La crisis militar de 1987 que generó la sublevación comandada por el teniente coronel Aldo Rico nació bastante antes del 15 de abril de ese año. El malestar se venía fermentando desde que los mandos intermedios eran convocados por la Justicia que investigaba la violación de los Derechos Humanos en tiempos del último régimen militar nacido el 24 de marzo de 1976. Para los que bucean más profundo, también fue una cuestión generacional dentro del Ejército nacida durante la Guerra de las Malvinas. Los que se encontraban en el terreno se sintieron traicionados por lo generales con destino en el Edificio Libertador, sede del comando en Jefe del Ejército. En las horas previas a la caída de Puerto Argentino, frente a la embestida británica y el silencio de los mandos superiores, se le atribuye a Rico haber razonado: “Si no nos hacemos cargo de la defensa terrestre, nos van a arrinconar y esto va a ser una masacre. Nos están traicionando en Buenos Aires y aquí.” La respuesta de otro oficial fue: “No podemos romper el mando en plena guerra” y Rico contesto: “Entonces, a la mierda con los ingleses, los norteamericanos y todos los generales. ¡Hagámos otro Ejército!”
Tras la derrota de 1982 las tropas volvieron al territorio casi a escondidas, cuando Leopoldo Galtieri había sido desplazado y la fuerza estaba bajo la inexplicable conducción del teniente general Cristino Nicolaides, hasta ese momento comandante del poderoso Primer Cuerpo. Desde ese entonces hasta 1987 la Justicia civil juzgó y juzgaba las violaciones a los Derechos Humanos, luego que el gobierno radical estimó que los militares no estaban en condiciones de juzgarse a sí mismos. Durante esos años pasaron por los tribunales los jefes militares y llegaba al momento de convocar a aquellos de menor rango, los que habían estado en la primera fila de la lucha contra el terrorismo. A estos el presidente Raúl Alfonsín los trató en un discurso en la localidad de Las Perdices, según Clarín del 21 de marzo de 1987, al “diferenciar qué se hace entre quienes pusieron en marcha la metodología de la guerra antisubversiva, aquellos que se excedieron “y quienes debían cumplir órdenes en circunstancias tales que prácticamente constituían una coerción”. Palabras profundas en un escenario plagado de agravios por todo el aparato periodístico que rodeaba al Primer Mandatario. Lo real es que desde febrero de 1987 el gobierno constitucional estaba al tanto de reuniones castrenses en las que se consideró negarse a declarar ante la Justicia: “Si llaman a declarar a uno de los nuestros, nos plantamos todos”. Ya, para ese entonces, el teniente coronel Rico pedía una “amnistía” en una carta semipública. Una de las respuestas que recibió la exigencia la ofreció el diputado nacional Federico Storani: Las palabras amnistía o indulto están borradas del lenguaje radical. Además, los próximos sublevados demandaban frenar la campaña de desprestigio desde los medios periodísticos contra las FF.AA.
Luego llegaría, desde Córdoba, la citación judicial para el mayor Ernesto Barreiro, Lo cierto fue que a durante la medianoche del 14 de abril de 1987, cuando era inminente su citación judicial por la Cámara Federal de Córdoba, Barreiro viajó de Buenos Aires a Córdoba por recomendación del coronel Luis Polo y se refugió en la XIV Brigada Aerotransportada. Llegó a la unidad luego de viajar en el baúl de un automóvil conducido por un joven dirigente peronista bonaerense que más tarde sería funcionario provincial y ministro del gobierno de Eduardo Alberto Duhalde. Ya anoticiado sobre lo que sucedía, el miércoles 15 de abril el presidente Alfonsín, como lo tenía previsto, viajo al campo de unos amigos en las cercanías de Chascomús para no dar imagen de preocupación, mientras Horacio Jaunarena, Ministro de Defensa, se ponía al mando de restablecer el orden. Sin embargo pocas horas más tarde Alfonsín volvía en helicóptero a Buenos Aires. Como bien diría Jaunarena, “a partir de ese momento comenzó a generarse un cuadro de creciente confusión, no sólo por el cúmulo de versiones contradictorias sobre lo que estaba aconteciendo en los cuarteles, sino también por la enorme cantidad de gente de la más variada extracción que, con ánimo de colaborar, se acercaba a la Casa de Gobierno y hacía llegar su información, cuando no su consejo o sugerencia.”
Con el paso de las horas la situación se agravó cuando un alto grupo de oficiales, bajo la conducción de Aldo Rico, el jueves 15 de abril ocupó la Escuela de Infantería “Pedro Eugenio Aramburu”. Poco más tarde se presentaron en la unidad militar 20 capitanes de la Escuela Superior de Guerra, 15 oficiales retirados, casi un centenar de integrantes de la Compañía de Comandos de Campo de Mayo, oficiales de la Armada con destino en Puerto Belgrano y la adhesión de unidades del Quinto Cuerpo, el Tercero y el Cuarto.
Como respuesta el comandante en Jefe del Ejército, Héctor Ríos Ereñú le ordeno al general Alfredo Alais, comandante del Segundo Cuerpo, que avance sobre Campo de Mayo y termine con la sublevación. Lo real fue que Alais no llegaba nunca con sus tanques y no tuvo más remedio que admitir a sus autoridades que “no me dan bola” los oficiales, mientras el jefe de Institutos Militares, Naldo Dasso opinó lo mismo pero con otras palabras: “Estaba con “las manos atadas” por la oficialidad. El 18 de abril por la tarde Rico fue al Edificio Libertador a verse con Ríos Ereñú, acompañado por el teniente coronel Jorge Venturino. El encuentro fue volcánico porque el subordinado tuvo duras palabras para con su superior: “No confiamos en ustedes, son unos burócratos desprocesados, nos quieren usar de cabeza de turco.” Tras el encuentro Ríos Ereñú fue al Ministerio de Defensa a reunirse con Jaunarena y mientras conversaban se cortó la luz, “están en todas partes” comento a manera de chiste. Con el paso de las horas y tras conversar con el Presidente, el Ministro se traslado a Campo de Mayo a encontrarse con Aldo Rico. En medio de la tensión del momento, el teniente coronel (solo acompañado por Venturino) logró transmitirle que no buscaban un golpe de estado y habló de la crisis interna en el Ejército; criticó la política del gobierno en los medios y, principalmente, se quejó del generalato por el desastre de Malvinas y que luego “los habían abandonado” mientras ellos eran perseguidos en los tribunales. Tras casi dos horas, Jaunarena volvió a la Casa de Gobierno. “Hasta aportan nombres para el remplazo de Ríos Ereñú”, le comento a Alfonsín. Entre otros, Vidal, Cáceres y “el Barba” Svencionis (así conocido porque en el Colegio Militar revistaba la barba de los cadetes pasando un algodón seco por la cara. Si quedaba un hilo pegado el cadete no salía de franco). Todo parecía que tras el encuentro se marchaba hacia una solución, sin embargo pronto se descompuso. El sábado, Rico volvió al Edificio Libertador y tras un encuentro volvió a Campo de Mayo. Luego Jaunarena volvería a Campo de Mayo para encontrarse nuevamente con el jefe sublevado en medio de un nuevo cuadro de tensión.
Finalmente, el domingo 19 de abril, mientras la multitud llenaba la Plaza de Mayo y adyacencias, el presidente Alfonsín viajo en helicóptero a Campo de Mayo y se encontró con Rico. Así, luego del mano a mano, la crisis se solucionó y la oficialidad que ocupaba la Escuela de Infantería se retiró y el presidente se comprometió a continuar trabajando por una mejor situación de los oficiales que habían cumplido órdenes y los sublevados deberían atenerse a los jueces para resolver la figura legal por el amotinamiento. Antes de abandonar escuchó del capitán Gustavo Breide Obeid el padecimiento que habían sufrido en Malvinas durante y después de la guerra. Cómo habían llegado a las islas mal pertrechados para combatir a los británicos y luego los habían abandonado, en medio del desprecio de la población, y ahora los generales que habían dado las órdenes se hacían los distraídos mientras ellos eran librados a su suerte.
A su vuelta de Campo de Mayo, nuevamente, ante la multitud de la Plaza de Mayo, Alfonsín aseguró la rendición de los rebeldes a los que trató como “héroes de Malvinas”, deseo Felices Pascuas porque “la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. Se salvo la situación de ese momento porque más tarde Rico volvería a alterar el orden. La situación económica nacional continuaría barranca abajo y el 6 de septiembre de 1987 el radicalismo y sus aliados perderían, frente al peronismo, las elecciones legislativas y no se recuperaría. Horas más tarde de la contienda electoral las paredes de Buenos Aires aparecerían con un cartel pegado que decía: “Ahora Menem” y Alfonsín abandono el poder seis meses antes del final de su mandato.