Juan Domingo Perón asumió la presidencia de la Nación, por tercera vez, el 12 de octubre de 1973. El 23 de septiembre de ese año había ganado las elecciones presidenciales con el 62% de los votos. Antes de asumir, el Presidente había comenzado a padecer graves problemas de salud. La delicadeza de su estado obligó a sus médicos de cabecera, los doctores Pedro Cossio y Domingo Liotta, a establecer una guardia médica permanente. Para cubrir las 24 horas del día, se organizó un grupo de médicos y enfermeras, que lo acompañó hasta sus últimos días. Entre ellos, estaban la enfermera Norma Bailo y el cardiólogo Carlos Garbelino, que más tarde también integraron el equipo médico de Isabel Martínez de Perón y estuvieron a su lado hasta que la entonces Presidente de la Nación fue detenida, el 24 de marzo de 1976 por los militares que dieron el golpe de Estado. Bailo y Garbelino cumplían funciones estrictamente profesionales -el cuidado de la salud del matrimonio presidencial-, pero esa tarea los llevó a la cercanía del poder, en momentos políticos críticos para la historia del país.
La enfermera de la Presidente
Norma Bailo nació en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, en 1940. Vivió allí hasta los 5 años, cuando se mudó con sus padres a Capital Federal, donde transcurrió el resto de su infancia. Años más tarde, la familia se instaló en Lomas de Zamora, donde Norma estudió, se casó y tuvo dos hijos varones. Enfermera con especialización en cardiología, comenzó a trabajar en las guardias del Hospital Italiano. Allí le ofrecieron formar parte de las guardias médicas del general Perón. “Inmediatamente dije que sí, sin preguntar nada, y a los tres días ya estaba trabajando en Presidencia”, recuerda Bailo. El 1° de julio de 1974, la salud del General empeoró y la enfermera, junto al equipo de profesionales, participó activamente de las acciones intentadas para revertir la situación. “Trabajamos durante tres horas haciendo las maniobras de resucitación, que comenzaron a las 10:15″, recuerda. Tanto Isabel como los ministros del gabinete nacional, “rezaban para que lo saquemos”, sigue diciendo. Cerca del mediodía, rememora Bailo, los médicos informaron que ya no había nada más que hacer. “Ahí me desarmé y me puse a llorar”, dice, sobre el momento del doloroso desenlace. Tiene en su retina el instante en que Isabel desde la quinta de olivos, lee el legendario discurso anunciando la muerte del General: “Con gran dolor debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol de la paz y la no violencia. Asumo constitucionalmente la primera magistratura del país, pidiendo a cada uno de los habitantes la entereza necesaria, dentro del lógico dolor patrio, para que me ayuden a conducir los destinos del país hacia la meta feliz que Perón soñó para todos los argentinos”.
Después de la muerte de Perón, desde Presidencia convocaron a todo el grupo médico del General para que continuara sus funciones con Isabel. Su estado de salud era estable, el de una persona sana, que sólo sufría de baja presión, dice Bailo. “Por eso más que nada era acompañarla, estar con ella, y que pasara esos difíciles momentos más tranquila”, cuenta Bailo. Isabel tenía una rutina de caminatas por la quinta, que cumplía acompañada por su enfermera. Los primeros diez meses después de la muerte de Perón, la salud de Isabel se mantuvo estable, pero a partir de junio de 1975, después del Rodrigazo y de la crisis militar de agosto de ese año, cuando los militares golpistas le impusieron la designación de Jorge Rafael Videla al frente del Ejército -en reemplazo del general Alberto Numa Laplane-, su salud comenzó a deteriorarse y, debido al gran estrés que sufría, el equipo médico, comandado por el doctor Pedro Eladio Vázquez, le recomendó pasar una temporada de descanso en Córdoba.
Los días en Ascochinga
En septiembre, la Presidente solicitó licencia médica. El presidente provisional del Senado, Ítalo Argentino Luder, ocupó su puesto de forma interina. Junto al grupo médico que la secundaba, Isabel se dirigió a un predio de la Fuerza Aérea en Ascochinga, Córdoba, para tomar distancia de los problemas de la política argentina. Su grupo médico, formado por el doctor Garbelino y la enfermera Bailo, viajó con ella: “Fueron días tranquilos, en los que salíamos a caminar y jugábamos a la canasta”.
Allí, Isabel fue acompañada -en realidad “vigilada”- por las mujeres de los comandantes militares, Videla, Emilio Massera y Héctor Fautario. Al cabo de un mes, la Presidente regresó a sus funciones, un 17 de octubre, cuando habló ante la multitud que se había reunido en Plaza de Mayo.
En noviembre de ese año, un mes después de retomar la presidencia, tuvo una recaída por un cuadro de anemia y su salud se deterioró tanto que llegó a pesar 43 kilos. Su médico de cabecera, Pedro Eladio Vázquez, fue desplazado y, en su lugar, asumió el doctor Aldo Calviño, muy cercano a Lorenzo Miguel y a la UOM. La Presidente fue internada en la clínica de la Pequeña Compañía de Jesús, donde le confió a Bailo que estaba agotada y le costaba encontrar las fuerzas para seguir.
Un sector de la política, incluso del seno mismo del justicialismo, presionaba a la viuda de Perón para que renunciara, a pesar de la cercanía de la siguiente elección presidencial -adelantada para octubre de 1976-, lo que llevaría a una bordaberrización del gobierno. Pero Isabel se negó y los obligó a dar el golpe privando a sus autores del más mínimo rasgo de legalidad.
El médico de Isabel
Recibido en la Universidad Católica de Córdoba, el doctor Carlos Garbelino ingresó al Hospital Italiano, donde conoció a Domingo Liotta, ministro de Salud Pública de la Nación. Comenzó a trabajar con el General y Presidente cuando tenía apenas 24 años. En julio de 2021, habló por primera vez de forma pública sobre aquella experiencia en una entrevista con Infobae. Ahora, consultado sobre el período de la presidencia de Isabel, dice: “Después de la muerte de Perón, nos reunieron a todos en la residencia de Olivos, en un encuentro presidido por Isabelita, y nos entregaron a los médicos y a las enfermeras una medalla como recordatorio por la atención a Perón”, explica Garbelino. Ese día, también estaban presentes en la sencilla ceremonia el secretario de Deportes, doctor Pedro Eladio Vázquez, el jefe de la custodia del presidente, Juan Esquer, y los doctores Cossio, Liotta y Taiana. Al igual que Norma Bailo, cuando murió el General, a Garbelino le ofrecieron continuar al lado de Isabel. En coincidencia con el relato de la enfermera, afirma que la salud de Isabel era buena hasta junio de 1975 pero, después del Rodrigazo, su estado no volvió a ser el mismo. Garbelino también la acompañó durante la licencia médica en Ascochinga y recuerda que compartió una misa con la Presidente en las sierras. “Pero ella tenía un cuadro de salud emocional del que logramos que se repusiera”.
Sobre aquellos años, afirma: “A pesar de la grave situación del país, yo me quedé con Isabel hasta el 24 de marzo de 1976 y cumplí con mi deber”, aclara Garbelino.
Los días previos al golpe
En los días previos a que se produjera el golpe de Estado, era vox populi lo que iba a suceder, tal como recuerdan el médico y la enfermera. “Pero nosotros no nos quisimos ir”, subraya Garbelino. El 24 de marzo de 1976, Isabel Martínez de Perón fue detenida por los militares que dieron el golpe. “A mí me tocaba la guardia y cuando llegué a Olivos me dijeron que la señora no necesitaba más cuidados de enfermería y que estaba muy bien protegida”, relata Bailo. “Me tuve que volver. Ahí terminó mi función”.
En cuanto al doctor Garbelino, también a él le tocaba la guardia aquel día: “Cuando fui a Olivos en mi Fiat 600, ví los tanques del Ejército”. Un oficial le indicó que volviera al Ministerio de Salud, su lugar de origen. “A los diez días, nos echaron y nos prohibieron ocupar cargos públicos durante toda la dictadura militar”.
Un último deseo
A pesar de que les tocó acompañar a Perón e Isabel en circunstancias extremadamente complejas a nivel político y personal, y de que fueron apartados de Isabel por la fuerza militar, tanto Norma Bailo como Carlos Garbelino conservan un recuerdo positivo y afectuoso del trabajo realizado para el matrimonio Perón. “Me gustaría verla, saludarla, pero pasaron 50 años. Ojalá nos recuerde”, dice, con nostalgia, Garbelino. “Fue muy lindo estar con ella y la recuerdo con mucho cariño”, concluye Bailo.