El 13 de enero de 1976 el semanario de circulación restringida “Última Clave” informaba a sus calificados lectores (políticos, empresarios, FF.AA., sindicalismo) que “al paso que van las cosas anticipamos a nuestros lectores que la inflación para 1976 no estará por debajo del 500 por ciento anual, signo que representará un valor para el peso actual, a fines de este año, no mayor de un 20 por ciento de su poder adquisitivo al 1° de enero pasado […] Mientras esto continúa su marcha inexorable hacia el desastre, al Tony (Cafiero) lo esperan grandes y graves problemas por cuestiones salariales, sobre las que nadie en los ministerios de Economía o de Trabajo sabe cómo va a terminar ni de dónde saldrán los dineros para satisfacerlos, en particular los correspondientes a los 1.660.000 agentes del Estado”.
“El país marcha a la deriva…En el curso de 1975, hubo 4 ministros del Interior, 4 ministros de Economía, 5 ministros de Bienestar Social, 3 ministros de Trabajo, 3 ministros de Relaciones Exteriores, 3 ministros de Defensa, 3 comandantes generales del Ejército, 3 interventores en Mendoza, 4 ‘hombres de confianza’ de la Presidente y 5 secretarios de Prensa y Difusión […] ¿Quién quiere el golpe en la Argentina? Porque se puede querer el golpe sin ser golpista, y en esa situación se encuentra la guerrilla. Pero lo que parecería cada vez más evidente, a juzgar por las conductas públicas y privadas, es que hay muchos altos dirigentes gubernamentales que recibirían con alivio un golpe que los descargara del manejo de una situación imposible.” Para ponerle nombres a lo que se vivía un simple dato revela el clima de inestabilidad que vivía la Argentina: desde el 1º de julio de 1974, día en que asumió Isabel Perón, hasta el 24 de marzo de 1976, pasaron por el ministerio de Economía José Ber Gelbard, Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonani, Antonio Cafiero y, por último, Emilio Mondelli. Todos los precios se alteraba diariamente, vertiginosamente, por ejemplo un litro de leche en enero de 1975 costaba 415 pesos y 1.125 pesos en enero de 1976; la emisión monetaria (impresión de billetes), desde mayo de 1973 a marzo de 1976, aumentó catorce veces, según las estadísticas oficiales. La situación interna era un “caldo de cultivo para el salvajismo”, dijo el domingo 11 de enero de 1976 el “Buenos Aires Herald”.
El sábado 17 de enero, la Secretaría de Comercio Exterior de los Estados Unidos de Norteamérica advirtió a los exportadores que no debían anticipar una “rápida o fácil” solución de los problemas económicos argentinos, pues el futuro de la Argentina aparecía signado por la inestabilidad, la falta de cohesión política y la reacción gubernamental sobre bases “ad hoc”, desprovista de un plan económico global para superar la crisis. El desabastecimiento de los productos básicos y las largas colas para llegar a ellos formaban parte del paisaje cotidiano. En esta época, el salario real estaba una cuarta parte más abajo del nivel en que lo había dejado Alejandro Agustín Lanusse, en mayo de 1973. El sábado 6 de marzo, mientras los porteños observaban cómo los extranjeros vaciaban los escaparates de las tiendas (con las ventajas del dólar paralelo), en el Teatro Cervantes de la avenida Córdoba, se reunió el Congreso Nacional del Partido Justicialista. Nunca se supo si en realidad hubo quórum pero lo cierto es que decapitaron a Ángel Federico Robledo y al sindicalista Genaro Báez. Como vicepresidente 1º asumió el gobernador del Chaco, Deolindo Felipe Bittel. En la entrada del teatro grupos de personas armadas hostigaban a los adversarios de la presidente y María Estela “Isabel” Martínez de Perón fue elegida presidente del partido por aclamación y pronunció dos discursos. Uno, leído, con tono mesurado. El otro improvisado que se convirtió, casi, en una incitación a la violencia. Fue el último discurso de la Presidente ante el partido: “Sé que algunos creen que no aprendí nada. Pero se equivocan. Los 20 años que estuve en Europa junto al conductor no los pasé mirando desfiles de moda... Yo no mando a nadie a la horca....se ahorcan solos. Se creen que no sé nada de los que pasa en la calle y de los pillos que existen. Pero a ellos también les vamos a dar con el hacha. Si es necesario, me tendré que convertir en la mujer del látigo para defender los intereses de la patria....Yo seré la primera a la que le cortarán la cabeza. Pero después les cortarán la cabeza a los otros. Así que aquí nos tenemos que jugar todos. Si tuviera que destapar ollas no se podría andar por las calles....si no estuvieran aquí las cámaras de televisión podría seguir hablando de este tema. Estamos viviendo un tiempo de tempestuosas expectativas.”
El miércoles 10 de marzo, a las 18.30, frente a las cámaras de televisión, con la asistencia de la presidente, el ministro de Economía, Emilio Mondelli, los dirigentes Casildo Herreras, Lorenzo Miguel y los secretarios generales de los gremios, la presidente pronunció un discurso histórico en el Salón Felipe Vallese de la CGT: “Conviene que los argentinos sepamos que esto es definitorio; aquí no se juega el peronismo ni el antiperonismo. Lo que se debate es una Argentina moderna, productora, industrializada, con capacidad de trabajo y bienestar para 50 millones de habitantes; o bien la clásica Argentina postergada.” Cuando terminó la frase, observó que no había transmitido el optimismo ni el respaldo que necesitaba. Rápida de reflejos, intentó contagiar confianza pero fue peor: “Veo demasiadas caras tristes. Yo sé que cuando hay que ajustarse el cinturón las caras se ponen tristes. Pero también les digo que no hay que perder el optimismo, porque si no estuviera segura de que vamos a salir adelante no estaría sentada aquí delante de ustedes. Muchachos, no me lo silben mucho al pobre Mondelli.” En ese preciso momento, la cámara fotográfica registró para la historia a Isabel Perón, haciendo un ademán hacia el ministro (que cerró los ojos ruborizado) y Herreras que lo mira taimadamente. Lorenzo Miguel esboza una inusual sonrisa.
Ese mismo miércoles por la mañana, frente a los rumores de golpe de Estado, dirigentes de la Unión Cívica Radical procedieron a retirar, en reserva, fondos partidarios de los bancos, como así también sacan de las oficinas del Comité Nacional documentos privados. Esta escena, y otras, le harían decir al escritor Ernesto Sábato en “La Opinión”: “Pienso que es infinitamente más grave el sentimiento de general frustración, esta catástrofe espiritual, que el derrumbe material, ya que con fe en nuestro destino podríamos recuperarnos económicamente, pero sin fe es inútil que sigamos cambiando ministros y recetas. Esta no es una crisis de la economía sino política y, en última instancia, moral y espiritual. No hay más fé en nada, y sin ella es imposible levantar una nación.”
El lunes 15 de marzo, una “bomba vietnamita” (control remoto) explotó dentro de un Citroën en la playa de estacionamiento del Edificio Libertador. El objetivo principal fue matar al teniente general Jorge Videla. Murió el chofer de un camión (Blas García) y 26 personas resultaron heridas (entre ellos un coronel). Miembros de la organización Montoneros se adjudicaron el atentado y la Inteligencia militar señaló como jefe del pelotón al periodista “Salazar”, “Alberto” o “Perro”, nombres de guerra con los que era conocido el periodista Horacio Verbitsky, aunque él rechaza su participación. Frente al desconcierto por los hechos de extrema violencia, Ricardo Balbín sostenía: “Ahí está la guerrilla -por qué vino y quién la trajo (sin nombrar a Cuba), poniendo al país en peligro y encendiendo una mecha en el continente americano”. Al hablar de las Fuerzas Armadas Argentinas, “las que soportaron todo. Las que enterraban a sus muertos y hablaban de las instituciones del país. Esas fuerzas armadas que no vi nunca, están ahí defendiendo y sufriendo, ayer nomás, el atentado brutal, sumado a otros atentados.”
Carlos Manuel Muñiz era el dueño de todo el edificio de departamentos de la cortada de Parera casi esquina Quintana, pero se reservó para sí el último dúplex. En su primera planta el hall de entrada con un pequeño salón a la izquierda donde colgaba un Picasso y una mesa donde se destacaban fotos con marcos de plata que se cambiaban de acuerdo a su humor y a las visitas que recibiera. Luego el living con las paredes tapizadas con seda bordó. El paisaje se completaba con pesados cortinados y alfombras persas. Luego el comedor donde resaltaba un altar de plata del Alto Perú, recuerdo de su paso por la embajada en Bolivia (1956-1959). Muñiz recibía mucho y bien con la inestimable atención de Jorge que hacía de mucamo y conductor de su viejo automóvil. No improvisaba, y manejaba como pocos el ceremonial aprendido en más de dos décadas de diplomacia. Fue el autor de una definición de la diplomacia, a quien consideraba como “el arte de administrar las palabras y los silencios”. Era amigo de sus amigos y a los que no los trataba con indiferencia. Se caracterizaba por no hablar mal de nadie, una virtud poco común en el Río de la Plata.
El lunes 15 de marzo tuvo un almuerzo singular, con importantes invitados. Robert Hill, José Alfredo Martínez de Hoz, Oscar Camilión y los generales retirados Alcides López Aufranc y Mariano Jaime de Nevares. Todos los presentes poseían un alto nivel de información. A través de sus contactos y amistades sabían de lo que se hablaba en los altos niveles de las Fuerzas Armadas, pero la verdad es que incidían muy poco sobre los militares (salvo Martínez de Hoz en sus temas técnicos). Como me decía Muñiz en esos días “hay que escuchar y no hablar” y como la gran mayoría, entendía que el gobierno de Isabel Perón conducía a la catástrofe, pero no esperaba demasiado del gobierno militar que se avecinaba y por lo pronto, sentía un serio rechazo por el almirante Emilio Massera. Los comentarios fueron un fiel reflejo de lo que se hablaba en esos días en Buenos Aires. Se trató del “golpe inminente” y las distintas posiciones dentro de las Fuerzas Armadas y en especial en el Ejército. Ese fue uno de los temas: la falta de “coherencia (cohesión) interna” y uno de los presentes habló de los ataques al general Roberto Eduardo Viola de parte de algunos generales. Mientras, el embajador Hill escuchaba, sin opinar, otro de los presentes relató lo que había escuchado de boca de un almirante detalles de la última reunión del almirantazgo de la semana anterior: En esa época el almirante Emilio Eduardo Massera era considerado un “duro” –o la jugaba de “duro”—y en esa cumbre de almirantes se había hablado de “instaurar el paredón” y fusilar a (Héctor J. Cámpora y al teniente general (RE) Alejandro Agustín Lanusse. Muñiz se quedó espantado con la información. No era hombre de recetas contundentes y, además, tenía un sano y reiterado respeto por Lanusse. Otro consideró oportuno comentar que los ministros Mondelli y Ares se habían entrevistado con el ex presidente Arturo Frondizi y “le ofrecieron la conducción económica”. En esa reunión Mondelli comentó que “no hay golpe por la falta de coherencia militar”. Se tiraron dos nombres para el futuro gabinete militar: Martínez de Hoz para Economía y Carlos Floria en Educación (no fue nombrado y los anónimos militares que se repartían en los cuarteles lo catalogaban de “marxista”). Hill dijo que “no existen problemas con los Estados Unidos” (se entendió, frente a lo que se venía), aunque sus cables al Departamento de Estado sostenían otra cosa.
El martes 16, el gobernador Victorio Calabró dijo que resistiría una intervención del Poder Ejecutivo Nacional a la provincia de Buenos Aires. Sólo se la entregaría a las Fuerzas Armadas. En este clima, el martes 16, Ricardo Balbín enfrento las cámaras de televisión: “Desde aquí invoco al conjunto nacional, para que en horas nomás exhibamos a la república un programa, una decisión, para que se deponga la soberbia cuando se trata de estas cosas. Lo digo desde arriba para abajo. No hay que andar con látigos, hay que andar con sentidos morales de la vida [...] Algunos suponen que vengo a dar soluciones. No las tengo, pero las hay”. “Señoras y señores: pido disculpas, vienen de lo hondo de mí pensamiento estas palabras que pueden no tener sentido, pero tienen profundidad y sinceridad. No soy muy amante de los poetas, pero he seguido a un poeta de mí tierra: ‘Todos los incurables tienen cura, cinco minutos antes de la muerte’... desearía que los argentinos no empezáramos a contar ahora los últimos cinco minutos.” El viejo jefe radical pidió “las soluciones magistrales”. Al día siguiente dijo “La Opinión” en su contratapa: [...] “el jefe de la UCR olvidó consignar que el logro de aquellas metas depende de la identificación, con nombre y apellido, de quienes prefieren como la presidente María Estela Martínez de Perón, invocar el látigo y el hacha... Los argentinos hubieran agradecido también al doctor Balbín ese señalamiento preciso, íntimamente ligado a sus propuestas. Porque los argentinos no temen al látigo ni al hacha”. El matutino desconocía que un mes antes Balbín durante un encuentro reservado con Jorge Rafal Videla le había solicitado que las FF.AA. terminen con “la agonía” que se vivía. No fue el único, si hay que hacer memoria, lo mismo pidieron dirigentes del peronismo, radicalismo, otros partidos políticos, empresarios y sindicalistas. Faltaban apenas siete días para el 24 de marzo de 1976.