Prem Rawat dice de sí mismo que heredó la misión por la paz de su padre, Shri Hans Ji Maharaj, un orador que atraía a miles de personas en una antigua ciudad de la India, a orillas del Ganges. En su best-seller Escuchate (2020), cuenta que, al quedar huérfano, a los 8 años, sintió que el propósito de su vida sería continuar su trabajo: “Transmitir el mensaje de que la paz es posible”. A los 66, lleva casi 60 recorriendo el mundo con un mensaje tan simple como contundente: esa paz no se encuentra en el exterior, sino en nosotros mismos.
Con ex seguidores ilustres como Michael Bolton y el argentino David Lebón, que solían tocar en sus multitudinarios encuentros, en otro tiempo fue conocido como el Maharaji y el “Señor del Universo”, y sus detractores aseguran que llevó un ritmo de vida extravagante, más cercano al de una estrella de rock que el de un gurú. Desterrado por su madre de su familia y de la organización religiosa de su padre al casarse con una californiana mayor que él, cambió de nombre y de estilo, pero aún asegura que el autoconocimiento no es garantía de bienestar, pero sí una condición necesaria.
“La gente me ve como quiere verme –dice quien hoy es un líder respetado que colabora con organizaciones humanitarias como la Cruz Roja y las Naciones Unidas–. Después de todo, me imagino que es bastante inconveniente ver las cosas como realmente son. Yo he evolucionado, pero mi mensaje permanece igual. Por fuera, he cambiado, pero, en mi interior, ese algo sigue siendo lo mismo”.
Rawat llegó a la Argentina y disertó en el Hilton ante un público de más de 2000 personas. También recorrió varias cárceles de la provincia de Buenos Aires con su programa de Educación para la Paz, que tiene el apoyo de las Naciones Unidas. Pero antes, charló a solas con Infobae sobre la moda del “ahora” y “paz interior” y los avatares de ser un maestro de este tiempo.
–¿Quién es Prem Rawat? ¿Cómo vive hoy un maestro espiritual?
–Prem Rawat es un ser humano y no es diferente de nadie. Si fuera distinto no podría relacionarse con la gente que lo necesita, porque Prem Rawat le ofrece a la gente una posibilidad de tener paz en sus vidas. En medio de este fuego y en medio de este problema enorme que nosotros mismos creamos –porque nos hemos tirado al fuego y ahora buscamos una solución, y pese a todo lo asombroso que existe parece que estamos tan lejos de encontrarla–, la solución reside en cada ser humano. Yo no rechazo la gravedad del problema, pero ofrezco una solución que está dentro de cada uno de nosotros. Ese es Prem Rawat.
–Lo que yo quiero saber es algo más de su cotidianidad, cómo es su rutina en medio de estos incendios, cómo es la vida de un maestro que convive con la información permanente de las redes, lejos del viejo ideal de alguien que se retiraba a meditar aislado.
–Nos emocionamos mucho con los celulares. No nos damos cuenta de lo que los celulares hacen por nosotros. Simplemente nos emocionamos. Y cada vez más gente se choca con columnas mientras camina. Cada vez más personas quieren primero sacar la foto, hasta cuando van a proponerle matrimonio a sus novias. Antes de preguntar: “¿Te querés casar conmigo?”, quieren la foto. Entonces, mi rutina, es esta: imaginate que hay un colectivo y la persona que va al frente maneja y va mirando hacia atrás. Lo que va a pasar es que ese colectivo se va a accidentar. Porque sólo sentarse al frente no es garantía de seguridad. Tenés que mirar al frente también. Usaste la palabra “maestro”, y la única diferencia entre un maestro y alguien que no lo es, es que el maestro está mirando la dirección en la que vamos. Los otros pueden ir mirando por la ventana, sacando fotos con sus celulares. Pero hay que pensar que hemos estado en la faz de la tierra miles y miles de años sin nada de esta tecnología; ni cámaras, ni teléfonos, ni nada. Y que podés comprarte el último celular, pero nada va a cambiar el hecho de que un día viniste al mundo y un día tendrás que irte.
–La tecnología todavía no logró que vivamos para siempre.
–No, no hay tecnología para eso. De hecho, me hace reír. En una época vendían un sistema de avanzada que proponía que, al morir, te cortaran la cabeza y la congelaran. La idea era que, en unos años, podrían descongelar tu cerebro y arreglar lo que anduviera mal, y así vivirías para siempre. La gente ha querido vivir para siempre por muchísimo tiempo. Lo buscaron en la espiritualidad. Lo buscaron en la tecnología. Lo buscaron en todas partes. Pero en cambio habría que enfocarse en cómo aprovechar al máximo lo que tenemos. Porque lo único cierto es que en algún momento tendremos que partir. Me gusta ponerlo en términos de anfitriones e invitados.
–¿Cómo sería eso?
–Mientras estés acá, en este mundo al que viniste, ¿sentís que sos el invitado o el anfitrión? Porque, si sos el anfitrión y te portás como una visita, te vas a perder algunas experiencias. Por eso hay que saber lo que cada uno es. Un día, cuando te hayas ido, vas a ser uno con todo lo que está tu alrededor, el lugar de donde viniste. Pero antes de que eso pase, tenés esta oportunidad, y todo lo que tenés que hacer para aprovecharla es prestar atención a la dirección en que estás yendo.
–Muchos maestros de este tiempo nos hablan de la importancia de estar en el presente, pero usted nos dice que también debemos mirar hacia adelante.
–Imagina que manejás y tenés enfrente uno de esos adornos con la marca que muchos autos llevan en el capot. Luego están los limpiaparabrisas sobre el cristal y el propio capot que cubre el motor. ¿Acaso eso significa que tengo que mirar el adorno, el capot, los limpiaparabrisas? ¿Hay que ir con la vista fija en el insecto que se aplastó contra el parabrisas? ¡No!, hay que prestar atención a la dirección en la que vas! Sólo prestando atención y mirando ligeramente hacia adelante vas a estar seguro. Si irás el espejo retrovisor que tenés enfrente, vas a poder mirar atrás, pero tampoco podés concentrarte sólo en eso. Mucha gente va a decirte que hay que estar en el presente. ¿Pero podés decirme lo que es el presente? Si digo “presente”, ya no es presente. Se fue.
–¿Y entonces?
–Entonces, la pregunta es “¿Cómo me involucro?”. Estoy de acuerdo en que definitivamente deberíamos estar en el presente, pero antes hay que entender qué es el presente. Hay un lugar dentro tuyo que es constante. No es tu edad, no son tus ideas, no son tus cosas buenas, ni las malas. Es, ciertamente, lo divino que hay en vos, en tu interior. Cuando estás en contacto con lo divino, estás en el presente. Y lo divino está en todas partes. Es lo único que no puede venir ni irse. ¿A dónde va a ir? ¿En qué lugar no está? ¿De dónde va a venir, si siempre estuvo ahí? Tenemos esta herramienta llamada cuerpo humano. Es una herramienta increíble. Una herramienta para la experimentación. Con esta herramienta podemos experimentar lo divino.
–Usted llena auditorios en todo el mundo y bate récords hablando de la paz interior: ¿Por qué cree que tanta gente se vuelca hoy al autoconocimiento y a la búsqueda del bienestar?
–Porque la gente está buscando esa cosa hermosa y única. Eso primero. Segundo, porque está de moda. Quiero ser honesto. Es la misma razón por la que tanta gente se hace selfies para subir a Instagram, porque está de moda. Hay gente que tiene las muñequeras y uno les pregunta, ¿qué significan? “Oh, es que estoy en la espiritualidad”, dicen. Las lecturas que hicieron no los ayudaron en nada. Pero otra persona que realmente está en la búsqueda, toma las mismas lecturas y encuentra lo profundo. Porque si tomás agua cuando no tenés sed no lo podés disfrutar.
–Un escritor argentino muy prestigioso, Martín Kohan, dijo recientemente que está de moda la crueldad. Pensaba, a propósito de eso, cómo cada vez estamos más enfrentados y somos más crueles entre nosotros, pero después también participamos de la moda de la espiritualidad
–Históricamente la gente ha sido cruel y la gente ha sido amable. Todo el tiempo. Entonces la pregunta de hoy no es por qué hacemos estas cosas, sino quiénes somos en realidad. Porque si todo lo que somos es crueldad, ni siquiera tendríamos que tener esta entrevista. Pero si hay al menos una chispa de divinidad en nosotros, yo prefiero hacer a un lado el negocio de la crueldad y enfocarme en esa chispa para que explote. Ser crueles es lo más fácil para cualquiera. Una vez vi a un cheetah matar un mono. Y después de matarlo, el cheetah se dio cuenta de que el mono tenía un bebé. Y el bebé lloraba y el cheetah estaba tan arrepentido que lo alzó como si fuera otro felino como él y se lo llevó hasta que estuvo a salvo, sin lastimarlo. ¿Qué es lo que queremos? Yo no estoy acá para tratar de cambiar a la gente. Esto es algo que cada uno tiene que elegir. Si la gente elige la amabilidad, entonces puedo alentarlos. Pero si eligen la crueldad, ¿qué se puede hacer? Desafortunadamente, aunque una persona sedienta camine junto a un río, el río no lo va a agarrar para obligarlo a beber. Entonces el primer paso es conocerse, saber lo que necesitamos, y después ir hacia el agua. Y si el agua está debajo, habrá que ponerse de rodillas. Y cuando hagamos eso, con mucha humildad, nuestra sed será satisfecha.
–¿Cómo se logra entonces ese cambio interior?
–Tan pronto como empezamos a mirar en la dirección en la que vamos. Uno se pregunta cómo no distraerse en esta sociedad donde todos están pendientes de sus celulares. Pero antes de los smartphones hubo esos celulares que eran como valijas, y antes el teléfono de Edison, y antes el telegrama, y antes las señales de humo. Y todo es lo mismo. Siempre buscamos formas de comunicarnos. El problema es que nos enfocamos en eso mientras somos incapaces de comunicarnos con nosotros mismos. Entonces, en cuanto nos comuniquemos con nosotros, vamos a encontrar el espacio para los celulares, para usarlos cuando los necesitamos y saber cuando no nos hacen falta.
–Claro, al mismo tiempo estamos contándole a los demás constantemente quiénes somos, eso que usted decía de subir la propuesta de casamiento a Instagram antes de hacerla.
–Pero lo cierto es que no nos conocemos, y lo que decimos sobre nosotros en las redes es lo que otros nos dijeron que somos o deberíamos ser. Ese es nuestro mayor problema, no sabemos quiénes somos. Por eso es que Sócrates dijo hace tantos siglos: “Conócete a ti mismo”.
–¿Y cómo lo hacemos?
–Vos tenés una cara, yo la mía. Ahora mismo vos ves mi cara, pero yo no. ¿Qué hago si quiero verme?
–Uso un espejo.
–Eso es exactamente lo que necesitamos: un espejo. Y yo llamo a ese espejo “autoconocimiento”. No se trata de ideas, se trata de vernos realmente.
–¿Qué diferencia hay entre conocer y creer?
–El conocimiento es lo que uno sabe, no lo que otros le dicen. Creencias son lo que otros nos contaron. Sólo si nos alejamos del marco mental de nuestras creencias podemos conocer.
–¿Cómo se vive de acuerdo al autoconocimiento para poder encontrar la paz?
–Voy a darte el máximo desafío. Es muy simple. Y el más profundo. Pero puede hacer una gran diferencia en tu vida. Agradecé a cada momento por el hecho de estar viva. Se trata de eso. Cuando ves un bebé, a tu bebé, el bebé no te pide que sonrías; pero lo ves y eso pasa. La sonrisa aparece. Fuera de las creencias de los demás, pero basado en lo que sabés realmente, te convertís en vos mismo y podés ver la simpleza de los milagros más maravillosos sin ningún esfuerzo, sólo respirando. Y lo único que hay que hacer es aceptarlo. Ese es el gran desafío.
Cámara: Alejandro Beltrame
Traducción simultánea: Isabel Barbieri