La idea que primó era la de contar con una sala donde se pudiera disfrutar del teatro y escuchar ópera, ya que desde los tiempos de los virreyes que se valoraban las artes en esa aldea chata perdida en el Río de la Plata llamada Buenos Aires.
El de la Ranchería era más un galpón de paredes de adobe y techo de paja más que un teatro, que funcionó en Alsina y Perú desde 1783 hasta 1792 cuando se incendió. Allí se mezclaban los distintos sectores sociales, y la elite local compartía un mismo recinto con las clases más bajas y con los negros que empezaban a dejar de ser esclavos.
En 1804 el virrey Sobremonte le había encargado a Tomás Toribio, un arquitecto español que había sido enviado por la corona a llevar adelante distintos proyectos tanto en Montevideo como en Buenos Aires, el diseño de un teatro, cuya construcción estaría a cargo de Francisco Cañete, uno de los mejores en su especialidad, que años después levantaría la Pirámide de Mayo. El virrey le pondría Coliseo Grande para diferenciarlo del Coliseo Provisional, que funcionaba como podía en Reconquista y Perón. En este teatro, el director de orquesta era el catalán Blas Parera, quien le pondría la música al himno. En un local lindante, el francés Raymund Aignasse abrió un bar, donde se comía bastante bien, al punto que las familias enviaban a sus esclavos a tomar lecciones de cocina.
Fue memorable la función que se brindó el 27 de mayo de 1810, donde los miembros de la Primera Junta fueron largamente vivados y aplaudidos. Esta sala, por su estado ruinoso, llegó a ser clausurada temporalmente por las autoridades y la gente no concurría por miedo a ser víctima de un accidente. A partir de 1838 fue llamado Teatro Argentino y en 1872 fue demolido.
Cañete alcanzó a levantar algunos gruesos muros en el Hueco de las Ánimas, el baldío que estaba pegado a la catedral, pero luego la ciudad fue sorprendida por las invasiones inglesas y, como una constante en nuestra historia, no hubo fondos para terminar las obras.
Por lo visto, voluntad no faltaba, ya que Bernardino Rivadavia intentó instalar allí una escuela de teatro, pero nuevamente no hubo presupuesto. Durante la época de Juan Manuel de Rosas, los porteños podían ir al Teatro de la Victoria, en el número 954 de la calle del mismo nombre, entre Tacuarí y Bernardo de Irigoyen.
Luego de la sanción de la Constitución de 1853, que Buenos Aires no reconoció, el país quedó partido al medio. Por un lado la Confederación Argentina, con Justo José de Urquiza como presidente y el Estado de Buenos Aires, con Bartolomé Mitre a la cabeza. Buenos Aires corrió con ventaja: manejaba los ingresos de la aduana y el puerto, lo que le valió contar con un presupuesto interesante. Se realizaron diversas obras públicas en la ciudad y comenzó a correr el primer ferrocarril, tirado por la famosa locomotora La Porteña. Con la caída de Rosas, al respirarse más libertad, surgieron nuevas manifestaciones de sociabilidad. Así germinó la idea de tener una sala teatral a la altura de las mejores del mundo.
Había dinero para atender las necesidades culturales del porteño, ávido por contar con un teatro donde ir a escuchar ópera.
Se formó una comisión con Hilario Ascasubi, José Oyuela y Joaquín Lavalle, entre otros, en la que estuvo a su frente Carlos Enrique Pellegrini, nacido en el reino de Saboya y graduado de ingeniero en París. Había venido al país en 1828 para trabajar en las obras públicas proyectadas por el gobierno de Rivadavia. El futuro padre del presidente Carlos Pellegrini, quien en el país descubrió que tenía talento para hacer retratos, tuvo a su cargo la confección de los planos.
Cómo se construyó el primer teatro Colón
Las obras comenzaron el 1 de marzo de 1855 en el famoso Hueco de las Ánimas. En los tiempos de la conquista, ese terreno perteneció a Juan de Garay; luego de que fuera un baldío, el gobierno instaló una barraca de depósito fiscal. Tiempo después, en la época de las invasiones inglesas, allí vivieron los Martínez de Hoz.
Se contó con un presupuesto de 5.500.000 pesos. El edificio, con una superficie cubierta de 2744 metros cuadrados, que ocupaba casi la mitad de la manzana, se transformaría en el más importante de la ciudad. Constaba de una planta en forma de herradura con cinco niveles. La entrada principal era por la calle Rivadavia y tenía otra por Reconquista. Un millar de espectadores podían optar por unos 80 palcos y una fila entera estaba reservada a las mujeres, por la platea, la tertulia, la cazuela y el paraíso.
Había un amplio espacio de doce metros para la orquesta, un taller para elaborar la escenografía y un profundo sótano que, entre otras funciones, se almacenaba hielo para refrigerar la sala.
Casi todos los materiales fueron traídos de Europa, como los tirantes de hierro para el techo, la maquinaria y la utilería. Incluyeron grandes tanques de agua para la prevención de incendios. La iluminación era a gas.
La inauguración fue el 25 de abril de 1857 con “La traviata”, de Verdi, a cargo de la compañía lírica del empresario Achille Lorini. En los papeles principales figuró su esposa Sofía Vera Lorini y el tenor de 37 años Enrico Tamberlick, uno de los grandes de la lírica de entonces, a quien se le pagó una fortuna.
Primera función
La primera gala de importancia fue la noche del 5 de mayo, en la que estuvo presente el gobernador de Buenos Aires Pastor Obligado.
Hubo además un gran baile de máscaras. Durante ese año además se ofrecieron diversos espectáculos de zarzuela y de ballet con artistas franceses. Las funciones empezaban a las ocho de la noche y se acostumbraba que en los entreactos hubiera pequeños números para entretener a los espectadores.
En ese solar también comenzó a funcionar, desde diciembre de 1857, la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones.
Mucha agua había corrido bajo el puente. Desde el teatro de la Ranchería, donde todas las clases sociales se mezclaban en un ámbito común, por 1880 un palco en el Colón llegó a costar 13 veces más que una entrada al paraíso, ubicado en la zona más alta y que era lo más económico.
Fue considerado como uno de los más lujosos de América. Como el año anterior en Montevideo había abierto el Teatro Solís, que homenajeaba al navegante y explorador que llegó al Río de la Plata, se habría sugerido llamar a éste Colón. En 1857 también abrió sus puertas en Santiago de Chile el Teatro Municipal.
Posteriormente fueron surgiendo otras salas donde se podía disfrutar de la ópera. Los teatros Variedades y Opera abrieron en 1872; el Politeama y el San Martín en 1879; el Nacional, en la calle Florida, en 1882; el Odeón en 1892; el Marconi, en 1903 en el barrio Once.
Cientos de figuras que pasaron por ese primer Colón hicieron historia y dejaron su marca. Como el tenor Luis Lelmi, un italiano que por 1854 vino al Río de la Plata. Cantó en Uruguay, Brasil y en nuestro país, y durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 fue uno de los tantos voluntarios que ayudaron en esos terribles meses. No volvió más a su país, por 1900 era inspector general de teatros y falleció en Morón en diciembre de 1907.
Paulatinamente la estrella del Colón fue apagándose y cerró sus puertas el 13 de septiembre de 1888. El edificio sería vendido al Banco de la Nación Argentina -que tendría un nuevo edificio- y con el producto de la venta se levantaría una sala moderna y con los últimos adelantos. Se pensó erigirlo en la manzana donde luego se construiría el Palacio del Congreso pero se eligió un predio en Plaza Lavalle. Pero ese bien podría ser tema para otra función.