Los primeros casos fueron declarados en enero de 1871. Y pese a que se intentó ocultar, rápidamente se transformó en una violenta epidemia. La fiebre amarilla asoló a Buenos Aires, ciudad que ya venía de soportar una ola de casos de cólera.
Las condiciones de salubridad eran pésimas. Las calles sin pavimentar, terrenos y paseos se rellenaban con basura. Casi ni existía el servicio de aguas corrientes y la población consumía el agua de aljibes y pozos contaminada con sustancias orgánicas. La fruta permanecía días al rayo del sol y muchos obreros, que trabajaban en labores del puerto, vivían hacinados con sus familias en barracas de madera precarias. A este panorama se sumaban los conventillos, con sus piezas atestadas de inmigrantes y los saladeros que arrojaban diariamente sus desperdicios al Riachuelo.
Los 160 médicos que se quedaron a combatir la epidemia no daban abasto para una ciudad de 200 mil habitantes. A mediados de marzo de 1871 el presidente Domingo Faustino Sarmiento y su vice Adolfo Alsina debieron dejar la ciudad, así como el gabinete, los senadores, diputados y la Corte Suprema de Justicia. Algunas figuras prominentes se quedaron, como fue el caso de Bartolomé Mitre que, junto a uno de sus hijos, terminaría enfermo.
José Roque Pérez se quedó en la ciudad y decidió poner manos a la obra. Mandó a su familia a un campo que tenía cerca de la ciudad de Rosario y él permaneció en la ciudad junto a sus dos hijos mayores. Lo primero que hizo, antes de organizar la atención a los enfermos y el combate contra la epidemia, fue encerrarse en su estudio y redactar su testamento.
José Roque Pérez nació en la ciudad de Córdoba el 15 de agosto de 1815, y luego la familia se mudó a la ciudad de Buenos Aires. Luego de su paso por el Colegio de Ciencias Morales, el 1 de junio de 1839 se recibió de abogado con la tesis “Privilegios que otorgan las leyes a las mujeres casadas”.
No tuvo un buen comienzo profesional, ya que el gobierno rosista lo designó defensor de Pobres y Menores y como censor de la Academia de Jurisprudencia, pero sus ideas iban a contramano y tuvo problemas por sus convicciones y se salvó de que, en castigo, no fuera enrolarlo en el ejército.
Tuvo la suerte que en la misma cuadra de la residencia familiar de la familia Pérez, vivía Felipe Arana, ministro de Relaciones Exteriores. Este lo defendió ante Rosas y consiguió que fuese empleado en su ministerio a comienzos de 1843.
Todo le costó al pobre Roque. Cuando pidió la mano de Carolina Achával y González, el padre no quiso saber nada y la petición se judicializó. Nuevamente, el propio Rosas avaló la unión al declarar sobre la honorabilidad de los Pérez, y los jóvenes se casaron el 28 de junio de 1843. El iba a cumplir 28 años.
Un año y medio después murió su esposa, dejándolo con una criatura de cinco meses, al que bautizaron como Roque Lucio. El 3 de febrero de 1848 se casó con Mercedes Arana, la hija de Felipe. Formaron una familia con nueve hijos.
Cuando cayó Rosas, fue designado ministro de Relaciones Exteriores y en ese mismo año se le encargó la redacción del código civil, comercial y criminal.
Cuando ya las diferencias entre los porteños y Urquiza habían llegado a un punto sin retorno y se produjo la revolución del 11 de septiembre de 1852, Pérez fue señalado como simpatizante de Urquiza y debió refugiarse en Montevideo, de donde regresó en noviembre luego de que Valentín Alsina otorgase el perdón a los exiliados.
Rechazó puestos en el Gobierno y en la Justicia y se dedicó al ejercicio de su profesión, especialmente el derecho penal. Se propuso trabajar para zanjar las diferencias políticas y trabajar por la unión en tiempos en que el país estaba partido al medio, entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina.
El 11 de diciembre de1857 fue uno de los impulsores de la fundación de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, que agruparía a las logias masónicas del país. Uno de los fundadores del Supremo Consejo grado 33º para la República Argentina en 1858, fue su primer Gran Comendador y fue Gran Maestre de 1867 a 1870.
Tuvo mucho que ver en la fundación de la escuela para no videntes y del asilo de mendigos y, como masón, se involucró en la ayuda a los damnificados por el terrorífico terremoto que casi borró del mapa a la ciudad de Mendoza en 1861.
También tuvo que ver en las negociaciones de paz en el marco de la guerra contra el Paraguay, coordinó campañas de ayuda al pueblo de ese país, devastado por el conflicto, y no se mantuvo ajeno a la atención de los heridos e inválidos que regresaban de los campos de batalla.
Ocuparía cargos y funciones de importancia. Fue convencional en la Constituyente en la reforma de la Constitución en 1860, fundador del Colegio de Abogados y presidente de la comisión de escuelas de Catedral al Sud; fue director del Banco de la Provincia de Buenos Aires y en 1869 presidente de la Municipalidad.
El 11 de noviembre de 1862 falleció su esposa a los 44 años y su madre Sebastiana quedó al cuidado de los hijos aún pequeños. Sin embargo, la mujer murió nueve meses después. Entonces reemplazó a su madre Vicenta Pérez, su hermana soltera, pero también falleció a los cinco meses.
Cuando la epidemia de fiebre amarilla era incontrolable, se convocó el 14 de marzo a una asamblea en las escalinatas de la catedral, en la plaza de Mayo.
Roque Pérez fue aclamado presidente de una Comisión Popular de Salud Pública, que se había creado a las apuradas por la presión de miles de vecinos que pedían acciones concretas. El vicepresidente era el periodista Héctor Varela y la integraban, entre otros, el vicepresidente Adolfo Alsina, Mariano Billinghurst, Adolfo Argerich, Emilio Onrrubia, Matías Behety, Carlos Guido Spano y el ex presidente Bartolomé Mitre, que terminaría enfermo, como su hijo Bartolito.
Aún no se sabía que el agente transmisor de la enfermedad era la hembra del mosquito aedes aegypti. Por eso lo que se hizo fueron fogatas en las calles para purificar el aire con el humo; se blanqueaban las paredes de los frentes de las casas y se desinfectaban las letrinas.
Su papel quedó inmortalizado en el cuadro de Juan Manuel Blanes cuando con el médico Manuel Gregorio Argerich concurrieron a un conventillo de la calle Balcarce y se encontraron con un panorama desolador. Una mujer yacía muerta en el piso y su hijo pequeño pugnaba por tomar de su pecho. Algunos aseguran que la escena en realidad no existió, pero fueron situaciones que en esas semanas se repetían.
Lo que sí fue cierto es que Roque Pérez ya estaba contagiado de la enfermedad. Falleció a las siete y media de la mañana del 26 de marzo de 1871. Si bien se conoció enseguida la triste noticia, recién una semana después los diarios publicaron su necrológica.
Con sus hermanos había comprado campos en la zona de Lobos. El 21 de septiembre de 1884 llegó por primera vez el tren a un paraje perdido en el entonces partido de Saladillo, en el que viajaba el gobernador bonaerense Dardo Rocha y preguntó cómo se llamaba el lugar.
No tenía nombre y algunos propusieron el de Juan Espelosín, quien había donado las tierras para el tendido de vías y que siempre contribuía al desarrollo de la comunidad. Sin embargo Espelosín se negó y propuso el de José Roque Pérez, que tanto había hecho por el país, si hasta había sacrificado su propia vida.