El día que un general argentino irrumpió en la embajada de Haití para secuestrar a siete asilados

Sucedió el 14 de junio de 1956, cuando 20 hombres armados al mando del general Quaranta, jefe de la SIDE del gobierno de Pedro Eugenio Aramburu, ingresaron a la delegación diplomática para detener a siete personas, entre militares y civiles, sobrevivientes de la asonada militar que encabezó el general Juan José Valle. El valiente rol del diplomático embajador y poeta Jean F. Breirre y su esposa, Dilia Vieux

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El general Raúl Tanco, uno
El general Raúl Tanco, uno de los siete asilados que el general Quaranta secuestró de la embajada de Haití en Vicente López. En la imagen está la actual sobre la avenida Figueroa Alcorta

Luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955, los militares que respondían a él fueron pasados a retiro. En particular, los 17 que fueron a parlamentar con los jefes de la llamada Revolución Libertadora la entrega del poder, que se hizo efectiva una semana después. Entre ellos estaban los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. Por decisión del teniente general Pedro Eugenio Aramburu -que desplazó del gobierno a Eduardo Lonardi en diciembre de ese año-, ambos fueron confinados en el buque Washington junto a otros oficiales. Eran los militares de más alta graduación identificados con el gobierno depuesto. El general Valle era el jefe del arma de Ingenieros, y Tanco, general de división, estaba a cargo de la Escuela de Guerra. Allí mismo comenzaron a urdir una contrarrevolución para devolver a Perón al gobierno.

Tanco, una vez que los hicieron descender del buque, se retiró a su casa de la localidad de General Guido, en la provincia de Buenos Aires. El 9 de junio de 1956, junto a Valle, encabezaron al grupo de militares y civiles que se alzó contra el gobierno de Aramburu. A las nueve de la noche, el coronel José Albino Irigoyen, el capitán Jorge Costales y cuatro civiles -Dante Lugo, Osvaldo Albedro y los hermanos Clemente y Norberto Ross descargaron un equipo transmisor en la Escuela Técnica N° 5 de Avellaneda. Desde allí, Valle leería una proclama que sería transmitida por Radio Antártida. Pero alertado el gobierno de la maniobra, quienes debían tomar la emisora de radio se encontraron con una fuerte custodia y desistieron. Otro grupo, que debía tomar la jefatura de la Segunda Región Militar y estaba a cargo del teniente coronel Modesto Leis, no halló el automóvil con armas que debía estar cerca de la calle Alsina al 200, donde se ubicaba dicha sede. Fueron apresados y derivados a la comisaría 1 de Avellaneda.

Valle, Tanco, el coronel Fernando González, el teniente coronel José Irigoyen y el capitán Hugo Guillemón, con varios civiles, estaban a pocas cuadras. A las 22.30, quienes se encontraban en la escuela técnica fueron rodeados y detenidos. En el resto del país, el único lugar donde tuvieron éxito fue en La Pampa, con fuerzas a cargo del capitán Eduardo Philippeaux, pero el 10 por la mañana depusieron las armas.

El general Juan José Valle
El general Juan José Valle y la noticia de su ejecución

Desde las 0.32 horas del 10 de junio comenzaron a regir tres decretos de Ley Marcial firmado por Aramburu y el almirante Isaac Rojas. La represión fue brutal. Hubo más de mil detenidos y 31 fusilados: seis en Lanús, cinco en José León Suárez, cinco en La Plata, siete en Campo de Mayo y ocho en Capital Federal. Entre los últimos, el propio general Valle, que se entregó para frenar la matanza. Murió frente a un pelotón de fusilamiento el 12 de junio en la Penitenciaría Nacional, hoy plaza Las Heras.

El general Tanco logró escapar de las redadas y se refugió en una casa de la localidad bonaerense de Berisso. Mientras tanto, en la noche del 11 de junio, un grupo de sublevados golpeó la puerta de la embajada de Haití en la Argentina. En esa época, se encontraba en la intersección de las calles San Martín y Monasterio, de Vicente López. A su cargo se encontraba el diplomático Jean F. Brierre, un conocido poeta en su país, que se los otorgó. Tenía en ese momento 39 años, caminaba apoyado en un bastón y vivía allí junto a su esposa, la abogada Dilia Vieux y tres hijos. Ya había escrito cinco libros, haría lo propio con un tercero mientras permaneció en Buenos Aires (La Source, de 1956) y luego publicaría seis más.

En un principio arribaron el teniente coronel Alfredo Salinas y el gremialista Efraín García. Más tarde lo hicieron los coroneles Fernando González y Agustín Digier, el capitán Néstor Bruno y el suboficial mayor Andrés López. El 13, el embajador Brierre fue a la Cancillería a informar que seis hombres pidieron asilo al gobierno de su país.

Dilia Vieux y su esposo,
Dilia Vieux y su esposo, el embajador haitiano y escritor Jean F. Brierre

En Berisso, Tanco decidió unirse a los asilados. A través de un engaño propiciado por el escritor Arturo Jauretche -que pidió una habitación para Tanco en un hotel porteño-, la mirada de las autoridades se dirigió hacia allí mientras el general sublevado se deslizó el 14 de junio a las 3.30 de la madrugada, en la embajada del país caribeño. En horas de la tarde, el diplomático cumplió con el mismo trámite del día anterior en la Cancillería.

Pero mientras Brierre se encuentrabaausente, sucedió algo inconcebible, que fue contra las normas internacionales. De dos vehículos desciendieron alrededor de 20 hombres armados y vestidos de civil al mando del jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado, el general Juan Constantino Quaranta, compañero de promoción de Aramburu en el Colegio Militar. Cuatro de ellos -según relató el historiador Salvador Ferla en su libro “Mártires y verdugos”- luego de reducir al hombre que estaba de custodia, ingresaron en la sede diplomática del país caribeño exigiendo la presencia de los siete exiliados. El resto rodeó el edificio. La primera persona que se les cruzó fue una mucama. La redujeron y la obligaron a llevarla donde se encontraban los refugiados. En el momento en que los bajaban por la escalera en fila india, la esposa del embajador se interpuso entre ellos y la puerta. Les gritó: “Ustedes no pueden hacer esto, están violando territorio extranjero, no los pueden llevar”. Y agregó -según escribió el almirante Rojas en sus Memorias-: “Yo soy la embajadora”. La respuesta brutal de Quaranta fue: “¡Qué vas a ser embajadora, negra de mierda...!” Ante ese nivel de irracionalidad, todo argumento fue inútil. La apartaron de un empujón y salieron a la calle con ellos.

Una vez que los siete estuvieron fuera, los pusieron contra la verja de la embajada. Todo parecía indicar que el fusilamiento sería inminente. La doctora Vieux no vaciló e insistió en la ilegalidad del procedimiento. Sus gritos y su llanto alertaron al vecindario. Eso les salvó la vida. Algunos curiosos salieron a la calle. El destino quiso que justo se detuviera, en esa esquina, una unidad del colectivo 19. Quaranta, incómodo con la presencia de testigos, tomó una decisión: bajar al resto del pasaje y subir a los capturados y a sus hombres. Al chofer le ordenó llevarlos a la sede del I Cuerpo de Ejército, en Avenida Santa Fe y Bullrich, en Capital Federal. Detuvo el micro en la entrada y demoró media hora en explicaciones a los jefes del regimiento para que lo dejaran ingresar con ellos. Una vez dentro, los siete secuestrados fueron despojados de sus pertenencias. A Tanco, además, le sacaron el cinturón. Dejó todo en un sobre y escribe: “Pertenencias del que en vida fuera el general Tanco”.

Monasterio y San Martin en
Monasterio y San Martin en Vicente López, la antigua embajada de Haití en Argentina

La esposa del embajador no se quedó de brazos cruzados. Hizo la denuncia en la Cancillería y alertó a los medios internacionales sobre el secuestro que había presenciado. Cuando Breirre regresó y se enteró, llamó primero a la embajada norteamericana, y luego volvió a la Cancillería para protestar formalmente ante el subsecretario Luis Castiñeira. Sus palabras fueron: “No porque Haití sea una nación pequeña va a permitir semejante atropello. Por el contrario, los pequeños países deben ser respetados más escrupulosamente por ser pequeños”.

A las diez de la noche se dirigió al lugar donde los asilados se hallaban detenidos. Con el escándalo desatado, la Cancillería actuó con premura y le garantizó a Breirre que se cumplirían las convenciones internacionales sobre el asilo. En una improvisada conferencia de prensa, el Dr. Luis Castiñeira le pide disculpas al gobierno de Haití por “el secuestro de asilados por civiles desconocidos”. Breirre señala: “”Hoy es un gran día para las Américas. Un país chiquito, de negros, como Haití ha logrado que se imponga el derecho sobre la fuerza”.

Luego, Breirre y Castiñeiras se llevaron a los secuestrados. “Aquí tiene a sus asilados”, dijo el funcionario de Cancillería. El embajador le respondió “Muchas gracias en nombre de América”. Antes de retirarse, el diplomático caribeño logró que se rompieran las declaraciones que habían hecho los detenidos, para completar el cumplimiento de las leyes internacionales.

El ex presidente Perón y
El ex presidente Perón y el general Tanco se encuentran en Caracas en 1958

En dos automóviles, custodiados, los siete regresaron a la embajada de Haití. Meses después, el general Tanco pudo salir del país y se exilió en Venezuela. En 1956 se reencontró con el general Perón en Caracas. Regresó a la Argentina en 1964 y le devolvieron su jerarquía militar. Murió el 27 de junio de 1977, en Buenos Aires.

Jean Breirre, por su parte, fue un férreo opositor a la dictadura de Francois Duvalier (Papá Doc) en su país. En 1962, luego de pasar nueve meses encarcelado, se exilió en Senegal. Volvió a su país luego de la caída de “Baby Doc”, Jean Claude Duvalier. Murió en Puerto Príncipe en diciembre de 1992, a los 83 años.

Lo que hizo Quaranta no se repitió jamás. Hasta la dictadura de 1976 respetó las normas internacionales cuando el expresidente Héctor J. Cámpora y Juan Manual Abal Medina, entre otros, se asilaron en la embajada de México.

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