El Viernes Santo es el primer día del Triduo Pascual, el período de la Semana Santa durante el cual la liturgia de las Iglesias cristianas conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En particular, recuerda la muerte en la cruz del fundador del cristianismo, “la Pasión del Señor”.
Antiguamente, la liturgia del Viernes Santo se celebraba a las 15.00 horas, hora de la muerte de Jesús según los Evangelios. Hoy se celebra por la tarde, en un horario más adecuado para permitir la asistencia de los fieles. Pero aunque hay misa, no se celebra la Eucaristía: las hostias fueron consagradas la víspera, el Jueves Santo.
El día prevé la abstinencia de carne para los fieles católicos de rito romano a partir de los 14 años, y la abstinencia y el ayuno eclesiástico para los de 18 a 60 años. Este es el acto final de penitencia por parte de los fieles para preparar el regreso de Cristo y la liberación de la muerte.
Según la tradición cristiana, Jesucristo murió a los 33 años y a las 3 de la tarde. Los evangelios dicen que los sumos sacerdotes -las autoridades religiosas de la época- conspiraron contra Jesús de Nazaret, porque se había proclamado “Hijo de Dios”. Siempre lo consideraron un “alborotador”, y buscaron la manera de silenciarlo. Es mejor que muera uno solo, se lee en los evangelios. La pena de muerte había sido abolida por Roma, pero los romanos no se metían en cuestiones de religiones de los pueblos que había conquistado, así que el ardid debería ser político para encontrar una condena a Jesús.
Las autoridades y sus partidarios decidieron llevar a Jesús ante Poncio Pilato, quinto prefecto de la provincia romana de Judea entre el 26 y el 36 d.C. pero éste no halló ninguna culpa en el joven rabino de Nazaret para condenarlo, pero al final cedió a la presión de una multitud que exigía su crucifixión.
Según el Evangelio de Mateo, Pilato se lavó las manos con agua al ver al pueblo, proclamándose “inocente de la sangre de este justo”. Este gesto de “lavarse las manos” es el origen de la expresión que nos llega a partir de la narración de estos hechos.
Como existía la costumbre de liberar a un prisionero para la festividad de la Pascua judía, Pilato decidió liberar a un hombre conocido por sus robos llamado Barrabás, cediendo así a la presión de los manifestantes.
Jesús no muere por temas religiosos, sino por cuestiones políticas. Los judíos le replicaron a Poncio Pilato que debería morir porque se decía que era rey, y el único rey es el Cesar. Terribles palabras de los que deseaban la muerte de Jesús, porque echaron por tierra la lucha de la liberación de un pueblo oprimido, al reconocer al opresor como legitimo rey. Leemos en el evangelio de san Juan: “Al verlo, los jefes de los sacerdotes y los guardias del Templo comenzaron a gritar: ‘¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!’ Pilato contestó: ‘Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, pues yo no encuentro motivo para condenarlo’. Los judíos contestaron: ‘Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, pues se ha proclamado Hijo de Dios…’. Pilato todavía buscaba la manera de dejarlo en libertad. Pero los judíos gritaban: ‘Si lo dejas en libertad, no eres amigo del César; el que se proclama rey se rebela contra el César.’’ Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús al lugar llamado el Enlosado, en hebreo Gábbata, y lo hizo sentar en la sede del tribunal. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: ‘Aquí tienen a su rey.’ Ellos gritaron: ‘¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!’ Pilato replicó: ‘¿He de crucificar a su Rey?’ Los jefes de los sacerdotes contestaron: ‘No tenemos más rey que el César.’ Entonces Pilato les entregó a Jesús y para que fuera puesto en cruz.
Los evangelios narran que Jesús fue despojado de sus ropas, que los soldados le pusieron una corona de espinas en la cabeza, lo escupieron y lo azotaron.
Luego le hicieron llevar su cruz a la cima de una pequeña colina en las afueras de Jerusalén llamada Gólgota, el lugar de la calavera o Calvario, porque las rocas tenían forma de calaveras.
En el Gólgota o Calvario fue crucificado entre dos ladrones y en la cruz colocaron un cartel que decía “Jesús de Nazaret, Rey de los judíos” en griego, latín y hebreo. Este escrito da origen a la sigla y expresión INRI. Según el Evangelio de Juan, los sumos sacerdotes de los judíos protestaron ante Pilato pidiéndole que cambiara la escritura: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este dijo: Yo soy el rey de los judíos’”. Pero Pilato no accedió a la petición con la conocida respuesta: “Lo que he escrito, lo he escrito”.
Según el evangelio de Lucas, uno de los ladrones crucificados con Jesús lo atacó diciéndole: “¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti y a nosotros!” Pero el otro crucificado le reprendió, diciendo: “¿No temes a Dios tú que estás condenado al mismo castigo? Nosotros, con razón, porque recibimos lo que merecemos por nuestras acciones; pero no hizo nada malo”... “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino.” Él le respondió: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Según un evangelio apócrifo, el buen ladrón se llamaba Dimas, considerado el primer santo del cristianismo, cuya fiesta se celebra el 25 de marzo.
Según los evangelios de Mateo y Marcos, antes de morir, Jesús gritó en voz alta “Eli , Elì , lemà sabachtàni” que significa “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Según Lucas, Jesús dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Según Juan, señaló: “Consumado es”. Y expiró.
En ese momento, según los evangelios, sucedieron cosas extraordinarias. Los sinópticos dan cuenta precisa de ello: “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo, y la tierra tembló, y las piedras se rompieron, y los sepulcros se abrieron, y muchos santos, los cuyos cuerpos reposaron, resucitaron y, saliendo de los sepulcros, después de su resurrección entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos” (27,51). Marcos: “Y el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo” (Mc 15,38). Lucas: “Y el velo del templo se rasgó por la mitad” (Lc 23,45).
Mateo y Marcos recogieron la expresión de un centurión romano que había visto la crucifixión: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios”. Y Lucas comenta: «Y todos los grupos que habían presenciado este espectáculo, considerando lo que había sucedido, volvían golpeándose el pecho» (Lc 23,48).
Después de que el cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz, José de Arimatea pidió a Pilato poder enterrarlo. Pilato aceptó. Entonces el cuerpo del Nazareno fue envuelto en una sábana y colocado en una tumba excavada en una gran roca, sellando la entrada con una gran piedra.
Cuando al amanecer del domingo María Magdalena y María, la madre de Santiago, corrieron al sepulcro para embalsamar el cuerpo, no lo encontraron. La piedra fue movida y el cuerpo desapareció.
El Viernes Santo se conmemora estos hechos relacionados con el día de la muerte de Jesucristo, quien según la enseñanza de la Iglesia católica entregó su cuerpo y derramó su sangre para la remisión de los pecados y la salvación de los hombres.