Llegar en combi hasta Alaska les tomó cinco años. María Belén Bisotto y Luis Garnero son oriundos de Adelia María, Córdoba, pero se embarcaron en esta travesía desde la ciudad brasileña de San Pablo, adonde él había llegado para hacer un posgrado en diseño de autos y ella a buscar trabajo de alguna de sus dos profesiones: administradora hotelera o profesora de educación física. Sin embargo, en 2017, sintieron la necesidad de salir a explorar el mundo y compraron una combi de los años setenta que acondicionaron para tal fin.
“A Alaska llegamos a fines de 2022 y nos quedamos tres meses, hasta una semanas antes del comienzo de la Copa del Mundo“, recordó Belu a Infobae, quien junto a su pareja regresó al país hace siete meses para dar a luz su beba Alma.
Todo el viaje lo hicieron a 60 km/hora, que es lo máximo que se puede exigir la combi. “Manejábamos unos 200 kilómetros al día, como mucho, ya que nos llevaba entre cuatro o cinco horas”, explicó acerca de los inconvenientes que tuvieron sortear por circular con un vehículo tan antiguo.
En el medio, se ganaron la vida vendiendo postales y stickers, mandalas, atrapasueños y pulseritas. “Lucho aprendió a tatuar, a dibujar murales y a pintar pieles. Y en muchas oportunidades nos dedicamos a la jardinería”, contó Belu, que además editó un libro “muy a pulmón” de la extensa travesía que fueron relatando en sus redes sociales @viajayreite.
Si bien Alaska cuenta con importantes atractivos turísticos para aquellos que aman la naturaleza, como el parque nacional más grande de Estados Unidos, el pico más alto de Norteamérica y un paraíso de glaciares, también alberga algunas curiosidades. Se trata de Whittier, un pueblo donde sus 200 habitantes viven en un mismo edificio, que se resiste a caer en el olvido y desde el año 2000 revivió gracias al turismo.
“Habíamos visto un video en Youtube sobre un pueblo muy extraño que nadie visitaba. Nos pareció súper raro y quisimos ir a verlo. Es un lugar muy desolado pero inmerso en un paisaje increíble, a los pies del glaciar Portage”, describió Belu.
El origen de esta localidad se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos estableció una base militar en esta zona en 1943. La llamada Camp Sullivan estaba enlazada desde un puerto por vía férrea con la ciudad de Anchorage. La idea era que su conexión sirviera como punto de entrada para los miembros de las fuerzas armadas desplazados a Alaska.
Con el paso de los años, fueron muchas las familias de los militares que se desplazaron allí, por lo que en el año 1953 se levantaron las Begich Towers para alojar a todas ellas.
Ya en la década del 60 la localidad dejó de usarse como base militar, pero fueron muchos los que se quedaron viviendo allí, configurando lo que actualmente se conoce como Whittier. Hoy, su puerto sigue funcionando y se convirtió en la puerta de acceso a las vacaciones en tierra hacia el corazón de Alaska.
“Para ingresar a Whittier hay que atravesar un túnel que tiene una sola mano y los automovilistas tienen que respetar los horarios de ida y vuelta. Y como no abre de noche tenés que conocer el cronograma porque sino te quedas atrapado en el pueblo”, precisó Belu sobre el Anton Anderson Memorial Tunnel, que cruza la montaña de Maynard.
Este túnel es de uso mixto (tren y vehículos) y tiene dos particularidades: es el más largo de Norteamérica, con 4 km de extensión, y al tener un solo carril está regulado con una serie de horarios. Abre media hora para que los vehículos ingresen a Whittier y después cierra dos horas aproximadamente para que airee. Luego, habilitan el carril para el regreso a la ciudad de Bear Valley.
“Para cruzar el túnel te cobran un peaje de 13 dólares y no podés exceder los 25 km/hora. Está prohibido circular en bicicleta o caminando porque es muy angosto y fue diseñado inicialmente para llegar a Whittier en tren. Pero eso cambió a partir del año 2000″, remarcó Belu.
Al ingresar al pueblo, lo primero que se observa son las torres Begich, un edificio mastodóntico que está formado por tres módulos interconectados, cada uno de 14 plantas. Cada una de ellas se componen de 197 apartamentos, situados en las plantas superiores. Tres plantas están dedicadas a usos comerciales y oficinas y en la tercera, por ejemplo, se encuentra un pequeño ambulatorio médico.
“También está la escuela, el despacho del alcalde, un correo, una lavandería, una estación de policía, un salón de usos múltiples donde se congregan los vecinos y un hotel en las plantas 13 y 14 con pileta climatizada”, detalló.
La red de pasillos y ascensores conectan la totalidad del edificio. “Todo es bastante viejo: los muebles, las ventanas y la fachada. Y la mayoría de la gente que vive acá son adultos. También hay algunos jóvenes pero no se ven muchos niños”, relató Belu acerca de su población mayormente envejecida, quienes se dedican principalmente a la pesca del salmón y a la extracción de petróleo.
“Esta gente tomó al pueblo como parte de su arraigo y siguió habitándolo, pero no se creó mucho más que ese edificio. No hay ninguna plaza, por ejemplo, y toda la vida social pasa allí dentro, sobre todo en invierno”, agregó, donde las temperaturas llegan a -20 grados centígrados.
Pero en verano, el pueblo cobra un poco más de vida. “Hay muchas actividades para hacer al aire libre como senderismo y trekking. Visitar cascadas o el glaciar. Hacer la ruta del oro, que te lleva por los pueblitos hoy ‘fantasmas’ que se crearon alrededor de la mina”, recomendó Belu.
La estadía de la pareja en Whittier fue de dos noches y pararon con su combi frente al glaciar, en un sector donde hay mesas de pic-nic para pasar el día. “A diferencia de otros lugares, donde tuvimos que cuidarnos de la inseguridad, acá había que estar atentos a no ser atacados por los osos, que se acercan en busca de comida”, recordó.
Durante su recorrido también se encontraron con el edificio abandonado Buckner, construido en 1957 por el Ejército, que está a escasos metros de la Begich Towers y supo ser el más grande de Alaska. Sin embargo, fue alcanzado por un tsunami causado por el terremoto de Alaska, en 1964, y sus habitantes tuvieron que mudarse. Hoy, su esqueleto se convirtió en otro de los atractivos turísticos del pueblo.
De todas maneras, su particular estilo de vida es lo que más llama la atención. El hecho de que sus habitantes sigan eligiendo “vivir aislados”, y más en tiempos de post pandemia, hace que muchos curiosos se animen a cruzar el túnel y descubrir sus motivos.