A cinco años de la muerte de Franco Macri, el emblemático empresario que tuvo una difícil relación con su hijo Mauricio

Nacido en Italia, viajó a fines de los año 40 a la Argentina, donde estuvo al frente de más de cien empresas. Su vida corrió en paralelo con los vaivenes del país y vio pasar todo tipo de gobiernos, con los que, a su modo, se relacionó

Franco Macri murió el 2 de marzo de 2019, a los 88 años (foto NA)

Creó y manejó más de cien empresas a lo largo de más de sesenta años. Muchas de esas empresas fueron un éxito, otras fueron un fracaso. Alternó, incurrió también, en terrenos tan distintos de la actividad productiva y económica como la construcción, la fabricación y venta de automóviles, el correo, los residuos, el capital financiero, la obra pública, los electrodomésticos y los alimentos, entre otros rubros a los que puso su sello. Supo adaptar sus ambiciones, sus éxitos y sus fracasos, sus esperanzas y sus decepciones, según los vientos que soplaran en un país en el que más que vientos, soplaron vendavales a lo largo de seis décadas: Estado presente, Estado ausente, economía abierta, economía cerrada, dictablandas, dictaduras, dictadurísimas, democracias esperanzadas, inermes, autoritarias, corruptas o estúpidas, que de todo tuvimos y por todo pasamos.

Todo lo hizo Franco Macri, que murió hace cinco años a los ochenta y ocho, con su sello personal y a fuerza de negociar, con guante de seda y mano de hierro, con los representantes de un Estado que imponía condiciones, aguaba fiestas, cambiaba de rumbo, concedía, extorsionaba, celebraba o castigaba según la fuerza de los vendavales. Siempre negó ser parte de lo que se dio en llamar “patria contratista”, una calificación que le ofendía, mientras alimentaba el andar de sus empresas que a su modo fueron también innovadoras, originales, le tomaron el pulso a una sociedad que también cambiaba por horas según los vendavales, y a la que ayudó a modificar hábitos y costumbre: Movicom, por ejemplo, cuando el boom de la telefonía móvil, o el sistema de cobros Pago Fácil, o Autopistas del Sol para citar unas pocas.

Los tres libros autobiográficos del empresario nacido en Italia

Su vida bien pudo ser una novela, de algún modo lo fue, que Macri se encargó de novelar en muchas ocasiones con anécdotas muy zafias y divertidas de una juventud fervorosa que trajinó, o que decía Macri que había trajinado, por los andamios de una Buenos Aires que lo recibió como inmigrante a los dieciocho años. También se ocupó de tender puentes con el pasado con tres libros autobiográficos y benignos, piadosos en todo caso, que publicó a lo largo de dieciséis años, todos de su autoría: “Macri por Macri”, una autobiografía de 1997; “El futuro es posible”, que pinta su visión del país y del empresariado argentino y, el tercero, “Charla con mis nietos”, que incluye anécdotas íntimas, las publicables, personales y familiares. Un ejemplo del tono y los designios del autor, tomado de “El futuro es posible”, primer párrafo: “Soy Francisco ‘Franco’, para todo el mundo, Macri, un empecinado empresario argentino. No faltan quienes no me han dado el derecho a la defensa, y eso no es justo. He vivido librando batallas, a veces como un gladiador solitario en medio de la arena del circo, adaptándome al o inesperado, basado en mi decidida vocación de multiplicar mis empresas y mis empleados, como todo empresario desea”. Fuera de ese estilo de leve retintín retórico, alguna vez afirmó, más elocuente aunque no por escrito: “Los empresarios argentinos son una bolsa de gatos”.

Tuvo un hijo, Mauricio, que fue presidente de la Nación y con quien mantuvo desde la infancia una espinosa relación que tornó a tormentosa a medida que el chico crecía. En esa aridez se mezclaron amor y boicot, admiración y desprecio, competencia y fraternidad, un caldero que hervía tal vez con el fuego azuzado por el siempre indócil espíritu del sur italiano, que es de donde viene la sangre de la familia.

Franco y Mauricio Macri junto a Carlos Menem. En el medio, Evangelina Bomparola, novia de Franco.

Al chico, ya hombre, el trasiego de la relación con su padre lo derivó al sillón de un analista para intentar acomodar las piezas en el tablero, y hasta la guía de una budista porque “me armoniza”, dijo alguna vez Macri hijo. Como fuere, la relación cercada por alambres de púas se distendió luego de la primera grave crisis de salud del patriarca familiar, en 2015, cuando su hijo andaba de campaña por el país como aspirante a la presidencia.

Franco Macri había nacido el 15 de abril de 1930 en Roma, en la zona del Lazio, un barrio que sueña con el imperio perdido entre las paredes ocres de una ciudad que será por siempre del espíritu de Alberto Sordi. Igual, los fanáticos del brioso equipo de fútbol de la Societá Sportiva Lazio, enfrentado a cara de perro y en partidos épicos con la Associazione Sportiva Roma, suelen hacer, o hacían con frecuencia, el saludo nazi en las gradas de su estadio. La madre de Franco, Lea Lidia Garbini, era hija de una familia romana, dueña de una empresa de transporte pública en el Lazio. El padre, Giorgio, venía de una familia dueña de tierras en Calabria.

Franco Macri creó y manejó más de cien empresas a lo largo de más de sesenta años

Si es verdad que el hombre es en gran parte la infancia que vivió, Franco Macri jamás pudo superar la separación de sus padres y cierto desinterés de su madre sobre cuál sería su destino de chico lastimado por el fracaso paterno: “Las heridas que dejó en mí la aparente facilidad con que mi madre me abandonó, primero en un colegio donde estuve pupilo, luego en la vida de Roma en época de guerra, no habían cicatrizado –confesó en su autobiografía– Si bien no estoy seguro de cómo afectó mi relación con las mujeres, no tengo duda de que lo hizo”.

No sólo marcó su relación con las mujeres. En un remedo de su propia historia de padres separados y madre desentendida, Franco repitió la historia y en su momento dejó a su hijo Mauricio en brazos de su madre, a pesar de haberlo marcado a fuego ya, y era un chico muy chico, con la elección de un destino irrevocable: ser el heredero de su soñado imperio en formación. Para ponerlo todo en un solo ejemplo, una mañana, cuando Mauricio apenas si descifraba las letras, Franco le puso en las manos un papel con un número telefónico al cual llamar a través de aquellos enormes aparatos negros, de disco pesado y rugiente, ante cualquier cosa que necesitara. Era el número de la secretaria de Franco, Ana Moschini quien, con los años, fue secretaria de Mauricio, ya jefe de Gobierno y candidato a presidente. A esa mujer Macri le dedicó su discurso de celebración en Costa Salguero, la noche en la que se consagró presidente, “porque me cuida desde los cinco años”.

Franco Macri tenía nueve años al estallar la Segunda Guerra Mundial, quince cuando terminó y dieciocho cuando emprendió el viaje a la Argentina, sin hablar una palabra de español, junto a su hermano Tonino, de catorce, y a su hermana más chica, María Pía. No llegó, como lo hacían muchos inmigrantes italianos de los años 50, con una mano atrás y otra adelante. En Buenos Aires los esperaba su padre, Giorgio, que era accionista de SADOP (Sociedad Anónima de Dragado y Obras Portuarias) y fundador en 1955 de la constructora Vimac. No hay demasiados testimonios de sus primeros años en el país en el duro oficio de peón de albañil, salvo ciertos episodios de ardor juvenil en aquellos andamios encalados, que el propio Franco difundió tal vez para mantener el mito en pie.

Franco Macri tuvo varias parejas a lo largo de su vida, pero estuvo solo en sus últimos días

Estudió dos años de Ingeniería y abandonó la universidad por el trabajo: su padre le prestó el capital para que fundara su primera empresa constructora, Demaco, especializada en la fabricación de casas baratas. Era 1959 y el país, en el primer año de gobierno de Arturo Frondizi, olía a petróleo y buscaba como una quimera, el autoabastecimiento petrolero. Franco Macri obtuvo entonces la concesión de la primera gran obra pública de las muchas que se adjudicaría en los años por venir: un esfuerzo civil acompañaba el tendido del gasoducto de AGIP, la empresa italiana ligada al ENI (Ente Nazionale Idrocarburi).

La leyenda dice que Macri tuvo la visión de que esa era una obra de enorme importancia y la siguió metro a metro, pueblo a pueblo, con caminos pedregosos, comidas al paso y hoteles de colchones dudosos. En una de esas paradas, en Tandil, conoció a Alicia Blanco Villegas y se casó con ella para poner fin a una época de tumultuosa soltería, época que retrató con piadosa memoria: “Éramos el llanto de la mayoría de las madres. Hacíamos honor a nuestra fama de donjuanes y para nada éramos candidatos deseables para maridos, lo que a nosotros nos parecía muy bien”. Tuvieron cuatro hijos: Mauricio, Sandra, Gianfranco y Mariano. El matrimonio se separó en 1980. En los cinco años siguientes, Macri estuvo casado con la psicóloga Cristina Greffier, madre de Florencia, quinta y última hija de Franco. Luego se unió a Clara Bordeu, entre 1985 y 1989, a Evangelina Bomparola, entre 1989 y 1997, a Flavia Palmiero entre 1997 y 2000 y a Nuria Quintela. Los últimos años de su vida los pasó Macri en soledad: “Un hombre, sin una mujer al lado, no es nada. Hoy estoy solo y no me siento pleno”, dijo dolido en febrero de 2009.

Franco Macri estuvo en pareja algunos años con la animadora infantil Flavia Palmiero (CEDOC)

A inicios de los años 60, Macri se vinculó a la Fiat a través de una empresa subsidiaria, Impresit, encargada de construir obras civiles y de la que Franco fue en principio socio menor. En cinco años, Impresit pasó a ser Impresit-Sideco (Silos Demaco Compañías). Quince años más tarde, Macri era el dueño del paquete accionario de Impresit-Sideco y del ochenta y cinco por ciento de las acciones de Fiat Sevel Argentina, que sería el alma de su emporio económico y empresarial.

En los años de la última dictadura, su grupo empresarial creció mucho gracias a la compra de empresas, a la obra pública y a las diversas concesiones hechas en su favor por el Estado. En 1979, con la economía en manos de José Alfredo Martínez de Hoz, se lanzó a la compra del Banco de Italia del que fue presidente del directorio en 1980. Vendió sus acciones al año siguiente, cuando el furor de las financieras que se convertían en bancos terminó entre las cenizas del Banco Interamericano de Desarrollo y la hecatombe financiera de 1981. Su gestión en el Banco de Italia fue denunciada en 1987 por el Banco Central e investigada por la Justicia. Macri recordó siempre aquella aventura como uno de los peores errores de su vida.

Para entonces, hacía cinco años que Macri controlaba sus empresas través de un holding administrador: Socma (Sociedades Macri) que había sido fundada el primer día de 1976 con Franco en la presidencia, para atender una facturación anual de unos cien millones de dólares.

Socma ganó varias licitaciones durante esos años, entre ellas la represa Yaciretá, la construcción del puente Misiones-Encarnación, la central termoeléctrica de Río Tercero y de Luján de Cuyo, la recolección de residuos de la Capital Federal a través de la empresa Manliba (Mantenga Limpia a Buenos Aires) Las siete empresas iniciales de Macri, eran cuarenta y siete en 1983, entre las más importantes, Sevel Argentina (automotriz), que llegó a emplear a cien mil personas, Sideco Americana (construcciones), Socma Corp (financiera), Manliba (recolección de residuos), Itron (electrónica), Solvencia de Seguros (aseguradora), Prourban (inmobiliaria), Iecsa (instalaciones mecánicas), Perfomar (perforación petrolera) y, la joya de la corona, la fabricación y venta de autos Fiat y Peugeot, en 1981.

Franco Macri -aquí con Nuria Quintela, su última pareja- mantuvo una relación difícil con su hijo Mauricio (Télam)

La idea de que su hijo Mauricio fuese su heredero, a despecho del destino que el hijo imaginaba para sí mismo, chocaba contra cierta valoración un tanto despectiva que el propio Franco hacía de Mauricio, quien en 1984 se incorporó Socma de la que fue gerente general en 1985, para pilotear la expansión del grupo hacia Venezuela y Colombia. Sin atisbos de introspección psicológica, Franco admitió alguna vez su dureza como padre: “El mío era calabrés, silencioso, duro. Yo en parte soy parecido, me cuesta manifestarme, abrirme”. Las diferencias con el hijo eran también políticas. “No tenemos una mala relación. El vínculo está intacto. Yo soy un hombre abierto que dice lo que piensa. Sólo nuestras posturas políticas son conflictivas. Solemos jugar al bridge y lo pasamos muy bien, salvo cuando él gana”. El conflicto no sólo estaba atado a las posturas políticas. La probable decepción de Franco Macri sobre las calidades empresariales de su hijo, podría haber incentivado a Mauricio a lanzarse a la actividad política: en Boca Juniors, primero y en las ligas mayores después.

Sin admitir sus simpatías por el peronismo y mucho menos proclamarlas, Macri terminó decepcionado con los gobiernos de Menem y de los Kirchner. Menem le dio la concesión del Correo, que prestaba Encotesa, y que pasó a ser Correo Argentino en manos de Franco Macri y administrado por Socma. En 2001 el Correo Argentino entró en convocatoria de acreedores: le debía al Estado doscientos noventa y seis millones de pesos. Néstor Kirchner rescindió ese contrato en 2003 y el Correo volvió a manos del Estado.

Nació en Italia y a los 18 años se radicó en Argentina

Padre e hijo ya estaban galvanizados por los días de temor que ambos atravesaron cuando Mauricio fue secuestrado el 24 de agosto de 1991 por una banda de oficiales de la Federal que lo mantuvieron en cautiverio y pidieron un rescate de seis millones de dólares. Con la vida de su hijo pendiente de un hilo muy fino fue Franco Macri quien negoció con los secuestradores. Pero el encargado de pagar el rescate fue Nicolás “Nicky” Caputo, un empresario íntimo amigo de Macri, un hermano de la vida, desde los años de secundaria en el Cardenal Newman: su teléfono fue el primero que Macri dio a sus captores para que empezaran las negociaciones por su vida. Caputo recorrió durante más de nueve horas, con el dinero del rescate, un complejo sistema de postas ideado por los secuestradores, que lo llevó desde la esquina del Teatro Colón hasta Boulogne, Del Viso, Tigre, González Catán y Lomas de Zamora para terminar con la entrega del dinero en la Isla Maciel.

Macri fue liberado el 5 de septiembre después de una gestión encarada por un desorientado José Luis Manzano -acababa de asumir como ministro del Interior- y el radical Enrique “Coti” Nosiglia, que fue quien aportó el dato clave: los secuestradores eran comisarios de la Federal. En las fotos de Macri rescatado -lo habían liberado cerca de la cancha de Deportivo Español y había llegado en taxi hasta sus oficinas de Florida y Paraguay- aparece, además de Manzano, un sonriente y aliviado Franco Macri.

Mauricio Macri tras ser liberado por sus captores. En la foto, junto a su padre y José Luis Manzano

En 1983, Franco Macri, junto a su hijo Mauricio, intentaron meterse en el negocio inmobiliario de Manhattan, dominado a su manera por Donald Trump. Eran los tiempos en los que ni Trump, de treinta y seis años, ni Mauricio Macri, que tenía veintitrés, soñaban con ser presidentes. O al menos no soñaban en voz alta. En 1983 Franco Macri trató de construir un edificio de ciento veinticuatro pisos en Lincoln West, al oeste de Manhattan: una inversión de quinientos millones de dólares que daría vida a más de cuatro mil viviendas y que tal vez se hubiese llamado City Trump. Todo terminó en la nada y los Macri terminaron por ceder todo a Trump por una suma irrisoria de dólares, superior a los cien millones, en diciembre de 1984.

Pese a no coincidir con el peronismo y menos con el kirchnerismo, Franco Macri se acercó al gobierno de los Kirchner cuando estos se acercaron a China. En 2004, el Grupo Macri se asoció con el empresario chino Shi Ke-rong para formar Shima S.S. para modernizar el ferrocarril Belgrano Cargas, un proyecto que se diluyó años después. En 2007, Socma se asoció con Chery, también china, para lanzar nuevos modelos de autos en el sur del continente americano. La posibilidad de buenos negocios hizo que Franco Macri fuese algo más condescendiente con el kirchnerismo. En los primeros años del gobierno de Cristina Kirchner, los años del “doble comando”, Macri dijo algunas cosas acaso impensadas en otro contexto. Una: “Hay que apoyar a los gobiernos para que tenga éxito y el kirchnerismo no es la excepción”. Aquellos eran los días de “los empresarios argentinos son una bolsa de gatos”, de “la Argentina es un país anti industrial” y, en 2009, de otra frase lapidaria: “Mauricio no debe postularse para presidente”. Por supuesto, estrechó a su hijo en un abrazo el día de su asunción, en el Salón Blanco de la Rosada.

Franco Macri y un afectuoso saludo con su hijo Mauricio, el día que asumió la presidencia (foto Télam)

Los años, la vecindad con el ocaso, la salud ya un poco minada, esos puentes tardíos que padres e hijos tienden sobre el pasado, como botellas al mar, hicieron que en 2015 el irreductible Macri hablara por fin con cierta benevolencia de su hijo. Dijo entonces a La Nación y mientras Mauricio Macri trasegaba valles y montañas en su campaña electoral: “Mi relación con Mauricio es óptima. Si alguna vez hubo competencia, aunque nunca fue de forma manifiesta, eso quedó atrás. He aprendido mucho de él con los años. Sus silencios dicen más que sus palabras. Y con ellos aprendí a reflexionar”.

Murió siete meses antes de la derrota electoral de Macri frente a Alberto Fernández. Había esbozado, tal vez con ironía, sus planes para alcanzar los noventa y cinco años en base a una dieta saludable que exigía jugos naturales, mucha agua y nada de alcohol; exhibía un presupuesto de gastos e ingresos hasta el 2025 porque se ufanaba, como siempre, de haber planificado con acierto su futuro. También arriesgó una certeza improbable, dictada tal vez por el cariño: “Sobre todo, quiero disfrutar del éxito de Mauricio durante sus presidencias”.

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