#8M: la lucha diaria de las cocineras comunitarias que sostienen la vida en los barrios populares

Sin recibir mercadería, sin donaciones ni reconocimiento, todos los días miles de mujeres organizadas trabajan para dar de comer y armar la trama de cuidados que sostiene la vida en diferentes barrios del país. De cara al 8 de marzo se preparan para marchar y poner en el centro de las demandas la emergencia alimentaria

Natalia Zarza habla en la Asamblea en Villa Zabaleta (La Poderosa)

“¿Vos crees en Santa? Porque no existe”. Y así, de cuajo, el más grande de los cuatro críos que pelotean en uno de los pasillos de la Villa Zavaleta le arranca la ilusión al chiquito, que sin disimulo deja asomar su cara de puchero. Son las cinco y media de la tarde de un día de semana y algunos rezagados todavía no se sacaron los guardapolvos. Otros le dan vuelo a la pelota con pilchas rosadas como usa Messi. Las nenas también andan, pero cargando bolsas de compras o aupando hermanitos. Parecen no tener el mismo tiempo para jugar.

En una de las veredas asfaltadas que funciona como frontera, AySA abrió una zanja de muchas cuadras. Bajo la promesa de mejorar el servicio, los vecinos y vecinas de Zavaleta conviven desde hace meses con una grieta profunda que regurgita y acumula agua… festín para la epidemia de mosquitos y dengue.

“Está bueno que puedan venir hoy, así las compañeras que no son de acá ven las condiciones en las que vivimos. Más cuando llueven dos gotas. Porque esta mañana ni siquiera cayó la lluvia de la vez pasada que nos inundó y perdimos nuestras cosas”, dice Lis González, sentada en ronda en el Polideportivo Diego Armando Maradona, que la organización social La Poderosa inauguró después de la muerte del 10.

Lis es una de las tantas mujeres que participa de la asamblea feminista villera, un espacio de construcción política convocado a poco del 8M ꟷDía internacional de las mujeres trabajadorasꟷ y a menos de tres meses de gobierno de Javier Milei.

Un grupo de mujeres corta verdura en la asamblea feminista en Villa Zabaleta

El hambre está en el centro del ida y vuelta. Y cuando hay hambre lo que está en riesgo es la subsistencia misma, la condición más mínima de vida. “No hay libertad cuando no hay nada en la mesa”, gritan los carteles del Poli.

El cable corto impide que el micrófono circule, que vaya girando. Queda tirante, casi atado al parlante. Entonces, son las mujeres las que acercan al bafle. De a una ceden la palabra, rompen la formación para que sus voces suenen amplificadas, rotundas.

“En los barrios cada semana aumenta la cantidad de personas en los comedores. Si en diciembre entregábamos 1000 raciones diarias, ahora son 1200 y hay gente que se queda sin llevar nada. Es muy doloroso para la compañera que está al frente decirle al vecino que no hay un plato de comida para él. No podemos naturalizar esta situación. Hay jubilados que van con sus tupercitos de un comedor a otro para poder comer. Es muy angustiante. Este año las cocineras comunitarias tenemos que encabezar la marcha del 8M porque somos las que estamos resistiendo en los barrios. Porque estamos quebradas”. Norma Morales llegó a la asamblea feminista villera como representante conurbana para contar lo mismo que está pasando en CABA y en distintas zonas del país: la demanda sube, las ollas no alcanzan y la ministra Sandra Pettovello sigue sin entregar mercaderías a los movimientos sociales.

Las cocineras comunitarias son trabajadoras de triple jornada: se ocupan de las tareas dentro de sus casas; buscan el mango afuera ꟷcon changas, vendiendo en la calle o limpiandoꟷ; y además le ponen el cuerpo ꟷy el corazón y la cabeza y las energíasꟷ al cuidado comunitario en sus barrios.

Cada vez son más las personas que acuden a los comedores para tener un plato de comida

“Las trabajadoras de la triple jornada cada vez trabajamos más afuera de nuestras casas para conseguir ingresos. Por eso nuestras asambleas empiezan a quedar flacas, porque las vecinas tienen que trabajar muchísimo más afuera, en trabajos informales, para generar ingresos para poder sobrevivir. No para vivir, para sobrevivir. Nos están pagando cosas tremendas. Hace un rato una compañera contaba que trabaja nueve horas en una hamburguesería y le pagan 190.000 pesos. A otras les ofrecen 550 pesos la hora por limpiar una casa, y si dicen que no hay 40 atrás que dicen que sí porque están desesperadas. ¿Cuánto tiene que trabajar una mujer para poder pagar el transporte para ir a limpiar, volver y comprar pañales para el bebé? El mercado está liberado y nos está matando. No hay ningún tipo de protección”. Como referenta nacional de La Poderosa, Claudia `la Negra´ Albornoz se mueve como anfitriona en Zavaleta, aunque viva en Santa Fe.

“Alrededor del 60% de la Argentina está empobrecida, y en dos meses seis millones más de personas cayeron en situación de pobreza. Esto nos muestra a las claras por lo que estamos pasando, especialmente en los barrios populares que ya vivíamos una situación económica muy complicada. Ya el año pasado el feminismo villero venía denunciando que había 10 millones de personas comiendo en comedores comunitarios. Y las más empobrecidas siempre somos las mujeres. Las que venimos sosteniendo esta situación tan dolorosa”.

Curtida en educación popular, `la Negra´ propone un ejercicio: “Levanten la mano quiénes tienen un trabajo registrado”. Y solo unos pocos dedos tímidos se hacen cargo. La mayoría de la ronda no descruza sus brazos. Al rato, la pregunta cambia: “Levanten la mano cuántas de las que están acá han comido o comen hoy en comedores”. Y ahora sí la consigna interpela a un montón. Generaciones y generaciones ligadas a los comedores comunitarios. Mujeres que han comido de las ollas populares son las que ahora paran esas mismas ollas.

En 2023, el feminismo villero denunció que 10 millones de personas comían en comedores comunitarios (La Poderosa)

María Echevarría vive en la Villa 21-24, pegadita a Zavaleta, en la comuna 4 de la ciudad de Buenos Aires, y el relato que comparte en la asamblea parece casi una constelación familiar: “Vi a mi abuela a cocinar, vi a mi mamá a cocinar y fui parte de la cocina de un comedor comunitario. ¿Qué significa eso? Que tengo que decirle a mi hija que así como fue su bisabuela, su abuela y su mamá, ¿ella también va a cocinar? ¿Que nuestros vecinos se van a seguir cagando de hambre? ¿Es eso lo que queremos seguir teniendo? Yo estoy cansada de eso. Yo quiero que mis vecinos coman en sus casas. Quiero que el día de mañana mi hija coma en su casa”.

El estudio cualitativo “La situación de la pobreza en barrios populares”, realizado de manera conjunta entre la Oficina de Unicef de Argentina y La Poderosa, señala que en 2019 la incidencia de la pobreza rondaba el 35% y la indigencia, el 8% de la población. Para el primer semestre de 2021 las cifras habían ascendido al 41% y al 11%, respectivamente. Claro que todo se agrava en los barrios populares donde durante el primer año de pandemia de covid la pobreza superó el 80%, con mayores impactos sobre niños, niñas y adolescentes.

“A veces hay chicos que no se retiran del merendero porque no tienen a dónde ir, y usan el lugar de contención. Quizás sus familias están en situación de consumo de drogas o trabajando muchísimas horas y se sienten solos. Si una criatura de seis, siete u ocho años nos pide quedarse, nosotras no los podemos echar. O nos llaman a la una de la madrugada porque tienen hambre, o porque no tienen zapatillas para ir al colegio. Las cocineras comunitarias no tenemos horarios. Y también pasa que los niños se toman la confianza y nos largan cosas. Nos cuentan situaciones de abuso, por ejemplo. Yo no soy una especialista, pero esos niños buscan un refugio. ¿Cómo lo hago? Te quedas pensando a la noche, nos consultamos entre las compañeras, porque al día siguiente ese niño te va a buscar. No es fácil, no es que le llenas la panza y ya está. Se trabaja muy profundo con los niños porque nos preocupan. Es un laburo muy desgastador, muy grande, todo el día, todos los días y día a día”. A Otilia Ledezma la llaman ‘la Oti’ y es la responsable de Tacitas Poderosas, un merendero que funciona de lunes a sábados en Zavaleta.

Mujeres de La Poderosa reclaman por un salario para las 70 mil cocineras de barrios populares

Alrededor de las ollas se pican cebollas (cuando hay), se sirve el cocido (cuando hay) mientras se robustecen derechos, se intercambian opiniones, se piensan estrategias y caminos de lucha. Las ollas populares son herramientas de resistencia, de transformación, el puntal de un entramado político fundamental para garantizar la supervivencia de los sectores empobrecidos.

“Nosotras no solo damos de comer. Nosotras mantenemos la red de cuidados que se arma en los barrios. Porque la olla trae el apoyo escolar, la ayuda para hacer trámites que no resultan fáciles cuando hay que apretar ‘www.’, porque en esas ollas denunciamos al narco y abrazamos a los pibes y no nos importa nada, en esas ollas abrazamos a las compañeras que sufren violencia. Porque juntas somos poderosas, y por eso nos persiguen y no bajan los alimentos. Porque la olla es una generadora de derechos y lo saben. Pero estamos juntas, organizadas, acuerpadas y en lucha. Y no nos van a parar, porque nosotras sabemos resistir”, arenga Natalia Zarza, vecina de Villa Fiorito, y el Polideportivo Maradona sucumbe en aplausos.

Cuando la tarde se pone oscura empieza a perfilarse el cierre de la asamblea feminista villera en Zavaleta. Es el momento en que las palabras pasan la posta a los abrazos. Las cocineras comunitarias, villeras y organizadas, se amuchan en el centro del playón y se dan fuerzas, mirándose a los ojos, reconociéndose en las otras, convencidas de que este año les corresponde la cabecera del 8 de marzo para gritar fuerte y claro que “urgente y necesaria, ¡es la emergencia alimentaria!”