Una clienta que hace poco más de dos semanas asistió a la peluquería Verdini, en el barrio porteño de Recoleta, fue atendida por Abel Guzmán (43), el hombre que asesinó de un disparo en la cabeza a su compañero de trabajo, Germán Medina y que continúa prófugo de la Justicia. En diálogo con Infobae, la joven confesó que el peluquero la hizo sentir incómoda todo el tiempo. “Fue un horror. Muy raro y muchas frases con doble sentido”, comenzó a narrar sobre el acoso que sufrió cuando fue al local para hacerse un tratamiento en el pelo.
El episodio, recordado por la joven como una situación desagradable, cobró otra dimensión luego de las impactantes imágenes que se conocieron en las últimas horas, en las que una cámara de seguridad captó el momento del homicidio. Por ello, la mujer rememoró su experiencia.
Aunque no eligió el profesional porque era la primera vez que iba al lugar, ubicado en Beruti al 3017, fue Guzmán quien la hizo pasar y la atendió. “Llegué, abrió la puerta y me saludó con un beso y un abrazo”, dijo sobre el momento en el que ingresó a la peluquería donde ocurrió el crimen.
El tratamiento duró cerca de una hora. Y, según lo narrado por la joven, fueron unos 60 minutos de pura “incomodidad” e incomprensión. “Empezó a hablarme de las energías. Me decía que a mí me pasaba algo y que por eso, yo quería cambiar mi imagen y mejorar la ‘carta de presentación’, la apariencia”, relató y prosiguió: “Dijo que trataba de ayudar para que todas se sientan lo mejor posible y que por más de que nos pasen cosas, podamos mostrarnos bien, alegres”.
“Todo era un doble sentido. Tipo acoso”, admitió la entrevistada. Frente a la llamativa situación y sintiéndose confundida, comenzó a evadir las preguntas del hombre porque “no quería seguir respondiendo”, aunque él insistía con abrir un diálogo: “En qué andará esa cabecita...”, arrojó el peluquero.
A medida que pasaban los minutos, Guzmán seguía emitiendo comentarios que tornaban la situación aún más extraña. “Nosotros somos personas especiales. Ya desde que entraste, yo te vi una energía distinta. Me transmitiste confianza”, le dijo. Sin embargo, la clienta optó por no responder.
“Después me preguntó si estaba de novia o no y por qué había cortado”, mencionó, y todavía sorprendida, recapituló: “Me dijo: ‘Vos tenés que estar con alguien que esté a tu altura, que sea mucho más grande, que tenga experiencia, que entienda cómo hay que vivir y que te pueda dar las cosas que necesitás’. Y yo le dije que no, que estaba bien sola”.
“Si querés proyectar, tenés que estar segura y veo que muy segura no estás”, le respondió el peluquero haciendo referencia a la intención de su clienta de querer hacerse un tratamiento para controlar el frizz.
Mientras colocaba los productos en el cabello de la mujer, Guzmán comenzó a indagar sobre su signo del zodíaco y a hacer comentarios sobre su personalidad. “Yo ya te saqué la ficha”, le repetía. “Yo miraba sin entender nada. Además pensaba en cómo me iba a ‘sacar la ficha’ si solamente estaba ahí para hacerme un tratamiento hacía menos de una hora’”, prosiguió la joven, incrédula por la situación.
En ese momento, llegó más gente a la peluquería. La clienta supuso que el intento de intercambio había llegado a su fin. No obstante, recordó que Guzmán continuaba “haciendo caras raras todo el tiempo”, “guiñando el ojo” y “manteniendo la mirada” hacia ella.
La clienta estuvo atenta a su teléfono y chateando por Whatsapp con amigos para desviar la atención. Mientras aguardaba en el climazón (un artefacto de peluquería que ayuda a adelantar los tiempos de absorción de la tintura), el empleado le consultaba constantemente si estaba todo bien. En una oportunidad, la mujer advirtió que sentía mucho calor y ardor en su cabeza, a lo que Guzmán respondió: “Ah bueno, cómo estás. Al final no eras tan tranquilita”.
“Yo seguía con la mirada en el celular”, comentó. “Faltaba como media hora para terminar el tratamiento y pasó de nuevo haciendo caritas pero no le presté atención y me dijo: ‘Te colgaste. Te quedaste pensativa’”. Ante esta situación, le contestó: “No creo que la edad sea algo significativo para que una persona sea madura”. Y Guzmán arremetió: “Sí, bueno, igual yo lo decía por otras cosas. Los hombres grandes sabemos cómo tratar a las mujeres: hay que dar espacio, tiempo, demostrar intensidad y cariño”.
Posteriormente, le indicó que pasara por otro sector para poder avanzar con el lavado. A medida que la mujer recuerda el hecho en diálogo con este medio, comienza a desbloquear nuevos recuerdos de la hora que pasó en la peluquería Verdini. “En este momento, yo pensé: ‘No puedo seguir hablando con este tipo’. Cuando enjuagaba el pelo, me empezó a hacer masajes en la cabeza, la nuca y un poco en el cuello. Ahí mira al espejo, porque yo estaba mirando para ese lado y me dice: “Pará, bah... No quiero que pares. Esto me está gustando”. Y yo lo miré y dije: ‘¿Cómo?’. No entendía nada. Pensaba que me iba a desenredar el pelo y nada más. No entendía qué pasaba”, confesó.
“Nunca me pasó en ninguna peluquería”, denunció la clienta. “Después de que me enjuaga, se pone frente mío y me hace una cara rara. No sé qué hizo cuando me quiso sostener la toalla, no entendí. Ahí me levanté, caminé y me preguntó: ‘¿Tenés Instagram?’”.
La clienta comentó que no le funcionaban los datos del celular y que por eso, no tenía conexión a internet. En respuesta, Guzmán le brindó un código QR y le dijo: “Probá con esto”. “Cuando escaneé, era su contacto de Whatsapp”, recordó consternada. “Y me contestó: ‘Sí, para hablar porque creo que los dos sentimos, fue algo único, sentí una conexión especial’”.
“Me preguntó dónde vivía y le dije que era del interior. Y ahí me dijo: ‘Qué lástima, voy a tener que ir a verte hasta ahí’. Es un horror ese tipo. Me dio un miedo”, finalizó, indignada, a dos semanas del hecho.