A 40 años de la muerte de Solano Lima: vice de Cámpora, presidente por seis días y cuando su decisión salvó la vida de Perón

Caudillo conservador de la provincia de Buenos Aires, estuvo enfrentado con el primer peronismo, al que finalmente se acercó en los años 60. Su rol durante los convulsionados días de 1973 y 1974 y el papel que jugó cuando ocurrió la tragedia de Ezeiza, evitando un posible ataque contra el fundador del justicialismo

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Vicente Solano Lima junto a
Vicente Solano Lima junto a Héctor Cámpora durante un acto de la campaña electoral que derivó en el triunfo de la fórmula del Frejuli el 11 de marzo de 1973

Fue un presidente breve y olvidado, de los varios que tuvo la Argentina. Gobernó el país apenas seis días, pero qué seis días fueron aquellos seis días, solo porque era el vice de un titular que viajó fuera del país. Fue un político de los tantos que prodigó el país, caudillo provincial, conservador hasta la médula, buen orador, discretísimo y astuto, al que el vendaval de los años 70 colocó en un pedestal, que también fue cadalso, por un breve lapso de cuarenta y nueve días.

Vicente Solano Lima, que murió hace cuarenta años, el 23 de abril de 1984, cuatro meses después de recuperada la democracia tras la negra noche de la dictadura, tomó en el breve lapso en el que presidió el país una medida, tal vez la única, por la que tampoco pasó a la historia en parte por su reservada moderación, en parte porque su decisión fue conocida después, cuando la agitada historia de esos días fue investigada y revelada. El 20 de junio de 1973, cuando el avión que traía a Juan Perón en su regreso definitivo al país dejaba atrás los cielos de Brasil y se internaba en los de Argentina, Solano Lima decidió, ordenó y defendió a capa y espada su decisión de que aquel Boeing de Aerolíneas Argentinas bautizado como “Betelgeuse”, la estrella más brillante de la bella y alegórica constelación de Orión, aterrizara en la Base Aérea Militar de Morón y no en Ezeiza como estaba previsto, porque Ezeiza era en esas horas escenario de una batalla y de una masacre nunca revelada del todo entre sectores enfrentados y enemigos del peronismo. En aquel avión también regresaba con Perón Héctor Cámpora, el presidente que le había traspasado el mando a Solano Lima seis días antes, el 14 de junio, antes de viajar a España para regresar con el viejo líder del justicialismo.

Solano Lima tomó la decisión
Solano Lima tomó la decisión de cambiar el lugar de aterrizaje del vuelo que traía a Perón definitivamente a la Argentina. Fue Morón en lugar de Ezeiza. Luego el dirigente conservador informó al líder justicialista sobre los desmanes ocurridos

Si Solano Lima tomó esa decisión solo, o aconsejado, tal vez impelido, por otros factores de poder, civiles o militares, o civiles y militares, que presagiaban un desastre y hasta un atentado contra la vida de Perón, es todavía un dato a confirmar. Pero aquel “viejito conservador”, al que Perón había elegido como vicepresidente de Héctor Cámpora, que era visto casi con desprecio por la juventud peronista porque era conservador y porque tenía setenta y dos años, impuso su voluntad por sobre el delirio que precedió al aterrizaje de aquella Betelgeuse esperanzada que bien poco iba a iluminar. ¿Salvó Solano Lima la vida de Perón aquel día? Si lo hizo, no deja de ser un dato curioso: ambos habían sido enemigos antes de ser aliados: del derecho y del revés, un lugar común de la historia argentina.

Vicente Solano Lima nació casi con el siglo XX, el 21 de septiembre de 1901, en San Nicolás de los Arroyos. Estudió derecho en La Plata y se graduó a los veinte años. Se costeó los estudios como agente uniformado de la policía bonaerense y se afilió muy joven al Partido Demócrata de Buenos Aires, conocido como Partido Conservador. A los veintitrés años era doctor en jurisprudencia y en 1924 diputado provincial hasta 1930, el año del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, el primero de los golpes militares que sacudieron al país. Sin sistema democrático vigente, aquellos fueron los años de la llamada “década infame” que vio reinar al “fraude patriótico”, un oxímoron grande como un pino. Todo llevó al poder al general Agustín P. Justo de quien Solano Lima fue ministro de Gobierno en el primero de sus breves pasos por el poder, entre febrero y agosto de 1935.

Diputado nacional en aquel Congreso de mentira desde 1938, volvió a ser ministro de Gobierno de Ramón Castillo, también por un breve lapso, entre el 9 de enero y el 13 de abril de 1943. Dos meses después de su partida de la Casa Rosada, otro golpe militar, el del 4 de junio de 1943, instaló en el poder a una logia militar pro nazi, que había decidido apostar por el Eje en plena Segunda Guerra y cuando ya el Eje tenía la guerra casi perdida. La logia se conoció como GOU: Grupo Obra de Unificación primero, y Grupo de Oficiales Unidos luego. Uno de los oficiales de aquel GOU, el entonces coronel Juan Perón, llegaría al poder en octubre de 1945 para instaurar un nuevo movimiento político y una nueva forma de hacer política.

Junto a Perón en Puerta
Junto a Perón en Puerta de Hierro

Hasta entonces, el conservadurismo de Solano Lima tuvo cierto sentido de justicia social que abrió las puertas a las mujeres que reclamaban votar y participar en los partidos políticos, encabezadas todas por la socialista Alicia Moreau de Justo; en su gestión pública combatió el juego clandestino que de alguna forma financiaba a la política; como abogado defendió los salarios de los ladrilleros y portuarios de San Nicolás y a quienes sufrían accidentes de trabajo que, por lo general, eran culpados de su desgracia. Lo definieron entonces como “conservador izquierdista” o como “ministro rojo”, una muestra de la grieta, que entonces no se llamaba así, que se reiteraría en los años 70.

Perón fue una especie de límite para Solano Lima. Rehuyó el pase al peronismo de un grupo de conservadores bonaerenses, algunos serían luego figuras del primer peronismo: Manuel Fresco, Héctor Cámpora, Jerónimo Remorino, Oscar Ivanissevch e Hipólito “Tuco” Paz entre ellos. En 1947 se exilió en Uruguay por diferencias serias con quien era entonces ministro de Asuntos Políticos del peronismo, Román Subiza, que era vecino suyo de San Nicolás y con quien estuvo a punto de batirse a duelo. Para entonces, se había definido como espejo de Benjamín Disraeli, quien fuera primer ministro británico de la reina Victoria entre febrero y diciembre de 1868, otro breve paso por el poder: “Soy conservador como lo fue Disraeli, que hizo la reforma social en Inglaterra –dijo Solano Lima de sí mismo–. Soy conservador pero quiero la renovación. No somos liberales, somos nacionalistas, religiosos. Defendemos la propiedad privada y estamos en línea con la Doctrina Social de la Iglesia”. Los postulados de aquel conservador no estaban demasiado alejados de los de Perón, que de alguna forma lo condenaba al destierro.

En la Base Aérea de
En la Base Aérea de Morón Héctor Cámpora reasume el mando de manos de Vicente Solano Lima adentro del avión que lo traía de Madrid. Perón observa demudado

Solano Lima volvió del exilio después de la llamada Revolución Libertadora, pero si tuvo algún punto de unión con aquellos centuriones, se diluyó luego de los fusilamientos del general Juan José Valle, de diecisiete militares y de nueve civiles con los que fue sofocado un levantamiento contra el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu en junio de 1956. Fundó entonces el Partido Conservador Popular, otro oxímoron, y volvió de lleno a la política de la que jamás se había alejado. En 1958 fue candidato a presidente en las elecciones que ganó Arturo Frondizi. La plataforma del partido de Solano Lima impulsaba un “ministerio de coalición” que incluyera al Partido Peronista, a la CGT, a “personalidades independientes” y el dictado de una nueva Constitución “con sentido social y popular”.

En 1963 volvió a ser candidato a presidente junto al santafesino Carlos Sylvestre Begnis, una fórmula que de alguna forma contó con el visto bueno, la aprobación, el guiño o lo que fuere de Perón, exiliado en España. El binomio fue tácitamente prohibido por el gobierno de José María Guido, que había sucedido a Frondizi derrocado por los militares en marzo de 1962. El de Guido fue un gobierno constitucional en lo formal, pero bajo la implacable bota militar. Al final, Perón ordenó votar en blanco y las elecciones fueron ganadas por el radical Arturo Illia, que fue derrocado tres años después por otro golpe militar, liderado por el general Juan Carlos Onganía que pensaba y proponía un “Reich” de veinte años.

En los inicios de los años 70, Solano Lima se había acercado ya a Perón y Perón lo había recibido, tal vez por un parentesco con las ideas de Disraeli, con los brazos abiertos. Tras aquellos encuentros en Puerta de Hierro, en el 6 de Navalmanzanos, Madrid, el líder conservador popular regresó al país para ser uno de los creadores del ENA (Encuentro Nacional de los Argentinos) y de “La Hora del Pueblo”, un organismo multipartidario que se cargó sobre los hombros la tarea de encauzar el retorno de la democracia en la Argentina bajo la dictadura del general Alejandro Lanusse, un viejo enemigo de Perón que entendió, más temprano que tarde, que el regreso del viejo general al país era imprescindible para la normalización política. Casi le cuesta la vida.

Héctor J. Cámpora y Vicente
Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima, integrantes de la fórmula presidencial que le devolvió al peronismo al poder tras 18 años

Ese Solano Lima, y también el antiguo, fue a quien Perón designó compañero de fórmula de su delegado personal, Héctor Cámpora cómo candidatos del peronismo para las elecciones del 11 de marzo de 1973. Todo se cocinó en los agitados días de noviembre y diciembre de 1972, después del primero de los regresos de Perón a la Argentina, el 19 de noviembre, en un avión de Alitalia de alegórico nombre, “Giuseppe Verdi”, en el que había viajado también el discreto Solano Lima junto a un centenar de personalidades políticas, artísticas, deportivas e intelectuales.

En “El presidente que no fue”, una inolvidable y todavía vigente reconstrucción de aquellos días, Miguel Bonasso, que fue jefe de prensa de la campaña electoral de Cámpora, recuerda la tensión que reinó en el congreso del PJ, del 15 al 16 de diciembre de 1972. Perón había decidido la fórmula Cámpora-Solano Lima: era el “dedo mágico” del líder y no se discutía. Pero había que imponerla sin admitir, al menos de forma abierta, que era decisión de Perón. Había pocos enterados, entre ellos, un joven secretario general del movimiento, Juan Manuel Abal Medina, encargado de la delicada misión: Perón regresaba a España previa escala en Paraguay. Cuando Abal Medina sugirió el nombre de Cámpora, hubo amago de batalla entre los sindicalistas duros encabezados por José Rucci, para quienes Cámpora era la encarnación de la guerrilla peronista Montoneros.

En sus inicios, Solano Lima
En sus inicios, Solano Lima estuvo enfrentado al peronismo, pese a que sus ideas en muchos casos coincidían con el ideario justicialista

No hubo batalla pero sí furia contenida. Luego de consagrado candidato, esa misma tensa noche y en el Hotel Crillón vecino a la Plaza San Martín, le entregaron a Cámpora una lista para que “eligiera” a su compañero de fórmula que ya estaba elegido. En la lista figuraban Solano Lima, que vivía entonces muy cerca del hotel, en el séptimo piso de Esmeralda 1082, el desarrollista Américo García, el popular cristiano José Antonio Allende y Jesús Porto, del ENA. Narra Bonasso: “Cámpora recogió el papelito y se retiró a “meditar” lo que ya estaba resuelto. A las cuatro menos veinte de la mañana alguien cruzó la calle Esmeralda para decirle a Solano Lima que era candidato a vicepresidente y debía hablar ante el Congreso. Don Vicente, viejo abogado y duelista de San Nicolás, (…) exiliado en el primer gobierno peronista y amigo del exiliado Perón en los gobiernos antiperonistas, se sacó el pijama de frisa y se puso un traje azul de sarga. Carraspeó y sonrió a la madrugada. Luego cruzó Esmeralda. Hacia los periodistas. Hacia los saludos y el besamanos. Hacia la libido que reencontraba a los setenta y dos años”.

Si aún con el mítico “dedo mágico” de Perón que lo había ungido, la candidatura de Cámpora había sido casi imposible de tragar para los sectores sindicales y más tradicionales, por decirlo de alguna manera, del peronismo, la de Solano Lima era igual de intragable para la juventud peronista. Y aquella campaña tumultuosa, pródiga en anécdotas y en documentos gráficos, muestran el fervor juvenil y algún gesto de leve desconcierto, tal vez hasta de curiosidad del antiguo jefe conservador. Cámpora fue, desde los inicios de esa campaña, el “Tío”, el hermano del padre; y los festivos cánticos populares, simples y pegadizos, a espejo de la copla española, casi no hicieron mención de Solano Lima. Tanto que un día Cámpora, frente a una entusiasta manifestación juvenil que pedía la libertad de los presos políticos, sintió que debía saldar una deuda inexistente con su compañero de fórmula y dijo: “Tanto el doctor Solano Lima como yo queremos que la juventud se prepare no sólo para luchar, sino también para gobernar”.

Cámpora y Solano Lima asumieron como presidente y vice el 25 de mayo de 1973. Iniciaban una gestión que iba a durar apenas cuarenta y nueve días y que estaba sentenciada por el propio Perón desde casi antes de aquel día festivo y esperanzado en el que, con un dejo de místico optimismo, los jóvenes cantaron a los militares en retirada: “se van, se van, se van / y nunca volverán”. Perón había abjurado casi de inmediato de aquel gobierno que él mismo había armado, disconforme con la todavía breve gestión de Cámpora y de su gabinete a quienes sospechó “infiltrados” por el comunismo y la guerrilla. Aquellos días, y los meses anteriores, las decisiones de Perón y las intrigas palaciegas contra Cámpora están reconstruidos en otro libro de lectura indispensable, “La trama de Madrid”, de Juan Bautista Yofre.

Cuando Cámpora viajó a Madrid
Cuando Cámpora viajó a Madrid a buscar a Perón para su retorno definitivo a la Argentina, Solano Lima ocupó la presidencia de manera interina

El 14 de junio de 1973, Cámpora viajó a España para regresar con Perón a la Argentina: era su retorno definitivo. La idea del viejo general, de ser “una prenda de paz” y una especie de “embajador itinerante de la Argentina por el mundo” se había perdido en las alcantarillas de la violencia y la sinrazón. Cámpora estaba empeñado en regresar al país con Perón, que a su vez estaba empeñado en volver a ser presidente, y había desdeñado un consejo casi sabio: enviar a Solano Lima en representación del gobierno para que regresara con el líder justicialista.

Solano Lima asumió la presidencia en la mañana de ese 14 de junio en el que Cámpora viajaba a Madrid. Para entonces, la violencia armada que estallaría el 20 en los bosques de Ezeiza latía en las calles de las principales ciudades argentinas. En Rosario, por ejemplo, bandas de ultraderecha habían copado LT2, LT3 y LT8 para prohibir la difusión de “los bolches” Osvaldo Pugliese, Mercedes Sosa y Horacio Guarany. En Buenos Aires habían sido copadas las radios Belgrano, Antártida, Argentina, El Mundo y Mitre. Quien fuera designado secretario de Obras y Servicios Públicos, Horacio Zubiri, había sido obligado a renunciar en su despacho mediante el poco democrático procedimiento de apuntarle con una pistola a la cabeza. Y en fábricas y establecimientos industriales los gremios también medían fuerzas y poder mediante disparos y ocupaciones de fábricas e industrias.

El 15 de junio, el primer día de gobierno efectivo de Solano Lima, interino pero efectivo, Abal Medina habló por cadena nacional y llamó a poner fin a las tomas públicas, incluidas escuelas y universidades, y a poner fin a la violencia. Tres días después, el 18 el propio Abal Medina sufrió un accidente con toda la coreografía de un atentado: en Las Heras y Bustamante lo embistió un Ford Falcon que huyó en la noche. Junto a Abal, viajaba un joven Julio Mera Figueroa, que sería con los años ministro de Carlos Menem: Mera iba armado por si alguien atacaba a balazos al secretario del justicialismo. Ese era el clima de la época. Abal Medina terminó en un sanatorio junto a una custodia enviada por el presidente Solano Lima: tenía la pierna derecha fracturada, dos costillas rotas y heridas en la mano izquierda.

Perón baja en Morón acompañado
Perón baja en Morón acompañado por Cámpora, López Rega y Jorge Osinde. Este último fue el apuntado por lo ocurrido en Ezeiza

El 20 de junio de 1973, la fecha fijada para el regreso definitivo de Perón, Solano Lima llegó a Ezeiza temprano porque, ni bien aterrizara el avión debía devolver el mando al presidente Cámpora. A las dos y media de la tarde, los primeros disparos desataron la lucha entre fracciones peronistas frente y alrededor del palco instalado en el Puente 12, cercano al aeropuerto, que estaba rodeado por una multitud calculada en un millón de personas. Otras fuentes no escatiman en elevar esa cantidad a tres millones. Con la batalla en marcha, se trató de un ataque de fusilería de parte del sector sindical y de la ultraderecha peronista contra una columna de Montoneros y de la juventud que intentaba ubicarse frente al palco de honor destinado a Perón, a su mujer y a Cámpora, el centro de mando del acto se instaló en uno de los cuartos del Hotel Internacional de Ezeiza. Pero aquello estaba ya desmandado.

El principal acusado de ordenar el ataque era el hombre que, se suponía, estaba encargado de la seguridad del acto, el coronel retirado Jorge Osinde. Entre quienes lo responsabilizaban a gritos en medio del caos estaban Héctor Cámpora hijo, el entonces ministro del Interior, Esteban Righi, ex procurador general del kirchnerismo que murió en marzo de 2019, el dirigente de la juventud Dante Gullo y Abal Medina en silla de ruedas y con su pierna fracturada. Hasta ese pequeño caos entre responsables llegó el presidente Solano Lima: quería hablar en directo con Cámpora, a bordo del “Betelgeuse” de Aerolíneas. Antes, dio algunas órdenes con gran autoridad “A Osinde lo sacó con cajas destempladas –recuerda Bonasso– (…) Luego sostuvo que era necesario desviar el avión a Morón y pidió que lo comunicaran urgente con la aeronave”.

Bonasso y Yofre, dos autores con miradas políticas acaso diferentes, pero ambos respetuosos del rigor histórico, coinciden en el accionar de Solano Lima en Ezeiza y en su diálogo con Cámpora a bordo del avión que a esa hora dejaba atrás Porto Alegre. “Mire doctor –revela Yofre que dijo Solano Lima a Cámpora– Aquí la situación es grave. Ya hay ocho muertos, sin contar los heridos de bala de distinta gravedad. Esa es la información que me llegó poco después del mediodía. Ya pasaron dos horas desde entonces y probablemente los enfrentamientos recrudezcan. Además, la zona de mayor gravedad es, justamente la del palco en donde va a hablar Perón”.

La imagen corresponde a un
La imagen corresponde a un almuerzo realizado el domingo 11 de noviembre de 1973. Están, de izquierda a derecha: Leopoldo Bravo, Ricardo Balbín, Juan D. Perón y Vicente Solano Lima

Si Solano Lima tenía información sobre ocho muertos y varios heridos a las dos de la tarde, como revela su diálogo con Cámpora, los enfrentamientos armados empezaron mucho antes del primer gran ataque contra la columna de Montoneros, que la historia semioficial fija alrededor de las dos y media. Desde la cabina del Boeing de Aerolíneas, Cámpora intentó resistir la sugerencia: “Pero, doctor, ¿cómo la gente se va a quedar sin ver al general?”. Bonasso afirma que Solano Lima cortó a Cámpora de manera tajante: “Yo soy el presidente en ejercicio y de cualquier manera es preferible la frustración a la muerte del general Perón y de todos ustedes”. Yofre afirma, o agrega, que Solano Lima dijo: “Entiéndame, si bajan aquí los van a recibir a balazos, Es imposible controlar nada. No hay nadie para hacerlo”.

De todas formas, poco después de las tres de la tarde, la guardia de la base aérea de Morón ya había sido reforzada y los encargados de filmar el documento histórico del retorno habían sido enviados a Morón una hora y media antes de la llegada de Perón, lo que sugiere que ya existía una decisión tomada, inapelable, de desviar el avión del retorno de Perón. A las cuatro y media, un segundo gran tiroteo estremeció al Puente 12 y sus alrededores. Apenas minutos después, a las dieciséis y cuarenta y nueve, el avión de Aerolíneas aterrizó en la pista militar de Morón: lo esperaban Solano Lima, Righi y los tres comandantes en jefe, general Raúl Carcagno, almirante Carlos Álvarez y brigadier Héctor Fautario.

El primero en bajar del avión no fue Perón: fue su secretario privado y ya entonces poderoso ministro de Bienestar Social, José López Rega. Buscaba a Solano Lima para llevar adelante el traspaso de mando en el mismo avión, porque Perón iba a firmar como testigo de honor. Así fue como terminó el breve mandato presidencial del viejo caudillo conservador de la provincia de Buenos Aires. Todavía, ya de nuevo como vicepresidente, tuvo un último gesto de protección hacia Perón. Lo convenció de que era imprudente sobrevolar la zona de Ezeiza: Perón quería hablar a la multitud aunque fuese a través de los parlantes de un helicóptero. “Le expliqué que también era imposible: en la copa de los árboles del bosque había gente con armas largas, esperando para actuar. Gente muy bien equipada, con miras telescópicas y grupos armados que rodeaban la zona para protegerlos. No se los pudo identificar, pero yo tenía información de que eran mercenarios argelinos, especialmente contratados por grupos subversivos para matar a Perón”, dijo años después, en 1980, a la revista “Gente”.

De los mercenarios argelinos y de algún contrato firmado con ellos por grupos subversivos no hubo nunca rastros. Si hubo un plan para asesinar a Perón aquel día, tampoco hubo más señales que las afirmaciones de quienes sostienen esa teoría, en especial del propio Perón según le confesó luego a su médico personal, doctor Pedro Cossio, en un diálogo que este reveló en 2014 al diario “La Prensa”. Cierto o no lo de los argelinos y lo del plan de asesinato, la decisión de Solano Lima de desviar el avión de Perón a la base aérea de Morón resguardó su vida, si es que no la salvó de una muerte segura ya no a manos de un grupo de sicarios, sino de aquella locura que reinó durante horas en los bosques de Ezeiza.

Solano Lima murió el 23
Solano Lima murió el 23 de abril de 1984, hace 40 años

Al día siguiente, el de nuevo vicepresidente Solano Lima informó en persona a Perón sobre los hechos de Ezeiza, o sobre su visión sobre los hechos de Ezeiza y, por la noche y junto a Cámpora, flanqueó al viejo general que dio un histórico mensaje en el que planteó: “Hay que volver al orden constitucional, como única garantía de libertad y justicia. (…) Cada argentino, piense como piense y sienta como sienta, tiene el derecho a vivir en seguridad y pacíficamente. Quien altere este principio, sea de un lado o de otro, es el enemigo común que debemos combatir sin tregua. Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario, se equivocan. (…) Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología. Los que pretextan lo inconfesable, aunque lo cubran con gritos engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie. Los que ingenuamente piensen que así pueden copar nuestro Movimiento o tomar el Poder que el pueblo ha conquistado se equivocan. (…) Por eso, deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal. A los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”. Todos lo oyeron, pero ninguno lo escuchó.

El golpe palaciego contra Cámpora para consagrar a Perón presidente culminó el 13 de julio. Ese día, el presidente, leal hasta el final, renunció a su cargo sin un reproche. Y lo mismo hizo Solano Lima. Horas antes, a las diez y media de la noche del jueves 12, el vicepresidente dejó su despacho en el Senado y fue abordado por los periodistas. Los enfrentó con cierta resignada impaciencia, algo extraño en su conducta. Dijo: “¿Vienen a preguntarme lo que ya sabe todo el mundo? Mañana a las ocho, en la Casa Rosada, el doctor Cámpora y yo firmaremos juntos nuestras renuncias, que son indeclinables”. Cuando su auto estaba a punto de arrancar, llegó la pregunta inevitable sobre cuáles eran sus sentimientos personales. Solano Lima contestó con un gesto serio, tal vez con amargura: “Son gajes de la política”.

Perón tuvo para Solano Lima una gratitud que no tuvo para el fiel Cámpora. El general impidió que el dirigente conservador dejara la política: “Yo lo necesito a mi lado”, le dijo. El 12 de octubre de ese tremendo 1973, después de jurar como presidente y de saludar a una multitud tras un vidrio blindado que protegía el balcón de la Rosada, el primero y hasta hoy el único en hacerlo, Perón nombró a Solano Lima secretario general de su presidencia. Más tarde lo nombró rector normalizador de la Universidad de Buenos Aires, un cargo que asumió “como un peregrino cordial” y con la esperanza de reorganizar una universidad de alto nivel intelectual, “con un nexo con el Estado pero sin dejar de lado a otros sectores de la población”, que no fomentase divisiones ni tendencias clasistas, que reflejara el pensamiento nacional y que abriera aún más sus puertas a obreros y a estudiantes humildes. La muerte de Perón en julio de 1974 y el desmigarse del peronismo en manos de su viuda, María Estela Martínez y de José López Rega terminaron por alejar a Solano Lima de aquel gobierno.

Durante la dictadura, en noviembre de 1978, desafió al poder militar junto a otras figuras políticas de pensamiento diferente al suyo, el comunista Fernando Nadra, el socialista Simón Lázara, el democristiano Francisco Cerro y junto al peronista Deolindo Bittel, entre otros. Exigieron “restablecer de inmediato el estado de derecho, el único modo de que la vida y la libertad de nuestros conciudadanos se encuentre garantizada contra el terrorismo”. El documento daba por “concluida la guerra contra la subversión”, pedía la derogación del estado de sitio y de “todas las restricciones sobre los partidos políticos y organizaciones sindicales” y juzgó que debía “darse respuesta a los familiares de los desaparecidos y secuestrados y poner término a los arbitrarios procesos existentes”.

En la que fue su última aparición pública, Solano Lima fue invitado a la asunción de Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983. Tenía ochenta y dos años y la salud frágil: murió cuatro meses después, en abril de 1984. Lo velaron en el Congreso y lo enterraron en su natal San Nicolás. Lo despidieron viejos adversarios políticos que destacaron su “humildad sin estridencias”, su “largo batallar por la causa de la democracia”, sus “afanes por alcanzar la reconciliación nacional”.

Todos elogios dignos de un tribuno romano. Disraeli no lo hubiera hecho mejor.

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