Corría el año 1948. A Luis Sandrini le habían ofrecido rodar la película Olé, torero, de Benito Perojo, junto a Paquita Rico en España. “Nos vamos”, le dijo entonces a Tita Merello. Estaba seguro de que ella, con el profundo amor que sentía por él, no dudaría en hacer sus valijas dispuesta a cruzar el Océano Atlántico de su mano, Pero la actriz y cantante le dijo que no. Acababa de recibir la propuesta de Eduardo de Filippo para protagonizar la obra Filomena Marturano en el Politeama, en plena Calle Corrientes. Y así, sin más, el romance más apasionado de la farándula de la época llegó a su fin.
Es que, para entonces, la intérprete de Se dice de mí ya había aguantado demasiado. De manera que, cuando Luis le dijo que si no la acompañaba en el viaje no lo volvería a ver nunca más, decidió correr el riesgo. Hay quienes dicen que se arrepintió toda la vida de haber priorizado su carrera por el que, creían, había sido el hombre de su vida. Otros, sin embargo, cuentan que gracias a esa obra que se convirtió en un verdadero suceso y luego llegó al cine, conoció a un joven Alberto de Mendoza con el que se deslumbró y que la hizo olvidar a aquel que tantas lágrimas la había hecho derramar. Pero esa es otra historia...
Tita y Sandrini se conocieron en el rodaje de la película Tango, que se estrenó el 27 de abril de 1933. Cuentan que, apenas la vio, Luis cayó rendido frente a los encantos de esta mujer nacida en un conventillo de San Telmo que estaba decidida a triunfar en el mundo del espectáculo. Pero, por entonces, él estaba casado con la actriz Chela Cordero y, según dicen, aunque su interés romántico era correspondido por la Merello, entre ellos no pasó nada. O sí, pero no se supo hasta muchos años más tarde, cuando ella lo presionó para que se fueran a vivir juntos.
Así las cosas, en 1942 la protagonista de Mercado de Abasto y el actor se mostraron en público por primera vez como pareja. El concubinato, en esa época, no estaba bien visto por la sociedad. Pero en el ambiente artístico todos decían que la actriz y cantante y Luis estaban hechos el uno para el otro. Salvo por un detalle: ella era una mujer de carácter y él no podía controlar sus impulsos de serle infiel con cuanta señorita se cruzara en su camino. Es que, así como había engañado a su esposa con Tita, era de esperar que a ella también la engañara con otra y otras. Y esto hacía que las peleas entre ambos fueran una constante. “Las minas lo pierden”, decían los amigos de Sandrini tratando de justificarlo. Y, lo buscara o no, la Merello siempre se terminaba enterando de sus aventuras.
Por otra parte, por aquellos años ella había logrado su consagración profesional, lo que se vio reflejado en su popularidad y en su crecimiento económico. De manera que Luis, que recién comenzaría a cosechar las mieles de su trabajo tiempo más tarde, se sentía un poco opacado frente a su estelaridad. Al punto que ella decidió retirarse del medio durante un par de años para acompañarlo a él a México, dónde había sido contratado para filmar varias películas desde 1946.
Cabe señalar que, el 21 de abril de 1947, nació en tierra azteca Enrique Luis Discépolo Díaz de León, el hijo de Enrique Santos Discépolo y la actriz Raquel Díaz de León, que el autor de Cambalache nunca llegó a conocer ya que abandonó a su madre embarazada de seis meses para volver a la Argentina junto a Tania. Sin embargo, Tita y Sandrini oficiaron de testigos como para que el descendiente del compositor fuera anotado con su apellido en su país natal y se convirtieron en sus padrinos, al punto que él los siguió visitando cada vez que viajaba a la tierra del tango.
Pero lo cierto es que, de regreso al país, algo se terminó de romper en el vínculo que unía a la Merello y a Luis. Cuando ella le comunicó que no podría acompañarlo al Viejo Continente porque tenía una propuesta de teatro muy interesante, él la subestimó. “¿Quién conoce esa obra?”, le dijo soberbio. Y le advirtió: “Si no venís conmigo, lo nuestro se termina”. Pero ella decidió que había llegado la hora de priorizarse. Y así lo hizo.
Cuando volvió a la Argentina, Sandrini se mantuvo firme en su postura y no volvió a llamar a Tita. En 1949, en tanto, conoció a Malvina Pastorino, una actriz que por entonces se dedicaba a hacer reemplazos, mientras actuaban en Cuando los duendes cazan perdices en el Teatro Smart. Ella también era una mujer de carácter y el primer encuentro no habría sido de lo más ameno. Sin embargo, en 1950 ambos compartieron una gira por Montevideo en la que consolidaron una relación sentimental que los llevó a pasar por el Registro Civil vía Uruguay en mayo de 1952. De esa unió nacieron Sandra y Malvina, la dos hijas del matrimonio. Y solo la muerte de él, el 5 de julio de 1980, logró separarlos.
Tita, en cambio, nunca llegó a formar una familia. Tuvo sí, muchos cortejantes que se derritieron entre sus brazos. Pero ella le guardó siempre la silla principal de su departamento de Rodríguez Peña y Marcelo T. de Alvear al que llamaba como “el que te jedi”, para no nombrarlo, y que nunca más volvió a sentarse en ella. “Vivimos una hermosa historia. Dejé muchas cosas para estar junto a Luis, pero no me arrepiento de nada”, confesó en una de las últimas entrevistas que dio antes de su fallecimiento, el 24 de diciembre de 2002.
Merello nunca había querido hablar de dolor que guardaba en corazón por el amor de Sandrini. Sin embargo, una de las pocas letras que escribió fue la de Llamarada pasional, tema al que Héctor Stamponi le puso música. “Estoy pagada con castigo al recordarte, mi sangre grita que me quieras otra vez. Temor de vida que se escapa con el tiempo y no tenerte de nuevo como ayer. Es llamarada recordarte con la sangre, saber que nunca, nuca más, ya te veré. Mirar mis sienes que blanquean y detienen con mil recuerdos esta angustia de querer”, decía en ese desgarrador tango que, sin lugar a dudas, le dedicó a Luis.