A ese taller de autos, en el que se colaba el viento y el frío, ocupado por 35 argentinos sobre Philomel Street, una calle que desembocaba en el muelle del puerto, el oficial británico Anthony Canessa llegó con una novedad. Era el enlace con ese grupo, que había quedado en la isla para participar en la desactivación de minas personales y anti tanque que habían quedado en diversos puntos de las islas.
Hacía poco habían terminado los combates. Y la zona aledaña al lugar donde se embarcaron los soldados argentinos para llevarlos al continente había quedado sembrada de efectos personales y recuerdos que los británicos les habían obligado a desechar.
Ese oficial les preguntó a los argentinos si no querían ir a recoger la imagen de una Virgen que había quedado al costado de la calle. Debajo del barro que tenía pegado y que dificultaba su identificación, se escondía una larga historia que había empezado años atrás y que no terminaría en aquel 1982.
Con el tiempo se descubriría que era la Virgen de Fátima, de un poco más de un metro de altura, realizada en cedro tallado. Por 1971 la habían enviado desde Lisboa, en cuatro oportunidades recorrió nuestro país, y se le rezó en escuelas, cárceles, regimientos, iglesias y bibliotecas.
La devoción mundial por esta virgen tuvo su origen cuando entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917 se les apareció a tres niños pastores, llamados Lucía dos Santos, Jacinta y Francisco Marto en la Cova da Iria, cerca de su pueblo natal de Fátima en Portugal.
Cuando estalló la guerra del Atlántico Sur, la hermana Pilar Bañares, del Instituto Fátima, quiso que las tropas argentinas tuvieran lo más preciado que atesoraban. Así le envió al coronel Mohamed Seineldín la imagen junto a una carta en la que la religiosa rogaba fuera recibida “en confianza y respeto, pues estamos seguros que obrará en las Malvinas el milagro esperado”.
Permaneció con las tropas del regimiento de infantería 25, acantonadas en su mayoría en la zona del aeropuerto. Junto a ella, se envió un importante lote de rosarios para los soldados, que era rezado todos los días.
La religiosa sabía que existían muchas posibilidades de que nunca más la vieran. La habían ubicado muy cerca de la pista, sobre un barril de combustible, y alguien había colocado en la base un género como mantel.
Los soldados le atribuyeron diversos milagros. En los ataques aéreos británicos con bombas de 500 kilos sobre el aeropuerto, la imagen temblaba por las explosiones pero no se caía. Ningún proyectil dañó la pista, lo que permitió mantener el puente aéreo con el continente hasta último momento.
Ramón Zalazar era un cabo santiagueño de 19 años que se enteró de la recuperación de las islas mientras participaba de la instrucción de la clase 63 en Ezeiza. Fue a Malvinas con la Compañía de Ingenieros 10. A él le tocó quedarse en Puerto Argentino y con el grupo de ingenieros se dedicaron al minado y al traslado de munición que llegaba, la que guardaban en pozos que luego eran tapados. Además se complementaban con la Policía Militar para hacer respetar el toque de queda y a controlar el apagado de las luces.
Con el alto el fuego del 14 de junio, permaneció prisionero en las cercanías del aeropuerto hasta que lo fueron a buscar ingenieros británicos. Como a otros compañeros del arma de ingenieros y de distintas fuerzas, como los infantes de marina, los separaron.
En una formación frente al hospital, un oficial británico les comunicó que quedarían a sus órdenes y que el intérprete sería el sargento mayor ingeniero Canessa, nacido en Gibraltar y que había adoptado la ciudadanía inglesa. La tarea que tenían por delante era muy peligrosa: desactivar minas personales y antitanque, y marcar los campos donde estaban enterradas.
Lo primero que hicieron fue inhumar a cuatro soldados argentinos que estaban tapados con una manta dentro de un pozo. Luego encontrarían otros nueve en la zona de Sapper Hill. Los enterraron en el sector católico del cementerio de Puerto Argentino.
Al campo salían organizados en patrullas, lideradas por un jefe, un radiooperador y un custodio. Se recorrían los campos minados, y cuando se ubicaban los explosivos se les quitaban las espoletas y luego se quemaban. En el campo de batalla de Monte Longdon debieron desactivar también minas antitanque.
Eran los primeros días de trabajo cuando apareció Canessa con la novedad de la imagen de la Virgen, y comentó que no entendía cómo se podía dejar abandonado algo así. Los argentinos la limpiaron y notaron que le faltaba la corona en la cabeza. Cuando quitaron el barro de su base, leyeron “Virgen de Fátima, 1917 Portugal”.
De ahí en más, cuando se terminaba el trabajo diario, se le rezaba el Rosario. Las peligrosas tareas terminaron cuando un soldado inglés perdió una pierna al pisar una mina, de la que Zalazar había pasado a centímetros y otro soldado perdió un pie. Además arreciaron las grandes nevadas y era imposible caminar con la nieve hasta las rodillas. Entonces se abocaron a demarcar los campos minados con alambrados y con las chapas que advertían del peligro.
La noche del 11 de julio les informaron que serían llevados al continente y que podían llevarse los elementos personales que quisiesen, y que por las dudas hiciesen una lista.
El cabo envolvió la virgen en una manta de la Fuerza Aérea. Los embarcaron en el Sir Edmund la noche del 12. En la proa del buque, los británicos armaron un corralito donde los ubicaron. En un caño ataron a la Virgen y la taparon, hasta que a alguien se le ocurrió hacer una misa, a la que concurrieron los generales Menéndez y Yofré y otros prisioneros argentinos que estaban en el antiguo frigorífico de San Carlos.
Cuando apareció Seineldín, se sorprendió. “¿Y esta Virgen? Tiene que estar en el continente y hay que devolvérsela a sus dueños. Cuando lleguemos me la entrega”, le ordenó a Zalazar, que no quería saber nada con desprenderse de la imagen.
El 14 llegaron a Puerto Madryn y luego de que miembros de la Cruz Roja tomasen nota de sus nombres, fueron alojados en la base aeronaval. Luego de una formación, volvió a aparecer Seineldín y reclamó la imagen. Zalazar no tuvo más remedio que dársela, y se quedó con la manta.
Una búsqueda de años
Por 1983 o 1984 lo invitaron a dar una charla en el Instituto Fátima, un colegio que estaba ubicado en Virrey Loreto y Virrey Del Pino, en Belgrano. Se atrasó y cuando llegó los chicos ya se habían ido. Pero allí volvió a ver la imagen.
Cuando sucedió la guerra, Zalazar estaba de novio con María Pereyra, quien sería su esposa. Tuvieron cinco hijas, Verónica, Alejandra, Romina, Florencia y la última, que llamaron Fátima y hoy tiene tres nietos. Dijo que con ellas habló de la guerra pero que aun le quedan cosas por contar, que por años sintió que lo que allí vivió era algo muy suyo y que siempre deseó preservar a su familia.
Cuando nació su hija Alejandra debió ser internada en el Hospital Militar por problemas de hemorragias digestivas. Él corría al instituto a rezarle a la Virgen. Un día se encontró que el colegio había desaparecido y había quedado un terreno baldío.
Y desde ese momento, hasta ahora, le perdió el rastro a la imagen a la que llama, en forma reiterada, “la virgen peregrina”.
Zalazar se retiró del ejército a fines de 1990 y trabajó en muchos lugares, como una empresa textil y los fines de semana en un salón de fiestas en el que empezó como custodio y terminó como encargado de todo el personal. Llegó a tener tres trabajos para pagar la hipoteca de su casa y le duele recordar ese tiempo, en que veía muy poco a su familia.
Vive en Castelar Sur y todos los años, cuando viaja a Santa Rosa a la reunión anual con sus compañeros de la Compañía de Ingenieros 10 -que coordina el suboficial mayor Cabanillas, un soldado veterano que se enganchó en el ejército- va a rezarle a la Virgen de Fátima en la iglesia que está cerca de la terminal.
Con asombro, contó a Infobae que en la ciudad puntana de Merlo hay una Virgen de Fátima entronada en un cerro, que era blanca marfil y que cambió el color a celeste. Muestra en su celular las fotografías que le tomó para demostrar que lo que dice es cierto.
Siempre supuso que la imagen que rescató en Puerto Argentino estaba recorriendo el mundo, la creía en Portugal o acompañando a las fuerzas argentinas que integran los contingentes de paz en distintos paises. Un día, en la búsqueda de la imagen, viajó desde Castelar a Quilmes, porque le habían pasado el dato que podría estar allí.
Cuando el teniente coronel retirado Ernesto Fernández Maguer, presidente de la Comisión Permanente de Homenaje a la Gesta del Atlántico Sur fue al pequeño santuario en la iglesia Stella Maris, donde se conserva una imagen de la Virgen de Luján que también estuvo en las islas y cuya historia hemos contado, tomó conocimiento que esa imagen no había estado con el regimiento 25, sino que había sido la de Fátima. Se propusieron ubicarla, porque nadie sabía qué había pasado con ella.
Luego de diversas averiguaciones, la hallaron en el santuario Lugar del Milagro Virgen de Luján, en la localidad de Villa Rosa, donde a mediados de 1600 el carro que llevaba dos imágenes al norte se detuvo y no hubo caso con hacerlo seguir, cosa que lograron cuando descargaron una de las cajas con la imagen.
Sorprendentemente, Zalazar había ido un día a este santuario junto a su esposa, pero lo encontró cerrado. Hace años escribió un pequeño librito en el que relató la historia que aquí se cuenta.
Está al frente del lugar el padre Federico Burbridge, quien asegura formar parte de un “grupo comando espiritual”, que la imagen sigue recorriendo el país y que ya comprometieron su presencia en la peregrinación que saldrá de Luján junto a la otra virgen malvinera y que llegará a San Andrés de Giles la noche del 1 de abril, para participar de la tradicional vigilia del 2 de abril, tal como ocurre hace 27 años.
Misterio develado
En un acto realizado por la Comisión Permanente de Homenaje a los Caídos del Atlántico Sur, Zalazar tuvo su recompensa. Porque gracias a las gestiones de esta entidad, se localizó la imagen y se la nombró patrona de la comisión. El antiguo cabo ingeniero que en Malvinas le faltaba un mes para cumplir los 20 años caminó hacia ella y cuando estuvo frente a frente, se arrodilló y confesó que entonces le dio las gracias y le pidió por el país y su familia.
Mientras Zalazar no le quitaba la vista de encima, el padre Burbridge le garantizó que era la imagen que habían rescatado de la cuneta de esa calle de Puerto Argentino, que la había reconocido cuando la miró a esos ojos únicos que tiene y aseguró que la hermana Pilar también estaba presente en ese momento.
Zalazar, que se recupera de un dengue que lo tuvo a maltraer, volvió a su hogar para decirle a su esposa y a sus cinco hijas que tienen un tema pendiente: una visita a Villa Rosa, ya que quiere que conozcan a esa virgen peregrina que lo ayudó a lo más importante, a sobrevivir.