“Por qué no utilizamos más cerámica, más barro en nuestras vidas y dejamos un poco los plásticos que están contaminando muchísimo nuestro medio ambiente”, propone Ana María, de 63 años, una emprendedora senior desde sus redes sociales. La mujer fue directora de una escuela en los últimos 13 años en Bernal, localidad en la que vive, y antes de eso fue profesora de biología. Dice que nunca se había planteado qué hacer el día después de jubilarse. Pero una invitación a un taller de cerámica lo cambió todo. La llevó de manera inesperada por el camino del emprendedurismo para el que asegura que no hay edad. Su familia fue clave para lanzarse a un terreno desconocido.
“Hace dos años, cuando me jubilé, empecé a pensar qué era lo que podía hacer, ya que tenía mucho tiempo libre. Una persona conocida me invitó a ir a aprender cerámica. Fui a un taller de acá de Quilmes. Durante dos años y hasta el año pasado, estuve yendo a clases. Con mucho esfuerzo, y con lo que aprendí, pude comprarme un horno eléctrico para la cerámica y empecé a producir mis piezas de forma artesanal”, relata Ana María sobre el inicio de su aventura que lleva el nombre de Anna Pottery (@annapottery23).
La docente que se considera inquieta, siente que tiene entre sus manos, “un emprendimiento hermoso porque es creativo, te va quitando ansiedades. A mí por ejemplo, me ilumina, me genera distracción y no me hace pensar en otras cosas de la vida. Así empecé y sigo. Todos los días hago algo”, destaca. A diario, con la ayuda de moldes que le hace en yeso su marido o de forma manual, crea cuencos, tazas, jaboneras, mates, ensaladeras, coladores, floreros, porta velas, y más objetos de cerámica utilitarios, que pinta a mano, por lo que cada pieza es única. Al ver la producción, su familia empezó a ayudarla con temas que tanto no domina, como las redes. Un hijo le abrió la página de Instagram y empezó a subir fotos y videos. Y su nieta mayor, Valentina, la lanzó al desconocido mundo de TikTok. El logo se lo hizo la pareja de su otro hijo. Todo quedó en familia.
No es la primera vez que su familia la apoya en una actividad. Su profesorado de biología lo inició cuando sus hijos eran adolescentes. “Egresé con 42 años, ya grande, y luego hice la licenciatura en educación en la UNQ virtual y allí renuncie a mi trabajo”, resume Ana María, que hasta ese momento era empleada de una compañía telefónica. Recuerda esta época en la que sus propios hijos la ayudaban con las materias del profesorado porque muchos de los contenidos no los recordaba. “Es toda una linda historia”, recuerda.
Trabajar por placer
Ana María se considera tímida. Pero no tiene inconvenientes en promocionar sus cerámicas con videos propios o hablando a cámara. Su nieta Valentina le da letra para crear videos que sean divertidos y ella no duda en seguirle el tren. Así se la ve en el patio de su casa, en escenas cotidianas, con un marido que limpia la parrilla o removiendo la tierra de su árbol de paltas. “Soy jubilada y me divierto haciendo mis cerámicas. Soy jubilada y no me alcanza para pagar un plomero. ¿Miguel me arreglaste la canilla del baño?”, le dice a su marido. “Soy jubilada y es obvio que cuando necesito publicar algo en Instagram le pido ayuda a mi nieta”, que aparece en escena.
Dice que a sus 63 años del mundo digital entiende poco y nada. Y le sucede que llegan sus nietos y le dicen “abuela, pásame fotos”. Y una vez que lo hace le suben unos videos que le resultan espectaculares. Y ella, les pide que le enseñen a manejar esa tecnología. “Me dicen apretá acá, subí esto acá. Y no, no lo entiendo”, dice resignada.
La creadora de Anna Pottery decidió avanzar con su proyecto por placer necesitaba hacer algo placentero en su tiempo libre. Y lo deja claro: “No es para hacer dinero”. Que eso todavía no resulta porque se trata de una actividad con materiales costosos y todo lo que gana lo reinvierte en materiales. Cree que lo importante es empezar y en esta nueva faceta en la vida se siente muy bien con lo que hace. Al mismo tiempo, continúa con su capacitación.
Los días de feria
Las ferias es donde más vende. Ahora se está preparando para una de Quilmes, la Feria Cleta, que tiene fecha para el 7 de abril, donde se presentarán unos 90 expositores de diferentes rubros. “Es muy buena. Se hace al aire libre en el club Bernal. Y va muchísima gente. Se hace los sábados y la verdad que es una buena vidriera porque la gente puede ver tus piezas, estar en contacto, ver los materiales que uno utiliza. Y es mejor que una publicidad en Instagram o en TikTok”, destaca.
Ahí le compran de todo. Tazas, cuencos, jaboneras, floreros, organizadores de cocina. Puede llegar a vender unas 25 piezas. El año pasado también participó de muchas ferias de artesanos en el Colegio María Auxiliadora de Avellaneda. “En esa ferias tengo muchísima venta”, manifiesta. Los precios que pone a sus creaciones son accesibles, porque dice que no le interesa ganar mucho dinero. Sabe que hay muchas personas que se dedican a esto para llegar a fin de mes, pero que no es su caso.
Platos rotos
Ser ceramista no es una tarea sencilla. Desde el momento en que la invitaron a las clases, se enamoró de la actividad. La disfruta, pero eso no quita que al tratarse de piezas artesanales le genere mucha adrenalina “porque cada pieza que hacés es distinta a la otra. Al ser artesanal no hay dos piezas iguales. Porque capaz le pusiste más color a una que a la otra y cuando lo esmaltás y le das la segunda horneada te cambia todo”, explica.
Desde sus redes vende a todo el país y ya recibió un pedido desde Tucumán. Pidió seis bowls y un cuenco grande. “Fui a una empresa de encomiendas, temerosa, pregunté, y lo embalamos con mi marido. Y lo despachamos. A los dos días, él fue a retirarlo y me dijo ‘está hermosa su cerámica’”, recuerda con satisfacción. También le compran personas de la zona, que la conocen de las ferias.
Ana es de la personas que nunca se había dedicado a las manualidades. No le gustaba hacerlas. Ni de chica, ni de grande. Por lo que no sabe dibujar y asegura que se las ingenia como puede. Lo suyo es ensayo y error. “¿Sabés los platos que se me rompieron a mí de cerámica? Un montón. Un montón. Y estaban esgrafiados, hermosos. Los metí en el horno y se rajaron”, cuenta. También se detiene en la dificultad de hacer un plato artesanal. Que es difícil que quede plano. “Capaz hacés un plato, lo ponés en la mesa y baila”.
“Hay que ponerle garra, esfuerzo y no claudicar. Eso lo aprendí de mi hijo. A veces digo no vendo nada, no hago más cerámica. Y mi hijo me dice ‘Vas a claudicar con lo que te gusta?’ A la feria voy. No tengo ningún drama, pero ir a ofrecerlo a un bazar todavía no”, explica y la razón es su timidez.
La docente y artesana considera que no hay una edad determinada para emprender. En su caso, jubilada y con más de 60 años, la hace sentir activa. “Me genera mucha adrenalina, ocupo el tiempo en una tarea que me brinda placer, alegría y me ayuda a bajar unos decibeles. En la madurez ves las cosas con otra pasión, más relajada, no me siento obligada a realizar una actividad por obligación”, asegura.
Su sueño de emprendedora sería incrementar sus ventas, y que su trabajo sea más conocido y valorado por su calidad.