“Llevo más de 10 años viajando por lugares no típicos pero este país es el más extraño de todos”, admitió Maximiliano Bagilet, un rosarino de 35 años quien desde hace unos días se encuentra de vacaciones en un destino que fue considerado como el más sangriento y peligroso del mundo por octavo año consecutivo.
Desde Buenos Aires, las dos maneras más convenientes para llegar a Afganistán son haciendo escalas en San Pablo y Etiopía, o viajando hasta Dubai, para luego tomar un vuelo directo hacia la capital de este país montañoso sin salida al mar ubicado en el sur de Asia.
“Siempre repito una frase que dice ‘viajo con la cabeza abierta, la boca cerrada y dejando la ideología en casa’. Es mi frase de cabecera”, admite Maxi a Infobae debido a que los países que más le atraen visitar son los que ideológicamente están distantes de su pensamiento liberal, sobre todo por el trato que les dan a las mujeres.
Ingresar a Afganistán fue una ardua travesía. Maxi lo hizo a pie desde la frontera con Pakistán y cuando pasó por Migraciones se llevó una gran sorpresa: “Me dijeron que soy el primer argentino que ingresó al país por ese paso fronterizo en los últimos cinco años”.
Desde allí tomó un taxi hasta Kabul. Para recorrer esos 150 kilómetros tardó siete horas debido a los “checkpoints” (puntos de requisa a los viajeros) que realizan los talibanes, quienes están a cargo del gobierno desde hace dos años y medio tras un sangriento golpe de Estado.
“Afganistán ahora se llama Emirato Islámico de Afganistán y no está reconocido por casi ningún país. Solamente lo reconocen los Emiratos Árabes y Pakistán. Aplicar a la visa de turista es muy complicado por lo que tuve que viajar hasta Pakistán y tramitarla en la Embajada de Afganistán que hay en ese país”, explica el rosarino.
Para él, transitar por las rutas afganas es como contemplar un museo de guerra al aire libre: asfaltos dinamitados, tanques de guerra incendiados y helicópteros derribados forman parte del paisaje. “Son de la época de cuando los soviéticos perdieron la guerra con los talibanes, en 1979. También hay mucho armamento y vehículos de la OTAN, que se vio obligada a abandonar Kabul, en 2021″, explica. “Por eso, uno de los atractivos turísticos, por ejemplo, es parar con el auto a sacarte fotos con esos tanques”, asegura.
Pero lo que más le llama la atención es ver que los comerciantes ofrecen en sus negocios la ropa de los soldados, su equipamiento y hasta su comida. Se trata de material saqueado hasta por los civiles en ese momento de caos. “Es muy gracioso entrar a los locales y que te vendan ropa norteamericana, energizantes Red Bull o Monster, suplementos dietarios, Coca Cola o Fanta”, ejemplifica. En contraposición, advierte que “los talibanes ahora se mueven en camionetas Hummer y disponen del arsenal más importante de la región”.
De hecho, cuenta Maxi, “es muy común ingresar a un restaurante y ver que los talibanes apoyan sus fusiles arriba de la mesa como si nada”. Sostiene que la población “vive en alerta permanente” y que por eso es necesario contar con acceso a Internet para estar bien informado.”Hay que andar con mucho cuidado porque el peligro es inminente y la situación cambia segundo a segundo. Sigo con atención los portales de noticias internacionales porque te pueden cerrar la frontera de un momento para el otro y quedar atrapado”, señala.
El hotel donde permanece alojado el rosarino es el segundo más grande de Kabul. “Tiene 90 habitaciones y solo somos dos: una china y yo”, cuenta sobre el poco movimiento turístico que hay en el país.
Actualmente, el 90% de los ingresos de Afganistán provienen del opio que exporta al mundo. “Ellos tienen dos vías de ingreso de divisas. La legal, que es venderle a las industrias farmacéuticas; y la ilegal, que es venderlo a los narcotraficantes. Es por eso que acá hay mucha gente adicta al opio y las calles están minadas por gente pinchada con opio, que fuma opio o toma té de opio. Parecen zombies”, describe.
La ausencia de mujeres y niños también le llama la atención. Dice que solo se cruza con menores sumergidos en la pobreza extrema que piden limosnas. El resto queda al cuidado de sus madres y prácticamente no salen de sus casas. “Ellas tienen prohibido trabajar y estudiar. Los únicos que pueden tener vida social son los hombres. Pero por orden del gobierno nadie puede escuchar música ni participar de fiestas”, aclara.
Para recorrer la ciudad de manera segura, Maxi contrató a un guía afgano y opta por lucir la vestimenta local. “Me compré mi gorrito pashtun, que es el típico que usan los talibanes, más el pantalón y la camisa para pasar un poco desapercibido”, cuenta.
Prefiere evitar los sitios multitudinarios, por ser “blancos de ataques y atentados”, y lanzarse a conocer las bellezas naturales del país. Por eso, días atrás viajó a Bamiyán, que está a tres horas de Kabul y solía tener unos budas gigantes tallados en piedra, dañados por los conflictos: “Eran patrimonio de la UNESCO y ahora los están reconstruyendo”.
También visitó Mazar-e Sarif, la cuarta ciudad más grande del país que es conocida por su magnífica mezquita azul y la tumba del primo de Mahoma. Es considerada uno de los santuarios más sagrados de Afganistán.
No es la primera vez que Maxi elige pasar sus vacaciones en un país marcado por la postguerra. Estuvo en Kosovo, Siria, Irán, la Franja de Gaza, el Congo, Sudán, Osetia del Sur (un estado que le fue anexado a Rusia y está en disputa) y Nagorno (territorio reclamado por Armenia y Azerbaiyán), entre otros.
“Conocí antes Irán que Madrid”, bromea Maxi, sin faltar a la verdad. Si bien tuvo la oportunidad de conocer Estados Unidos y varios países de Europa por su profesión, cada vez que elige viajar opta por destinos que no están recomendados para el turismo para desarrollar su principal hobby: la fotografía.
Maxi es Licenciado en Administración por la UNR y Máster en Finanzas por la Universidad Austral. Tiene más de 15 años de experiencia en el sector financiero, el mercado de capitales y el agro. Durante siete años trabajó para una empresa francesa como trader en el sector agropecuario en Argentina, México, Suiza y Colombia. Y desde 2020 se desempeña como Commercial Team Leader en una compañía bursátil rosarina. Participa en política y es becario del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
“Elijo conocer estos lugares por una cuestión de edad y porque todavía tengo salud. Siento que es el momento para hacerlo y Afganistán es un destino que siempre quise conocer. No vine antes porque no estaban dadas las condiciones para hacerlo. Ahora pude cumplir mi sueño”, admite sobre este peligroso, pero fascinante destino que lo hospedará durante varios días más.