prolijidad que te obliga a saber un montón porque los clientes también te exigen estar a la altura”, cuenta. Al volver de la capital colombiana se presentó la oportunidad de abrir su propia librería, en un pequeño local de la Avenida Larrazábal, frente a la Plaza Larrazábal de Liniers. Dos años antes había abierto la primera librería independiente del barrio, Ritualitos, especializada en literatura infantil en sus inicios.

“Apostar a la zona suroeste de la ciudad de Buenos Aires era bastante alocado para ese momento, incluso hoy no somos más de cuatro librerías en el barrio, de libros nuevos y de buena calidad, pero es nuestro barrio y sentíamos que era el lugar indicado”, detalla. La bautizaron Libros del Arrabal, -en Instagram y Facebook @librosdelarrabal- un concepto que los representa muy bien, como ejemplo de descentralización, al haber posicionado una librería en un lugar por fuera del imaginario cultural, alejado de la clásica Avenida Corrientes. Requirió de mucho esfuerzo, y se acuerda que cuando llegó el día de la inauguración solo tenían una hilera de libros, porque todavía los proveedores no los conocían y no les había llegado todo el material necesario.

El compromiso con el barrio forma parte de la esencia de los pequeños comercios que mantienen un vínculo de gratitud con los vecinos

“Por suerte veníamos pagando de a poco el sistema de gestión, que es el programa donde se lleva el registro de todos los libros y se realiza la administración. Es esencial para el negocio, pero es carísimo, prácticamente la mayor inversión para arrancar es esa, contrario a lo que se piensa, que se necesitan solo estanterías, libros y un mostrador”, revela. Les llevó horas y horas de trabajo continuo forjar una identidad, que los diferenciara de otras propuestas, pero lo lograron, y ya llevan siete años como referentes, con una vidriera que es el orgullo de muchos vecinos.

Uno de los grandes aciertos fue la iniciativa de jornadas de cuentacuentos, que surgió antes de la pandemia de coronavirus. “Al estar al lado de una plaza que es pasión de multitudes de los niños, pensamos en construir un espacio donde las familias pudieran venir a pasar un lindo momento, que supieran que esto no es un templo del saber, sino un lugar amable con ellos, entonces venía Mirta, nuestra cuentacuentos, a leerles cuentos y novelas a niños de cinco o seis años, que hoy ya están por terminar la primaria y todavía se acuerdan de que venían, tomaban un juguito, comían un alfajor y escuchaban historias”, relata con alegría. Uno de sus pilares es “no darle la espalda al barrio”, y aunque tuvieron que suspender varias actividades durante el aislamiento por ser un espacio pequeño donde no podían albergar muchas personas, continuaron con las capacitaciones a futuros libreros, que comparten la misma pasión y el interés por brindar un servicio.

La crisis y la reinvención

Antes de iniciar con el camino de emprender, se hizo la pregunta de qué iba a vender, y por más que la respuesta obvia sea “libros”, Martín tiene en claro que ese no es su producto. “Los libros son el medio, pero lo que realmente se intenta vender es la experiencia que va a tener el cliente que se compró ese libro, que va a pasar un momento de relación uno a uno con esa lectura, el compromiso que tiene esa persona de estar consigo mismo, leyendo algo, entonces la verdad es que nuestro oficio es conocer al lector”, sentencia. Más de una vez reflexionó sobre por qué a tanta gente le gusta tener su propia biblioteca en su casa, con su selección personal. “Claramente no vendemos el acceso a los libros, porque eso ya existe y está disponible, en la gran cantidad de bibliotecas espectaculares que hay en la Ciudad de Buenos Aires y en el interior también, con una variedad increíble”, explica. “Si aún así tenemos la necesidad de que algunos de esos objetos, que son mucho más que hojas encuadernadas con una tapa, se conviertan en nuestra propiedad privada, es porque detrás hay un atesoramiento de ese libro, del recuerdo y la vivencia que tuvimos mientras lo leíamos”, sostiene.

Martín y Natalia confiesan que pasan hasta 14 horas por día en la librería, y no tienen dudas de que es el oficio que aman

Convencido de que el vínculo con la lectura es ancestral, siente que existe un imperioso anhelo de materializar el conocimiento, un afán humano por poner ideas, palabras y pensamiento en unos cuantos metros lineales, que representen su curiosidad e intereses. “Es impresionante la cantidad de libros que salen por mes, al punto de que la producción constante es inabordable por momentos”, asegura. En tan solo dos cajas que le envió una editorial contabilizó 60 libros, y aunque es un ávido lector, confiesa que no hay manera de leer todo lo que llega. Entonces, una vez más, la sagrada clientela se vuelve un engranaje fundamental.

“Los distintos sectores se construyen en base a las conversaciones que tenemos con nuestros clientes, que son los que en realidad saben, porque sería muy arrogante pensar que uno va poder armar una buena librería solo con su propio conocimiento”, manifiesta. Es un gran conocedor de los policiales escandinavos, pero cuando tiene que traer material nuevo para libros especializados de historia, novelas románticas, jardinería, narrativa juvenil o Fantasy en lengua extranjera, recurre a los respectivos expertos. “Cuando encontramos un cliente que sabe mucho sobre un tema específico, le preguntamos, y así se va generando una bibliodiversidad interesante”, cuenta.

A pesar de todo el esfuerzo, la caída de las ventas es la otra cara de la moneda, y asegura que hubo al menos un 30% de retroceso en consideración al año anterior. “En los libros de ciencias sociales y actualidad el porcentaje es aún mayor, llega al 50% porque es el sector más afectado; son ejemplares caros, y quienes compran esos libros también están sufriendo una crisis económica en sus ingresos”, detalla. Los ingresos son fluctuantes mes a mes, pero hay un género que mantiene su presencia, la literatura infantil. “Nos pasa que los clientes resignan sus libros, pero se llevan para los hijos, para los sobrinos, parejas que van a ser papás, y eso no cambió a pesar de la pandemia y de la crisis”, comenta.

El armado de la vidriera y la versatilidad de las propuestas es clave para forjar la identidad de cada librería

Sin duda los cambios de hábitos por el advenimiento tecnológico también influyeron, con los e-books como alternativa al ejemplar de papel, pero Martín argumenta que una experiencia no suple a la otra, y pueden convivir, tal como ocurre actualmente. “A muchos libreros nos gusta poner un libro al lado del otro de una manera ‘anti algoritmo’, porque la librería física te da esa posibilidad de que al lado de un libro sobre perros puede haber uno de una novela de un niño y su relación con la física teórica, hay una ruptura de lo que ocurre en los buscadores, que si vos buscás un libro de perros unas horas más tarde te sale una publicidad de una veterinaria, gira en torno a lo mismo”, sostiene.

Recomendar el mejor libro para cada lector es otra de las definiciones del oficio, y para que eso ocurra, se necesita ese valioso intercambio humano de persona a persona. “Si sos un argentino que vive en Singapur, y quiere leer un libro de literatura argentina actual, ahí sí es muy difícil acceder al libro físico, entonces la versión digital es una excelente opción, hay que entender el contexto y las prestaciones que cada quien busca”, indica. El respeto por cada uno de los ejemplares que reposan en las estanterías es tal, que de alguna manera siente que esa devoción vuelve cuando más la necesitan.

“Siempre digo que los libros son agradecidos, porque cuando estamos en las malas mágicamente aparece un cliente que compra algo que no esperábamos, que nos salva el mes, algo que capaz estaba ahí hace tres años, que no se vendía, entonces te renueva la esperanza de seguir adelante y te das cuenta que todo ese amor y cuidado que pusiste, para catalogarlos, recomendarlos, encontrarles su destino, siempre produce cosas buenas; aunque todo se desmorone, los libros nos cuidan”, expresa.

"Es muy difícil explicar la magia que se produce en la relación de los seres humanos y el hábito de la lectura", sostiene

La ley del libro

Cuando ocurren eventos multitudinarios como la Feria del Libro -que esta edición transcurre desde el 25 de abril hasta el 13 de mayo en el Predio Ferial La Rural-, Martín se pregunta con humor: “¿Y la muerte del papel’”. “Cada año se rompe un nuevo récord, se llena y van miles de personas, cuadras enteras de filas para entrar, de gente que paga para ir a comprar libros; y está buenísimo que siga pasando, porque en estos tiempos tan individualistas, son lugares donde se puede ir y compartir intereses”, remarca. Lo atribuye a la idiosincrasia cultural de nuestro país, donde pervive el amor por la lectura.

“Se dicen maravillas por la cantidad de librerías que hay, porque acá podés comprar un libro a la medianoche cerca del Obelisco, y es un patrimonio que tenemos que cuidar como sociedad”, sostiene. Rememora que en enero último el proyecto de Ley Ómnibus que el Poder Ejecutivo de la Nación envió al Congreso contemplaba la derogación de la Ley 25.542, de defensa de la actividad librera, que establece un precio único de venta del libro. Muchos libreros se manifestaron en contra en ese entonces, representados en la Cámara Argentina de Librerías Independientes (CALI), que realizó una campaña de concientización. “Es una ley de precio fijo que salió en 2001, y establece que todas las librerías vendemos los libros con el mismo precio, que debe respetarse en todos los puntos de venta”, señala.

Tanto Martín como Natalia consideran que sin esa ley muchas librerías pequeñas cerrarían, y aseguran que garantiza el profesionalismo de todos los que trabajan en el ecosistema editorial, desde la atención al público hasta la conformación de catálogos. “Evita que las cadenas, según el poder económico y de compra que tengan, puedan ofrecer descuentos arbitrarios, y sin esa regulación habría lugar para la especulación de cuánto sale cada libro, las editoriales podrían sugerir un precio, y cada librería lo ofrecería al monto que le parezca necesario; entonces los negocios cerca de los centros urbanos se verían favorecidos y las librerías más distantes no le pueden competir, se volvería desleal y desaparecía una gran parte de la oferta bibliográfica”, detallan.

Cada uno de los sectores que crearon están basados en recomendaciones de sus clientes (Fotos gentileza Libros del Arrabal/Sol Polansky)

De por sí, la construcción de espacios por fuera de los grandes circuitos resulta un desafío, pero la vocación es más fuerte. “Somos unos enamorados de toda la cadena de valor que implica un libro, de la cantidad de puestos de trabajo que involucra, y nuestro oficio tiene muchos momentos extraordinarios, como la cantidad de veces que formamos parte de regalos de aniversario, cumpleaños, hemos sido generadores de amores y salvamos parejas”, dice Martín entre risas. La memoria visual es una gran aliada en sus jornadas de trabajo, porque recuerda lo que le gusta a cada cliente, y a veces aunque no recuerde un título sabe de qué color es la tapa, y con esa referencia, hace milagros.

Fue clave el apoyo de su compañera de vida desde los inicios. Se enamoraron hace 13 años en la Feria del Libro un 1° de mayo. Trabajaron como corredores en editoriales y antes de eso eran compañeros en la facultad en la Carrera de Edición. Hoy son pareja y socios de la librería que crearon juntos desde cero. “Estamos siempre en movimiento, y hay muchos emprendedores que apuestan a su sueño”, asegura. Pone como ejemplo a una joven que asistió a la capacitación que brindaron en la Universidad de Avellaneda para libreros de todo el país, y cuando regresó a Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz, abrió La Tonina Obrera, la primera librería de su localidad. “Hoy las condiciones están dadas, se puede descentralizar y ofrecer una propuesta diferente en los pueblos de los alrededores de Buenos Aires; hay posibilidades de crecer, el libro y nuestro oficio están vivos, y la sociedad debe cuidar sus triunfos”, concluye Lanzón.

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