Gustavo Mosquera (43), quien nació en Ciudadela y se crió en San Telmo está viviendo una aventura extraordinaria mientras prepara guisos, pizzas y milanesas. Es que su cocina no está ni en un restaurante, ni un hotel, sino dentro de un barco pesquero que navega por las frías aguas del Océano Ártico. Él es el cocinero de una tripulación de 14 personas y es nuevo en esto de vivir en altamar durante semanas. “Aquí hice un curso acelerado de aprender a rezar y creer en Dios. El Mar de Barents es poco amigable. Olas de más de 15 metros. Vientos de más de 150 kilómetros por hora. En enero de 2024 se vivió el peor temporal en 30 años”, cuenta sobre las experiencias extremas de esta nueva etapa de la vida que comenzó en agosto de 2023.
Cuenta que la tripulación está conformada por el capitán, el segundo al mando, el maquinista y el resto son todos pescadores. “El barco está trabajando las 24 horas y yo sirvo los desayunos, el almuerzo y la cena. Hago postres, preparo el menú, compro las provisiones para todo el viaje, sea un viaje de tres semanas o de seis semanas”, precisa sobre sus actividades en este barco que está siempre en movimiento. El único momento en que anclan o amarran es cuando hacen la descarga al final del recorrido. “El único momento en que pisamos tierra”, agrega.
¿Qué pescan? Esta temporada están tirando los anzuelos para sacar el bacalao, reconocido como uno de los mejores del mundo. El tipo de pesca que practican es ecológica. “Esta empresa es la más grande de Noruega y es amigable con el medio ambiente. El tipo de pesca se llama de línea. No es con red, no daña. Este barco tiene 55 mil anzuelos”, explica el cocinero argentino mientras navega por el mar de Noruega y toma fotos para Infobae para mostrar su vida entre mares. En el viaje anterior dicen que pescaron en Rusia, por el temible mar de Barents, también pescan en el mar del Norte y el mar de Groenlandia. Además del famoso bacalao, van por abadejo, fletán, cangrejos de las nieves y langostinos.
Más allá de los momentos en que el mar se enfurece, el argentino dice que la vida en el barco puede ser muy confortable. Adentro no hace frío. Por el contrario, la temperatura es ideal. Suele trabajar con el cómodo calzado de los agujeros, un pantalón y remera. “Afuera hace frío, pero no tanto como en tierra, porque el mar ayuda a nivelar la temperatura. Puede hacer 0 grados, 5 bajo cero como mucho. Pero hay sitios en tierra que llegan a 30 bajo cero”. El camarote está provisto de ducha propia y televisión. En las zonas comunes pueden entretenerse con una Playstation. La dieta es muy variada, a base de todo tipo de carnes, verduras, frutas. “Suelo cocinar de todo un poco. Hago algunos platos típicos noruegos. También algunos platos argentinos como guisos y milanesas. También internacionales, llámese pizza, pescados, pastas. De todo un poco”, asegura.
Pero si algo quiere destacar de esta experiencia de vida, que van más allá del confort y sus ingresos, es lo que sus ojos ven a diario y despierta fascinación: “El paisaje es increíble. Como ahora mismo, que estamos navegando entre fiordos. Se ven las luces del norte (auroras boreales) y es algo espectacular. Luego cuando estamos en mar abierto lo único que vemos es agua, agua y solamente agua. En algunas expediciones, vemos osos polares, focas. Eso cuando hay hielo. Y sino, alguna ballena”, detalla.
El archipiélago de Svalbard, Costa Fría es su traducción, es uno de los lugares naturales más fascinantes que pudo contemplar a 30 kilómetros de su costa, el límite más cercano al que pueden llegar. Las islas noruega están a medio camino entre el continente y el Polo Norte, en el océano Ártico. “Fue increíblemente hermoso porque fue al final del verano (entre agosto y septiembre), los días eran largos, la visibilidad buena y es imponente por qué a esa distancia podés estar viendo 3 glaciares a la vez. La amplitud visual es enorme”, destaca.
Cuenta que los días largos a esas latitudes se llevan bien porque coinciden con el verano y un mar calmo. “Muchas veces se puede salir a cubierta. En cambio en invierno, como fue el caso del viaje a Rusia el sol no se ve, solo una resolana detrás del horizonte... Y nada más que un par de horas, además que el mar suele estar bravo. En este viaje nos tocó un tiempo muy malo. Tuvimos el peor temporal de los últimos 30 años. Hubo sitios donde los vientos superaban los 200km/h y las olas llegaban a 15 mts y más”, recuerda.
El argentino pudo adaptarse sin mayores inconvenientes a la danza del barco sobre semejante oleaje, tanto desde lo físico como lo psicológico. Por un lado, un estómago resistente y por el otro, confianza en la tripulación. “Los noruegos son gente con muchísima experiencia en el tema y la verdad que se nota que son muy profesionales y que saben muy al detalle lo que hacen”.
Entre playas doradas y el hielo ártico
Gustavo es padre de familia. Está casado con una española, Ana. Y sus hijos Maia (10) y Gael (8) también son españoles. Estuvieron viviendo con él durante un año en Noruega, pero como extrañaban, decidieron regresar a España Ahora su vida se reparte entre las seis semanas que navega por los mares del Ártico y seis semanas de descanso en Alicante, junto a su familia, en la misma ciudad balnearia donde conoció a su mujer. Ella era una clienta y él atendía la barra de un bar irlandés.
En Alicante logró echar raíces después de mucho andar. Había llegado a Europa en 2006 por la invitación del antiguo gerente de la empresa para la que trabajaba. Lo había invitado un verano en Sirmione, a orillas del lago di Garda en el norte de Italia, y esos tres meses que había planificado se transformaron en 18 años. Ahí trabajó en un restaurante argentino y en Barcelona, fue agente inmobiliario durante dos años.
El comienzo de la aventura nórdica
Gustavo y su familia llegaron a Noruega después de la pandemia. Él estaba en crisis con su trabajo y aceptó la propuesta de un cliente noruego de trabajar en un hotel de su propiedad en un pueblo remoto llamado Stadlandet.
Primero viajó él y después su mujer para saber si se adaptarían y los chicos finalmente dieron el visto bueno. “En Noruega hablan noruego, que es un idioma propio. Es complicado. Me defiendo más o menos con el inglés y el pueblo es un lugar pequeñito, muy alejado, que incluso para los mismos noruegos resulta un poco remoto. Pero la gente ha sido fantástica. Bueno, de hecho, la persona que me llevó se ha encargado de que no me falte absolutamente nada. Me han puesto casa, coche, me han pagado los pasajes para mi familia, para llevarlos, traerlos para que nos adaptemos. Ha sido realmente increíble”, dice el argentino a quien se le nota en su acento y expresiones más de una década viviendo en España.
Está sumamente agradecido por las condiciones de trabajo que le dieron en el Stad Hotel. “De si no hubiera sido por la ayuda que nos ha dado esta gente y como nos han brindado, hubiera sido imposible, porque Noruega de por sí es un país muy caro dentro de Europa y nosotros no estábamos en las condiciones económicas como para poder afrontar tal aventura y mucho menos con una familia a cuestas”,confiesa.
Sobre los noruegos y la gente de Stad no tiene más que palabras positivas y afectuosas: “Es un lugar muy bonito. Hay seguridad, limpieza, educación. Es increíble. Me gusta que la gente es muy discreta, tolerante, respetuosa. Y puntualmente en el sitio donde hemos estado viviendo nosotros es muy cercana y familiar”.
Él y Ana trabajaban en el hotel. Ella hacía los desayunos y él se ocupaba de la barra y las mesas como camarero. Recuerda con alegría haber sido integrados desde un principio a pesar de las barreras idiomáticas. Los hijos no hablan siquiera inglés y les pusieron una profesora en español. “Han hecho de todo para que podamos integrarnos. Y la verdad es que aunque nos hemos ido, hay un cariño tremendo y las amistades han quedado para siempre. Ellos vienen a visitarnos a Alicante y nosotros intentamos subir cuando podemos”.
Cuando Ana se volvió con los chicos a España porque extrañaban a la familia, se quedó trabajando dos meses más en el hotel y al terminar la temporada de verano se embarcó por primera vez. La compañía naviera pertenece a la misma familia propietaria del hotel. “El factor económico no es determinante, aunque sí hay una diferencia. Lo que más me gustó del tema de los barcos es que si bien es un trabajo súper intenso y por momentos un ambiente muy inhóspito, lo que tiene de bueno es que cuando llego a casa estoy a total disposición de mi familia. Y eso fue un factor bastante importante”, expresa quien también está muy agradecido con su familia por sobrellevar la distancia.
Gustavo se embarcó por primera vez en agosto de 2023 y su plan es continuar con esta vida un o dos años más. En su cuenta de Instagram @gustavoarielmosquera cuenta más sobre sus experiencias en el Ártico.