El domingo 10 de abril de 1994 amaneció templado en casi todo el territorio nacional. Muchos argentinos todavía llevaban en sus retinas las imágenes transmitidas por televisión el día anterior, cuando en un partido de exhibición, el ya veterano Guillermo Vilas había batido a su archirrival de los años ‘70, el sueco Björn Borg por 7-5 y 7-5, en dos sets donde los dos tenistas cuarentones mostraron que, aunque sus físicos ya no eran los mismos, mantenían la calidad tenística intacta. Sin embargo, la noticia -en realidad un anuncio- del día era otra: millones de argentinos votarían ese día para elegir los 305 convencionales que tendrían a su cargo reformar la Constitución Nacional.
El dato climático era importante, porque sin lluvias ni temperaturas extremas, la jornada electoral las tenía todas a favor para una participación masiva, que les diera mayor validez a los resultados de unos comicios históricos: 141 años después de la promulgación de Constitución de 1853, los argentinos decidirían quiénes serían los hombres y las mujeres que le dieran un nuevo contenido, más adecuado a los tiempos, pero también atravesado por las pujas políticas del momento.
La elección le daría a la nueva Carta Magna una legitimidad que las reformas constitucionales del pasado no habían tenido. La de 1949, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, había salido con fórceps: la constituyente fue convocada con dos tercios de los presentes y no del total de los diputados y senadores. En 1956, el dictador Pedro Eugenio Aramburu, acompañado de un racimo de partidos que le hacían de soporte, la derogó y llamó a otra Constituyente. Fue en agosto de 1957 en Santa Fe, pero arrancó fallida desde el principio: en las elecciones de constituyentes, el voto en blanco promovido por el peronismo proscripto logró una fantasmática primera minoría, con más votos que los radicales del pueblo, la fuerza que se impuso. Los constituyentes sesionaron un tiempo a la deriva, alcanzó para borrar del mapa los derechos sociales y de soberanía establecidos en la de 1949 (del trabajador, de la ancianidad, de la función social de la propiedad, la estatización del comercio exterior y la nacionalización de los recursos mineros y energéticos entre otros).
Ahora, con diferencias y por necesidades diferentes, los dos partidos mayoritarios de la Argentina, peronistas y radicales, estaban de acuerdo en realizar la reforma, lo que le daría un carácter histórico. Para llegar a eso, habían recorrido un largo camino, con un hito plantado por el presidente Carlos Menem -que quería a toda costa una constitución que le permitiera ser reelecto- y el ex presidente Raúl Alfonsín, que ante la imposibilidad de frenar la movida reformista, buscaba ponerle límites al poder presidencial. A ese hito -producto de negociaciones secretas- los argentinos ya lo conocían por el nombre con que lo había bautizado la prensa: el Pacto de Olivos.
Menem y Alfonsín
En efecto, se había llegado a esa instancia porque Menem no ocultaba que quería la reelección. Años antes, el propio Alfonsín en la presidencia había querido reformar la Carta Magna y le había encomendado al Consejo de Consolidación de la Democracia que elaborara una Constitución que incluyera la reelección por un período. El hombre de Chascomús mostraba cierta timidez: él se autoexcluiría de esa modificación en caso de surgir. Pero las turbulencias de la economía barrieron con la excentricidad de trasladar la Capital a Viedma y los borradores de reforma constitucional quedaron como material de consulta académica.
En cambio, Menem quería cambiar la Constitución para asegurarse unos años más en la Casa Rosada. Para eso, el viernes 22 de octubre de 1993 había sancionado el decreto 2181, que llamaba a una consulta popular “voluntaria” que se realizaría exactamente 30 días después.
Eran muchos los indicadores que avalaban la estrategia reeleccionista del riojano. Ese 1993 terminaba con una inflación de menos de dos dígitos. Era un contraste muy fuerte con los índices de 1989 y 1990 que habían batido récords: más de 3000% y más de 2000% respectivamente. En cambio, 1991 empezó con la novedad de que un dólar valía un peso y entonces los precios empezaron a bajar: ese año la inflación fue del 84%, en 1992 del 17,5% y en 1993 bajaba a 7,4%.
Por otra parte, las elecciones legislativas de ese año le habían sonreído a Menem, con un 42,5% en Diputados, a los que el riojano aspiraba agregar los votos del Modin (Aldo Rico, 5,8%) y los de los Alsogaray (Ucede, 2,6%). Los radicales habían obtenido un digno 30%, una cifra insuficiente para frenar la ola reeleccionista que, además, iba acompañada de una reforma constitucional.
Ante la posibilidad de una consulta popular los radicales, divididos sobre si reforma sí reforma no, imaginaron un aluvión de votos que los mostraría como los grandes perdedores y buscaron negociar.
El propio Alfonsín, contrario a la idea de la consulta porque la veía oportunista, viró 180 grados y se puso al frente: de allí surgió el “núcleo de coincidencias básicas” firmado el 14 de diciembre de ese año, el Pacto de Olivos.
El Pacto de Olivos
La primera reunión entre Menem y Alfonsín tuvo lugar el 4 de noviembre de 1993, en la casa del ex canciller radical Dante Caputo, el Olivos. El dueño de casa estaba ausente, porque había viajado a Chipre en una misión de las Naciones Unidas. La encargada de recibir a los invitados fue su mujer, Anne Morel.
Alfonsín no llegó solo. Lo acompañaba Mario Losada, por entonces presidente de la Convención Nacional de la UCR, que le traspasaría ese cargo al propio Alfonsín apenas un mes después. También estaba con él una figura clave no sólo del partido sino de los armados políticos en la Argentina: Enrique “Coti” Nosiglia, la principal espada política de Alfonsín en situaciones de crisis.
Poco después llegó Menem, acompañado por el mendocino Eduardo Bauzá -secretario general de la Presidencia-, un Eduardo Duhalde que había sido avisado a último momento (era por entonces gobernador bonaerense) y otra figura clave para lo que se iba a cocinar allí: Luis Barrionuevo, líder de los Gastronómicos, de fluido trato y acuerdos con Nosiglia.
Alfonsín fue esa mañana de jueves a lo de Caputo a sabiendas de que sellaría un pacto beneficioso para Menem. Una década después, en el libro de su autoría Memoria Política (y ratificado en una entrevista con Pepe Eliaschev) el líder radical sostuvo que cambió de posición con un verdadero volantazo: había hecho campaña contra la reelección de Menem y, sin embargo, al consultar con el jefe del bloque radical de Diputados, Raúl Baglini, quien le dijo que no daban los números, debió modificar su postura.
Entre mates y cafés con leche, Menem, Alfonsín y sus consejeros quedaron en fijar un nuevo encuentro antes de que terminara ese noviembre. La información era más que reservada. Pero como siempre, hubo filtraciones que llegaron a la prensa: el lunes 8, apenas cuatro días después, Ámbito Financiero, el diario del “Pelado” Julio Ramos largaba la bomba de la reunión secreta.
El domingo 14 de noviembre, el rumor se transformó en noticia confirmada: un acuerdo entre los dos partidos mayoritarios en la Argentina para modificar la Constitución. La imagen que ilustraba la noticia mostraba a Carlos Menem y a Raúl Alfonsín, los dos de espaldas al fotógrafo, caminando por los jardines de la Quinta Presidencial de Olivos.
El llamado a los comicios para conformar una convención constituyente estaba garantizado: en el Congreso, radicales y peronistas sumaban los votos suficientes para aprobar la ley.
El día de la elección
La elección de convencionales constituyentes fue convocada para el domingo 10 de abril de 1994. Cada provincia y la Capital Federal elegirían un número de representantes igual al total de legisladores que tenían en el Congreso de la Nación, lo que sumaba un total de 305.
Ese día, los diarios argentinos llevaron el tema de manera casi excluyente en sus portadas. Uno de los matutinos de mayor circulación puso en la portada las preguntas que se hacían todos aquellos que seguían de cerca los vaivenes de la política argentina: ¿El peronismo tendrá mayoría propia? ¿Hasta donde caerá el radicalismo? ¿El Frente Grande (la fuerza liderada por Carlos “Chacho” Álvarez) ganará en la Capital? ¿Cuál será el apoyo tendrá el pacto Menem-Alfonsín? ¿Crecerá el voto en blanco?
El domingo electoral transcurrió en un clima de total tranquilidad, aunque con la menor concurrencia a las urnas desde la recuperación de la democracia en 1987: se registraron 15.772.343 votos válidos, 782.477 en blanco y 224.163 sufragios nulos.
El menemismo logró una holgada victoria, aunque sin lograr una mayoría propia en la Convención. Después del escrutinio definitivo, Partido Justicialista obtuvo 137 representantes, la Unión Cívica Radical 74, el Frente Grande 31, el Movimiento por la Dignidad y la Independencia (liderado por el carapintada Aldo Rico) 21, la Unión del Centro Democrático 4, la Unidad Socialista 3, Fuerza Republicana 7, el Partido Demócrata Progresista 3 y la suma de los partidos provinciales 28.
Hubo también algunos datos de color, como las derrotas del justicialismo en Córdoba y la Capital Federal, y un par de sorpresas, como el triunfo peronista en Santiago del Estero, donde el partido estaba golpeado por los escándalos de la gobernación de la familia Juárez; la derrota de Palito Ortega en Tucumán, y el impensado triunfo del obispo Jaime de Nevares en Neuquén.
Entre los convencionales se contaban figuras que siguen siendo protagonistas de la política argentina de hoy: como la entonces diputada Cristina Fernández de Kirchner, el radical Oscar Aguad, Rodolfo Barra, el jurista Eduardo Barcesat, Elisa Carrió, Gildo Insfrán, el actual ministro de la Corte Carlos Maqueda, Adriana Puiggros, el puntano Adolfo Rodríguez Saá, el hoy presidente de la Corte Horacio Rosatti, Eduardo Valdés y Raúl Eugenio Zaffaroni, entre otros.
La Convención Constituyente con sus 305 integrantes -pronto perdería uno: el obispo De Nevares, que renunció para no convalidar el Pacto de Olivos- comenzó a sesionar en Paraná, Entre Ríos, a las 16:30 del 25 de mayo de 1994.
Después de una verdadera maratón de 35 sesiones, la última realizada el 22 de agosto, quedó aprobado el texto de la nueva Constitución Nacional, que se juró dos días después en el Palacio San José, la casa de Justo José de Urquiza.
Fue un verdadero hito de la historia institucional de la Argentina, pero los titulares de todos los diarios se centraron en un hecho coyuntural: “Carlos Menem podrá aspirar a la reelección”, era la noticia.