“Por fin cayó Romeo”, expresaron los viejos vecinos del country Carmel a este periodista al conocerse el reciente fallo de los jueces de la Sala II de la Cámara de Casación Bonaerense Fernando Mancini y María Florencia Budiño en el que revirtieron la absolución del Tribunal Oral en lo Criminal n° 4 de San Isidro dictada en 2022, y terminaron condenando a Nicolás Pachelo por el crimen de María Marta García Belsunce, ocurrido el 27 de octubre de 2002.
Pachelo había sido absuelto en esta causa en 2022 y al mismo tiempo sentenciado por el TOC N° 4 de San Isidro a nueve años y medio de prisión por una serie de seis robos que llevó a cabo entre 2017 y 2018 en el Tortugas Country Club, de Pilar, y en los barrios privados Abril y El Carmencito, de Hudson, Berazategui.
Pero los fiscales Patricio Ferrari, Andrés Quintana y Federico González que venían trabajando hace años en el expediente apelaron su absolución en el homicidio de la socióloga porque estaban convencidos de que Pachelo la había asesinado con seis disparos de un arma calibre 32.
Cinco de ellos se incrustaron en su cráneo, y el restante –el famoso pituto- fue encontrado en el piso del baño -donde yacía la víctima semisumergida en la bañera- por Juan Hurtig, uno de los hermanos de María Marta, quien terminó arrojándolo en el inodoro, y luego a su pedido, fue buscado y hallado en el pozo ciego de la vivienda.
Romeo y Julieta habían bautizado a Pachelo y su mujer de entonces Inés Dávalos Cornejo el resto de los vecinos de Carmel. Así decidieron llamarlos para referirse a ellos en clave cuando se los veía juntos moverse dentro del country. Habían sucedido una serie de robos a casas vecinas y la gente de allí estaba convencida de que él era el autor por su actitud sospechosa y porque iban reuniendo pruebas al respecto.
En una oportunidad a tres vecinos diferentes les faltaron de sus casas palos de golf, y luego se comprobó que él los había dejado en consignación a nombre de Nicolás Ryan –para disimular registró el apellido de Silvia, su madre- para la venta en un local de Costanera Norte. Pusieron en marcha un seguimiento y se lo pudo ver por intermedio de las cámaras de seguridad entrar con los palos y salir sin ellos del establecimiento.
Luego a otro propietario le faltó una computadora portátil, los robos se fueron sucediendo hasta que a María Marta García Belsunce y a su marido, Carlos Carrascosa les faltó su perro labrador llamado Tom. Al otro día sonó el teléfono de su casa y le pidieron cinco mil pesos por el rescate. Luego le llegó un mensaje anónimo. María estaba convencida de que había sido Pachelo. Le tenía terror porque estaba al tanto de sus antecedentes por hurtos cometidos en otros countries. Cuando lo veía, cambiaba su dirección para no cruzárselo.
Más tarde, ocurrido el crimen, en el expediente prestó declaración el cuidador de perros Florindo Cometto. Sostuvo que en esa época Pachelo le llevó un perro de idénticas características al de María Marta, que además tenía un corte en su cuerpo. La coincidencia fue total porque el de ella había sufrido un accidente cuando el jardinero de la familia lo lastimó al pasar la bordeadora en el jardín de la vivienda. Cometto agregó que como Pachelo nunca más lo pasó a buscar, al final lo regaló.
Por todos estos motivos se generó una reunión de consorcio evitando obviamente la presencia del vecino sospechoso. Y se resolvió que un empleado de seguridad lo siguiera en forma disimulada pero permanente a no más de veinte metros de distancia para tenerlo siempre bajo control. Curiosamente, el día del crimen de María Marta, el vigilador de apellido Villalba que debía monitorearlo fue derivado al country Martinica, situación que nunca se aclaró ni pudo saberse por qué recibió esa orden.
Por supuesto, hábil, sagaz y con “buches” –informantes- dentro del country Pachelo se enteró de inmediato de la medida y arbitró los medios para despistarlos. Por dentro se indignaba pensando que él pagaba con las expensas a gente que lo tenía que controlar. Los veía moverse con los walkie talkies, se molestaba cuando oía que repetían estar controlando a “Romeo y Julieta”, pero a la vez se les reía en la cara.
Siempre insistió con que él no la había matado, y desvió el foco hacia la familia de la víctima, que de entrada se convirtió en sospechosa producto del pésimo accionar del fiscal de la causa, Diego Molina Pico, que cuando acudió a la casa del crimen omitió ordenar la autopsia que hubiese determinado de inmediato que había sido asesinada.
Pachelo hasta disfrutaba de la confusión que llevó a Carlos Carrascosa, marido de la víctima, a la cárcel durante siete años hasta que logró su absolución, y a varios de sus familiares también, aunque luego todos lograron salir en libertad.
Para colmo, los informes psicológicos y psiquiátricos practicados a Pachelo que se fueron agregando en la causa eran contundentes. Según los especialistas en su adicción al juego se fundamentaría el motivo de sus continuos asaltos. En 2004 puede leerse un informe firmado por el reconocido perito Enio Linares, quien supo intervenir nada menos que en el juicio al odontólogo Ricardo Barreda, conocía perfectamente su psiquis y fue fundamental para aclarar los puntos oscuros relacionados con las víctimas del odontólogo, su propia familia.
Linares determinó que Pachelo padecía un trastorno de personalidad que databa de la niñez y continuará para siempre basado en simulación, mentiras y ocultamiento de identidad permanente.
Hasta su ex esposa dijo de él cuando declaró que era ladrón, mentiroso, violento y peligroso, y agregó que luego del divorcio la amenazaba, y cuando lo demandó por alimentos “casi me mata”, aseguró. Aunque siempre manifestó que no lo creía capaz de matar.
Los fiscales creen que sostuvo esto porque de esa forma no podrían bajo ningún punto de vista sospecharla como presunta cómplice, ya que vivía con él. Aunque su nombre siempre estuvo sobrevolando el expediente. Es más, el propio Horacio García Belsunce, hermano de la mujer asesinada, mostró en su momento un identikit que realizaron aquellos que creyeron ver una persona muy parecida a ella cuando concurrieron a la casa luego de enterados del crimen. La llamaron “La dama de rosa”, y lo hicieron circular por los medios y hasta en el programa de Mirtha Legrand.
Si bien Pachelo siempre se defendió con inteligencia, lo cierto es que cometió varios errores:
Mintió cuando afirmó que a la hora del crimen, 18.30 del 27 de octubre de 2002, se encontraba en el Paseo Alcorta en la Ciudad de Buenos Aires junto a su madre, Silvia Ryan –quien se suicidó en mayo de 2003-, comprando unos guantes del Hombre Araña para su hijo, ya que las antenas zonales correspondientes a su celular determinaron que se encontraba en Pilar.
Para su perjuicio en las cámaras de seguridad de Carmel se lo ve entrando a las 17.34 y yéndose a las 18.59. No es todo: A Pachelo, que vivía a menos de cien metros de la casa de María Marta, lo vieron a las 18.15 horas trotando a metros de la casa de ella, tres jóvenes vecinos, Pedro Azpiroz, Marco Cristiani y Santiago Asorey, que así lo hicieron saber tanto al comienzo de la investigación y décadas más tarde durante el juicio oral. Es más, uno de ellos aclaró que la llegó a ver pasar a María Marta en bicicleta rumbo a su casa.
Además se tuvieron en cuenta los dichos de dos mozos de una estación de servicio Esso –por entonces- de Pilar, cercana al barrio privado, que sostuvieron que el día siguiente al homicidio, Pachelo entró y les consultó si sabían algo de la mujer que mataron en el country cuando aún no se sabía que se trataba de un asesinato.
Los fiscales por otro lado consideraron otros detalles donde se detuvieron y consideraron muy importantes: No solo revisaron los expedientes de sus robos reiterados en countries de la provincia de Buenos Aires como fue detallado. También analizaron los que cometió en la ciudad de Buenos Aires en viviendas de amigos, a los que les sustraía las llaves cuando iban a jugar al fútbol. Por estos hechos Pachelo se sometió a un juicio abreviado y aceptó las culpas. Y además indagaron en los expedientes de los suicidios de sus padres, Roberto Pachelo y Silvia Ryan, porque les resultó sospechoso que ambos hayan decidido quitarse la vida.
Al respecto, Jacqueline Barbará, ex pareja de Roberto, su padre, en su momento dejó entrever que podría haber estado involucrado en su muerte, y contó que cuando era niño quiso incendiar la cuna de su hermano Francisco. Pachelo le respondió que su padre se mató, que constaba en la autopsia, y que ella y su padre no eran ningún ejemplo de nada.
Hoy, a la distancia, a veintiún años y cinco meses hay un hecho que resulta incontrastable, el que siguen contando hasta el hartazgo aquellos propietarios de casas de Carmel que se vieron afectados y fueron muchos: al poco tiempo del crimen de María Marta, Nicolás Pachelo vendió su casa rápidamente y, vaya coincidencia, se acabaron los robos.
Hoy a él solo le queda apelar esta nueva sentencia a prisión perpetua por “homicidio criminis causa agravado” –matar para ocultar otro delito- ante la Corte Suprema Bonaerense. Pero ya no cuenta con la sapiencia de su abogado, Roberto Ribas, que había logrado que no lo pudieran incriminar todo este tiempo, ya que el letrado falleció en el mes de enero. Ahora para defenderse dependerá de la credibilidad de sus dichos y de la habilidad de los nuevos profesionales que lo representan.