Entró caminando al hospital y se fue dos días después con muerte cerebral y cuatro fracturas: el final incierto de Alejandro Cohn

Se sabe que murió el lunes 29 de julio de 2015 en el Hospital Italiano y que la causa del fallecimiento fue hipoxia. Pero lo que pasó dos días antes en el Hospital Municipal Central de San Isidro es aún una incógnita. El testimonio Mariano, hermano de la víctima y célebre cineasta, el documental que narra su caso y la antesala de un juicio oral que tiene nueve imputados

"Es una película que tenía que contarse. Si este caso llega a un final justo el destino de este documental está cumplido", dijo Carlos de Elía, director del documental que retrata la vida de los hermanos Cohn, antes y después de la muerte de Alejandro

Alejandro vivía con su perro Paco. Tenía 35 años. Se había criado en Villa Ballester. Había estudiado en esos colegios bilingües de colonia alemana. Era el menor de una inquieta familia de cuatro integrantes: su hermano cinco años mayor Mariano; su papá Mario y su mamá Beatriz, abogados ellos. Trabajaba con su hermano. Hacía de diseñador gráfico. Había sido productor artístico, asesor creativo, columnista de un programa de radio, le faltaba un final para recibirse de licenciado en publicidad. Quería lanzar una marca de ropa. Bailaba bien. Dibujaba siempre. Le gustaba jugar a la pelota. Había actuado. Guardaba apariciones en cine, en televisión y en VHS familiares. Su papá filmaba todo. Apilaba un registro documental de la infancia de sus hijos sin pretensión de utilidad. “Vaya a saber para qué, para que lo vea quién y cuándo”, acota Mariano. Hay una noción oculta de posteridad en esa fascinación por retratarlo todo. La bicicleta que le regalaron a Alejandro cuando cumplió seis años, el primer día de Mariano en la secundaria, los actos en fechas patrias del jardín, la coquetería de dos ancianos suizos, las misceláneas familiares de vacaciones: el testimonio fílmico de los Cohn -conservado durante tres décadas en cassettes- era variopinto y serviría, a la postre, para matizar un docuthriller de 77 minutos.

Mariano heredó ese gusto por filmar. Alejandro, el gusto de ser filmado. Expresaba, ante la cámara y en sus tiempos infantiles, gestos caricaturescos, muecas pícaras y obscenidades. Tenían cinco años de diferencia y perfecta simbiosis. Uno filmaba, el otro actuaba. Uno era más reservado, el otro más desenvuelto. “Le gustaba actuar pero era medio vago: no quería pasar ocho horas en un rodaje”, recuerda su hermano. Hay cuarenta segundos de protagonismo en la película El artista, la segunda del dueto de directores Mariano Cohn - Gastón Duprat, lanzada en 2008. En el film El ciudadano ilustre, estrenada en 2016, Alejandro ya no actuó: diseñó las ilustraciones de los créditos finales. El 22 de julio de 2017, en la ceremonia de los Premios Platino celebrada en la Caja Mágica de Madrid, la cinta ganó el galardón a mejor película, mejor actor y mejor guión. Mariano Cohn, con la estatuilla en ambas manos y la voz en el micrófono, pronunció antes de conmoverse: “Mi hermano Alejandro fue víctima de un crimen impune en Argentina y es por eso que quiero dedicarle el premio. Muchas gracias”.

Alejandro llevaba dos años muerto y Mariano, dos años acumulando pruebas en silencio.

Alejandro Cohn murió en 2015, a sus 35 años, luego de ser atendido en el hospital Melchor Posse de San Isidro

Lo dicho: vivía con su perro Paco, tenía 35 años, dibujaba siempre y le gustaba jugar a la pelota. El sábado 27 de julio de 2015, pasadas las siete de la tarde, iba en su moto camino a jugar un partido de fútbol con amigos. Padecía diabetes, era insulinodependiente. Sintió una caída de azúcar. Empezó a sentirse mal. Eligió parar, estacionar la moto, descender del vehículo. No era la primera vez que le pasaba. Se sacó el casco, vomitó. Dos mujeres, madre e hija, lo vieron y lo asistieron. “Vimos a una persona recostada sobre un árbol. Y como también teníamos moto, pensamos que necesitaba algo y quisimos ayudarlo”, dice Mariana, la madre. “Estaba mal. Se sentía mareado. Había vomitado y no estaba como para volver a manejar. Me senté en fila india y empezamos a hablar”, agrega Cecilia, la hija.

Alejandro le contó que era diabético y hasta le mostró dónde había vomitado. Decidieron llamar a la ambulancia para que lo asistan. Dejaron la moto cerca de un kiosco. Las mujeres lo acompañaron. Irían al Hospital Municipal Central de San Isidro “Dr. Melchor Ángel Posse”, ubicado en la localidad de Acassuso, sobre la avenida Santa Fe al 400. Cecilia le pidió que le destrabe el teléfono celular para avisarle a la familia. “Mamá, quédate tranquilo que estoy bien”, le dijo él, de fondo, mientras la joven narraba el panorama. Sería la última frase que escuche de él.

Entró caminando a la guardia del hospital y contestó correctamente las quince preguntas del protocolo médico. Eran las ocho y veinte de la noche del sábado. Su autonomía en el ingreso y la plena conciencia de su estado de salud que constatan sus respuestas establecieron un semblante. 48 horas después, Alejandro saldría del hospital en ambulancia con muerte cerebral y quebraduras inentendibles. Lo que pasó en el durante es una incertidumbre que conmueve a la familia, involucra a los médicos, instiga al gobierno municipal y exige la intervención de la justicia. Es lo que intenta dilucidar el documental Hermanos, historia de sangre, dirigido por Carlos de Elía, con participación de hermano, padres, testigos, médicos, peritos, abogados y el relato en off de Antonio Banderas, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Guillermo Francella.

"Entraste caminando al hospital, contestaste las quince preguntas de quince y avisaste que eras diabético. Hasta ahí seguro que te acordás. Lo que siguió después es lo que nunca tendría que haber pasado", escribió Mariano en una carta

A Mariano Cohn le carcome esa duda. ¿Cómo es que un joven de 35 años que entra caminando por sus propios medios a una guardia por una caída de azúcar termina dos días después siendo trasladado a otro hospital con muerte cerebral y cuatro huesos fracturados? La reconstrucción de la historia tiene claroscuros. Sabe que sus padres llegaron al centro de salud una hora después del ingreso: minutos después de las nueve de la noche. Sabe que Alejandro seguía esperando que lo atendieran, recostado en una camilla. “Pa, me conseguís una almohada porque me duele el cuello”, le pidió. No hablarían mucho más. Mario cuenta que su hijo menor, descompensado, empezó a hacer un ronquido muy fuerte. Llamó a los médicos a los gritos. Se lo llevaron al shock room. “Tenés que salir”, le indicaron al papá. Dos horas después de haber llegado, finalmente Alejandro recibiría su primera atención médica.

“En la guardia no te atendió ni te revisó ningún médico, no te hicieron exámenes, no te hidrataron. Te abandonaron en una camilla por más de dos horas hasta que por la falta de atención hiciste un paro respiratorio. Recién ahí una enfermera se avivó de que te estaba pasando algo y te llevó al shock room. Pero era demasiado tarde: el cerebro no puede estar más de siete minutos sin oxígeno, y había pasado mucho más tiempo. Esa fue la causa de tu muerte: hipoxia”, escribió Mariano en una carta titulada “Querido Ale”. Lo sabrá días después. En esa noche de sábado, la familia no supo nada de él durante cuatro horas, desde las nueve de la noche hasta entrada la madrugada. Cuando lo volvieron a ver estaba en un estado calamitoso: internado en terapia intensiva con coma inducido, con una traqueotomía mal hecha y síntomas de haber sido golpeado.

Pidieron informes del estado de salud y no se los dieron. “Cuida a mí hermano, es el único que tengo”, le exclamó Mariano al médico Darío Campos. Soportaron conjeturas como meningitis y politraumatismo por un accidente de tránsito. Los interpretaron como meros trascendidos de pasillo. No tenían confirmaciones de nada, solo precisiones vagas y contradictorias. El proceso de asimilación mezclaba la angustia y la desazón con la indignación y el desasosiego. “En el lapso de cuatro horas pasó de estar vivo a una terapia intensiva donde peleaba por su vida”, ilustra Mariano.

Mariano Cohn en el lugar donde su hermano bajó de su moto porque se sentía mal. Hace nueve años pide justicia por la muerte inexplicable de Alejandro

La familia percibía que había algo que no le querían decir. Los silencios y los comentarios confusos se multiplicaban. Decidieron convocar a un médico de confianza para que estableciera un diagnóstico completo. “No sé qué tiene ni qué le pasó pero hay que sacarlo de acá”, le aconsejó el cirujano Matías Nicolás. Mariano solicitó, entonces, la derivación de su hermano. Las respuestas eran esquivas. Insistió. La solicitud se convirtió en una imposición. Brotó de cólera, rompió el protocolo de seguridad, ingresó a la oficina de Campos e intempestivamente le dijo: “A mí hermano lo voy a trasladar en este momento. Quiero que se salve, que viva. ¡Firmalo!”. Con una epicrisis que no habla de traumatismos producto de un siniestro vial ni de meningitis, Alejandro partió del Hospital Municipal de San Isidro en ambulancia con la autorización debida. “No sabés, viejo, todo lo que hicimos acá por tu hermano”, fue lo último que le dijo Campos, apenado y poniéndole la mano en el hombro, según el testimonio de Mariano.

En su carta, el cineasta escribió todo lo que le hicieron: “Una suma de procedimientos médicos salvajes que terminaron con tu médula quebrada, la clavícula y las cervicales fracturadas y un golpe en la cabeza. Supongamos que hubieses zafado de la hipoxia, pero esas lesiones te dejaban cuadripléjico de por vida. Te tuvieron dos días en terapia intensiva, dopado, con una traqueotomía mal hecha. Los partes médicos decían cualquier verdura, incongruencias. Hasta que pedimos un traslado al Hospital Italiano y ahí saltó la verdad: estabas con muerte cerebral desde hace dos días y con muchas lesiones médicas irreparables”.

Lo recibieron en el Hospital Italiano. Mariano viajó con él en la ambulancia. “¿Ustedes saben cuál es realmente el estado de salud?”, les preguntó Sergio Gianassi, jefe de terapia intensiva. No lo sabían. “Ahí nos enteramos que además de que mí hermano estaba muerto, también lo habían matado y nos habían mentido”, distingue Mariano. Había una segunda revelación: Alejandro tenía huesos rotos. La autopsia develó que el cuerpo presentaba luxofractura de vértebra cervical con rotura de médula ósea, luxofractura de vértebra torácica, fractura de clavícula derecha y fractura de arcos laterales. “El doctor Félix Bruno, coordinador del Cuerpo Médico Forense, declaró no haber visto nunca en sus años de carrera una cosa semejante en cuanto a las lesiones recibidas en la guardia de un hospital”, recuerda Mariano. “Nunca vi algo tan brusco en un paciente que entró caminando a un hospital”, sostuvo Matías Nicolás. “¿Qué le pasó? ¿Se cayó de la camilla? ¿Lo golpearon?”, se preguntó Sergio Gianassi.

El lunes 29 de julio de 2015 a Alejandro Cohn lo desconectaron. El Hospital Italiano debió iniciar una denuncia por haber recibido un paciente en condiciones no compatibles con la documentación que lo acompañaba. Lo enterraron en el cementerio de la Chacarita, junto a sus abuelos. No había empezado aún la causa que persigue Mariano hace casi diez años. Renunció a cualquier reclamo o demanda civil porque no le importa el dinero sino que vayan presos “los que participaron de la muerte, el abandono y el encubrimiento”. Contrató a un abogado, convocó a tres peritos médicos, encontró a las testigos, recabó pruebas, habló en el escenario de los Premios Platino, se entrevistó con la por entonces gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, y con el del procurador general de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, Julio Conte Grand, con infinidad de periodistas; volvió a ser padre y a filmar películas y series.

Mariano Cohn dirigió, junto a Gastón Duprat, dirigió 25 películas y series: "El ciudadano ilustre", "El hombre de al lado", "Competencia oficial, "4X4", "El encargado" y "Nada", entre las más destacadas

Denunció tener el teléfono pinchado. Escuchó a Juan Anibal Viaggio, subsecretario de Políticas de Salud y Tecnología Médica de San Isidro, decir en vivo que su hermano había ingresado con 39 grados de fiebre y los glóbulos blancos altos. Recibió el llamado de misericordia del intendente Gustavo Posse, el mismo que había inaugurado el hospital doce años antes del hecho. Descubrió que no había continuidad descriptiva en la historia clínica de su hermano, que las cámaras de seguridad del hospital se habían evaporado, que el libro de reporte del shock room había desaparecido y las hojas de enfermería de ese sábado, arrancadas. Procuró no claudicar ante un sistema perverso. Realizó una denuncia penal. Nueve médicos fueron acusados de homicidio culposo por actuar con negligencia.

“Hay solo dos hipótesis posibles de lo que pasó -estimó Mariano en su carta dirigida a su hermano-. La primera es que no te atendieron, te abandonaron en la guardia y cuando se dieron cuenta ya era tarde: tuviste una hipoxia, quisieron reanimarte e hicieron un desastre. Y los dos días que te tuvieron en terapia intensiva fueron simplemente para dejarte morir y que luego la muerte tape todo. La segunda hipótesis es mucho más macabra, pero no me extrañaría que fueran capaces de hacer algo así. Te abandonan en la guardia, tenés la hipoxia, intentan reanimarte y no pueden. Hasta ahí es igual que la primera. Mi sospecha es que, cuando se dan cuenta del cagadón que se mandaron, te quiebran en mil pedazos para después decir que fue un accidente de tránsito”.

En el documental, Mariano dice que en cuatro horas se preparó una escena para dibujar una muerte y, atravesado por un pedido de justicia que lleva nueve años, avisa: “Hay un hermano muy enojado atrás que no va a parar”. El lunes 8 de abril, el thriller se estrenará en la plataforma Flow, el martes 23 en Max y el viernes 26 a las diez de la noche en TNT. Para entonces, ya habrá comenzado el juicio oral contra los nueve imputados, que dará inicio el martes 16 de abril en el Juzgado N°4 de San Isidro.

Mientras eso transcurra, Mario y Beatriz seguirán saludando cada noche al altar de su hijo que montaron en un rincón del living; Mariano seguirá dejando una lata fría de coca light a su lápida y Paco, que ya tiene dieciséis años y camina lento, seguirá esperando -ya no en su casa, sino en el jardín de Susan, una amiga de la familia- que Alejandro vuelva de jugar al fútbol.