Desde que era una nena Lilian Molina soñaba con ver el horizonte, y más precisamente, con apreciar un amanecer frente al río. Oriunda de la provincia de Formosa, en la localidad de Puerto Pilcomayo, ciudad de Clorinda, su casa natal tenía la ubicación ideal para cumplir ese sueño, pero sufría inundaciones constantes. El anhelo quedó en pausa por muchos años, hasta que después de recibirse de docente y formar su familia, la idea resurgió. Se propuso parquizar el terreno, que estaba tomado por el monte, y el paisaje se transformó por completo. Atrajo las miradas de vecinos y viajeros, que le preguntaban si podían quedarse a disfrutar de los atardeceres. Así comenzó su proyecto como emprendedora de turismo rural, pero tuvo un contratiempo desolador: luego de más de dos décadas sin grandes crecidas, el predio volvió a inundarse y los siguientes seis años los temporales no dejaron de azotar la zona. Una vez más, se reinventó, y ofreció meriendas caseras a los que practicaban canotaje. Fue pionera en la propuesta, y se convirtió en una referente por el paseo que creó, que combina naturaleza, recreación, aventura y gastronomía regional.
“Este lugar es el predio familiar donde yo nací en 1970. Siempre ofreció ciertas virtudes, por estar situado sobre el margen derecho del río Paraguay, con tierra fértil donde todo crecía, y mi papá fue quien se encargó de mantenerlo, con un jardín lleno de frutales y hortalizas”, comenta Lilian en diálogo con Infobae. El amor por sus raíces está presente en cada palabra, y aunque mantiene un bajísimo perfil, y pide disculpas por su timidez, su humildad habla por sí sola. Siente que asumió un compromiso muy valioso, ama su provincia, quiere verla crecer, y cuida mucho el cariño que cultivó a medida que las recomendaciones de boca en boca hicieron que llegaran cada vez más visitantes. Aún en tiempos donde las puertas estaban cerradas por fuerza mayor, cuando había que reconstruir todo después de que el agua se retirara, seguían acercándose personas para consultarle cuándo podían volver.
Con mucho cariño recuerda que su padre solía decirle que se imaginaba como anfitrión en su propia casa, pero nadie en la familia tenía experiencia en turismo. “Quería hacer una canchita de vóley y poner una cantina, un lugar de entretenimiento o algo similar, pero ni sabía cómo encarar algo así; y yo regresé recién en 2010, cuando él ya había fallecido y mi mamá se había quedado sola en la casa”, cuenta. Ya no había chacra, muchos árboles frutales se habían perdido por las continuas inundaciones, y las dos hectáreas estaban copadas por más y más monte. “Miraba ese horizonte y estaba todo ocupado, no me dejaba ver el agua, y si hay algo que me fascina y me enamora es ver el resplandor plateado de los rayos del sol sobre el río, que me eleva, me transporta, y encima muy cerca hay un cerro, entonces la vista es privilegiada”, describe.
Puertas abiertas
El acceso se encuentra sobre el kilómetro 9 de la Ruta Nacional 11, y esa ubicación privilegiada fue la clave para dar los primeros pasos. “Aunque mi marido trabajaba en educación, él había estudiado una tecnicatura en turismo, y ya desde ese momento, muy en sus adentros, tenía la visión de que el lugar podía convertirse en un emprendimiento, porque al estar frente a Asunción, nada más y nada menos que la capital de un país, la combinación de urbanidad con naturaleza era única y estratégica”, explica. El matrimonio y sus tres hijos comenzaron con la limpieza del lugar, dejaron la arboleda natural para mantener los espacios de sombra, crearon un quincho con parrilla. Poco a poco fue tomando la forma que soñaban.
“Se iba poniendo más y más bonito, pero como no era un lugar para quedarse, sino para venir a pasear y disfrutar de la recreación, le pusimos el nombre Paseo La Molina Quinta, en honor al apellido de mi familia, y para 2012 la gente que estaba de paso por acá, tanto los que venían de Paraguay, los transportistas, como los vehículos particulares, nos pedían acceder al lugar para venir a descansar, relajarse, refrescarse o tan solo a disfrutar de la vista; nos dábamos cuenta de que existía una demanda, que podíamos abrirlo al público”, indica. Para eso, había que ampliar las comodidades, crear sectores aptos para pasar la tarde, y con sus propias manos construyeron los baños, los bancos, las mesas, los parrilleros, las pérgolas y la zona de juegos para niños.
“En nuestra localidad no había un circuito turístico como tal, era algo bastante nuevo, porque prácticamente no se valoraba ni se potenciaban ese tipo de propuestas de turismo interno, y nosotros sentíamos que era un orgullo mostrar el potencial que tenemos, la riqueza natural que nos rodea, y ofrecer servicios a la comunidad”, expresa conmovida. Cuando lograron los objetivos y estaban dadas las condiciones para recibir visitas, colgaron el cartel en la entrada, y solicitaban una colaboración mínima para el sostenimiento y crecimiento de las instalaciones. “Nos empezaron a recomendar como camping, venían a quedarse toda la tarde, o traían sus carpas y se quedaban a dormir para ver el amanecer, como siguen haciendo hasta hoy”, detalla la emprendedora.
“Le veíamos futuro, incluso soñábamos con hacer al menos tres cabañas, pero así como el río es nuestra fortaleza, también es nuestra debilidad, porque en 2013, después de 22 años, regresaron las inundaciones, y nos obligó a desalojar por completo, porque el agua casi llegó a cubrir hasta el asfalto”, se lamenta. Fue un gran contratiempo que no les permitió ampliar la infraestructura, y Lilian tuvo que buscar otra manera de subsistir. “Siempre me gustó la cocina, amo hacer las comidas típicas, las empanadas de mandioca, chipa, sopa paraguaya, y me especialicé también en pastelería y dulces regionales, como el de mamón y el de guayaba”, revela. Mientras no pudo habitar el predio se sostuvo con su emprendimiento gastronómico, que funcionaba a pedido, fundamentalmente para catering en eventos y cumpleaños, pero cuando logró recuperar algunos sectores tras los destrozos del temporal, pensó en ofrecer meriendas caseras a quienes practicaban pesca y canotaje.
“A raíz de lo que hicimos en el paseo empezaron a surgir otras propuestas aledañas, por ejemplo, tengo un vecino muy colaborativo, Pablo Monjes, que ofrece la experiencia de paseos en canoas y kayaks, y se convirtió en un emprendedor colaborativo y en un servicio tercerizado que complementa nuestro predio; así que era una buena idea ofrecerles a los que se iban a remar que repusieran energías con comidas caseras”, indica. Sus especialidades fueron cada vez más requeridas, y solo hizo falta un juego de sillones, una hamaca, y que llegaran las bandejas con tortas, pastafloras, pastelitos, tortas fritas, y variedades saladas, para remontar.
“Entre 2010 y 2016 se formó todo lo que hoy tiene el paseo, pero con tantas inundaciones cada vez sacaban más servicios públicos, como el transporte, y mis hijos, que iban a un colegio técnico, se quedaban sin medios para llegar a la escuela, entonces tuve que irme a vivir a Clorinda, a 12 kilómetros. En ese momento, iba y venía porque quedé a cargo yo sola del proyecto después de separarme”, confiesa la mujer. Define a sus hijos como “su gran fortaleza”, porque los tres jóvenes fueron quienes sostuvieron la atención personalizada que caracteriza el paseo. “Nosotros nos ocupamos de todo, siempre fue con mucho sacrificio, hasta de la recolección de basura, del mantenimiento de los caminos, nos ha tocado comprar escombros para poder rellenar los huecos de la calle, para que los visitantes puedan acceder”, relata.
Hoy cuenta con la ayuda de su hija menor, de 17 años, mientras que los dos mayores están estudiando en Buenos Aires. “Hay veces que los emprendedores nos sentimos muy solos, porque el turismo es por temporadas, y no hay una predisposición para ayudarnos; es tremendo cuando sube el agua, y cuando se va, todo lo que deja, la destrucción, la suciedad, y cada vez que hay que recomenzar es de nuestro bolsillo, a nadie le sobra para invertir”, expresa con impotencia. Más de una vez quiso desistir, pero asegura que la misma gente que la visita es la que la empuja a no darse por vencida.
“Antes de que termináramos de recuperarlo, ya estaban en el portón preguntando cuándo iba a volver a abrir, y después del 2018 tuvimos dos años de sequía, hasta que en febrero de 2023 volvió la crecida, pero no tomó toda la casa”, comenta. Y agrega: “Es común que en épocas de crecida histórica anual eso suceda, y ahora, en esta etapa del año suele haber crecida, por los deshielos en Bolivia; sin embargo, estamos en bajante, porque todo en la naturaleza está patas para arriba”.
Resurgir tras la pandemia
Gracias a la difusión que realizaron a través de sus redes sociales, en Facebook “Paseo La Molina” y “La Molina Delicias Caseras”, y en Instagram @paseo_la_molina, ni bien comenzaron a levantarse algunas restricciones tras la pandemia de coronavirus, las reservas se multiplicaron. “Las personas buscaban un lugar al aire libre, donde hubiera distancia social, donde pudieran estar en contacto con la naturaleza, tranquilos, de ambiente familiar, y después de tantos meses aislados se empezó a valor más que nunca tener un lugar cerca, en nuestro país, con todas esas características”, explica. Más adelante también empezaron las consultas para realizar eventos, como cumpleaños, baby showers, bodas y sesiones fotográficas, propuestas que Lilian incorporó, y pudo desenvolverse muy bien gracias a la combinación del paisaje natural con su servicio de catering regional.
“Muchas veces me dijeron que soy como el ave fénix, porque me he reinventado en medio de cada inundación, y siempre busco la manera de continuar; incluso sumé todo lo que es la jardinería, porque todo está plantado por mis manos, y me pasaba que muchos me preguntaban si no tenía plantines para vender, y junto a mis hijos, que iniciaron un emprendimiento de pequeñas macetas de cemento, preparamos ciertas especies que gustan y son muy requeridas; y así sumamos otro valor agregado al paseo”, celebra. La experiencia la transformó como mujer, como madre, y también inspiró a otros, que al ver su ejemplo quisieron aportar a la causa.
“Mi sueño es que en nuestro lugar se convierta en una villa turística”, proyecta. Con orgullo, cuenta que de a poco se suman propuestas, desde las bajadas para practicar canotaje, hasta un parque acuático muy cerca, y considera que aquella idea que una década atrás parecía descabellada, de conformar un circuito con actividades variadas, hoy se está materializando. “A mí me pone muy feliz cuando me dicen que abrió otro camping, porque hay espacio para todos, y no somos competencia, sino complemento; estamos cuidando nuestro patrimonio y cultivando el amor por nuestro país y nuestra provincia”, sentencia.
Una vez que empiecen las temperaturas más otoñales en Formosa, tiene planeado incorporar los fines de semana un taller de pesca para niños. “Se invita a una jornada con sus papás, se hace un concurso, se llevan su premio, y así se promueve el turismo, la diversión, el sano entretenimiento y fomentar el vínculo entre las familias, eso que tanta falta nos hace y que no hay que perderlo”, expresa. En su faceta como anfitriona charló con muchos viajeros, y al conocer sus historias de vida, ella misma se animó a ir en búsqueda de los paisajes argentinos. “Fui a Ushuaia, Mendoza, Córdoba, El Bolsón, y prontamente voy a ir a ver el Glaciar Perito Moreno, porque esto me cambió la vida, y me motivó mucho a viajar”, confiesa.
“Como docente jubilada no sé qué hubiera hecho sin mis dos emprendimientos, sin estas dos salidas que encontré, y me encantaría seguir creciendo, contar con mejores prestaciones, que haya inversión en nuestros proyectos, pero estoy muy agradecida de tener mi pequeño gran proyecto, mi querido paseo, que como dice el lema que implementamos, ya pasó a ser de la comunidad: ‘Mi lugar, tu lugar, el lugar de todos’”, concluye Lilian.