(Esquel. Enviados especiales) Un chispazo puede iniciar una catástrofe. Seguramente lo saben los hombres o mujeres que provocaron -por ahora con total impunidad- la llama inicial de este fuego, hace ya a 20 días, que pulverizó prácticamente 8.000 hectáreas de la provincia de Chubut. Para que se entienda en términos urbanos, la superficie quemada equivale a 6.000 manzanas, una pequeña ciudad de bosque milenario bajo la lengua de este incendio infernal.
La organización de la defensa humana ante el ejército de las llamas requirió de la llegada de brigadistas de casi todas partes del país: 342 hombres y mujeres entre los que trabaja el equipo estable y permanente del Parque Nacional Los Alerces. Este sector, de jurisdicción federal, es el más afectado junto a la zona de terrenos privados conocida como Alto del Río Percy, un páramo “encima” de Esquel donde el fuego se comió más de 4.000 hectáreas de bosque nativo. Excepto una casa.
Las dueñas de casa, Gisela Finocchiaro y Lorena Domínguez, abandonaron el hogar de fin de semana el domingo 4 por la noche cuando el humo ya tapaba todo en esta zona de bosque rural ubicada en un paraíso cerca de Esquel. Las alertaron los brigadistas, quienes les advirtieron que sacaran las cosas de valor y huyeran. “No mires atrás”, le dijo Gisela a Lorena cuando se iban, bajo la amenaza de que el fuego se devorara la casa que habían terminado de construir en 2020.“
No hay explicación posible, salvo una”, dicen las dueñas de Monte Lontano. Las amigas están segura que la protección fue sobrenatural. Que las ayudaron sus muertos -el papá de Lorena, que ayudó a levantar las paredes; la abuela de Gisela, que les regaló los muebles antiguos antes de partir- y la Virgen de Medjugorje, conocida como Reina de la Paz, protectora de los soldados bosnios en la guerra de los Balcanes y cuyo nombre, traducido al español significa “Entre montañas”.
“Tu casa zafó”, fue lo que leyó Finocchiaro el lunes por la mañana en su teléfono celular. Habían pasado horas llorando después de que vieran en el FIRMS -un sitio de la NASA abierto, que monitorea de manera satelital todos los incendios forestales del mundo- que el fuego se había devorado toda la zona donde está Monte Lontano. No lo podían creer.
Agarraron una campera y salieron en su camioneta desde su casa en Esquel hacia allí. La casa de las chicas no sufrió prácticamente ningún daño. Si bien las paredes están revestidas de un material ignífugo, la casa está apoyada sobre troncos de madera sin ningún material que evite que se quemen. Solo se reventaron los vidrios, producto del calor de las llamas, pero como son ventanas de doble vidrio se salvaron. “Si se rompían el fuego agarraba las cortinas y chau”, dice Gisela.
No hay explicación posible para la suerte que tuvieron, porque las chicas no habían tomado precauciones determinantes para evitar que llegara el fuego: no mojaron el perímetro de la casa ni armaron cortafuegos. Aunque sí el terreno alrededor estaba limpio de arbustos y malezas. Apenas unos días antes, como se veía humo, su vecino don Nazario Mendoza, que vive aquí desde que nació y que fue quien les vendió un pedazo de su tierra porque necesitaba comprar animales, les recomendó desmalezar. “Entre los tres limpiamos un poco, pero nada más”, detalla Domínguez, incrédula.
El fuego en Alto del Río Percy amenazó también la casa de material que levantó con sus propias manos hace más de 20 años don Nazario Mendoza. Los brigadistas intentaron que el hombre abandonara su casa el domingo 4 por la noche pero él se negó. Llamaron a su hijo, Evaristo, que estaba haciendo un trabajo en un campo lejano y tuvo que cabalgar varias horas hasta enfrentar a su padre y decirle: “Salgamos de acá”.
Pero el hombre se negó. Evaristo decidió quedarse junto a él. El lunes, cuando Gisela y Lorena llegaron a su casa, milagrosamente a salvo, subieron hasta la casa de don Nazario, unos cientos de metros cerro arriba e intentaron convencerlo que de evacúe. El fuego seguía ardiendo alrededor. El humo no permitía ver más allá de un metro de distancia. Los perros corrían aterrorizados. Y Mendoza dijo no: “Si el fuego viene, me mojo toda la ropa y me voy con él, pero mi casa no la dejo”. Ante la resistencia, su hijo se quedó con él.
“Si nos salvábamos, nos salvábamos los dos. Y si nos moríamos, también”, dice su hijo, de 36 años, a Infobae. Pero las llamas llegaron tan encima la tarde del lunes que el panorama para don Nazario cambió. Evaristo le dijo algo que le tocó su fibra: “Papá, mamá está en Esquel y si se entera que nos morimos acá se muere ella también”. Los árboles crepitaban encima, soplaba el viento fuerte y caliente que aparece cuando el incendio te rodea. Y los Mendoza finalmente bajaron a la ciudad. Pero el fuego se frenó a 100 metros y su bosque quedó intacto. El fuego del lado del río Percy fue tan implacable, quemó de una forma tan atroz que incluso saltó el cauce de agua a través de las pavesas, que son las brasas llevadas por el viento. El bosque estaba tan seco, producto de las altas temperaturas de un verano extremo, que se prendió todo.
“Ha habido una energía acá que es avasallante, los brigadistas que llegaron el lunes y vieron cómo se salvó la casa se pusieron a llorar”, contó Lorena emocionada. A Gisela, que apenas volvió después del fuego besó a la Virgen, nada la detiene: “Usaremos esa energía avasallante para reconstruir este paraíso, vamos a reforestar y a sentarnos a disfrutar de ver cómo rebrota todo, aunque tarde décadas, aunque dure 100 años, aquí vamos a estar”.
El incendio del lado del Parque Nacional Los Alerces arruinó el trabajo de todo este año para el baqueano Miguel Rosales. Vive desde que nació en el cerro La Torta y tiene permiso federal para explotar su tierra: construyó tres cabañas y, para este verano, planeaba estrenar un camping, pero el fuego frenó todo.
“Pensamos que se venía encima, por momentos corren muy fuerte las llamas y estaban muy cerca, teníamos el resplandor del fuego delante de nuestros ojos, ayudé a los brigadistas a hacer los cortafuegos y por suerte no nos alcanzó, frenó antes”, contó Miguel mientras recorríamos el bosque de lengas de más de 100 años de edad, hechas cenizas.
El Parque Nacional Los Alerces fue creado en 1937 y declarado Sitio de Patrimonio Mundial Natural por la Unesco en 2017. Tiene más de 200 mil hectáreas de extensión. El alerce es uno de los árboles más longevos del planeta y llegó a estar en peligro de extinción. Dentro del parque están los lagos Futalaufquen, Verde, Krüger, Rivadavia, Menéndez, Amutui Quimei y el río Arrayanes.
Miguel conoce su tierra. Sabe que el incendio que se generó cerca del río Centinela fue hecho con intencionalidad. “La pregunta es con qué intención”, plantea el hombre de 42 años. “Porque se inician en zonas no turísticas, los prenden de tarde o de noche cuando no patrulla la brigada. Y siempre con la misma modalidad: encienden dos focos. Algunos dicen que son piromaniacos, o que hay otros intereses. No sé, lo único que sé es que siempre pasa sobre la ladera del Futalaufquen. Ya van más de 40 focos desde 2008″, enumera
El fuego es combatido por medios aéreos, además de las brigadas humanas que operan sobre la tierra. Son tres helicópteros con “helibalde” y dos aviones hidrantes. Uno de estos es conducido por Lorenzo Greco, “el Tano”, un piloto privado asignado desde hace cuatro años todos los veranos para operar en la zona de Esquel a disposición del Servicio Nacional de Manejo del Fuego.
Greco hace vuelos de ocho horas todos los días si la meteorología lo permite: realiza cinco vuelos por hora a la zona del fuego donde descarga los 3.000 litros de agua que puede transportar, vuelve al aeropuerto del Parque, carga más agua y repite la rutina. El agua cae a 200 kilómetros por hora sobre el bosque, lo que permite humedecer la zona y, en el mejor de los casos, vaporizar las llamas para que los brigadistas puedan atacar el fuego, o evitar que avance. El trabajo del piloto, además, consiste en observar como un águila las condiciones del incendio. Está permanentemente conectado con los brigadistas, especialmente con el “director de tiro”, que es quien le indica dónde y cuándo disparar el agua.
Un equipo de peritos de la Policía Federal hizo hace diez días un relevamiento para tratar de sumar pruebas que permitan llegar a los responsables del incendio. Danilo Hernández Otaño, intendente interino del Parque, no tiene dudas que fue intencional y que el patrón se repite todos los veranos al menos desde 2008. Reclama justicia. “Fue encendido al anochecer, sabiendo que el combate de incendios, por protocolos de seguridad, debe realizarse de día. Comenzó con dos focos en simultáneo, lo que habla a las claras de que se trató de algo premeditado, para que sea difícil el control inicial rápido”, dijo.
Durante la mañana y tarde del sábado 10 de febrero, 90 brigadistas trabajaron sobre dos focos intensos en el cerro Riscoso. Dos helicópteros los llevaron a las 8 de la madrugada en varias tandas hasta la línea de fuego. Subir a pie es una pérdida de tiempo y energía: requiere casi dos horas llegar. En la montaña, los brigadistas trabajan con machetes, hachas y agua. Arman cortafuegos -zonas como “caminos” despejadas de vegetación para frenar las llamas- y desde ahí combaten mano a mano. Cada diez minutos aparece el avión del Tano con el soporte de la “lluvia” aérea.
El grupo de voluntarios, entre los que hay médicos, enfermeros, kinesiólogos y de otras especialidades de atención a la salud trabaja con los brigadistas a medida que van llegando después de una dura jornada de combate: les hacen poner los pies en palanganas con agua helada y luego les aplican vendas húmedas para desinflamar los pies: muchos llegan ampollados por el calor de la tierra. Además les limpian los ojos, la nariz y los oídos. Muchos llegan con cenizas hasta dentro de la garganta, con otitis o los ojos irritados por el calor y el humo. “Esto es lo mejor, cuando volvemos. Después nos damos una ducha y descansamos hasta el otro día”, comenta uno de los brigadistas. Al otro día, la guerra sigue. “Esto va a durar meses”, anuncia Mario Cárdenas, jefe de Incendios del Parque Nacional.
Fotos: Franco Fafasuli