No está acostumbrado a las entrevistas. No lo manifiesta, pero tampoco hace falta. Hay montones de evidencias. Por ejemplo, que llegó primero al bar en San Telmo que eligió para encontrarnos pero no me esperó en la calle ꟷaunque el solcito de otoño invitara a pasar el rato fueraꟷ. Se sentó en una mesa bien al fondo de los vericuetos del salón, de espaldas a la puerta, como escondido.
“Cambié mi postura de no querer dar notas, de no querer aparecer en ninguna parte, porque entendí que mi testimonio puede ayudar a alguien que esté con dudas. Ese es el sentido que le veo a contar mi historia. Y siento que me hace bien, si lo manejo con cuidado. Me ha pasado de ir a una charla en una escuela y después dar una nota y es mucho. A la noche no duermo, me cuesta. Se mueven cosas. Entonces lo hablé con mi papá, con mi hermano, y me aconsejaron no hacer tantas actividades. Quizás dos o tres en una semana”.
No está acostumbrado a las entrevistas, pero en cambio habla de su papá, de su hermano, más adelante mencionará a su hermana y a sus sobrinas, como si toda la vida hubiera tenido ese papá, ese hermano, esa hermana. Como si siempre hubiera sido tío. Sin embargo, Daniel Santucho Navajas lleva solo nueve meses siendo Daniel Santucho Navajas. El nieto 133 restituido por las Abuelas de Plaza de Mayo. El hijo que Cristina Navajas ꟷmilitante en el PRT-ERPꟷ parió en el Pozo de Banfield ꟷun centro de detención, tortura y exterminio que funcionó en la última dictadura cívico-militarꟷ antes de ser desaparecida.
En nueve meses Daniel conoció su verdadera identidad, a un familión que lo buscaba desde hacía 46 años, y participó como víctima y prueba en el “Juicio Brigadas” ꟷque sentenció a los represores acusados de crímenes de lesa humanidad en las Brigadas de Investigaciones de Banfield, Quilmes, Lanús y San Justoꟷ y en el proceso judicial contra su apropiador, Estanislao González, un oficial retirado de la Policía Bonaerense que lo anotó como hijo propio y le mintió cada vez que Daniel preguntó.
“A la semana del día exacto en que recuperé mi identidad me notificaron de los juicios. En el Juicio Brigadas mi aparición comprobó que había nacido, que mi mamá estuvo en el centro de Banfield y que después se apropiaron de mí. Ahí no fue necesario que declarara. Pero sí declaré en el juicio hacia mi apropiador, que vivió impune prácticamente toda su vida. En buena hora igual que terminó ese juicio y que se condenó”.
Bajo prisión domiciliaria, Estanislao González falleció al tiempito de la condena.
El “Juicio Brigadas” se desarrolló a lo largo de tres años y medio y fue el juicio de lesa humanidad más grande de la región. Más de cien audiencias, 610 casos, casi 500 testimonios, 468 testigos, 605 pedidos de condena, 18 imputados, 6 represores que murieron antes de la sentencia, 10 perpetuas, una pena de 25 años y una absolución.
La restitución de Daniel Santucho Navajas fue de los momentos más trascendentes. En ese juicio, precisamente, Miguel “Tano” Santucho había declarado en 2021 que buscaba a un hermano o hermana porque su madre Cristina Navajas estaba embarazada de dos meses cuando fue secuestrada. Si bien no se tenía confirmación del nacimiento.
En diálogo con Infobae lo explica la auxiliar fiscal Ana Oberlín: “Había información de Cristina en diciembre de 1976 en el Pozo de Banfield con un embarazo muy avanzado, pero no había ningún sobreviviente que pudiera relatar si se había llevado a cabo el parto o no. El siguiente testimonio es en abril de 1977, cuando Adriana Calvo ꟷla sobreviviente que detalló en el Juicio a las Juntas Militares cómo dio a luz vendada y maniatada en un patrullero mientras la trasladaban a otro centro clandestinoꟷ la vio a Cristina sin panza. Entonces, el hecho de que Daniel recuperara su identidad en el medio del debate fue muy importante en términos también probatorios porque demuestra que efectivamente ese parto se produjo en la maternidad clandestina del Pozo de Banfield y que además ese bebé fue apropiado por una persona que pertenecía a la policía de la provincia, igual que hicieron varios de los imputados en este juicio”.
Daniel Santucho Navajas ni siquiera tuvo espacio para procesar el horror, para curtir el cuero. Los años de búsqueda, los años de dolor se le revelaron en un santiamén, como un cross a la mandíbula.
“Al juicio lo viví muy a flor de piel. Hace nueve meses que supe quién era mi mamá y lo que le pasó. Ocurrió hace más de 40 años, pero para mí es muy reciente. Enterarme de lo que sufrió. Lo sentí como algo muy fresco… y me dolió mucho. Las cinco horas que duró la sentencia estuve abrazado al cartel de mamá y no le sacaba la vista al juez. Por suerte estaba con mi hermano. Viajamos juntos a La Plata. Y allá me encontré con gente de Abuelas, con una prima, amigos… personas que ya siento muy cercanas”.
Infancia
Daniel se crió en Almirante Brown. Fue a la escuela, tuvo amigos. Nunca convivió con la otra hija de los González, también adoptada, 20 años mayor, casada e instalada en Misiones.
Dice que su mamá de crianza fue más cercana, que le hablaba y lo acompañaba. A Estanislao lo recuerda un tipo duro, que andaba y se mostraba armado.
“Se sentaba a la mesa, sacaba el arma y la ponía al lado del plato. Obviamente no era algo normal, pero crecí con esas costumbres. Años después íbamos a comer con la mamá de mis hijas y eso no le gustaba”.
Daniel evoca una situación particular de ese hombre que durante 46 años reconoció como su papá. Corría 1985, había comenzado el Juicio a las Juntas y Estanislao no quería ni salir a la calle.
“Me acuerdo que estaba con pánico. Yo era chico y ver a mi papá, a ese papá encima, con miedo me sorprendía. Siempre veía a una persona fuerte, grande, que de pronto no quería ni salir de la casa. Fueron semanas enteras. Claramente, yo no entendía por qué. De grande y sabiendo la verdad, me imagino que habrá tenido miedo de hasta dónde iba a llegar ese juicio. De si lo podía afectar”.
De su mamá de crianza ubica otra secuencia: estaban mirando la tele y mostraron a unas mujeres desesperadas que buscaban a sus hijos y a sus nietos. Las primeras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
“Él gritaba que eran unas locas, las insultaba. Ella trataba de calmarlo y le decía ‘pobres, pensá que son mujeres que están buscando a sus hijos, a sus nietos’. Qué cínica, ¿no? Ponerse en ese lugar de entender a una madre sabiendo que ella se estaba apropiando de uno de esos chicos. Con los años me pareció muy cínico de su parte. Porque a mí me dejó una enseñanza mientras cometía un delito”.
- ¿Pensás que tu apropiadora pudo no haber conocido tu origen?
- Sí o sí debía saberlo. Solo por el hecho de saber de qué trabajaba él. No era un policía común. Trabajaba de inteligencia. Se pasaba días, semanas sin volver a la casa. Lo que estaba pasando, ella lo sabía. Probablemente no se animó a preguntar demasiado, pero en el fondo ella sabía de dónde podía provenir yo”.
Adolescencia
La esposa de Estanislao González falleció en enero de 1998. Quizás esa ausencia envalentonó a la hija del matrimonio que viajó a Buenos Aires para compartirle a su hermano de crianza las dudas que había tenido siempre.
“Me dijo que creía que me habían mentido y que yo no era hijo biológico. Que un día vino de visita y había un bebé en la casa, que mamá era una mujer grande, de alrededor de 50 años, para atravesar un embarazo. Me quedé muy confundido, muy dolido, no entendía por qué mi hermana me lastimaba. Porque además le pregunté enseguida a él y me negó todo. Dijo que era un tema de celos, de interés económico porque se quería quedar con la casa”.
Pero no alcanzó. Ya se había encendido una alarma y las dudas fueron de a poco tomando la forma de un runrún insistente, punzante.
“Me puse a revisar la casa y encontré un acta de nacimiento donde figuraban ellos como mis padres, que yo había nacido en Buenos Aires pero me habían anotado en la provincia de Santiago del Estero. Con ese papel quise creer en él, me aferré a su palabra y me fui alejando de mi hermana. Pero tenía sentimientos extraños. Por un lado ese papel significaba mucho, y a la vez me hacía ruido saber que él había sido policía en la dictadura y que mi cumpleaños cayera justo el 24 de marzo. En simultáneo pensaba que si iba a Abuelas y planteaba el caso a lo mejor le hacían una denuncia y quedaba preso. Sentía culpa de que él pudiera ir preso. Era muy morboso, no sé cómo explicarlo, era feo. Porque a mí me dolía pensar que podía lastimarlo. Sabía que no iba a depender de mí. Si había alguna acusación contra él, no iba a poder hacer nada. Entonces decidí olvidarme. Crecer, seguir años así. A pesar de que me hacía reflexionar la recuperación de cada nuevo nieto. O cuando nacieron mis hijas, que sentí que les estaba dando un apellido de una familia que no era la de ellas”.
Daniel habla de sus hijas y se le entrecorta la voz. Es papá de dos, que hoy tienen 9 y 13 años. Y fue para tratar de reconstruir el vínculo con ellas ꟷluego de separarse de la mamá de las nenasꟷ que se animó a iniciar un tratamiento psicológico.
“A la segunda sesión salió el tema de mi identidad. De ahí surgían el resto de los problemas. Por eso empecé a trabajar sobre mis dudas y me di cuenta de que tenía que salir a buscar respuestas, que tenía que exigir la verdad. Así fui enfrentando el tema, pero él se ponía muy nervioso. Más nervioso se ponía, más razón me daba en pensar que me estaba ocultando algo. Mi apropiador se escapaba de la situación, literalmente. Podíamos estar en el comedor, en la cocina, donde fuera, cada vez que le preguntaba si era su hijo biológico se iba a la habitación, se acostaba y se tapaba hasta la cabeza. Decía que lo hostigaba”.
En 2019 Daniel se acercó a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Entre otros datos le encargaron conseguir su fe de bautismo.
“Me habían mencionado varias veces mi bautismo en la iglesia Nuestra Señora de Lourdes de Claypole. Pero recién pasada la pandemia le pedí el libro al cura con la excusa de que me estaba por casar”.
Sonríe cuando menciona la picardía que se inventó para investigar. Es una sonrisa tímida, chiquita, que parece pedir disculpas por la ocurrencia.
“Ni bien leí el documento encontré errores. El error más grande era que aparecía bautizado con fecha 19 de marzo de 1977 pero mi nacimiento figuraba el 24. O sea, me habían bautizado cinco días antes de nacer. ¿Cómo podía ser? ¿Nadie se había dado cuenta?”.
La investigación de la Unidad de Derechos Humanos de La Plata confirmó inconsistencias y adulteraciones en el acta de bautismo. Entre otras, una fecha tapada: debajo del 24 de marzo se leía 10 de enero de 1977.
A los pocos días Daniel recibió la citación para hacerse el análisis de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos.
“Fui solo, pero lo hablé antes con mis hijas. Les dije que creía que mi papá no era mi papá y que iba a pedir ayuda. Yo sabía que lo único que tenía era Abuelas, era consciente de eso. Mi hija más grande estaba cursando primer año del secundario y en marzo habían estudiado sobre la dictadura, sobre el trabajo de las Abuelas. Lo que le explicaba el profesor en la semana, lo charlábamos nosotros el fin de semana. Poder compartir este proceso con ellas y que me den fuerzas fue fundamental. Pero no me quería ilusionar ni ilusionarlas. Entendía que habían pasado muchos años y que las Abuelas estaban muriendo. Solo necesitaba imperiosamente la verdad, aproximarme lo más posible a la verdad. Era muy feo quedar en el medio, estar entre la mentira y la verdad y no avanzar. O sea, en cierta oportunidad decidí ir por todo, aunque doliera después. Porque la realidad es que no sabés qué hay después. Pero quedarse en el limbo es una sensación horrible, insoportable”.
Resto de vida
La precisión indubitada de parentesco con la familia Santucho-Navajas llegó a los tres meses.
Daniel cumplía su jornada laboral en un mayorista, como cada día desde hacía 18 años, cuando un muchacho desconocido le susurró con mucho respeto: “Hola Dani, vengo por un trámite que hiciste”. Era Manuel Goncalvez, nieto recuperado, miembro de la Comisión Directiva de Abuelas de Plaza de Mayo y secretario Ejecutivo de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI).
“Cruzamos a un bar y tomamos un café. Me explicó que tenía una noticia para darme pero que no podía hacerlo ahí, que por favor lo acompañara a la oficina, que era urgente. Por supuesto que entendía la importancia pero tuve que decirle que no. Que no podía. Que ese día cumplía nueve años mi nena, que me había comprometido a llevarle la torta y no le podía fallar. Que me bancara hasta el día siguiente. Me acuerdo que me contestó ‘mirá que no vas a poder dormir esta noche’. Tuvo razón: prácticamente no dormí. Y a las siete u ocho de la mañana me presenté en la CoNaDI”.
Daniel Santucho Navajas, gritaron los genes. Hijo de Cristina Navajas –desaparecida– y de Julio Santucho, sobreviviente de una familia diezmada por la represión militar. Hermano de Camilo, de Miguel y de Florencia Santucho. Nieto de Nélida Navajas –la mamá de Cristina– que lo buscó incansablemente hasta su muerte en 2012.
“Fue fuertísimo. La sorpresa y la alegría de saber que tenía un papá, que tenía hermanos. Me preguntaron si podían avisarle a Miguel, que estaba de vacaciones en Italia visitando a mis otros hermanos. Acepté. Hicieron una videollamada. El Tano se puso a gritar, a correr. Estaba en una plaza con una perra y se le escapó la perra. Fue muy emocionante. Especialmente cuando Manuel giró el teléfono y vi a mi hermano por primera vez. Nos saludamos. Lo único que me salió decirle fue ‘gracias por no bajar los brazos, gracias por buscarme’. Y todos nos largamos a llorar. Fue increíble. Muy lindo”.
Fuertísimo. Emocionante. Increíble. Muy lindo. Saber de dónde venimos, conocer nuestros orígenes es un derecho humano fundamental.
“Esa misma noche hicimos una segunda videollamada ya con todos mis hermanos y lo sumaron a papá. A pesar de la distancia, de la pantalla, sentí que ese era mi lugar, con ellos. Es increíble, no sé cómo explicarlo. No solo los rasgos físicos. La emoción. Una felicidad inmensa y compartida. Como la primera vez que nos encontramos. Esos abrazos. Fue hermoso. Finalmente sentí paz. Saber la verdad genera una paz inexplicable. El camino hasta ahí no está bueno, no es fácil, es duro. Yo he vivido situaciones con mi apropiador de mucha ira, de mucho enojo. Depender de alguien que no te quiere decir nada sobre tu vida es durísimo. Por eso hay que ocuparse de llegar a la verdad. La verdad es sanadora”.