“Estamos en nuestra casa”: el empleado de Correos que izó por primera vez la bandera argentina en la Antártida

Hace 120 años, una dotación enviada por el gobierno argentino se instaló en una precaria instalación de la isla Laurie, en las Orcadas del Sur, marcando a fuego la soberanía argentina en ese territorio helado. De sus cinco integrantes, sólo Hugo Alberto Acuña, un trabajador postal de apenas 18 años, era nacido en nuestra patria, Hoy se celebra el Día de la Antártida Argentina

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El momento en que ondeó
El momento en que ondeó la bandera argentina por primera vez. Fueron testigos los cinco enviados por el gobierno argentino y los marinos ingleses que se retiraban de las Orcadas

“A pesar del frío, vestimos traje de paseo, como en Buenos Aires. Hay 5 grados bajo cero. La bandera asciende en el modesto mástil y comienza a flamear. Ya tenemos listo el pabellón azul y blanco. Ya estamos en nuestra propia casa”. Con estas pocas líneas fechadas el 22 de febrero de 1904 en un cuaderno de tapas negras que utilizaba como diario personal, el empleado de Correos Hugo Alberto Acuña describe con sencillez y emoción uno de los hechos cruciales de la historia de la Argentina como nación soberana.

Ese día la bandera argentina flameó por primera vez en la Antártida, más precisamente en una precaria instalación montada en la isla Laurie, perteneciente a las Orcadas del Sur, donde 120 años más tarde funciona la Base Antártica Orcadas.

La ceremonia de izamiento tuvo muy pocos asistentes: algunos tripulantes del bergantín escocés Scotia, que partiría muy pronto de regreso a Buenos Aires, y las cinco personas que serían la primera dotación permanente de lo que en ese momento se bautizó como Observatorio Meteorológico y Magnético de las Orcadas del Sud: el empleado postal Acuña; el meteorólogo alemán Edgard. C. Szmula, que prestaba servicios desde hacía años en la oficina de Meteorología Argentina; el uruguayo Luciano H. Valette, de la oficina de Zoología del Ministerio de Agricultura nacional; el escocés Robert C. Mossman, oficial del Scotia, y el cocinero, también escocés, William Smith.

Hugo Alberto Acuña, el primer
Hugo Alberto Acuña, el primer argentino en enarbolar el pabellón nacional en el continente blanco (Fundación Marambio)

Entre los asistentes se contaba también un anónimo periodista del diario La Prensa, enviado en el Scotia a cubrir el hecho, que ya de regreso en Buenos Aires publicó la primera crónica del hecho en la edición del 16 de junio de ese año.

“Se arrió el pabellón inglés, izándose en su lugar el argentino. En seguida se procedió a la entrega formal de la isla y del Observatorio a la comisión argentina. Por la noche se festejó el acontecimiento brindando a la salud de los pueblos argentino e inglés. Luego hubo música, cantándose los himnos, inglés y argentino por las respectivas comisiones. Finalmente se brindó a la salud de los presentes y se cantó ‘Old land sing’ del poeta escocés Roble Burns”, se puede leer ahí.

La casa que dejaron los
La casa que dejaron los marinos ingleses y fue vivienda del destacamento argentino (Fundación Marambio)

Historia de un traspaso

El comienzo de la historia de la primera base argentina en la Antártida puede datarse un año antes de aquel izamiento de la bandera, cuando la Expedición Antártica Nacional Escocesa encabezada por William Speirs Bruce navegó al mar Antártico en el buque Scotia.

Al recorrer las costas de las Orcadas del Sur, el bergantín quedó aprisionado por los hielos en la isla Laurie. Imposibilitado de seguir viaje hasta el deshielo, el 1 de abril de 1903 la tripulación del barco levantó una precaria vivienda para invernar y realizar diversos trabajos científicos. Llamaron a ese refugio la Omond House, en honor a uno de los financistas de esa expedición, una costumbre típica de los exploradores de la época.

Acuña, protegido con pieles, en
Acuña, protegido con pieles, en la Antártida (Fundación Marambio)

Recién pudieron volver a navegar en diciembre, cuando el Scotia pudo zarpar hacia Buenos Aires. Al llegar a la capital argentina, Bruce ofreció al gobierno vender las instalaciones que había construido en la isla. Su interés particular – y a sí lo dijo en las negociaciones – era que los estudios meteorológicos y de fauna y flora que había comenzado tuvieran continuidad. El precio que fijó fue de 5.000 pesos moneda nacional, que incluía trasladar en el Scotia a los argentinos que el gobierno enviara a la Antártida.

Lo que ofrecía eran las instalaciones de Omond House, el depósito del instrumental con todos sus elementos y los aparatos de observación meteorológica.

Un dato muy relevante de aquella negociación fue la participación del gobierno británico, representado por su gobernador en Buenos Aires, William Haggard, que se encargó de hacer por escrito, en una nota del 29 de diciembre de 1903, la oferta oficial de venta al gobierno argentino y de prestar su conformidad cuando se concretó la venta.

El pionero argentino, rodeado de
El pionero argentino, rodeado de pingüinos (Fundación Marambio)

El gobierno del Reino Unido dejaba así en claro que no tenía ninguna pretensión soberana sobre ese territorio antártico. El presidente Julio Argentino roca aceptó el ofrecimiento y, con un decreto del 2 de enero de 1904, encomendó que se hiciera cargo de las instalaciones a la Oficina Meteorológica Argentina, que por entonces dependía del Ministerio de Agricultura.

Por sugerencia del perito Francisco Pascasio Moreno – reconocido por sus exploraciones en el sur argentino – se decidió también instalar una oficina postal en la base, y así el joven argentino Hugo Acuña, de solo 18 años, abordó el bergantín escocés en calidad de ayudante científico y encargado de la estafeta postal “Orcadas del Sud”. En su equipaje llevaba estampillas, formularios y un matasellos.

La casa donde vivieron durante
La casa donde vivieron durante un año. Varias veces, la protección de piedras fue derribada por el mar (Fundación Marambio)

Postales de un estafeta

Hugo Alberto Acuña sintió – y con razón – que estaba haciendo historia y comenzó a registrar todo en ese diario de tapas negras donde escribía con su prolija letra de oficinista.

“Nuestra cabaña tiene dos ventanas pequeñas. Todo su moblaje es una biblioteca chica, una cómoda, una mesa, cuatro banquitos y cinco coys (hamacas)”, cuenta allí. Los cinco hombres de la primera dotación deberían vivir un año entero en esa cabaña de apenas 14 metros cuadrados, construida con piedra, forrada con lona y con techo de cumbrera.

Allí, Acuña y sus compañeros de aventura debieron enfrentar también las fuertes tormentas de la región. “El 8 de marzo de 1904 el despertar fue un poco feliz. El mar, con olas gigantescas, violentas, deshizo una barranca de nieve que había contra la cabaña. El único bote estuvo a punto de perderse. El mar también se llevó la defensa de piedra que tenía la casa. Diez días después terminamos el nuevo parapeto, hecho con grandes piedras que acarreábamos desde la montaña. Muc

Así se veía el refugio
Así se veía el refugio treinta años después de haber sido abandonado (Revista Caras y Caretas)

has veces hubo que interrumpir el trabajo por nevadas y vientos”, relata en su diario.

En esa pelea de apenas cinco hombres contra la inmensa potencia de los fenómenos naturales, más de una vez estuvieron a punto de perder la vida. El joven estafeta cuenta así uno de esos momentos: “El 4 de abril de 1904 volvió la furia del mar. Se llevó de nuevo la muralla. Por momentos, la cabaña quedaba cubierta por las olas. La temperatura habla descendido. Estábamos enteramente mojados. Nuestra ropa pronto se cubrió con una espesa capa de hielo. La pared había quedado en pie, curiosamente, gracias a que las piedras están unidas por el hielo”.

Pero esos grandes riesgos que corren reciben constantemente la compensación del paisaje maravilloso en el que están. “A nuestro alrededor se extiende un panorama maravilloso, imposible de describir. Sólo dos colores se distinguen: el azul del cielo, el blanco de la nieve. Un poco afuera de la bahía y en medio del hielo, vemos una gran mancha oscura. Es el agua del mar, que parece hervir; de su superficie se escapan densas columnas de vapor que se elevan en formas caprichosas”, escribe Acuña en su diario de tapas negras.

Hugo Alberto Acuña junto
Hugo Alberto Acuña junto a los oficiales Esquivel y Maverogg de la corbeta Uruguay, de regreso de la Antártida en Puerto Harberton, Tierra del Fuego (Fundación Marambio)

También relata los efectos que tienen sobre ellos las temperaturas extremas. “Nuestros ojos tienen un círculo blanco. Pestañas y cejas desaparecen bajo una capa de hielo. El vapor de la respiración también se hiela. Las ventanas de la nariz están blancas. Pegamos la boca al abrigo”, cuenta.

Y no olvida nunca que está haciendo historia, como en esta nota del 25 de mayo de 1904: “El himno resuena en una mandolina que también tocará la marcha de Ituzaingó. Es la primera vez que se conmemora la fecha patria del 25 de Mayo debajo de los 60º de latitud S”.

Cuando regresó al continente, Acuña
Cuando regresó al continente, Acuña continuó trabajando en el Correo hasta que se jubiló (Fundación Marambio)

La base más antigua

Hugo Alberto Acuña y sus compañeros pasaron doce meses en las precarias instalaciones de la primera base argentina en la Antártida, hasta su regreso a Buenos Aires en febrero de 1905.

Así pasó a la historia no solo como integrante de esa primera dotación patria en el continente blanco, sino como el único argentino que la integraba. Porque sus cuatro compañeros – a pesar de estar a las órdenes del gobierno nacional – no habían nacido en el país: eran dos escoceses, un alemán y un uruguayo.

De vuelta en Buenos Aires, el joven empleado de correos retomó su trabajo porteño como si nada hubiera pasado. Se convirtió en un apasionado filatelista y siguió trabajando en el correo hasta su jubilación.

La estación en la isla
La estación en la isla Laurie, como luce en la actualidad, entre las dos bahías.

Murió de un infarto el 13 de mayo de 1953 y sus restos descansan en el cementerio de Bahía Blanca. Siempre guardó ese diario de tapas negras donde contó, día tras día, la aventura más importante de su vida, como el primer argentino en vivir en la primera base antártica del país.

En homenaje aquel día que la bandera se izó por primera vez en el continente blanco, en noviembre de 1974 se estableció el 22 de febrero como el Día de la Antártida Argentina.

Hoy, 120 años después de que el joven Hugo Acuña sintiera que “ya estamos en nuestra casa” al verla flamear, la Base Antártica Orcadas es la más antigua que continúa en operaciones.

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