El silencio de la mujer que convivió los últimos veinte años con Perón. Ese parece ser el enigma que acompaña la vida de María Estela Martínez Cartas, Isabel, en los últimos 48 años.
La vida monacal que mantiene en la urbanización de Villafranca del Castillo, a 40 kilómetros de Madrid, incrementa el misterio.
En las últimas horas, una foto le puso color a esa vida opaca tan misteriosa como perturbadora. Ahí se la ve a Isabel Perón, sentada en uno de los sillones de su residencia con un estatuilla en la mano recibiendo el premio Hispanidad 2023, distinción de la tradicional Asociación Preserva, uno de cuyos objetivos es el de resguardar el hispanismo y la historia compartida por los pueblos de raíz española en lo que fuera alguna vez el gran imperio del tiempo posterior a la Conquista, en el siglo XV. Se trata de una fundación de valores ultranacionalistas ligadas a sectores del franquismo.
Según la Asociación, la primera mujer electa vicepresidenta de la Argentina atesora “un legado y un ejemplo que no han pasado inadvertidos en muchos de nosotros, su sacrificada entrega, su ejemplaridad sin tacha, su férreo e inapelable sostén de la palabra y de los principios”. También destaca que Isabel: “merece la premiación por estar siempre trabajando por el bien común no sólo de los argentinos, también de todos los hispanos”.
La aparición generó revuelo y el eco en los medios argentinos le recordó a mucha gente que la viuda de Perón estaba viva.
Los detalles de su vida en España son publicados por el autor de estas líneas en el libro “Isabel, lo que vio, lo que sabe, lo que oculta” (Editorial Aguilar):
“A cuarenta kilómetros de Madrid la vida parece transcurrir de manera distinta. Los vecinos caminan a otro tiempo, sin empujarse. Los autos se encienden poco. No hay oficinas a la vista, ni estaciones de metro. No hay museos, ni monumentos, ni tascas con bullicio y tufo a fritanga. Tampoco turistas que traicionan al paso con un monopatín. Las calles son angostas. Los árboles despliegan las sombras sin interrupciones.
Allí vive Isabel Perón desde finales de los años noventa. Logró acceder a esa vivienda gracias a una hipoteca bancaria. Poca gente de la urbanización conoce su historia. Casi ninguno sabe que su mandato como Presidenta de la Argentina fue interrumpido por una dictadura cívico militar. Mucho menos que fue presa durante más de cinco años. Quizás algo sepan los vecinos más longevos. Aunque quedan pocos. O algunos de los primeros comerciantes que llegaron al pueblo; como Gabriela, la mujer rumana que atiende la única cantina del centro comercial.
—Hace tiempo que no sabemos nada de la señora, ya debe de estar muy anciana —dice en un castellano vacilante.
Isabel Perón tiene 93 años.
Pocas veces disfruta de la luz del sol. Como le sucedía durante su cautiverio en El Messidor, donde los militares taparon las ventanas de su celda, la viuda de Perón vive encerrada en un chalé adosado sobre la calle Valle de Ulzema.
La casa permanece, casi siempre, con las persianas bajas. De todas maneras, aún hay ciertas imágenes que le hacen brillar los ojos. No son muchas.
Las fotos de sus caniches, que ya no viven.
Las rosas rojas, símbolo del amor y la pasión.
Un rosario de perlas blancas que el Papa Francisco le regaló para su cumpleaños de 90.
También un óleo gigante que está colgado en el living de la casa. Ese cuadro es el único regalo que, aún, conserva de Perón. Es una obra de arte de colección que tenía un lugar destacado en la residencia de Puerta de Hierro. Uno de los pocos objetos que pudo llevarse. Estaba en el recinto principal, sobre el hogar a leña donde el matrimonio solía pasar largas horas conversando al calor del fuego.
La protagonista del cuadro es la propia Isabel. Ella posó para un artista que realizó una obra tan perfecta que parece una fotografía a colores. Isabel está de pie enfundada en un vestido negro entallado al cuerpo. Tiene el brazo derecho apoyado sobre una silla. Los labios apretados insinúan una sonrisa. Lleva el pelo recogido con un rodete, como lo usaba Evita; también aros colgantes y un collar de strass de oro blanco.
La viuda de Perón pasa largas horas del día en silencio mirando ese cuadro. Como si pudiera encontrar en ese objeto las respuestas a todos los interrogantes de su vida.
Desde los años noventa sólo vive de la jubilación que cobra como exmandataria, que en su caso es doble. Por un lado, percibe una renta vitalicia a la que se suma una pensión otorgada por el Instituto de Ayuda Financiera del Ejército.
El sacerdote Enrique Lázaro es el confesor de Isabel Perón. Lleva varios años al frente de la parroquia Santa María Soledad Torres. La iglesia queda a metros de la casa de la expresidenta. El padre Enrique fue una de las personas que la acompañó la noche del 12 de enero de 2007, cuando Isabel volvió a caer presa por pedido de un juez argentino que investigaba su responsabilidad en los crímenes cometidos por la Triple A. Durante su presidencia se habían firmado los decretos que ordenaban a las Fuerzas Armadas “aniquilar” a la subversión.
Aquella noche el cura rezó a los gritos mientras un grupo de policías de Interpol se llevaba a Isabel enfundada en un tapado de piel que la protegía del frío.
La foto tardó un suspiro en replicarse. La expresidenta volvía a la tapa de los diarios.
Isabel no volvió a ser la misma luego de la última detención. Otra vez, cayó en una profunda depresión. La fantasía de regresar a morirse en la Argentina, para ser enterrada en Mar del Plata junto a uno de sus hermanos, quedaba trunca. La expresidenta no puede pisar un aeropuerto porque la circular roja de Interpol todavía está vigente.
Ahora, guarda el deseo de que sus restos descansen en el Cementerio Municipal de San Lorenzo El Escorial, a metros de la Cripta del Real Monasterio, donde reposan algunos de los reyes de España.