[El podcast “Medio siglo de periodismo” puede escucharse clickeando acá]
Una de las tantas formas de hacer periodismo es ir a un lugar a ver qué sucede para luego contarlo. El cronista puede pasar por un sitio y, sin darse a conocer, observar la escena y después escribir. Por ejemplo, una crónica de un choque de autos en una esquina cualquiera no necesita que el periodista se presente, muestre su credencial y comience a trabajar. Pasa inadvertido y relata lo sucedido.
Pero hay otro tipo de crónicas que imperiosamente llevan a que el periodista se mezcle con un grupo de personas que quiere retratar. Entonces no pasará inadvertido, será un testigo permanente de los comportamientos de los integrantes de ese colectivo que -muchas veces- lo mirarán como un extraño. Pero estará con los que forman ese conjunto de personas y luego podrá contar desde adentro -no sin limitaciones, por cierto- lo que sucede en el lugar en el que estuvo.
En este episodio del podcast “Medio siglo de periodismo” Alberto Amato cuenta cómo fue haber pasado varios días conviviendo con una organización piquetera. En 2002 Amato integraba el Equipo de Investigación del diario Clarín, donde trabajó durante más de 30 años. Fue entonces que le tocó adentrarse en el modo de vida de una agrupación piquetera.
Los piqueteros son organizaciones que se crearon a mediados de los 90 y que lanzaron “piquetes” para cortar rutas y de ese modo protestar contra las privatizaciones del menemismo. Ya no estaban en Cutral-Co y Plaza Huincul en Neuquén o en Tartagal en Salta. Los piqueteros se habían extendido por todo el país. En Florencio Varela y La Matanza, provincia de Buenos Aires, donde estaban muy activos en 2001, también habían tenido protagonismo en tiempos de Menem.
Luego de las crisis política, social y económica de 2001 los piqueteros se transformaron en un actor de relevancia en la discusión pública en la Argentina. En junio de 2002, dos piqueteros, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, fueron asesinados por la Policía Bonaerense en la estación de Avellaneda. Fue a partir de aquel hecho y de la relevancia de los movimientos que habían nacido con la misión de la protesta y el resguardo del trabajo, que los periodistas fueron a instalarse con ellos.
A Amato le tocó ir varios días seguidos a hablar y participar de la vida cotidiana del Movimiento Teresa Rodríguez de Florencio Varela, en el sur del Gran Buenos Aires. Por entonces ese grupo piquetero era uno de los más renombrados, su conductor era el dirigente tucumano Roberto Martino.
Amato llegaba por la mañana y se iba por la noche. Miraba, hablaba con la gente y preguntaba qué pensaban. “Traté de integrarme de la mejor manera posible en un momento, en una realidad que no nos cabía en la cabeza. Por ejemplo, ese movimiento, todo lo que cocinaba y calentaba era a leña. No tenían nada. Entonces te ibas de ahí con la ropa impregnada en humo que no te podías sacar de encima. Me puse siempre la misma ropa que tiré prolijamente a la basura porque era imposible quitarle el olor a humo por más que la lavaras. Tenía la marca registrada de la miseria que vivía esa gente”.
Aquel trabajo que hicieron los periodistas -dirigidos por el fallecido Julio Blanck- se presentó como un producto multimedia en Clarin.com. Se llamó “Piqueteros, la cara oculta del fenómeno” y se publicó el 26 de septiembre de 2002. Al año siguiente aquella producción obtuvo el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) que había creado el escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez. En la premiación Amato conoció a ganador del Nobel de Literatura, nacido en Aracataca, Colombia, que murió en abril de 2014.
En el episodio del podcast Amato recuerda cómo fue el encuentro con García Márquez: “Es el segundo rey al que le di la mano. El primero fue el Rey de España y este era el rey de la literatura. Y yo soy un gran admirador y era un gran admirador de él. Era un tipo encantador y alegre, además. Yo les dije a mis compañeros (cuando García Márquez iba a dar el discurso de la premiación) ´si este tipo llega a hablar como escribe, yo agarro un revólver y me pego un tiro en los pies. Si Gabo llega a hablar igual que como escribe nos tenemos que ir todos y apagar la luz´. Y por suerte para mi alivio, no hablaba como escribía. Escribía mejor que lo que hablaba”.