“¡Hola Mariana! Estoy casi lista con las preguntas. Estuve este fin de semana trabajando y escribiendo para reflexionar. Escribí y tengo muy completo y contundente el texto. Ese voy a tenerlo como base.. por el idioma y para no perderme por el camino. Nos vemos mañana. Abrazo”.
Ya es casi la madrugada en Malmö, la ciudad sueca desde donde me escribe María Ester Ramírez. Hay cuatro horas de diferencia con Buenos Aires. Yo sigo con la fiaca del domingo mientras María vive las primeras horas del lunes con la cabeza focalizada en la charla que tendremos vía zoom varias horas más tarde. Me avisa que pensó en las preguntas que le compartí hace unos días, que ahora sí se siente segura, que escribió sus respuestas para no trabarse con el idioma. Es que María aprendió a hablar sueco a los 12 años, cuando finalmente la autorizaron a exiliarse, con sus hermanos Carlos y Mariano, luego de pasar más de seis años secuestrados en el Hogar “Casa de Belén” durante la última dictadura cívico-militar.
“A mis hermanos y a mí nos modificaron la identidad y estuvimos desaparecidos. Nos ocultaron de nuestra familia biológica con la complicidad del Tribunal de Menores N°1 de Lomas de Zamora, a cargo de la jueza Marta Delia Pons. En nuestro caso se evidencia cómo el Poder Judicial, la Iglesia y la sociedad civil tenían complicidad en la dictadura”.
María se conecta a la hora indicada. Ni un minuto antes ni un minuto después. Dice que en Suecia aprendió la rigurosidad y a cumplir con el reloj. Entre muchas otras cosas, porque llegó sin saber leer ni escribir. Adolescente y analfabeta.
“Soy sobreviviente del terrorismo de Estado en Argentina, junto a mis hermanos y a mi padre. Y el año pasado marcamos la historia del país. Tuvimos la fuerza Guaraní y el amor de nuestra madre Vicenta para levantarnos. Como familia, ‘los Ramírez’ nos propusimos buscar Justicia por mamá y contra los responsables del Hogar Belén. El juicio fue la vía para reparar tanto dolor, tanto daño. Incluso para mejorar nuestra salud. Teníamos que enfrentar el pasado oscuro...para que asome la luz. Nosotros somos la contraprueba de la Historia, la que demuestra que el amor es más grande que el odio. Soy y somos, como mi padre dice, un yaguareté, porque sabemos sobrevivir y resistir”.
María marca el ritmo de la conversación. Y elige empezar por el final: la condena a prisión perpetua que en mayo de 2023 los jueces José Michilini, Andrés Basso y Nelson Jarazzo impusieron a seis policías y a un ex ministro de Gobierno bonaerense por el asesinato y desaparición de su mamá ꟷVicenta Orrego Mezaꟷ y de otros compañeros de militancia ꟷJosé Luis Alvarenga, María Florencia Ruival, Pedro Juan Berger, Narcisa Adelaida Encinas y Andrés Steketeeꟷ durante dos procedimientos policiales en viviendas el 15 y 16 de marzo de 1977. A cinco años de prisión condenaron también a la secretaria del juzgado de menores que internó y retuvo a María y a sus hermanos en el Hogar Belén pese a los reclamos del papá, preso político entre 1974 y 1981.
Por unanimidad, el Tribunal declaró que “los hechos objeto de este proceso resultan constitutivos de crímenes de lesa humanidad” y, por mayoría, que “fueron cometidos en el marco del genocidio perpetrado en la República Argentina entre los años 1976 y 1983″. Los magistrados, además, formularon “como declaración de verdad” que “durante el alojamiento en el hogar Casa de Belén, entre el 14 de abril de 1977 y diciembre de 1983, Carlos, María y Mariano Ramírez fueron sometidos a condiciones de vida inhumanas, padecieron de manera sistemática y progresiva maltratos físicos, morales y psicológicos y abusos sexuales”. Tenían dos, cuatro y cinco 5 años.
El juicio “Hogar de Belén” se desarrolló en el marco de los juicios de lesa humanidad, que son procesos judiciales que buscan llevar justicia a las víctimas del terrorismo de Estado en la Argentina a partir de investigar la responsabilidad de integrantes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, de funcionarios judiciales, miembros de instituciones religiosas, de civiles o grupos empresariales en graves violaciones a los derechos humanos cometidas antes y durante la última dictadura cívico-militar. Como por ejemplo, secuestros, desapariciones forzadas, ejecuciones, torturas, apropiaciones y delitos de índole sexual.
El proceso de justicia por estos delitos comenzó con la vuelta de la democracia en 1983, pero se interrumpió durante casi 20 años por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos. Se retomó en 2001 y, según la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, desde ese momento se completaron 342 juicios con 1207 personas condenadas.
“El juicio fue un proceso muy reparatorio para mí. Sentí que la Justicia me escuchó respetuosamente. Al declarar sentí como mi muro interior cayó. Fue liberarme de todos los fantasmas. Fue muy significativo también para entender nuestra historia y poder armar por completo el rompecabezas de mi vida. El veredicto del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata fue histórico para nosotros y es un buen ejemplo a nivel internacional. El reconocimiento que los jueces hicieron de los sufrimientos en el Hogar y el hecho de que los califiquen como crímenes de lesa humanidad me impactó mucho. Era nuestro deseo y se cumplió. Eso tiene un enorme valor, me dio un fuerte impulso de vida. Y pudimos cerrar un capítulo doloroso para avanzar hacia el próximo capítulo: el renacimiento”.
María elige comenzar la charla por el final porque con ese final dio inicio a una mejor vida.
“Regresé a Suecia, después del veredicto, feliz y con alas de verdadera libertad. Con mucha inspiración, me transformé nuevamente en un huracán para dedicarme a las pinturas. Y mi hijo recibió una madre completa y alegre. Fue la primera vez que no sufrí de estrés. Anteriormente, cuando viajaba a la Argentina me enfermaba, como un post trauma. Pero esta vez volví a casa sintiéndome libre”.
Limbo
Tras la sentencia, María se reconoce nuevamente un huracán. Feliz. Un estado que recordaba y que atesoró bien profundo para lograr subsistir.
“Crecí en Iapi, un barrio muy humilde de Bernal Oeste. De mi infancia recuerdo que éramos una familia feliz y llena de amor. Tenía a mis hermanitos, amiguitos de la cuadra y un perrito blanco. Nosotros teníamos un almacén en nuestra casa y a mí me encantaban las golosinas. También recuerdo los bizcochuelos que mi madre hacía… ahora cuando hago bizcochuelos puedo sentir que estoy cerca de ella. Gracias al amor y a los recuerdos de mi mamá pude sobrevivir al Hogar de Belén y pude diferenciar el odio del amor”.
En realidad, la historia de la familia Ramírez comenzó unos años antes en Paraguay, en plena dictadura de Alfredo Stroessner. Allí se conocieron Julio Ramírez y Vicenta Orrego Meza. Se casaron por civil y decidieron viajar para instalarse en Buenos Aires. Militaban en la Juventud Peronista y acá nacieron sus tres hijos: Carlos en 1971, María en 1972 y Mariano en 1974.
“Cuando tenía dos años surgió el terror. En la madrugada nos despertaron de un ruido terrorífico. Fueron las fuerzas que vinieron a secuestrar a mi padre. Nos quedamos con mamá pero tuvimos que dejar nuestra casa por una cuestión de seguridad. Dejamos todo. Mi madre corría con nosotros tres buscando refugio”.
A Julio lo secuestraron el 13 de diciembre de 1974. Al tiempo lo legalizaron y quedó detenido en la Unidad Penal N°9 de La Plata en el pabellón de presos políticos. Mariano, su hijo más chiquito, había nacido en abril de ese mismo año.
“Mamá era peluquera y hacía un poquito de todo. Carlos dice que cuando nos quedamos solos mamá se puso a juntar botellas con un carro y que los vecinos nos ayudaban con comida. No teníamos muchos recursos económicos. Y nos íbamos moviendo. Estuvimos refugiados en una iglesia un tiempo, por ejemplo. Un cura nos ayudó. Hasta que lo mataron y tuvimos que seguir escapando. Todavía hoy tengo la secuela de que me persiguen, que alguien me va a atrapar. El ruido que hicieron cuando secuestraron a mi papá... me quedé traumatizada”.
En una ocasión, Vicenta y los chicos pudieron visitar a Julio en la cárcel.
“No tengo muy clara la cara de él, pero recuerdo las rejas, la policía que nos apuraban. Y ya en el exilio papá nos contó que le comimos el pollo. Mamá le llevó un pollo en esa visita para que comiera, pero nosotros se lo comimos. Le dejamos los huesitos”.
Se ríe con ganas. María tiene una risa osada, ruidosa, que muestra unos dientes blancos, blanquísimos, que se destacan en su cara de piel morena. La nariz recta, las cejas anchas y el pelo muy oscuro y largo, pero recogido para que su rostro quede libre. Me habla, la veo a través de la pantalla y pienso en Juana Azurduy.
“A finales de 1976 nos mudamos a una casita humilde en la calle Nother del barrio San José de Almirante Brown. Para esa época yo tenía cuatro años. El 15 de marzo de 1977 nos despertamos otra vez por los ruidos, estábamos rodeados porque las fuerzas de seguridad estaban afuera disparando hacia la casa. Las balas entraban a toda velocidad. Se veían las paredes de la casa agujereadas como un colador. Fue terrorífico, vinieron a matarnos directamente. Mamá nos abrazó fuerte a los tres y nos dijo que teníamos que cuidarnos entre nosotros y que no nos olvidemos que nos quería muchísimo. Puso un colchón en la ventana y así pudimos salir”.
Durante el juicio atestiguaron vecinos que vieron la balacera. Algunos tenían 10 años en aquella época y sus testimonios fueron clave para poder reconstruir el operativo.
“Vicenta mostraba y agitaba un trapo blanco para que cesaran los disparos. En ese momento, un efectivo que estaba apostado allí recibió a sus hijos. Seguidamente, condujo a Vicenta unos metros más adelante y, de manera totalmente intempestiva e injustificada, sin haber hecho ella ningún tipo de movimiento, le disparó en la cabeza a muy poca distancia, provocando su muerte de inmediato. Todo esto ocurrió frente a sus hijos e hija”, sostuvo la fiscalía en el alegato de acuerdo al relato de dos vecinos, testigos presenciales.
Carlos tenía cinco años, María cuatro y Mariano dos. Ninguno recuerda el asesinato de su mamá.
“Seguí escuchando tiros cuando salimos de la casa, pero jamás pensé que la habían matado. Siempre me negué a que la habían matado, siempre he vivido con el deseo de encontrarla. Por eso fue bastante pesado enterarnos en el juicio. Pero también muy importante y valioso que los testigos comentaran. Porque nosotros éramos muy chiquitos, no podíamos ver estas cosas. Ellos detallaron bastante bien lo ocurrido. Lo que pasó ahí a ellos les ha perjudicado la vida, porque lo que vieron fue muy fuerte. Y eso hizo que nosotros podamos armar nuestro rompecabezas al final. No se puede vivir sin ese pedazo, nos pesaba mucho”.
En el mismo operativo asesinaron a dos compañeros de militancia, José Luis Alvarenga y Maria Florencia Ruival. Sus cuerpos fueron reconocidos luego de muchos años. El cuerpo de Vicenta nunca se encontró. Vicenta es una desaparecida.
“Unos vecinos nos cuidaron durante una semana, con custodia policial en la puerta, y después nos dejaron en el Tribunal de Menores de Lomas de Zamora que conducía la jueza Marta Delia Pons, donde informaron quiénes éramos, que teníamos familia biológica y lo ocurrido en el operativo”.
Una tía de los hermanitos ꟷLuci, hermana de Julio Ramírez que continuaba presoꟷ viajó desde Paraguay a buscar a sus sobrinos. Habló con la jueza, reclamó. Nunca la escucharon.
Pons mandó a los tres chicos al Hogar Casa de Belén, que acababa de abrirse en una casita en la calle Pueyrredón 1651, en Banfield. La institución se conformó como asociación civil a cargo de un matrimonio ꟷDominga Vera y Manuel Maciel (ya fallecido)ꟷ y con el visto bueno del Santuario Basílica Sagrada Familia de Nazareth. A partir de ese día, Carlos, María y Mariano vivieron una nueva y verdadera pesadilla.
Infierno
“Fuimos los primeros niños que llevaron al Hogar. Con el tiempo llegaron otros cinco niños. Manuel Maciel era militar y albañil. Y con Dominga tenían tres hijos ꟷSandra, Patricia y Jorgeꟷ, un poco más grandes que nosotros. Manuel y Dominga nos obligaban a llamarlos mamá y papá a través de la violencia. Nos torturaban para saber si teníamos recuerdos de nuestros padres, querían borrarnos los recuerdos, y para que no salgamos como nuestros padres. En guaraní decían que éramos hijos del diablo. ‘Añamengui’ nos decían”.
En el Hogar Casa de Belén los hermanos Ramírez fueron rebautizados y renombrados Maciel, con respectivos padrinos militares. El padrino de Carlos, por ejemplo, era un cadete que lo llevaba a la ESMA.
“En el Hogar Belén me sentía enterrada viva. Primero con el cambio de apellido. Yo pensaba que mi mamá no me iba a poder encontrar. Manuel me decía que mi papá era un terrorista, que por eso estaba en la cárcel, y que mi mamá era una prostituta que nos había abandonado. Lo único que dijo que tenía razón era que mi papá estaba en la cárcel, ese recuerdo lo tenía pero era muy niña para saber por qué estaba en la cárcel. Lo de mi mamá era pura mentira. Mi mamá siempre estuvo al lado nuestro, con mucho amor, y jamás nos hubiera abandonado. Ahí entendí que Manuel mentía”.
Durante el juicio, Carlos, María y Mariano relataron las torturas, los maltratos, los abusos y privaciones. Cada día, todos los días, desde abril de 1977 hasta diciembre de 1983, cuando los abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) –con Emilio Mignone a la cabeza– lograron elevar el caso a la Corte Suprema de Justicia y, finalmente, se habilitó que los hermanos se reunieran con su papá Julio, exiliado ya en Suecia.
“Las torturas eran sistemáticas y tenían un objetivo: la destrucción de nuestras raíces. Nos hacían comer con los perros, nos hacían bañar con agua helada, pasar hambre…y sufrimos abusos sexuales para rompernos aún más. Los compañeros militares de Manuel venían al Hogar para abusar sexualmente de nosotros. Hacían reuniones por las noches. Esas noches eran terroríficas. También sufrí abusos sexuales de parte del hijo de Manuel cuando fue adolescente. Dominga sabía que su marido y su hijo nos abusaban sexualmente, pero igual venía con la percha y nos pegaba. ‘Que sos una puta’, decía. Manuel me había advertido que si quedaba embarazada tenía que echarle la culpa a otro niño. Lo confronté y le dije que no y no. Ese día se enfureció, me agarró de los pelos y me trató de ahogar en el inodoro. Después me mostró todas las armas que tenía. Me puso un revólver en la cabeza y disparó. No me puedo olvidar el sonido del clik. Me dijo que yo iba a morir como mi mamá. Él siempre mentía, pero quizás sabía lo que había pasado con mi mamá. Después del juicio lo pienso…”
La articulación con la Iglesia no se supone. El rebautismo y que los domingos el matrimonio Maciel con sus hijos y los chicos y chicas del Hogar Casa de Belén asistieran a misa son algunos de los vínculos católicos.
“Los domingos íbamos a la iglesia. Siempre bien peinados como muñecos y con la mirada hacia abajo. Estaba prohibido mirar a alguien a los ojos o hablarle. Una vez, sin embargo, le pedí ayuda al cura. Le comenté sobre los abusos. Pero el cura me traicionó y llamó a Manuel. Ese día me torturó tanto... pensé que iba a morir. Y me dijo ‘para que recuerdes que no vas a salir de aquí’. Fue muy muy fuerte ese día”.
En la actualidad el Hogar Casa de Belén pertenece al organismo local de Niñez y aloja a más de 20 criaturas. En el veredicto, el Tribunal dispuso poner en conocimiento del gobierno provincial la solicitud de la Unidad Fiscal para que se afecte como espacio de memoria. Cuando eso suceda María donará sus cuadros al lugar.
Paraíso
Porque María pinta. Se formó como enfermera cuando creció en Suecia y trabaja en una clínica, pero sobre todo María pinta.
“Nos costó muchísimo ser una familia en Suecia por los traumas que habíamos pasado. Éramos niños, no comprendíamos el idioma, el por qué de lo que nos pasó, ni nuestra historia. No entendíamos por qué nuestra madre estaba desaparecida. No era fácil… no era fácil sentirse verdaderamente libre. El exilio además fue muy complicado y doloroso para mí porque sentía culpa de abandonar a mi madre al viajar a otro país. Mi deseo fue siempre volver a verla… desde el último abrazo que nos dimos en el terrorífico operativo. Entonces, cuando llegué a Suecia perdí la conexión con mi madre y eso me hizo sentir en completa soledad y oscuridad”.
Antes de salir del Hogar, Manuel Maciel asestó el toque de gracia. Como si no hubiera sido suficiente, como si quedara algo de María por romper.
“Manuel me amenazó de muerte y me dijo que si hablaba con alguien nos iban a matar ‘donde sea, porque tenemos gente por todas partes del mundo’. Esa amenaza me la llevé conmigo hasta que pude pintar y combatirla”.
A los 25 años María se inscribió en una escuela de pintura. Hizo una prueba y entró. Recuerda que se sentía entusiasmada por comenzar una actividad que le gustaba. El primer ejercicio de la primera clase fue mirarse en un espejo y dibujar un retrato.
“No me gustaba mirarme en espejos, pero con ese retrato me di cuenta que el pasado me había atrapado. Había dibujado una expresión muy fuerte. El profesor me preguntó dónde estaba la sonrisa de María. La sonrisa mía se fue”.
La segunda consigna fue dibujar un grupo de personas. Entonces María dibujó el Hogar Belén y por primera vez se escuchó decir en voz alta: “Acá he vivido casi siete años”. Y así con el tercer lienzo, y con el cuarto y con los infinitos que siguieron. Porque pintar fue para María el modo de ponerle trazos y palabras al horror, al abismo. Su exorcismo.
“Nunca antes había hablado, por el miedo y las amenazas. Pero al pintar me sorprendí a mí misma y elegí ese camino para combatir cada demonio. Me desahogaba. Sentía que al hacer algo concreto con mis recuerdos, limpiaba y liberaba mi alma. Por otro lado, las pinturas formaron una plataforma para que con mis hermanos pudiéramos hablar sobre el pasado junto con nuestro padre”.
Manchas que viven y ayudan a vivir. Que abren una grieta para que el sufrimiento drene y no devore más por dentro.
“Como no podía dormir, cuando empecé a ir a las clases me puse a pintar de noche. Pintaba como cuatro horas por las noches. Era como combatir los fantasmas con los pinceles, como si fueran mis espadas y ahí me podía dormir. Cada noche era lo mismo. Y no era una sola pintura. Hacía miles de ‘Manueles’ y los quemaba en el basurero. Tenía que repetirlo”.
Hoy María pinta otros cuadros. Usa otros colores. El arte ahora acompaña su renacer.
“Cuando retomé la pintura en Suecia, atravesado el juicio, noté una diferencia. Ya no soy una víctima como antes, hoy tengo el control y uso nuevos colores que expresan un nuevo sentido. ¡Y duermo como una reina! Sin ninguna pesadilla. Al fin puedo dormir. Y eso tiene que ver con que se hizo justicia. Llegué al paraíso cuando se hizo justicia. Los juicios por crímenes de lesa humanidad son reparatorios para las víctimas y muy importantes para la historia argentina”.
Sonríe. Deja asomar una mueca dulce. Se saca los anteojos, se refriega la cara, suspira largo y hondo. Parece agotada. Exhausta. Fueron dos horas de entrevista, de escarbar en la llaga. Adrede, con intención.
- ¿Por qué hacés esto, María? ¿Por qué seguís contando tu historia con lo mucho que duele?
- Es mi responsabilidad que lo vivido se sepa. Es mi aporte a la historia de mi país. Porque es como un rompecabezas, y todavía hay niños que no están ubicados y todavía falta recuperar cuerpos. Nosotros no sabemos dónde está el cuerpo de mamá, por ejemplo. Un pueblo que niega o no conoce su historia no tiene esperanza y corre el riesgo de volver a los días más oscuros. Pero un país que rechaza el horror, que hace justicia y castiga a los responsables, permite renacer con fortaleza. Yo salí del Hogar Belén como ceniza, y de las cenizas me levanté para buscar Justicia y decir Nunca Más. Nunca, pero Nunca más.