Y Edmundo Ramos hizo la luz. Ya contó, hace algunos meses, cómo logró hacer funcionar a su camioneta con basura. Como un alquimista en busca de la fórmula del oro perfecto, o un inventor que persigue la máquina de movimiento continuo, el ingeniero argentino intenta reemplazar las energías no renovables. Ahora fue por más, y consiguió que su método de generar gases con basura hicieran arrancar a un generador y así crear energía eléctrica.
“Estoy muy entusiasmado con este último experimento. Me impulsó un vecino que tiene un motogenerador. Me pidió que le hiciera un gasificador y se lo hice, filmé un video y ¡pum!, explotó en las redes”, cuenta desde la localidad cordobesa de Anisacate, donde vive junto a Fabiola, su esposa.
Igual que con su camioneta a “gasura” -un neologismo de su autoría que mezcla las palabras gas y basura-, nunca imaginó que su idea pudiera ponerse en práctica ya mismo, si no “para más adelante”, como dice. “Yo pensé que estaba plantando la semilla de un árbol del que nunca iba a ver el fruto, porque lo planteé para un futuro lejano, para cuando se acabara el petróleo, así no nos agarra desprevenidos. Tratar de anticipar un hecho inevitable que es la escasez y que exista una energía alternativa que no se acabe nunca y ayude a descontaminar el planeta”, sostiene.
En este caso, más que para dar luz o hacer funcionar los electrodomésticos del hogar de una ciudad, cree que su avance podría ser muy útil en pequeñas localidades alejadas de los grandes centros urbanos, que carezcan de conexión eléctrica y dependan de generadores que funcionan con combustible fósil.
Según el ingeniero e inventor, lo que hizo funciona: “alcancé a medir que se necesita consumir dos kilos y medio de residuos para generar un kilowatt hora. Un kilowatt hora es más o menos lo que utiliza una casa mediana, o dos casas chicas precisamente durante una hora. Me pareció interesante que con dos kilos y medio de basura uno pueda usar la heladera, el lavarropas, el microondas de una casa…”.
Por supuesto, Edmundo sabe que lo que él hace en su taller son los pequeños primeros pasos de lo que, en el futuro, puede ser una revolución. Y que los detractores abundan, siempre acodados a una barra imaginaria y juzgando el esfuerzo ajeno: “Hay gente criticona en todo el mundo, ¿no? Cuando ando con el auto a basura por el pueblo me dicen ‘eso es muy grande, muy aparatoso’. Yo les respondo que las primeras computadoras ocupaban el espacio de una habitación, y con el tiempo evolucionaron. Hoy una computadora entra dentro de un reloj. Y es un millón de veces más poderosa que las primeras. Esto es lo mismo. Siento que acabo de hacer la primera computadora y demostrar que se puede. Esto tiene que evolucionar, con el tiempo va a ser más poderoso y más pequeño”.
Hacer la América
Edmundo nació de forma casual en Nueva York, un lugar que solo conoció de paso. Su familia estaban circunstancialmente en esa ciudad de los Estados Unidos, cuando su mamá sintió las primeras contracciones. Pronto recaló en Argentina, específicamente en Lomas de Zamora, donde su infancia se tejió entre sus calles. Fue en el Colegio Industrial Luis A. Huergo donde comenzó a fraguar un camino que lo llevó a la Facultad de Ingeniería en 1976. Luego de cinco años, en 1981, se recibió.
La vida lo condujo a distintos rincones del país, trabajó en San Nicolás y en Jujuy, pero su espíritu inquieto y emprendedor lo impulsó a viajar al norte del continente y establecerse en Tijuana, México. Allí, cada día, cruzaba la frontera hacia San Diego, Estados Unidos, para desempeñarse en un campo de acción poco común y altamente lucrativo. “Estuve cuatro años trabajando como contratista e ingeniero eléctrico. En toda la ciudad había cuatro nada más. Era raro, pero me fue muy útil. Hacía lo que llaman ‘condo conversions’. Es decir, agarraban un condominio o un hotel, y lo transformaban en muchas propiedades, cada una con su título, y las vendían en forma particular. Yo tenía que hacer toda la instalación eléctrica del condominio. Eso me daba una gran ganancia. Y cuando hice una diferencia, volví…”, contaba.
En 2008 regresó a la Argentina, y con el dinero obtenido compró propiedades y logró vivir de rentas. Cuando alcanzó la tranquilidad económica se dedicó full time al primero de sus sueños: conseguir que un motor funcionara con basura.
La búsqueda de Ramos comenzó con una simple pregunta en el buscador de Google: “auto a basura”. Lo que descubrió, o más bien, lo que no encontró, fue revelador. Nadie había explorado aún lo que él tenía en mente, excepto por una referencia en Los Simpsons, una ironía que no pasó desapercibida para él.
A partir de ese momento, el proceso fue un torbellino de ideas, pruebas y fracasos. La creación del gasificador, el corazón de su invento, fue un desafío que lo llevó al borde de la rendición. En enero del 2018, con carbón de bellotas -que la gente de Anisacate tira como residuos- y un sueño en sus manos, se enfrentó al primer prototipo, sin imaginar las vueltas y obstáculos que el destino le deparaba.
“Durante casi dos años, luché por convencer a mi vehículo de que funcionara con ‘gasura’. Pero llegó julio de 2019 y tuve que rendirme. Reconocí que era un fracaso, una pérdida de tiempo y dinero”, confesaba Edmundo cuando le contó a Infobae sobre el camino que transitó hasta conseguir el resultado esperado. Desilusionado, se dejó caer en la cama, con la mente llena de dudas sobre el futuro del proyecto. “Estaba allí, contemplando el techo, pensando en cómo vendería el auto. Sentí que había llegado al final del camino. Guardé mis herramientas. Fueron doce años de sacrificios, recordaba cuando mi esposa me preguntaba ‘¿vamos a tal lugar?’ y yo le respondía que no, que estaba concentrado en mis intentos...”
El motor de la Ranchera se resistía a girar, desafiando todos los esfuerzos de Edmundo. Sin embargo, en ese momento crítico, una experiencia mística lo impulsó hacia adelante. “Escuché una voz, al principio creí que era la mía, que decía ‘cada fracaso es un paso más cerca del éxito’. Sabía que era algo común entre los inventores. Luego, la misma voz dijo: ‘esto es beneficioso para la humanidad’. Pero fue esa voz, por tercera vez la que me convenció de que no estaba solo: ‘Esto funcionará’”.
Y aunque le respondió “no voy a gastar ni un segundo de tiempo ni un centavo de mi dinero en algo que no sirve”, de repente, una energía inexplicable lo levantó de la cama. Edmundo interpretó la señal como una intervención divina. “Dije, ‘esto es obra de Dios’, y salí a encender el vehículo para demostrar que no funcionaba”. Lo que siguió fue algo extraordinario: con un gesto casi ceremonial, Edmundo giró la llave y el motor cobró vida con el combustible hecho de basura. “Como agradecimiento, pinté la frase ‘para Gloria de Dios’ en los costados de mi Ranchera. Algunos piensan que soy un pastor protestante, pero en realidad es un tributo al impulso final que recibí, cuando yo había dado por terminado el proyecto”.
Cómo funciona el experimento
Hacer funcionar este dispositivo, sin embargo, no es para principiantes. No se trata de tirar la bolsa con los residuos de nuestra casa y que se haga la luz. En primer lugar, la basura debe pasar por un proceso de carbonización. Y no todos los desechos son iguales: el papel producirá menos energía que un residuo sólido como las cáscaras de fruta o -como suele utilizar Edmundo- los restos de bellotas o cáscaras de nueces, que abundan en su localidad. Así, logra que los residuos carbonizados tengan una densidad específica para hacer óptimo el rendimiento del gasificador y la duración de la energía con el mismo volumen de combustible.
Una vez completado este primer paso, el cilindro más grande, se llena el gasificador -que en el caso de su camioneta tiene una capacidad de 60 litros- con la biomasa carbonizada y seca. Luego se cierra la tapa y por un agujero ubicado debajo, se prende fuego a la biomasa utilizando un soplete o un encendedor, asegurando una ventilación adecuada para mantener el proceso de combustión.
El calor generado por el fuego dentro del gasificador produce el gas, o en este caso, la gasura, compuesta principalmente por monóxido de carbono. Edmundo describe este proceso como una “bola de fuego” que alcanza temperaturas de casi 2000 grados Celsius. Luego, se inyecta agua al sistema para generar hidrógeno y oxígeno a través de un proceso de termólisis.
La gasura resultante, junto con cenizas y polvo, se filtra para evitar que las partículas lleguen al generador. Pero en el caso de un generador eléctrico, este proceso es más simple que en un auto. “Mi vehículo tiene un motor gigante, de 3,6 litros por ejemplo. El flujo del gas es muy intenso, y sale con polvo y ceniza. Ahí se necesitan tres filtros para que llegue bien limpio al motor. Pero este generador es de 196 centímetros cúbicos, entonces el flujo va a ser mucho menor y necesita un solo filtro, que hice con un balde de plástico de diez litros y goma espuma”, explica Edmundo. Una vez que el humo se vuelve transparente, el gasura está listo para usar
Hoy, a sus 67 años, Edmundo Ramos recorre las calles de Anisacate, un tranquilo pueblo cordobés, en su Ford Ranchera, la misma con la que recorrió todo el país con “gasura” como combustible. La frase “para Gloria de Dios” junto al nombre de sus redes sociales (@autoabasura, donde comparte gratis los planos de sus inventos) pintada en sus laterales es más que un lema; es un recordatorio de su viaje, lleno de desafíos y triunfos, y de la fuerza que lo impulsó a seguir adelante cuando todo parecía perdido.