Un verdadero estado de la cuestión: eso es el nuevo libro de Pedro Luis Barcia, La identidad de los argentinos, una obra monumental que, como él mismo dijo, con su infaltable ironía, “se sostiene por sí sola”, ya que, puesta de canto, así permanece. Y mientras lo decía, hacía la demostración práctica.
En la presentación que tuvo lugar en el CUDES, donde se dicta la Diplomatura en Cultura Argentina -de la que esta charla era la clase inaugural del ciclo 2024- que Barcia cofundó y dirigió durante varios años, alguien dijo que el autor fue bendecido con muchos dones que ha ido multiplicando a lo largo de su prolífica carrera como lingüista, investigador, profesor, ensayista, presidente de la Academia Argentina de Letras y de la Academia Nacional de Educación, entre otras muchas actividades y funciones que ha desempeñado.
Sergio Delgado, director ejecutivo del CUDES, se estaba refiriendo al don de observación: “Barcia tiene muy buenos ojos para ver la Patria, lo que pedía Lugones, buenos ojos que le permiten abordar los temas con una mirada realista, profunda, esperanzadora y positiva”.
Hay que señalar que Barcia tiene también el don de hacer que su erudición resulte fascinante, entretenida y atractiva, en las antípodas de la solemnidad y el tedio. A este gran profesor se lo puede escuchar en una larga clase magistral de dos horas y quedarse con ganas de más. A cada intento del moderador de poner fin a la charla, se hacía oír el reclamo del público para que siguiera.
Además de quienes llenaron el anfiteatro de la calle Vicente López en Recoleta, la conferencia fue seguida por streaming desde todo el país. Entre los presentes, se encontraba la presidente de la Academia Nacional de Educación, Paola Delbosco, la secretaria de Bienestar Integral de la Ciudad de Buenos Aires, Victoria Morales Gorleri, Alfonso Santiago, miembro de la Academia Nacional de Derecho, el historiador Jorge Ossona, el fiscal Diego Luciani, Hernán Santivañez (Cancillería), la directora de Cultos de la Ciudad de Buenos Aires, Pilar Bosca, el subsecretario de Relaciones Institucionales de CABA, Eduardo Boccardo, Martha de Antueno, presidente de la Confraternidad argentina judeocristiana, los embajadores Juan Archibaldo Lanús y Christer Manhusen, la profesora de la Universidad Austral Cristina Viñuela, la legisladora (MC) Patricia Ruiz Moreno y la escritora Mercedes Giuffre.
Otro don de Pedro Luis Barcia es la generosidad de compartir su saber; su gran capacidad de análisis y de síntesis volcada en un libro que, tal como él aspira, se convertirá en una obra de referencia. Una colección de citas pertinentes, de verdaderas perlas, fruto de lecturas rigurosas, cuyo resultado el autor pone al alcance de todos.
“¿Cuáles han sido mis motivaciones? -pregunta y se pregunta-. Una colecta, en primer lugar, de todo el material, el mayor caudal posible de material”. En segundo lugar, “una base de auto cuestionamiento para que la gente leyendo este libro se encuentre con ese espejo y se pregunte qué importa de todo lo que se ha dicho acá”.
Y, en tercer lugar, su esperanza de que “el libro sirva de instrumento a esa laya especial de gente dignificante que se llaman docentes, que lo tomen en sus manos para en su educación robustecer a los (rasgos) positivos, desterrar a los negativos y esclarecer los ambiguos”. Y se explaya: “Los grandes vigías de la Argentina siempre han dicho que el futuro estaba en la educación. Todos los vuelos delicados de naves espaciales atienden mucho al tren, al tren de aterrizaje, de alunizaje o de amerizaje; pues yo quiero decirlo en una frase corta como espada griega: el tren de futurizaje, es decir, donde deberíamos aterrizar en el futuro, asentarnos con seguridad, de esta nave que es este hermoso y dolido país, es la educación. El tren de futurizaje es la educación. Allá vamos”.
Fue el cierre de la clase y vale empezar por el final de este recorrido que se inició con una aclaración sobre la índole del libro: “Yo no me he dedicado tanto a la teoría cuanto a la definición de los rasgos que muchas plumas han explorado de nuestra identidad. Esto es de alguna manera una antología, porque he sido generoso en reproducir los textos ajenos y darle menos espacio a mi interpretación personal”.
Una “materia escurridiza” esta de la identidad, dice el autor, que sin embargo ha logrado asirla y sistematizarla a lo largo de 700 páginas y que abarca autores que “se dedican a análisis farmacológicos (se dice que la Argentina tiene 23,5 de arrogancia, 14 de tristeza, diez de esto…”, ejemplificó, arrancando risas del auditorio, algo que se reiteró muchas veces en el transcurso de la velada, como cuando, en referencia a la extensión de su libro, citó un comentario del Times sobre la Principia Mathematica, de Whitehead y Russel, un grueso tomo en latín: “Se sospecha que hay tres lectores de este libro, pero no estamos seguros de que los autores están entre ellos”.
A lo largo de la charla, fueron desfilando desde los primeros viajeros hasta los otros observadores extranjeros cuya mirada siempre nos interesó y muchas veces nos reflejó; y también nuestros hombres de letras, nuestros pensadores, nuestros hacedores. Y sus diferentes enfoques.
Como buen hijo del interior -Barcia nació en Gualeguaychú- hubo referencias a la dificultad para subsumir a toda la Argentina en Buenos Aires y en la idiosincrasia porteña. Y citó la famosa réplica tan inglesa de Chesterton a quien, a su regreso de una gira por Francia, le preguntó ¿cómo son los franceses?: “No sé, porque no los conocí a todos”. “Un llamado al realismo frente a las falsas generalizaciones”, dijo Barcia.
“Hay identidad cuando hay una entidad que mantiene una serie de rasgos peculiares que lo hacen reconocible a través del tiempo”, dijo, a modo de primera definición.
Para destacar la “continuidad” de la preocupación por definir esa identidad, citó “dos expresiones correspondientes y muy distantes”, una de Perón, “A los pueblos les atrae como un abismo el enigma de conocerse a sí mismos” y otra de Toynbee: “la Argentina es un país sumergido en una irritada introspección”.
Irritada porque “reflexionamos sobre nosotros, pero no con placer, no con gusto, con cierta bronca, que nos lleva a cuestionarnos”.
“¿Cuáles son las teorías sobre la identidad? ¿Cómo se genera la identidad?”, preguntó, y “simplificando muchísimo”, enumeró desde quienes la conciben como “fatum”, un “hado”, un “destino”, es decir “somos así, es inevitable, ontológico, no podemos ser de otra manera”, o quienes afirman que, por el contrario, “la Argentina no tiene una definición ontológica firme, es cambiante”. “Alejandro Korn decía que somos un país pirandelliano, es decir, vamos mutando”, citó Barcia y en esta perspectiva, además, “la Argentina no es un trabajo realizado, cerrado, es un érgon, una energía, un proceso que va en cambio y para decirlo con versos de Lugones, ‘la flexible unidad de la corriente que como va corriendo va cambiando’”.
Otra visión es la de que “la identidad es un constructo”, algo bastante de moda en estos días (esto no lo dice Barcia). “La Asamblea del año 13 nos inventó un himno -siguió exponiendo el autor, nos inventó moneda, nos inventó escudo, y así va esto va creciendo hacia la formación de una identidad”. “La educación cumple en esto un papel fundamental, por eso la exaltación de la obra de Roca, de la Ley 1420, que a través de la escuela conformó a nuestros hijos y a los hijos de los inmigrantes en argentinos, les enseñó geografía e historia, les enseñó la devoción a los himnos patrióticos y así sucesivamente”.
Finalmente, la identidad “es lo que otros han hecho de nosotros, que así nos hizo la masonería, que así nos hizo el FMI, que así nos hizo Norteamérica, y así parecidamente… esta teoría de la identidad es muy cómoda porque usted no es responsable de lo malo que le toca”.
También los enfoques reduccionistas, como puede serlo el porteñismo, el arrabal o la Pampa como sinécdoques; o el reduccionismo cultural, por ejemplo, el indianismo, que no debe confundirse con el indigenismo.
Rasgos de nuestra identidad, tanto positivos como negativos fueron evocados en esta clase. “Somos Sísifo -dijo Barcia-. Aquel gigantón condenado a subir una piedra por una ladera y al llegar arriba se le caía la piedra y volvía a subirla. Esa es la Argentina, porque no genera experiencia, dice Echeverría. Continuamente estamos empujando la misma piedra con los mismos resultados”.
No falta la referencia a rasgos nuevos: “Hemos perdido la cultura del trabajo. La improvisación ha matado la cultura del proyecto. El hombre es el único que tiene la capacidad de inventar su zanahoria para ir tras ella. Él la crea con sus utopías. La utopía es aquello que no tiene lugar, pero es posible. Pero eso genera trabajo, genera esfuerzo, genera proyectos y es lo que precisamente nos está faltando”.
Así fue este recorrido salpicado de anécdotas y de referencia a autores, desde los más tempranos, como Félix de Azara, Esteban Echeverría, Sarmiento y Alberdi, a los más contemporáneos como José Ortega y Gasset, Ezequiel Martínez Estrada, Marco Denevi, Scalabrini Ortiz, sin olvidar por supuesto a Borges, ni al ya mencionado Leopoldo Lugones, Alejandro Korn, José Luis Romero, etcétera.
En el último capítulo del libro, en un nuevo repaso de todos estos enfoques el autor enumera “cuáles son los males argentinos, los bienes argentinos y las ambigüedades argentinas”.
En La Argentina como sentimiento, Víctor Massuh señala que tenemos “el rito macabro de enumeración de los males argentinos”, dijo Barcia y agregó: “Cuando usted repasa todos estos libros que yo he revisado, usted se encuentra con que, desde el ADN del libro de Lanata sobre El mapa genético de los defectos, es siempre sobre los defectos”.
Y él los enumera así: “El tábulorrasismo, barrer con todo, para tener un sentido de vocación fundacional y empezar de nuevo inaugurando algo; el sisifismo, que ya vimos; la improvisación, el cortoplacismo, el neofilismo, la anomia, el triunfalismo -somos más ideológicos que realistas-, la tristeza, las teorías conspirativas exculpatorias, la sanata, la sarasa; tenemos más peritos en diagnóstico que en terapéutica”.
Se impuso entonces una nueva digresión: recordó que cuando a fines de 2022, convocó a la escritura del libro El resurgir de la Argentina. Reflexiones y propuestas de 36 intelectuales argentinos, puso como norma: “No hagamos diagnósticos porque los argentinos padecemos de ‘diagnorrea’. Hay que hacer, proponer soluciones. Y esto es lo que hicieron nuestros colaboradores en este libro”.
Pero también están los rasgos positivos, como “la hospitalidad, la expresividad, la plasticidad, tenemos gente, cintura y sangre universal”. Siguió con los “rasgos bivalentes, como la vivacidad que se transforma en viveza criolla, que es la inteligencia degradada; la amistad y el amiguismo, que pasa de ser una excelente virtud a pedir el favor, dame una mano y degenera en amiguismo, la insatisfacción jánica, tenemos siempre dos caras como el dios Jano, nunca estamos satisfechos con lo que tenemos y por eso pasamos de la queja a la exaltación, y la índole proteica, de la que hemos hablado”.
Una cantidad abrumadora de citas, conceptos y autores están presentes en este libro, con el cual, escribe Barcia al final, el lector dispone de “una vasta ontología textual sobre el tema”, presentada de modo tal que “quien curse esta obra entre en contacto con las palabras mismas de los ensayistas y no con síntesis amañadas”.
Volviendo a su preocupación esencial, Barcia señala en su libro: “Nuestro país adolece de una falta muy grave básica que es la carencia de un sentimiento patriótico, y no se trabaja en ello desde la educativo, sino en forma aislada y poco eficaz. Hemos tenido etapas en nuestra historia en las que las autoridades se aplicaron a ello, como lo supieron hacer los gobiernos de las dos últimas décadas del XIX y comienzos del XX, y luego, el primer gobierno de Perón”.
En el cierre de La identidad de los argentinos, retoma una enumeración de “ejemplos de situaciones cruciales que nos afectan”, que ya había enunciado en El resurgir de la Argentina. A saber: “La degradación del lenguaje (y) la banalización de la palabra empeñada; el amortecimiento de los valores y la afirmación de un relativismo axiológico en todos los planos; la destrucción de las bases educativas en todos sus niveles y el adoctrinamiento ideológico escolar; la ausencia de diálogo abierto y franco, base de toda democracia y de la vida social en concordia; la falsa dicotomía amigo/enemigo; la cultura de la cancelación; la vulneración de la cultura del trabajo; la exaltación del facilismo frente al mérito por el esfuerzo y la sana competencia; la mediocridad como patrón de vida; el amortecimiento del proyecto y la exaltación de la improvisación ciega; la trivialización de nuestros símbolos patrios y el desapego de nuestra historia nacional; la cultura de la dádiva, negadora del esfuerzo personal, y un largo etcétera”.
Y concluye: “Casi la totalidad de los males que padecemos son modificables desde la educación”.