“Cuando yo me muera alguien tiene que seguir con esto. Y este trabajo no es fácil: en este momento, el costo de alimentación por mes es de $ 2 millones y pico, aparte de los gastos veterinarios, etcétera...”. Gabriela Bezeric enumera cuánto se necesita para cuidar a los más de 850 individuos que viven en El Paraíso de los Animales, el santuario que fundó. Todos ellos, rescatados no sólo de tratos inhumanos, sino de una muerte asegurada.
Eso no es todo. Además de tener que lidiar contra viento y marea para poder costear aunque sea un poco de todo lo que necesita, no logra dar con personas que trabajen en el mantenimiento del lugar ni para realizar las obras que hacen falta. “No se consigue gente para que venga a trabajar. Acá se cayeron los árboles en el último temporal y siguen caídos. Rompieron todo el lugar de los pavos reales y no lo podemos arreglar porque falta mano de obra”, lamenta. Pero, no obstante, agradece la incansable labor de las voluntarias que todos los días llegan a El Paraíso... para colaborar en las tareas cotidianas: alimentar a los animales, bañarlos y mantener limpio y en orden los espacios.
Desde joven, Gabriela dedica su vida a los animales. Hoy elige pasar allí sus días junto a Armando Scoppa, su marido y compañero de convicciones. Y desde hace unos 30 años, prácticamente no sale de las dos hectáreas que conforman su espacio en General Rodríguez (no quiere dar la dirección exacta para preservar el lugar). Hubo excepciones. Por ejemplo, cuando se rompió el húmero izquierdo en agosto pasado y debió hacerse atender.
“A mi lo único que me importa es la vida de los animales”, asegura una y otra vez, como si sus elecciones necesitaran ser explicadas. También dice que los santuarios en Argentina son pocos y que existen a causa de la maldad humana. “Acá hay muchos animales de granja y como la gente se los sigue comiendo, no los apadrinan porque no dejan de verlos como cosas”, explica, respira profundo y mira fijo el cielo como buscado allí una respuesta.
La crisis económica que atraviesa el país no los esquiva y por ello se anima a pedir colaboración. En especial para concretar dos grandes ilusiones: el proyecto del hospital veterinario y un campo cercano donde puedan estar “las cabras y los caballos puedan correr como les gusta”.
“Gracias a los padrinos y madrinas, podemos ofrecer una segunda oportunidad a más animales que ya han conocido el peor lado del ser humano”, aseguran desde El Paraíso
El día a día
A sus 75 años, Gabriela se levanta todos los días antes que canten los gallos. Se alista y sale de su casa, donde convive con una veintena de perros rescatados de los peores tratos. Toma un desayuno rápido preparado por Armando y apura el paso para darle de comer a sus animales. Desde 1995, la pareja vive en El Paraíso y dedica su vida a los individuos que integran el santuario multiespecie donde conviven toros, vacas, caballos, burros, cabras, chivos, carpinchas, perros, gatos, patos, pavos reales y gallinas, entre otros.
Allí, todas las redundancias valen, porque los rescatados viven sus vidas en completa dignidad y lejos del que parecía ser su destino escrito. Es, para ellos, un paraíso real: por sectores puede ser un desierto, en otros un oasis y hasta existe una selva con un estanque copado por Pincha, la carpincha que cuando tiene ganas se deja acariciar en la panza como un perro mimoso.
Todo el espacio es cuidado y defendido por sus dueños. “Somos dos personas solas. Yo atiendo a los animales más pequeños y Armando a los más grandes, como los caballos y las vacas, por los fardos de comida. El problema, y lo peor que pudo pasarme en este momento, fue caerme... ¡Tengo el brazo roto!”, cuenta con bronca y se señala el brazo izquierdo. En agosto pasado un resbalón al salir de su casa le ocasionó una fractura el húmero. La operaron, pero no soldó bien.
El accidente complicó la atención que le da a los animales: “Acá no hay empleados y la gente que viene a ayudar es muy poca. En total hay unos seis voluntarios y de ellos, tres chicas divinas que vienen todos los días cuando se enferma un caballo y hay pasarles el suero”.
Con la mirada algo vidriosa, Gabriela mira a los costados y no deja de pensar en lo que vendrá. “Todo esto es para el futuro de los animales. Por eso, por la situación del país, le pido ayuda a los empresarios, que lo hagan para ellos. No solamente para mi santuario, sino para todos los animales”, reflexiona.
Durante estos años, El Paraíso contó con donaciones importantes, que más de una vez ayudaron a salvar las papas del fuego, como cuando una norteamericana donó el dinero con el que se inició el sueño del hospital veterinario o como cuando una empresa donó materiales para el techo y para acondicionar los dormis, otro proyecto pendiente y pensado para albergar a voluntarios que deseen trabajar en el lugar.
“El hospital veterinario no es solamente para mis animales, sino para los de afuera. Si en este momento sacás turno en una veterinaria o en los centros del municipio te dan turno... (hace un gesto con la mano indicando que será para dentro de mucho tiempo) y los particulares cobran fortunas. ¿Te imaginas una persona que quiere a su perro, a su gato...? Internarlo es imposible... Y sigo insistiendo porque con esto (los altos costos) habrá más perros y gatos en las calles o la gente los va a dejar morir, no sé. Imaginate un ama de casa, con dos o tres chicos, que aman a su animal y van a la veterinaria y le dicen: ‘No señora, usted no paga, chau...’”.
Al ser un santuario, el lugar no recibe visitas del público y tampoco da en adopción a sus residentes, quienes al ser rescatados inician allí el resto de sus vidas con libertad y dignidad. Al morir, son enterrados en el predio
Su idea es que ese hospital beneficie a los vecinos de la localidad y alrededores, que puedan pagar las castraciones a bajo costo, realizar inmunizaciones, consultar sobre bienestar animal y educación, y proveer información sobre derechos de los animales. Debido a los costos de los insumos y porque los mismos veterinarios les cobrarían por sus horas de trabajo, tampoco podrían hacerlo gratuito.
El primer santuario del país
El paraíso nació formalmente hace casi 50 años y como asociación, en 1995. La historia se remonta a la tarde en que Gabriela y su hermana mayor, Noemí, comenzaron a levantar a los perros de las calles de José C. Paz, para que las perreras municipales no subieran a sus camiones como si fueran menos que una bolsa de basura y luego los mataran. Pocas cosas impactaron más en los barrios del conurbano bonaerense que ver a las perreras arrasar con los pobres canes.
No hubo para las hermanas más preocupación que socorrerlos. Ese sello de amor por los animales perdura hasta hoy. Primero fueron seis los perros que llevaron a la quinta en la que vivían, que se sumaron a los seis que ya tenían. De doce pasaron a tener casi 300 y algunos gatos. Luego se mudaron a un espacio más grande en San Miguel, pero cuando fue la época de la Circular 1050 (emitida por el Banco Central en enero de 1980, durante la gestión de José Alfredo Martínez de Hoz) se quedaron sin la propiedad.
“Perdimos la quinta, pero nunca dejamos a los animales”, recuerda. De San Miguel se fueron con una hipoteca y compraron esta quinta en la que se inició esta parte de la historia de El Paraíso. Allí llegaron los más de 300 perros para los que iniciaron campañas de adopción, pero luego vieron que los propios adoptantes los volvían a abandonar y desde entonces decidieron que cada animal que ingresara sería para vivir allí su vida, todos juntos.
Fue un caballo el que lo cambió todo. “Coco fue un caballo usado y maltratado por carreros, que lo obligaban a trabajar incansablemente más allá de sus fuerzas y de sol a sol. Lo excedían en la carga y fue mal alimentado durante mucho tiempo. Pasó por varias manos crueles y despiadadas”, recordó Noemí, hermana de Gabriela. La paliza que recibió el equino antes de caer por última vez le dejó secuelas que no pudo superar y murió. En su homenaje, la mujer decidió que cualquier especie abusada por manos humanas encontraría cobijo en el santuario.
Ya eran los años 90 cuando un diario nacional contó la situación económica que estaban transitanto. De inmediato llegó la solidaridad de una mujer estadounidense, que colaboró con dinero para ayudarlos. La deuda por el predio quedó saldada y también les donó un terreno lindero con una construcción de unos 50 m2 que, aunque la obra está bastante avanzada, aún espera convertirse en veterinaria.
En 1995 se creó la asociación civil que se dedica de lleno a trabajar en el rescate, la rehabilitación y el bienestar animal, y se convirtieron en el primer santuario interespecies de la Argentina. Allí, todos los habitantes conviven en armonía y libres de explotación. “Sobrevivimos con mínimas donaciones”, explica Gabriela.
Algo desalentada, asegura que “por trabas burocráticas desconocidas y por ser una asociación de protección animal, no ambiental ni humana”, no se les permite la inscripción para que las donaciones que reciba sean deducidas del Impuesto a las Ganancias (aceptadas para las instituciones religiosas, asociaciones, fundaciones y entidades civiles, siempre que estén reconocidas por la AFIP).
*Para colaborar con El Paraíso: Cuenta Corriente BBVA en pesos/dólares n° 191-007531/9; CBU: 0170191920000000753199; alias: DONA.PARAISO.ANIMAL || Web: https://elparaisoanimal.org/, Instagram: @elparaisoanimaloficial, Facebook: https://www.facebook.com/paraisodelosanimales; Twitter: @ElParaisoAnimal; e-mail: contacto@elparaisoanimal.org