Durante 40 años buscó a su padre biológico, descubrió la verdad gracias a un hermano y hoy tiene su apellido

Gustavo Scopp creció con su mamá y sus abuelos, y desde la niñez sintió curiosidad por su origen paterno. No hubo respuestas concretas hasta sus 17, después la verdad quedó en pausa por dos décadas, y recién en 2023 obtuvo la sentencia que confirma su identidad. Como si fuese una película de suspenso, investigó a pesar de todos los obstáculos, y en medio de los miedos, alcanzó su derecho más preciado

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En 2020 inició un proceso
En 2020 inició un proceso legal para luchar por su identidad, y luego de tres años obtuvo la sentencia definitiva (Fotos: Gentileza Gustavo Scopp)

Gustavo tiene 43 años, y la búsqueda de su identidad atraviesa prácticamente toda su vida. La curiosidad por una historia que no cerraba empezó cuando iba a la primaria, y una pregunta de la maestra lo dejó perplejo. Recién a los 17 recibió más respuestas, y se propuso buscar a su padre biológico, aunque en un primer intento nada salió como esperaba. Las siguientes dos décadas optó por creer en la única versión que conocía, hasta que retomó la investigación y alguien le respondió del otro lado del teléfono. Cuando creía que estaba cerca de la verdad, y se aproximaba un análisis de ADN, los hechos dieron un inesperado giro y debió comenzar otra vez desde cero. La gran revelación al fin llegó, descubrió que tiene tres hermanos, y después de sortear algunos obstáculos en la Justicia, logró que en su documento figure su verdadero apellido. En diálogo con Infobae, cuenta en detalle cómo fue el proceso y el cambio transformador que significó.

“Cuando empezás a detectar cosas que no cierran, necesitás llegar al fondo de la verdad, porque sino es como que siempre te falta algo, y así surge todo esto, con esa sensación”, anticipa. Tiene la esperanza de que dar a conocer su vivencia le sirva a otras personas que estén pasando por situaciones similares, y se brinda desde la transparencia y la honestidad. Amable en todo momento, aclara que transitó un camino intenso durante 40 años, y que ahora que el misterio está resuelto, lo puede narrar desde la gratitud, y no con el dolor que sentía antes. “Cuando era chico vivía con mi mamá y mis abuelos en la misma casa, y yo sabía que no tenía un papá, pero nunca me decían por qué no estaba o por qué no tenía un papá”, expresa.

Un día en la escuela, cuando tenía 9 años, cada niño debía contar a qué se dedicaban sus padres. “No sabía que responder, así que dije: ‘No sé qué hace, no tengo papá', y la maestra me decía que no podía ser, que yo tenía un apellido, y que a alguien correspondía; así que cuando llegué a mi casa le pregunté a mi mamá”, rememora. La conversación se terminó casi antes de empezar, y notó que no era un tema que su madre quisiera profundizar. “Insistí tanto preguntándole quién era mi papá, que en un momento me dijo: ‘Tenés mi apellido porque tu papá no quiso saber nada con vos’, esa fue la explicación”, cuenta. Durante un tiempo dejó de preguntar, hasta que falleció su abuelo y sintió un gran vacío.

Gustavo era el único de
Gustavo era el único de su familia que tocaba el piano, y a raíz de su búsqueda descubrió que su bisabuelo paterno, Alberto, era concertista de piano y su abuela Anita era maestra de piano

“Para mi él fue la figura paterna, y cuando no estuvo fue más fuerte el deseo de saber qué había pasado con mi papá”, indica. Tenía 17 años y volvió a pedirle a su madre que le diera más información. “Me contó que había tenido una relación con médico, que estaba casado, que se enamoró, tuvieron un encuentro y quedó embarazada, pero que esa persona no se había querido hacer cargo”, comenta. Aunque fue un impacto escuchar nuevamente que aquel hombre no había querido ni intentado formar parte de su vida, por dentro solo pensaba en contactarlo. “Quería saber su nombre, quería verlo, y le pregunté a mi mamá si tenía algún teléfono o una manera de llegar a él”, relata.

Para su sorpresa, su mamá había conservado algunos datos, y le dijo que su padre se llamaba igual que él, Gustavo, y le dio también un apellido, pero le recalcó que no iba a encontrar aceptación, sino todo lo contrario. Por más que se lo repitiera cientos de veces, él volvía a insistir, y en vísperas de cumplir la mayoría de edad su madre le ofreció llevarlo al lugar donde trabajaba su padre biológico, para que pudiera tenerlo frente a frente. “Fuimos al Hospital Fernández, al cuarto piso, me señaló a una persona y me dijo: ‘Ahí está, es él’”, narra, con el mismo temor y sentimientos encontrados que lo invadieron en ese instante. “Pensé que mi mamá me iba a acompañar a encararlo, pero ella no quería ni verlo, se fue abajo a esperarme y yo me quedé paralizado mirándolo; no pude hacer absolutamente nada, vi que encontró a una habitación y me fui”, explica. Mientras regresaban a su casa, por dentro pensaba que tal vez su madre tenía razón y no estaba tan preparado como creía para afrontar la situación, pero en realidad estaba muy lejos de renunciar.

La verdad o nada

“Con 17 años no se me ocurría qué hacer, tenía un padrino que era abogado y le hablé del tema; me decía que mi mamá nunca había querido iniciar ninguna acción legal, que mi padre era un cobarde y ella no quería tener ni diálogo ni ningún tipo de vínculo, y elegí creer en lo que me decían”, manifiesta. La angustia se combinó con impotencia, y poco a poco trató de convencerse de desistir. “Nunca se me ocurrió por ejemplo preguntarle a mis abuelos, realmente no sé por qué, después falleció también mi abuela, más adelante me independicé y estuve mal por casi 20 años, donde no intenté más nada”, se lamenta.

Siempre trabajó en el rubro de comercio durante largas jornadas, y el gran cambio se produjo cuando dejó fluir su faceta artística. Como pianista y guitarrista empezó a dar clases, a manejar sus propios horarios, y tuvo más tiempo libre. A su vez, en los talleres de canto forjó un grupo muy unido, que se convirtió en su apoyo emocional. “Llegué a un punto bastante crítico, donde me hice un replanteo, porque había mejorado mi situación laboral, estaba más contento con mi vida, pero todo lo demás seguía ahí, sin que yo pudiera superarlo, y decidí poner en Google el nombre y apellido del médico que mi mamá me había mostrado dos décadas antes”, detalla. Los resultados arrojaron la dirección de un consultorio, una foto y un teléfono de línea.

Durante casi 40 años Gustavo
Durante casi 40 años Gustavo estuvo convencido de que su padre era otro médico, pero descubrió la verdad

“Llamé, y atendía un contestador automático que confirmaba que era el consultorio de ese médico, y dejaba un celular para contactarlo”, cuenta. Volvió a tomar valor y marcó a ese número, y la persona lo atendió. “Hablamos, le conté el motivo de mi llamado, y estaba muy sorprendido, pero me explicó que había tenido un ACV hacía poco y que tenía algunas secuelas, que no recordaba del todo algunas cosas, y que le diera más información para que él pudiera chequear quién era mi mamá”, revela. Intercambiaron dos llamados más durante el mes, donde Gustavo le brindó especificaciones, desde el nombre completo de su madre, hasta el dato de que había sido una paciente en el año 1979.

“Me dijo que conservaba una agenda donde figuraba una mujer con ese apellido, que podía ser, y al principio estaba todo bien, aparentemente estaba dispuesto a conocerme, pero al poco tiempo cambió totalmente la postura y me dijo que no quería avanzar, que no quería tener problemas con su esposa, y que yo estaba en todo mi derecho de hacer alguna cuestión judicial, pero que él no quería hacer más nada”, cuenta. Esas palabras fueron desconcertantes, casi agónicas, como si todos los esfuerzos hubieran sido en vano. Pero ya había recorrido tanto, que optó por asesorarse con una abogada de familia, para conocer sus opciones. En el taller de canto le recomendaron una letrada especialista en el tema, y comenzó otro capítulo, el más esclarecedor.

“La abogada miraba la foto de él, me miraba a mí, y me decía que no había mucho parecido físico, y me explicaba que al haberse negado a avanzar, mi única alternativa era iniciar un juicio de filiación, pero que antes de eso hablara con mi madre y le preguntara si estaba 100% segura de que este señor era mi padre, porque en caso de no ser asi, podían hacerle un juicio a ella o iniciarnos acciones por daños y perjuicios”, señala. Con absoluta sinceridad confiesa que no se le cruzó por la mente ni por un segundo la respuesta que obtuvo cuando volvió a sentarse con su mamá en búsqueda de la confirmación.

Jorge Scopp en su juventud,
Jorge Scopp en su juventud, el papá de Gustavo

Cuando le explicó todo lo que podía pasar si solicitaban un ADN y daba negativo, su madre se quedó callada. “Hay cosas que vos no sabés”, fue la frase que le dijo para romper la ley del hielo, y desencadenó un nuevo rumbo. “Me confesó que además de estar con aquella persona que me había dicho, estuvo con otro médico más o menos en la misma fecha, pero que ella estaba casi segura de que mi papá era el otro señor y no ese; y que además este médico alergista se había ido a Estados Unidos hace mucho”, revela. Desesperado, Gustavo le pidió el nombre para poder investigar en internet. “Busqué en Facebook delante de ella ‘Jorge Scopp’, y como no es un apellido tan común, había pocos, y vi un señor grande que tenía una foto de perfil, que en un principio de lejos no me pareció que pudiera ser, pero tenía fotos en Chicago, Estados Unidos, y mientras le seguía consultando datos; así supe que lo conoció cuando ella se estaba haciendo un tratamiento de alergias”, relata.

El derecho a la identidad

Ahondando un poco más en Google aparecieron varias fotos más, una del mismo médico durante su juventud, y ahí sí notó un parecido físico notable. “Pensé: ‘Este hombre puede llegar a ser mi papá', y sabiendo que era ese mismo señor grande de Facebook, le mandé un mensaje privado donde le conté toda la situación, pero no tuve respuesta”, indica. Gracias a la tecnología, se le ocurrió buscar otros familiares con el mismo apellido, y así fue como dio con un tal Fernando Scopp. “Vi que tenía fotos con el mismo médico, supuse que era su hijo, o sea, mi hermano, y también le mandé un mensaje, diciéndole que tenía que comentarle algo personal, y que si prefería me pasase un mail para que pudiera contarle la situación”, comenta.

Le explicó todo, y el muchacho le respondió, en medio del shock por la sorpresa de que había un joven que también podía ser hijo de su padre, pero dispuesto a colaborar. “Me dijo que la información de dónde se atendía mi mamá en esos años coincidía con el lugar donde trabajó su papá, que efectivamente era especialista en alergias, pero yo seguía siendo un desconocido que apareció de la nada, así que me pidió algunos datos más, y cuando estuvo más seguro de que la historia era totalmente real, me dijo: ‘Papá falleció en enero de 2019, pero yo no tengo problema en hacerme un ADN’”, revela, y con un suspiro de por medio indica que el médico murió seis meses antes de que él reactivara la búsqueda.

A la izquierda, Gustavo de
A la izquierda, Gustavo de perfil, y a la derecha, la foto de su papá, también de perfil, la misma que vio en Facebook cuando supo de su existencia

“Una de las preguntas que más le hacen a personas que pasamos por esto es por qué no averiguamos antes, y la verdad es que no pude, porque no es tan fácil, hay un montón de procesos personales que son difíciles de atravesar, y cada caso es único”, expresa. Retoma el relato y comenta que cuando Fernando vio fotos suyas le dijo que notaba similitudes propias de la familia, y que además había otras coincidencias. “Me contó que él también tocaba el piano, que el abuelo tocaba el violín, la abuela era maestra de piano, y la verdad que no lo podíamos creer, así que decidimos sacarnos la duda y avanzar hacia el ADN”, cuenta.

Consultó en la Fundación Favaloro, consiguió un turno, y le explicaron que debía realizarse dos estudios, porque al no estar con vida el posible progenitor, se debe analizar no solo el grado de parentesco sino también los marcadores autosómicos, para establecer el porcentaje final. “Nos dio un 99,3%, es decir que somos hijos del mismo padre, y tengo dos hermanos más, una hermana que vive también en Buenos Aires y otro que vive en Chicago”, dice con alegría, porque desde el instante en que el vínculo se confirmó, le abrieron las puertas para que forme parte de la familia.

“Me saqué la mochila que cargué por 40 años de pensar que mi papá no me quería, porque en realidad mi verdadero padre nunca se enteró ni siquiera de que yo era su hijo, se murió sin saber que yo existía”, expresa. Cuando le mostró el resultado de la prueba a su madre, ella no lo podía creer. “Decía que no podía ser, pero llegué a la verdad, y era lo único que me importaba, saber quién era mi papá, qué había pasado realmente, y de repente dejé de ser hijo único, ahora tengo tres hermanos, cuatro sobrinos, y una familia entera”, celebra.

Gustavo junto a sus tres
Gustavo junto a sus tres hermanos, Demian, Valeria y Fernando, con quien mantiene un entrañable vínculo desde que se conocieron

Solo faltaba algo para que la misión estuviera completa: tener en el DNI su apellido real, y para eso, recurrió a la Justicia. “Es bastante complicado, cada caso es un mundo, pero se pide mucha documentación, todos los hermanos tienen que estar de acuerdo porque si alguno no lo está la única alternativa es iniciarle un juicio a tu hermano, y aunque yo tuve el consentimiento de los tres, y al principio avanzó rápido, empecé en 2021 y la sentencia definitiva llegó en 2023″, detalla. “Como parte del proceso también fui a Abuelas de Plaza de Mayo y descarté ser nieto de desaparecidos; es muy difícil encarar un juicio por filiación a veces porque la parte patrimonial se mezcla mucho con la identidad, y depende de lo que cada uno esté buscando, en mi caso yo no estaba interesado en nada patrimonial así que no fue un problema ni punto de conflicto”, indica.

La gran traba fue que la fiscalía le exigía que el resultado del ADN fuese del 99,9%, y no del 99,3%. “Tuve que esperar a que venga mi hermano de Estados Unidos, que justo vino para el Mundial, lo sumé al primer estudio que me hice con Fernando y tuvo que participar también mi madre; ahí finalmente dio el 99.9%, se establecieron todos los parentescos y se destrabó toda la situación legal”, explica.

El posteo con el fragmento
El posteo con el fragmento de la sentencia definitiva que lo autorizó a tramitar su nuevo documento de identidad, con su verdadero apellido

Volver a nacer

Con esa sentencia definitiva, fue hasta el Renaper (Registro Nacional de las Personas), para comenzar el trámite del nuevo documento. “Mi nombre anterior es Gustavo Nicolás Folgado, y el que figura actualmente en mi DNI es Gustavo Nicolás Scopp Folgado; me dejé el apellido materno, pero sumé el de mi papá como principal”, indica. No hay adjetivos suficientes para describir lo que sintió en ese momento. Increíble, sensacional, maravilloso, y reparador, son algunos. “Tres años de espera que valió cada segundo, porque finalmente, soy el que siempre tendría que haber sido; no hay nada más importante que el derecho a la identidad. Scopp por siempre y para siempre, la vida siempre se ocupa de poner a cada uno en el lugar que le corresponde”, ratifica.

A nivel económico requirió de una inversión, porque entre la sumatoria de los estudios de ADN y los honorarios de la abogada, implicó un costo elevado. “En total a plata de hoy habré gastado casi 500.000 pesos, o sea que no es algo barato para alguien que quiera iniciar algo legal, pero como contrapunto tengo un final feliz, o por lo menos yo lo siento así, porque encontré mis orígenes, y conozco muchos casos que no terminan encontrando nada, se cansan, ven que la cosa pinta muy difícil, y abandonan, que también es comprensible, porque llega un momento donde pueden no quedar fuerzas para afrontar esto, requiere bastante fortaleza emocional”, sostiene. Hace terapia, y de a poco va encontrando más respuestas.

"A la izquierda es una
"A la izquierda es una foto de mi papá, y a la derecha una mía, que aunque no está muy nítida, me llama la atención que estamos casi en la misma posición, con una mesa y sillas muy similar", detalla (Fotos: Gentileza Gustavo Scopp)

Me queda pendiente visitar Chicago, el lugar donde mi papá vivió 20 años. Volvió a Argentina a pasar sus últimos años, mis hermanos lo pudieron cuidar, y aunque lo puedo ir a visitar al cementerio, y fui varias veces, es una situación rarísima porque no viví nada con esta persona, pero a su vez necesito hacer un duelo de alguien que no conocí; y creo que me sirve mucho ver fotos de él, que mis hermanos me cuenten anécdotas, y tratar de conectarme con él desde ese lugar”, expresa. Le ha pasado también que a raíz de hacer pública su historia en Instagram y de compartirlo con sus alumnos en los talleres de canto y piano, que llegara nueva información imprevista.

“Como era médico, me han llegado a mostrar comprobantes de que él los atendió, otra persona que fue al club con él, que compartió momentos con él, y así me pasan cosas loquísimas. Como no tuve la posibilidad de tomar un café con mi viejo, me aferro a sus fotos, videos de conferencias que dio, y la música también me sirve como descarga y fuente para fortalecerme, porque la música trasciende todo, hasta las mentiras más grandes”, sentencia. Hace poco le dedicó un posteo a su papá, y sus palabras hablan por sí solas: “Me gustaría poder darte un abrazo y preguntarte si estas orgulloso de mi, que hablemos de proyectos y me des consejos; descubrir que fuiste mi papá fue una de las cosas más lindas que me pasaron en la vida, y me diste un montón, sin ninguno de los dos saber que éramos familia. Me diste a mis hermanos, sobrinos y cuñados, esta gran comunidad Scopp a la que siempre voy a defender. Me siento pleno e importante estando siempre disponible para cada uno de ellos y no me siento más solo, de esa forma la balanza se mantiene en equilibrio. Nos volveremos a ver, seguí siendo parte del aire”.

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