Gabriel López Villasante y Carla Guerrero tienen 31 años, son padres de Aureliano, de seis, y juntos llevan las riendas de un proyecto integral que comenzó hace 14 meses. En un galpón en San Justo, Provincia de Buenos Aires, se propusieron construir una calesita que pudiesen armar y desarmar en una hora. Gracias a la ayuda de amigos y artistas que colaboraron para que la obra artesanal única, hoy ya esté casi terminada, muy pronto comenzarán la gira de sus sueños. “Sabemos que hay muchas plazas donde nunca tuvieron acceso a una, y queremos recorrer los pueblos de nuestro país dando paseos gratis a todas las infancias”, le cuenta Gabriel a Infobae, quien mantiene vivo el legado de tres generaciones de calesiteros. A la par de su rutina laboral, la pareja, que se dedica a la carpintería no tradicional, se prepara para ultimar detalles de logística y recaudar los fondos para los próximos viajes.
Amor y coincidencias
La pasión por viajar y una vocación social que no tiene límites, combinado con el amor que los une y el respeto por valores familiares, hicieron posible esta misión. Se conocieron allá por 2016 a través de amigos en común, y cuando llevaban tres meses de noviazgo hicieron su primera escapada. Mates y ruta son su combo preferido. “Creemos que nos hemos cruzado muchas más veces de las que pensamos antes de que nos presentaran, porque yo trabajaba como iluminador y teníamos un montón de bandas en común que íbamos a ver”, comenta Gabriel.
Gabriel habla de su compañera con mucha admiración, y confiesa que desde que empezaron a salir nunca dejó de sorprenderse de la arrolladora fuerza de voluntad de Carla. “Es una mujer que lo que no sabe lo aprende, ella maneja las mismas máquinas que yo, usa la amoladora, sabe soldar, sabe de electricidad, pinta a soplete, la verdad es que nos complementamos muy bien”, asegura. Carla hizo aportes fundamentales en todo el proceso: por ejemplo, fue la que sugirió pintar a mano ocho paisajes argentinos en todas las cenefas de la calesita -la marquesina superior-, tales como el Glaciar Perito Moreno, las Cataratas del Iguazú, el Faro de Ushuaia, entre otros.
“Yo pensaba poner vinilos, y las calesitas suelen tener imágenes venecianas, pero esta es bien nacional, tiene lugares de nuestro país, para que también sea un aprendizaje para los chicos de cada provincia, que les genere curiosidad, y de repente un niño de Chaco pueda ver un lugar del sur, el faro del Fin del Mundo, pintado con tanto realismo que parece una foto si lo mirás de lejos, y que tiene un gran valor agregado el hecho de que cada artista lo hizo pincelada por pincelada”, explica el joven, hijo de calesitero.
Un padre y maestro de vida
En la década del 90, cuando Gabriel todavía no había nacido, sus padres vivían en San Francisco del Monte de Oro, San Luis. “Mi papá se dedicaba a la herrería, había trabajado en una metalúrgica y en varias fábricas, y se le ocurrió hacer la primera calesita del pueblo”, relata. A pesar de los pocos recursos, se las ingenió con materiales reciclados y las donaciones de chatarrerías. “Consiguió un permiso, la puso en la plaza, funcionó durante siete meses, y en el medio nací yo”, cuenta.
Cuatro meses después de la llegada del nuevo integrante de la familia, partieron rumbo a Buenos Aires en búsqueda de oportunidades laborales. “Mi viejo instaló una calesita en la Plaza Grande de Mataderos, la misma que se encuentra actualmente en la Feria de Mataderos, y hoy en día la atiende mi sobrino, que ya es tercera generación, nieto de mi padre”, revela. Se le vienen a la mente muchos recuerdos de la niñez, de fines de semana donde veía a sus papás pintando nuevas figuras, restaurando sectores, creando estructuras que para él eran gigantes, y siempre le gustó acompañarlos en esas jornadas.
“En 2009 perdimos a mi papá, de un día para el otro, tuvo un paro cardíaco y fue muy repentino”, expresa. Gabriel tenía 16 años, estaba estudiando en un secundario técnico, y todavía parece ayer cuando lo llamaron en la escuela para avisarle que tenía que ir a su casa urgente. “Sigue doliendo porque yo era muy unido a mi viejo, lo acompañaba a todos lados, le preguntaba todo, era mi segundo libro y que de pronto no estuviese más, fue muy fuerte”, manifiesta. Como era el principal sostén económico, quedaron a la deriva mientras atravesaban el duelo. “Mis hermanos y yo tuvimos que aprender un montón de cosas, el siguiente año me pasé a un colegio nocturno porque tenía que trabajar; mi viejo no dejó otra cosa más que herramientas, que por suerte me había enseñado a usar, porque una cosa era hacerlo como hobby y otra era ‘che, hay que comer’”, sentencia.
En 2013 hizo la restauración de la calesita de Mataderos, tuvo contacto con otros fabricantes, aprendió más secretos del oficio, se capacitó en otro tipo de materiales, como fibra de vidrio, y a la par siguió con sus estudios universitarios. “Después empecé a dedicarme a lo que hago actualmente, con un emprendimiento de carpintería no tradicional: nosotros fabricamos cabinas para fotos, propuestas creativas gigantes, todas cosas que un carpintero no hace, sobre todo para eventos, cumpleaños de 15, ferias, como juegos de mesa grandes, ruletas, ajedrez gigante, todo ese tipo de ideas, nos encargamos nosotros”, indica. Mientras tanto, su sobrino siguió con la tradición familiar, y Gabriel siempre tuvo ese legado presente, aunque sin imaginar que dentro de unos años iba a ser el presidente de una asociación civil que tendría como objetivo fabricar una calesita móvil que paseara por todo el país.
En 2018 se convirtieron en papás de Aureliano, que lleva el nombre del coronel Aureliano Buendía, uno de los personajes principales creados por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Cuando el pequeño cumplió dos años, iniciaron la travesía de la Ruta 40, un viaje de dos meses donde hicieron 15.000 kilómetros. “Hicimos muchísimas paradas, conocimos muchísimos pueblos, y ahí fue donde con Carla pensamos: ‘Que pocas cosas para niños que hay, muy pocas calesitas, muchas plazas casi sin juegos’”, rememora. Ni bien regresaron se decretó la cuarentena por la pandemia de coronavirus, y en esos primeros días de aislamiento resurgió aquella conversación.
“Empezamos a investigar y pensamos: ‘¿Y si hacemos una calesita y viajamos con una que vaya todos los pueblos que no tienen una?’”, cuenta. El desafío era que se pudiera armar rápido, porque Gabriel sabía que el tiempo promedio es de una semana a 15 días, porque vio a su padre trasladar una más de una vez. También debía ser plegable, para poder transportarla en algún vehículo. “Arranqué la parte del diseño gráfico, hice los planos, bocetos, maquetas de plataforma giratorias, pero no llegué a nada concreto, nada me terminaba de cerrar, y no avancé más hasta que lo retomamos en 2023″, relata.
Renace un sueño
Algo muy importante sucedió en sus vidas en 2022, y fue la antesala a los primeros pasos con el proyecto. Cuando hicieron la Ruta 40 les había quedado pendiente un tramo de 120 kilómetros, que no pudieron hacer en 2020 porque hubo un alud que les impidió la llegada a Abra del Acay. “Fuimos hasta Salta para poder hacerlo, y bajamos llorando, porque sabíamos que habíamos terminado la mítica ruta”, confiesa Gabriel. La emoción no termina ahí, porque ese fue el día en que Carla lo sorprendió, y a 4.600 metros de altura, sacó dos anillos y le propuso casamiento.
“No sé en qué momento le compró las alianzas a un artesano en Cachi, sin que yo me diera cuenta, y aunque ya veníamos hablando de la intención de casarnos, no me esperaba para nada que me lo dijera ahí, y fue hermoso”, admite. Los viajes ocupan un rol trascendental en la familia, y su hijo tiene el mismo espíritu explorador. “Aureliano con seis años ya conoce casi todo el país, solo le faltan cuatro provincias: Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones”, revelan. Justamente en una de esas escapadas, con destino a San Luis para visitar familiares, a comienzos de 2023, resurgió el sueño de la calesita itinerante.
“Fue a raíz de que un playero de una estación de servicio me dijo muy emocionado que se acordaba de la calesita que puso mi papá en el pueblo, que iba con su hermano y muchas veces los dejaba subir gratis, eso nos volvió a encender la chispa”, indica. Ni bien volvieron a Buenos Aires retomaron aquellos planes, y consultaron un abogado para saber qué había hacer para formar una asociación civil sin fines de lucro. “Es el camino más largo, pero es el que corresponde, si uno quiere ser una entidad transparente, sobre todo pensando en que a futuro quizá teníamos que recibir alguna donación y queríamos tener todos nuestros datos debidamente registrados”, explican.
El requisito legal era que esté conformada por un mínimo de seis personas, y ellos eran solo dos. Le avisaron a cuatro amigos y ninguno dudó en aceptar. De pronto la estructura de la calesita ya no entraba en el galpón, así que la suegra de Gabriel les prestó su patio para que continuaran. “Tiene 5 metros de diámetro, es muy similar a una calesita de plaza, que rondan entre los 5 y 7 metros -la de Mataderos tiene 6 de diámetro-, el piso y el techo se pliegan, y queda en un tamaño de 5 de largo por 2 de ancho y 2.40 de alto; eso hace que se pueda trasladar de fácil manera arriba de un trailer”, detalla. Crearon un total de 16 figuras, todas caballos, también por una cuestión de practicidad del desarmado.
“Cada caballo tiene su carácter porque fue intervenido por un artista diferente, y uno de los caballos lo pintó Jorge, de 65 años, el letrista que era amigo de mi viejo de toda la vida, y actualmente trabaja de electricista”, dice conmovido. Él fue quien le dio su primer trabajo cuando su padre falleció, y son gestos que no se olvidan. “Para hacer la sortija de madera de caldén fuimos a buscar al mismo tornero que 32 años atrás hizo la primera sortija de mi viejo en San Luis; soy un apasionado de lo que hago y para mí significa un montón que cierta cosas se hagan de la misma manera, porque es una forma de conectar con mi viejo”, expresa.
Empezaron siendo dos, y actualmente, en 14 meses de trabajo continuo en cada momento de su tiempo libre, ya han pasado unas 60 personas por el taller. “Se fueron sumando muchos voluntarios, si bien el equipo primario seguimos siendo Carla, Pupi, Matías, Flor, y yo, han venido muchísimos amigos y artistas a colaborar, al punto de que una noche que estábamos súper cansados después de una jornada de pintura y soldadura muy larga, dijimos la frase: ‘Estamos haciendo historia’, porque es tal la magnitud que va a tener este proyecto en el recuerdo y en la infancia de miles de niños, que creo que todavía no llegamos a dimensionarlo”, reconoce.
La gran inauguración
Está muy lejos de ser un hobby, lo asumieron como una responsabilidad muy grande y forma parte de la planificación de cada uno de sus días. Desde mandar cientos de mails para empezar a planificar la logística, buscar sponsors, donaciones de materiales, hasta lo que resta de construcción en sí misma. “Creemos que en un mes un mes va a estar terminada, porque faltan terminaciones artísticas, pintar detalles en dorado, tener los ocho paisajes listos, y vamos a hacer una fiesta de inauguración; estamos buscando el lugar para hacer la fiesta, que sea una especie de peña o festival con todos los que participaron y que ahí se inaugure la calesita”, proyectan.
Al mismo tiempo, están recopilando información de todos los pueblos que quieran participar, a través de un formulario donde registran los datos. “Nos han escrito de todo el país, pero sobre todo de Córdoba y Santa Fe”, indican. Todavía no están definidas las paradas, están en búsqueda de conseguir todas las autorizaciones y la colaboración de los municipios. “La idea es ir a un pueblo y que todos los chicos que vivan cerca, por ejemplo, a 10 kilómetros, se enteren, se puedan acercar y aprovecha esa oportunidad, después irnos 60 kilómetros hasta el siguiente pueblo, y así ir haciendo sectores”, explica Gabriel.
Como Aureliano está en primer grado y será uno de los fieles acompañantes en los viajes, la agenda se adaptará al calendario escolar. “Posiblemente la primera gira sea en vacaciones de invierno, después ir los fines de semana largos, las vacaciones de verano y quizá un fin de semana por mes hagamos viajes de hasta 120 kilómetros para poder ir y volver en el día”, cuentan. Por el momento, la pareja remolcará la calesita en su propio vehículo, pero a futuro les encantaría tener otro auto que se use exclusivamente para brindar la experiencia, y así otros amigos podrían sumar más salidas a los pueblos durante el año.
“La cuestión es arrancar, así nos venimos manejando, y sabemos que lo más complejo de este proyecto es que no va a ingresar plata, porque no vamos a cobrar un boleto, pero apostamos a conseguir sponsors, que van a figurar en una lona impresa que va a ir colgada en el vallado perimetral, y también si algún municipio nos puede ayudar con los viáticos, por el tema del combustible, sería lo que estamos necesitando”, señala. Para todo aquel que desee colaborar, sumarse como voluntario, o postular a su pueblo para el recorrido, se puede comunicar a las redes sociales del proyecto: en Instagram @lacalesitaentupueblo y en Facebook “La Calesita en tu Pueblo”.
“Como todo sueño, esto tiene altas y bajas. Hay días que terminamos súper cansados, que nos angustiamos porque no sabemos cómo hacer, y de repente aparece una buena noticia, nos visita algún amigo que no da una mano, nos levantamos de vuelta y todo se empieza a destrabar”, expresan. Una vez que los paseos por el país comiencen, creen que será un camino de ida, y que alguna vez incluso podrían hacer de nuevo la Ruta 40, pero esta vez, con la calesita lista para girar en cada localidad. “Es mucho más que un objeto, para nosotros es una galería itinerante donde la imaginación y la alegría cobran vida”, resume Gabriel, que conserva intacto el brillo en los ojos, el mismo que tenía cuando pasaba horas y horas junto a su papá, aprendiendo el oficio de regalar sonrisas.